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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Cine

«No se debe usar la censura sobre ningún criterio»

Entrevista con el cineasta cubano Rolando Díaz, cuya última película, 'Cercanía', se estrenó recientemente en Miami.

Indagación y tolerancia. Esta es la ecuación que insinúan los protagonistas de Cercanía y que parece guiar el trabajo de su director, Rolando Díaz. Tras realizar Melodrama y Si me comprendieras, el cineasta cubano regresa a las pantallas con esta película, donde recupera lo mejor de sí mismo y hace cine vivo —discutible, pero honesto—, lo que no es poco en el cementerio cinematográfico que se está convirtiendo el cine cubano de un tiempo a esta parte.

Cercanía, película llena de interrogantes, se presentó oficialmente en agosto pasado en Miami y tendrá su premier europea en Berlín el próximo 24 de enero.

El Festival de La Habana ha cerrado sus puertas y, que sepamos, su película más reciente, 'Cercanía', no fue exhibida en el mismo, a pesar de haber sido inscrita en tiempo y forma.

Imaginaba que eso iba a pasar. Lo que sucede es que siempre he deseado que la pelota no quede en mi terreno. Todas las películas que he realizado fuera de Cuba, las he enviado al Festival de La Habana. Hasta ahora habían hecho exhibiciones limitadas, truqueadas en todos los casos, pero Cercanía es demasiado fuerte para el presente. Hablar de los cubanos de Miami como seres humanos normales, con sentimientos, capaces de sufrir, amar, reír y odiar, es imposible de asimilar por la Cuba oficial.

Sin embargo, los extranjeros que han visto Cercanía no entienden por qué no se exhibe en Cuba. La ven como una película esencialmente humana, pero tienen una mirada inocente, de personas que no conocen que en Cuba el solo hecho de no ser "revolucionario" es un problema grave y la película está habitada por personas que nunca creyeron en la Revolución o se arrepintieron de haber sido revolucionarios.

¿Qué ha querido contar en su nueva película?

He querido hacer un homenaje a mi padre. Él fue de los que nunca creyó que la Revolución era una solución para la nación cubana, y vivió toda su vida con esa angustia dentro. En el tiempo en que creí fervientemente en el proceso cubano, nunca lo escuché. Nunca tuvo un espacio para que sus opiniones fueran tenidas en cuenta, aunque él, sin una valentía excepcional, porque era un hombre sencillo y tranquilo, siempre defendió su postura e hizo mucho por no romper la familia. Murió en Cuba y nunca más pudo ver la inmensa parte de sus seres queridos que se fueron a vivir a Miami y lo más trágico, nunca pudimos darle la razón en vida.

Heriberto, el protagonista de Cercanía, tiene mucho de él y otro tanto del abuelo de mi hijo David, el mayor, un hombre rebelde muy extrovertido, con una gran intuición para el pequeño negocio y de gran ímpetu. Esa síntesis de personalidades, la interpreta genialmente el actor Reynaldo Miravalles.

Por otro lado, necesitaba contar esta historia, sentía una deuda muy grande con esa inmensa ciudad que es Miami, que alberga a más de un millón de compatriotas y que una buena parte de la prensa demoniza sin rigor alguno. Además, el cine cubano realizado en la Isla, por razones obvias, nunca le ha dedicado una mirada de respeto a esa realidad. Ha sido muy emotivo para mi realizar una película sencilla, sin pretensiones, que hable sobre ellos. La recepción que la película ha tenido en Miami me ha hecho muy feliz. Sólo me falta, para cerrar el ciclo de la felicidad, que sea vista en Cuba, y sé que algún día va a suceder.

¿Qué fue primordial: la necesidad artística o la deuda como intelectual comprometido?

Me resulta difícil responder esa pregunta. Soy una persona muy emotiva, que crea y escribe historias por impulso. No me considero un intelectual.

Mis reiterados viajes a Miami, en principio por motivos familiares y de amistad, me fueron acercando cada vez más a una realidad que, como ya dije, quería reflejar de alguna manera. Sentía una deuda también con una película excelente, El Super, de León Ichazu y Jiménez Leal, que nunca ha sido integrada dentro de lo que en realidad debería llamarse cine cubano, como otras tantas películas que corrieron igual suerte.

Estoy convencido de que esa película en particular hubiera arrasado en muchos festivales y conquistado muchos públicos; es sencilla, grácil y profunda a la vez, con actuaciones memorables, pero tuvo el estigma de haber sido realizada fuera de Cuba y eso significaba que no estaba reconocida por el cine revolucionario, que en aquellos instantes, casi como ahora, dominaba (desde el punto de vista de la representatividad de "lo cubano") todo el espectro de los festivales internacionales y hasta el de algunas casas de distribución.

Ahora me estoy inclinando más en la respuesta hacia el compromiso del cineasta. Como vez, creo que fui impulsado por las dos cosas: la necesidad artística y la deuda como cineasta con "otro" cine al que no le pude hacer justicia en su momento.

En 1989, Jesús Díaz (su hermano) realizó la película 'Lejanía'. ¿Podría considerarse 'Cercanía' un homenaje a Jesús o una invitación al acercamiento entre los cubanos desde la otra orilla?

También es las dos cosas. Es bastante claro que Lejanía y Cercanía no son un simple juego de palabras. Mi hermano Jesús fue una persona muy importante en mi vida. Sé perfectamente que él hubiera tenido una mirada como esta, de acercamiento en estos tiempos (aunque contando una historia a su manera, por supuesto). En su época, que nunca negó, de militante revolucionario, hizo Lejanía, que curiosamente fue considerada una película polémica en su tiempo, a pesar de tener una mirada sesgada que Jesús después reconoció.

También está implícito un deseo en Cercanía porque las personas que diverjan en criterios, incluso duramente enfrentados, intenten entenderse. Por supuesto que hay una invitación a la comprensión del otro, aunque la película es lo que es y no lo que yo quiero que sea.

Doce años después, ¿las críticas contra la realidad cubana vertidas entonces en su filme 'Melodrama' le parecen justificadas?

Melodrama es una tibia mirada de lo que es y fue la realidad cubana. Es una película desinhibida que juega mucho con el sexo, hacia el que tiene una postura irreverente, pero realizada en un contexto político asfixiante. Es una película de descreídos, una comedia donde ya los personajes no viven, para nada, pendientes de la Revolución, sino que intentan sobrevivir a fuerza de ingenio. No creo, ni con mucho, que fuera la película más crítica de la época, pero su censura me marcó muchísimo, sobre todo porque me engañaron y nunca me dejaron saber por qué la prohibían. Fue, y es, un castigo brutal para un cineasta. Pero debo reconocer que a otros se lo hicieron peor aún.

Debe ser frustrante hacer una película para que luego el gobierno cubano prohíba su exhibición. ¿Puede decirnos su experiencia al respecto?

Estuve mucho tiempo esperando por la exhibición de Melodrama. Me mintieron en varias ocasiones. Que si el laboratorio estaba falto de negativo, que si había roturas en las máquinas, hasta que, harto de tantas mentiras, decidí estrenar la película en Miami, apoyado por el Ciclo de Cine Cubano del Miami Dade College, usando una copia en vídeo que yo poseía. Así intenté que el Festival de La Habana la mostrara o, de lo contrario, quedara como un organismo censor.

La exhibieron y, pese a las muchas limitaciones que practicaron en su programación (la pasaron en una sola ocasión), tuve la tremenda suerte de que asistiera el alemán Peter Schumann, directivo de la Sección Forum del Festival de Berlín. Fue un domingo a las 10 de la mañana, que en el Festival de La Habana equivale a un horario fantasma. Schumann seleccionó Melodrama, descartando la película que el poder oficial quería imponer para enviar a ese importante festival.

En honor a la verdad, debo decir también que un grupo de cineastas cubanos, amigos, me apoyaron en aquella lucha, al frente de la cual, ya muy enfermo, estuvo Tomás Gutiérrez Alea, el cineasta más grande que he conocido jamás. Eso hizo posible que Melodrama se exhibiera en otros eventos de gran importancia, como el Festival de Toronto; también se estrenó en el Lincoln Center de la ciudad de Nueva York.

En Cuba, todavía hoy, continúa prohibida y sigo sin saber por qué, aunque a estas alturas ya no tengo ningún interés por saberlo. Confío en que Melodrama, Si me comprendieras (otra de mis películas que tuvo una historia de desventuras en el Festival de La Habana, contada muy bien por el conocido cineasta australiano David Bradbury en su filme Algunas memorias sobre Cuba) y Cercanía, serán vistas algún día por todos los cubanos que lo deseen. Vivo convencido de eso.

Fuera de Cuba existe un número importante de cineastas que como usted pertenecieron al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). ¿Cómo valora su trayectoria artística fuera del mecenazgo oficial que les ofreció La Habana?

Es una batalla muy dura, por la cual no siempre obtienes una buena recompensa. Hay nombres importantes dentro de lo que ha sido el ICAIC que, aunque han realizado algún proyecto en el exterior, todavía no han logrado sacar adelante lo que desean hacer con más pasión. Así de complejo es este mundo, donde nadie te está esperando con los brazos abiertos, sino que tienen que confluir muchas cosas para materializar un deseo. No obstante, sé que los proyectos de esos cineastas están vivos y en cualquier momento encuentran salida.

En mi caso específico también he realizado múltiples esfuerzos. Cuando salí de Cuba decidí que no iba a tener más jefes, y pasados algunos años armé con mi amigo cineasta canario Aurelio Carnero, la empresa Luna Llena Producciones S.L. Con ella vamos por el tercer largo, el más reciente es La vida según Ofelia, que se estrenará en España en el 2007, y ya estamos metidos en nuevos sueños. Se sufre, se tensa mucho la cuerda, pero es una alegría producir con tus propios medios, haciendo tú las gestiones.

Por supuesto que aquí en España, que es lo que yo conozco, el cine recibe ayudas. No sería justo ignorar el apoyo que hemos tenido de instituciones, básicamente dentro de la Comunidad Autónoma de Canarias. Pero con esos apoyos, que yo entiendo y respaldo porque de lo contrario sería muy difícil abrir un espacio frente a la poderosísima industria norteamericana, no basta para levantar un proyecto y es ahí donde tienes que sacar a relucir tu ingenio y luchar e insistir desde muchos frentes diversos para materializarlo.

¿Es complicado producir cine en el exilio?

Muy complicado, pero estimulante. Se trata de usar la imaginación y motivar a mucha gente con lo que sueñas. Así, luego de persistir hasta el cansancio, terminas por conseguir las cosas. Existen fundaciones internacionales que realizan un excelente trabajo, ayudas gubernamentales como ya te comenté, y el vínculo que puedas establecer con las empresas privadas, los sponsor, son muy importantes y ni qué decir de la familia, en mi caso particular ha sido de un gran apoyo. Además y en lugar prioritario, también tu propia empresa, que termina reinvirtiendo una parte de las ganancias obtenidas en diversos frentes, una vez que separas lo necesario para vivir.

Pero lo más estimulante para mí en todo esto, ha sido la experiencia del mundo democrático, que, sin idealizarlo, me ha demostrado que es posible andar y luchar, desde un universo propio, por lo que quieres. Un ejemplo significativo es que he hecho las películas que he querido y en entera libertad. En mi caso, si hay algo de censura, es la que yo mismo, sin percatarme o enredado en los mundos del subconsciente, o en los complejos vericuetos de la autocensura, me he impuesto. Hasta ahora, nadie que ha leído un guión mío acá lo ha censurado, y hay autoridades, incluso de partidos políticos opuestos a los que me han otorgado la ayuda inicial a un proyecto, que ni siquiera se lo han pensado para apoyarme también. Eso es excelente. No quiero pintar mundos ideales, que no los hay, pero ha sido mi experiencia y es mi deber contarla sin cortapisas.

¿Cómo se explica que los organismos y las instituciones internacionales (especialmente las españolas y norteamericanas) continúen apoyando a una cinematografía oficial como la cubana, al servicio propagandístico del régimen, y por el contrario, las productoras y distribuidoras internacionales no respalden el cine independiente cubano, que sobrevive a duras penas disperso por el mundo?

No deseo entrar en confrontación con los cineastas cubanos que viven dentro. Muchos de ellos son personas muy honestas y amigos. Creo además que hacen un cine que la mayoría de las veces no responde a una visión propagandística de la realidad, sino a visiones personales que, aunque limitadas en ocasiones por diversas situaciones muy complejas —que yo también viví y conozco—, son muy honestas. Lo que sí comparto y reclamo es un espacio común para ambas miradas y que el cine que hacemos fuera de Cuba sea apreciado sin limitaciones impuestas por nadie.

Hay un término que uso a título personal hace algún tiempo: "izquierda cínica". Con él me refiero a los "amigos incondicionales" del poder en Cuba, que bloquean permanentemente los proyectos "no deseados" y, como nos movemos dentro de valoraciones subjetivas (porque, ¿qué es realmente una buena o una mala película?, ¿un buen o un mal proyecto?), te excluyen de muchas tribunas, festivales, encuentros, sistemas de ayudas… en los que puedes expresarte libremente. En ocasiones el daño es muy severo, porque llegan a desplazarte de determinados foros haciendo bandera común con los peores métodos de represión cultural conocidos, pero de manera tan solapada y perversa que muchas veces quedas maniatado para poder denunciarlos.

Tengo ejemplos concretos que yo mismo he sufrido, pero no son para decirlos en una entrevista como esta, la convertirían en algo interminable, aunque soy conciente que son cosas que me quedan por contar y contaré.

Ningún país en reconstrucción puede prescindir de la vida cultural, mucho menos Cuba, que cuenta con un importante grupo de artistas e intelectuales en el exilio. ¿En la Cuba del futuro se tendrán en cuenta a aquellos que han sido excluidos de la cultura oficial?

Es difícil saber cómo será la Cuba del futuro. Pero pienso que es una labor que habrá que hacer entre todos, siempre contando con los intelectuales y artistas honestos y sinceros que están dentro, lejos de los juegos propagandísticos de la cultura oficial, incluso, con quienes mantengan una actitud cívica y conciliadora, dialogante, aunque hayan sostenido una posición política determinada. No imagino un país de odios. El diálogo debe tener un espectro muy abierto. Las revanchas no conducirán a nada. Eso está probado a lo largo de la historia.

Es duro reconocerlo, pero los que de una u otra manera hemos decidido vivir fuera de Cuba, estamos inicialmente "fuera del juego" interno. Atención, eso no quiere decir que no se cuente con los que viven fuera de la Isla en un futuro conciliador, para nada, pero estamos hablando de cosas que competerán más bien a decisiones políticas y lo más importante para la nación es que el futuro se asuma desde posturas democráticas y tolerantes.

Desvelar la magnitud del desastre cometido durante todos estos años será para el pueblo cubano un golpe muy duro, pero se impone restaurar la memoria histórica. ¿Cuál será el papel que este sentido deberán jugar los cineastas cubanos?

Ser honestos. Considero que saldrán a la luz múltiples historias y que se reimpondrá un importante movimiento documental, ahora muy limitado en sus temáticas. Habrá polémica, dolor, enfrentamientos, "verdades" opuestas. Pero si todo esto se ve a través del prisma de la libertad será muy positivo. Lo que sí considero es que no se debe usar la censura sobre ningún criterio expuesto, y cuando digo ningún criterio, hablo de no excluir ninguna mirada, por ajena que nos resulte.

¿Qué pasará con el ICAIC en la Cuba posterior a Castro? ¿Cómo será la generación de cineastas que sobrevivirá a su régimen?

Por supuesto que un gobierno razonable en una Cuba futura, no puede continuar avalando un organismo que centralice la labor de la cinematografía en todos sus frentes. Pero con lo que sueño, y soy consciente de que es un deseo quizás no demasiado realista, es con el nacimiento de empresas productoras nacionales que se las arreglen (coproducciones, Europa jugará un importante papel, también los sistemas de ayuda internacional, y las televisiones, que no se pueden descartar para nada de este entramado) en un mundo que es muy complejo de imaginar.

De lo que no tengo dudas es de que estaré con los cineastas que apoyen una cinematografía nacional, diversa y abierta, con salas para su exhibición, aunque no cumplan rigurosamente con las inflexibles leyes de un cine comercial alejado de la realidad. Me parece muy difícil que se pueda escapar de la tremenda red empresarial que supone Hollywood, pero mi preocupación no estará en impedir eso (lo creo hasta necesario en su justa medida), sino en defender, a toda costa, la alternativa de un cine nacional con espacio para su exhibición. Por suerte, el desarrollo tecnológico, el mundo digital, crea cada vez más oportunidades en este sentido y creo que el público cubano seguirá muy fiel al cine rico y diverso que se les presentará. Ojalá las cosas sucedan de esa manera.

Respecto a los cineastas, no van a faltar, habrá muchos. De los que viven dentro de la Isla (hay un movimiento juvenil muy interesante) y de los que incluso han nacido fuera (conozco grupos de jóvenes en Miami y fuera de él que no tardarán en entenderse con los que hoy viven dentro de Cuba). Suelo ser optimista.

¿Cómo valora la actual proyección internacional de la cinematografía cubana?

Creo que por los motivos antes explicados (en parte), y por razones de cansancio y agotamiento de un tema que se ha reiterado durante mucho tiempo y no hemos sabido (o podido) renovar, la cinematografía cubana en general (la de dentro y la de fuera) atraviesa una fuerte crisis. Estamos demasiado enredados en nuestros propios problemas y sé que resulta duro comprender que estamos dejando de tener un lugar en el panorama cinematográfico actual. Creo que se engañan, tanto críticos como cineastas, que piensen lo contrario. Los elogios desmedidos (sobre todo los no justificados) y la autocomplacencia pocas veces sirven para algo. Falta unión entre nosotros y diálogo abierto, sin complejos.

Me encantaría poder organizar un encuentro entre cineastas cubanos donde estemos todos y se discuta durante días. Por supuesto, no podrían faltar los jóvenes. Ese encuentro podría organizarse bajo el recuerdo y el aliento de dos grandes del cine nacional. Tomás Gutiérrez Alea, hacia quien reitero mi mayor admiración, y Néstor Almendros, quien, a pesar de ser español, vivió con pasión y espíritu crítico el surgimiento del ICAIC y continuó haciendo un cine crítico y necesario sobre Cuba cuando ya brillaba en Hollywood. Quizás no sea el momento, pero ese sería un bonito empeño para el futuro del que tanto hemos hablado.

¿Cree que el diálogo y la tolerancia sean la clave del futuro de Cuba?

Por supuesto, para mí no hay otra opción. Sé también que esa manera de plantearse las cosas traerá mucho dolor e incomprensiones. Será un camino largo y difícil, pero sólo la justicia (con todos los inconvenientes que supone) en un Estado de Derecho, democrático, sustentado en políticos realmente elegidos en libertad, puede ayudar a reconstruir la nación. Sé también que la política en Cuba tiene un triste pasado. La Revolución encontró su justificación para intentar eternizarse (y lo ha conseguido hasta hoy), apoyada en esa turbia etapa de nuestra historia. Ahí radica la principal debilidad para vislumbrar un futuro conciliador.

Pero hay que confiar y trabajar duro, para evitar que se repitan desastres anteriores. Imagino que hayamos aprendido de las experiencias y seamos capaces de construir una nación digna para todos. Sé que hay mucho de idealismo y elementos de simplicidad en lo que planteo. Analizar con lucidez un porvenir tan complejo requeriría de varios y enjundiosos ensayos. Por suerte, tenemos grandes pensadores para que los elaboren (existe literatura al respecto). Yo prefiero pecar de ingenuidad, qué le voy a hacer. Me resisto a pensar que el país no tendrá solución a sus problemas. Ya había comentado en otra respuesta que quisiera ser una persona optimista y soñadora.

© cubaencuentro

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