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Actualizado: 25/04/2024 19:17

Religión

«La Iglesia cubana necesita pensar en clave social»

Entrevista con el sacerdote cubano Olbier Hernández Carbonell, asesor de la revista literaria 'Bifronte' y de la recién creada Asociación de Jóvenes Escritores de Oriente.

A pesar de su juventud, el sacerdote Olbier Hernández Carbonell ya muestra más de un punto interesante en su quehacer eclesial y cívico. Por estos días su nombre ha sonado en los medios, sobre todo los que abordan asuntos cubanos en el extranjero, asociado con la aparición de la revista literaria Bifronte y la Asociación de Jóvenes Escritores de Oriente (AJEO), en la provincia de Holguín. Ambos esfuerzos cuentan con su asesoría, a pesar del rechazo de las autoridades culturales del régimen e incluso de la propia Iglesia católica.

El padre Olbier nació en la localidad de Jobabo, en Las Tunas, en 1976. Allí su familia, en particular su madre, a mediados de los años sesenta decidió abandonar la comodidad del hogar e irse a vivir a la iglesia del pueblo, ante el peligro real de cierre del templo por las autoridades del régimen de Fidel Castro.

La férrea vocación católica del entorno familiar halló cauce en él. Estudió en los seminarios San Basilio Magno, de Santiago de Cuba, y San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, de donde se graduó en el 2000, y luego en la Facultad de Teología de San Vicente Ferrer, en Valencia (España). Allí se licenció en Ciencias Eclesiásticas y comenzó sus estudios teológicos en Historia y Dogma. Fue ordenado sacerdote en julio de 2002 y ha trabajado en las comunidades de Velasco, Cacocum, Baguano, Tacajó, Gibara y Holguín.

Días antes de partir nuevamente hacia España para concluir sus estudios de Licenciatura —decisión en la que no faltaron las presiones estatales—, y de paso por Santiago de Cuba, accedió a sostener este diálogo con Encuentro en la Red.

En varios momentos se ha referido a la ausencia de un proyecto social coherente dentro de la Iglesia cubana actual. ¿Qué impacto ha tenido eso en la involución democrática que hemos sufrido en Cuba?

La Iglesia ha padecido durante años la ausencia de un proyecto social coherente, más allá de lo puramente asistencial que ha caracterizado su labor en este sentido en los últimos años. Durante décadas, a la Iglesia se le hizo ver que su misión radicaba dentro de los templos y consistía sólo en el culto, algo que la oficialidad pensó que desaparecería en algún momento, como también pensó que desaparecería el catolicismo en Cuba.

Por la abrumadora falta de espacios, a la Iglesia no le quedó más remedio que dedicarse al culto, la celebración de misas, el rezo del rosario y mantenerse dentro de los templos. Todo aquello que venía desarrollando desde antes de 1959, como la promoción del evangelio, las obras de bienestar social y la formación en colegios y hogares, debió ser aplazado por una coyuntura histórica adversa. Es cierto que la Iglesia nunca debe renunciar a ese papel social, se traiciona a sí misma si lo hace, pero se vio obligado a ello en la práctica.

Tampoco puede decirse que la Iglesia no haya desarrollado algunos proyectos sociales, incluso en colaboración con el gobierno. Pero son proyectos más bien en el orden asistencial, no en el sentido que más lo ha necesitado la sociedad cubana en todos estos años, enfocado como un proyecto social alternativo, distinto del oficial, donde no ha habido opciones de existencia para la pluralidad. La Iglesia se ha visto atrapada en este panorama y su capacidad de respuesta en ocasiones ha dejado muchas dudas.

Iglesia y marxismo no podrán conciliar jamás. La visión marxista del hombre es completamente diferente de la que tiene la Iglesia. Son dos concepciones antropológicas completamente distintas. La dimensión social de la Iglesia queda atrofiada en estas condiciones, al no poder aportar una visión del hombre, de su entorno y de la realidad que le trasciende. No hay promoción de la fe, no hay rescate de la dignidad del hombre ni defensa de sus derechos. En eso la iglesia ha quedado a la zaga.

El impacto de esa carencia a nivel social es muy grande. La sociedad cubana se ha quedado sin una referencia ética o moral superior a ella misma. Para el cristianismo está claro que esa referencia es Dios, lógicamente. Pero cuando en una sociedad se obvian derechos y se pasa por encima de los valores tradicionalmente establecidos, cuando lo que prevalece como valor absoluto ya no es el contenido de una ética humanista o cristiana, sino una ideología y la tozudez de hacer que esta ideología triunfe a toda costa, muchas veces movida por intereses no sanos, no positivos, se frustra lo que podría ser un ambiente social equilibrado y plural.

Sin el aporte de la palabra de la Iglesia en este ámbito tan cerrado, el pensamiento intelectual y social de la nación pierde una parte sustancial de ese entramado, un aporte válido, reconocido en cualquier sociedad democrática. Se notará durante años el lastre que ha significado la ausencia de todos los elementos que conforman la sociedad. Lo que estamos viendo en el cubano de hoy es un hombre desintegrado, alienado, privado de sus derechos, sin condiciones ni preparación para hacer frente a su presente ni al futuro.

¿Puede decirse que las corrientes más moderadas en el seno de la Iglesia han terminado imponiéndose sobre otras un tanto más impugnadoras del actual estado de cosas en la Isla? ¿Está dividida la Iglesia cubana?

No hablaría de corrientes moderadas o impugnadoras. En el seno de la Iglesia cubana se dio, antes y durante el ENEC (Encuentro Nacional Eclesial Cubano) en 1986, y por parte de laicos y religiosos, un compromiso abierto y claro en defensa de los derechos fundamentales del hombre y de valores que como cristianos deben iluminar esta sociedad. Ese compromiso no era político, sino cívico.

Ante ese paso, que contó con el apoyo de muchos sacerdotes, la Iglesia tuvo que desmarcarse. Tuvo que hacerlo otra vez obligada por las circunstancias, ante la tendencia a la politización que todo gesto de esa naturaleza tiene ante los ojos del gobierno. La Iglesia siempre ha tenido mucho cuidado en que no se le vincule con corrientes políticas, sean oficiales o no. Creo que es bueno que la Iglesia se concentre en su papel pastoral, pero al mismo tiempo no puede renunciar a su deber moral de acompañar, defender e iluminar a todas aquellas personas —y más si son cristianos— que han asumido y asumen un compromiso cívico y político dentro de la Isla. Es de eso de lo que se ha adolecido aquí.

Hemos repetido hasta el cansancio que la Iglesia no tiene un rol político, que no desea el poder político, que está separada de la acción política por su misma esencia, por su ser y misión, pero nos ha faltado una palabra en defensa de aquellas personas que dentro de la Iglesia o dentro del país como cristianos asumen ese compromiso. Lo que más ha imperado en la Iglesia cubana en los últimos tiempos ha sido el silencio de sus sacerdotes, laicos y religiosos por la situación tremendamente difícil que nos ha tocado vivir. No diría que ha sido un silencio cómplice ni cobarde ni pactado. De muchas maneras ha sido un silencio impuesto por la propia situación.

Ese silencio debe comenzar a romperse. Y no creo que debamos esperar a que sea roto por la jerarquía de la Iglesia. Es hora ya de que la Iglesia en Cuba inicie su propio diálogo desde adentro y en comunión, donde puedan hacerse voz todos sus miembros y no sólo los obispos. En este momento hay esfuerzos que terminan apagándose porque están muy solos, se asfixian marcados por un estoicismo muy grande y no hallan comunión eclesial.

La Iglesia cubana debe darse cuenta ya de que necesita con urgencia sentarse a pensar en clave social y echar a andar un proyecto de reflexión que mueva todo y que sea capaz de irradiar a la sociedad civil también. Se habla de una nueva etapa en las relaciones Iglesia-Estado, pero esa relación no se siente a nivel de sacerdotes, laicos y religiosos, cuya labor está muy condicionada por la ausencia de ese diálogo serio y necesario en el seno eclesial.

No creo que la Iglesia cubana esté dividida, pero tampoco creo que la unidad de la Iglesia sea orgánica. Debemos pasar de la unidad estratégica frente a algo a la unidad orgánica a favor de alguien, es decir de Jesús de Nazaret y su causa a favor de la conversión y el cambio del hombre.

¿Hasta qué punto las principales carencias en la labor social eclesial son resultado lógico del acoso estatal y la falta de espacios para su labor?

Existe ese acoso y se hace patente de muchas formas. Algunos piensan que lo peor en este sentido ya quedó atrás, pero en la práctica los sacerdotes que debemos realizar nuestra gestión en parroquias y comunidades muy humildes y alejadas no pensamos igual.

Cualquier acción de la Iglesia encaminada a promover, anunciar y transmitir un mensaje desde el evangelio provoca una respuesta inmediata del gobierno. Subsiste la preocupación y el temor a que la Iglesia adquiera poder y credibilidad en medio de la sociedad. Un sacerdote que en su comunidad cristiana quiera hacer su misión a plenitud, celebrar sus fiestas, tener vida comprometida activa, ayudar a los pobres, construir comedores y realizar una labor con marcado carácter social, inmediatamente es acosado por los funcionarios de asuntos religiosos, es cuestionado y presionado por el gobierno. Sigue vivo el temor a que la Iglesia gane espacios como enemiga ideológica y cualquier acción que tome fuerza es tomada como una amenaza.

Dentro de su propio seno, la Iglesia tampoco está exenta de recelos ante cualquier iniciativa que ponga en riesgo el nivel de sus relaciones con el Estado. Se suelen ver esas iniciativas como inapropiadas o inoportunas, y no como riqueza dentro del espíritu de su gestión pastoral. Los prejuicios, miedos y malos entendidos nos han frenado durante mucho tiempo. Al final, nos queda la necesidad imperiosa de movernos en un ambiente más oxigenante, reflexivo y compartido, donde cada elemento que desee aportar lo suyo sea visto como pluralizador, no como contendiente. La Iglesia debe ver al Estado como una instancia que debe ser transformada desde el evangelio y entre todos.

Está el caso también de la pobre difusión entre nosotros de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). La Iglesia tiene muy clara cuál es su misión social, pero salvo algunas publicaciones católicas y los laicos más comprometidos dentro de la Isla, nos damos cuenta que el anuncio evangélico carece de un fundamento y un sustrato en clave social. La DSI en Cuba tiene muy poca aplicación, su palabra y su verdad se han pospuesto. Hay temas que no se tocan, que han quedado marginados, y eso marcha en contra de la necesidad general de conocer y estudiar la DSI por parte de nuestros sacerdotes, laicos y miembros de las comunidades.

¿Qué papel real puede tener la Iglesia en un escenario futuro de diálogo político y de reconciliación?

La Iglesia tiene un papel fundamental en el futuro de Cuba, a corto y mediano plazo, pero ahora mismo no está preparada para asumir este papel. En primer orden, por la ausencia de medios y la carencia de agentes aptos y capacitados para ello. Pero, sin dudas, la Iglesia mantiene una credibilidad en Cuba y eso deberá contribuir a que sea garante del diálogo político en el futuro.

La Iglesia ha formado parte de la vida de este pueblo durante siglos y deberá tener un papel en cualquier tipo de transición o cambio de poder. Tenemos una palabra que decir y esa palabra es creíble aún, a pesar de todos los silencios. Esa palabra puede y debe ayudar a equilibrar opciones, a eliminar tensiones y hacer posible una mesa común donde todas las posiciones, dentro y fuera de la Isla, al menos tengan oportunidad de sentarse y ser escuchadas. Ojalá que esa posibilidad esté cerca, pero de cualquier modo nuestro papel deberá ser acompañar y bendecir ese momento y lugar donde todos los cubanos puedan encontrarse.

Desde Holguín se ha conocido que usted está vinculado con jóvenes escritores e intelectuales que han concretado una publicación literaria. ¿Cómo surge Bifronte y cuál puede ser su futuro en condiciones tan adversas?

Las nuevas generaciones de intelectuales cubanos carecen en gran medida de lo que yo llamo espiritualidad. Les falta vida en el espíritu. No hablo en el sentido estrictamente religioso del término, orientando la espiritualidad hacia lo católico, lo protestante o lo sincrético, sino de la espiritualidad como un elemento más esencial en la vida de cada hombre, que implica trascendencia, deseos y sueños. Las jóvenes generaciones han estado marcadas por un ateísmo militante, por las negaciones de lo espiritual en la vida del hombre y por la ausencia de una dimensión de lo trascendente, de aquello que es inabarcable o inalcanzable.

Cuando Bifronte nació y pudo materializarse, pensé que era una magnífica oportunidad para que la Iglesia, a través de sendas de espiritualidad, comenzara a acercar a estas nuevas generaciones que reclaman atención y transformación social. Todo cuanto puedas aportar a ese entramado se vuelve hacia ti, regresa a ti como un componente de maduración y realización personales. En este sentido, no debe perderse de vista el alto grado de insatisfacción que prevalece en muchos intelectuales cubanos, jóvenes y menos jóvenes, por no hallar los espacios para su realización y para el normal desenvolvimiento de sus proyectos humanos esenciales.

Bifronte trata de ser un espacio otro, alejado de politizaciones y normativas de pensamiento único. Bifronte quiere ser libre. Por eso su primer número homenajeó a Guillermo Cabrera Infante y luego atendió la pluralidad de la literatura cubana a través de algunas voces notables dentro de la narrativa contemporánea. La lucha de Bifronte no es contra el régimen ni tampoco contra la Iglesia, por ejemplo, que renunció a dar su apoyo a partir del segundo número, sino contra la mediocridad que reina en la sociedad cubana actual. Es el clamor de sobrevivencia por encima de todo aquello que nos hace débiles al vivir en la confusión y el miedo.

No como mero proyecto de publicación literaria, sino como anhelo de tantos poetas e intelectuales cubanos, Bifronte debe merecer la tolerancia y la comprensión de todos; hallar espacio en el corazón de la Iglesia y dejar de ser vista como una adversaria por la oficialidad. Los que sueñan con revistas como estas son cubanos, forman parte de este pueblo y de este país.

© cubaencuentro

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