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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Terror, La Checa, Revolución de Octubre

Un mito fundado en la mentira

La etapa inicial del régimen soviético sentó las bases de lo que vino después. El Gran Terror desatado por Stalin no fue más que una consecuencia lógica de la labor de Lenin

“Al Comité Ejecutivo de Penza:
“Es indispensable aplicar sin piedad un terror de masas contra los kulaks, los popes y los guardias blancos. Encerrar a los sospechosos en un campo de concentración fuera de la ciudad. Telegrafiar ejecución”.
Telegrama enviado por Lenin el 9 de agosto de 1918.

Tras la desintegración de la Unión Soviética, salieron a la luz miles de documentos secretos que antes eran totalmente inaccesibles. Gracias a eso, se pudo conocer la verdad sobre la Revolución de Octubre. Hasta entonces, los herederos y continuadores de su legado crearon en torno a aquel acontecimiento una gran mentira que resultó ser muy rentable. Gracias a ella, durante más de setenta años se mantuvo en el poder uno de los dos totalitarismos que inundaron de sangre varias décadas del siglo XX. Uno, el comunista estaba sustentado en la ideología marxista-leninista; el otro, el nazi, en el nacional-socialismo.

Ya desde que se produjo la toma del Palacio de Invierno, empezó fraguarse el mito. Aquella fue una revolución heroica, en la cual el pueblo ruso se alzó contra sus amos y protagonizó una gloriosa hazaña. A su frente estuvieron los bolcheviques, que tenían como ideal liberar y guiar a los hombres y mujeres para construir un futuro luminoso. Una utopía que aseguraba garantizar la libertad y el bienestar de la humanidad. Pero los documentos, los testimonios y los archivos han sido implacables y han hecho que de aquella leyenda hoy no quede nada en pie.

La primera invención que es necesario desmentir es la de llamar revolución a algo que no lo fue. De hecho, los propios bolcheviques no la calificaron así. Ese fue un mito que nació más tarde. En febrero de 1917, el gobierno imperial se hallaba debilitado por un conjunto de huelgas, así como por la presión de la oposición liberal y los mandos militares. Eso provocó que el zar Nicolás II, desacreditado e incapaz de controlar la situación, se viese obligado a abdicar. Los rebeldes, integrados por un conjunto de organizaciones demócratas, socialistas y anarquistas, asumieron entonces el poder a través de un comité provisional de gobierno, dirigido por el social-revolucionario Alexandr Kérenski. Pero el Soviet de Comisarios del Pueblo, una asamblea popular formada por obreros, campesinos y soldados, también quería gobernar.

Los bolcheviques, el grupo más radical del Soviet, buscaban apropiarse de aquella sedición para derrocar al gobierno provisional, eliminar la asamblea constituyente, apropiarse del poder y establecer la “dictadura del proletariado”. Incapaz de aceptar que se abriera el camino a una democracia pluralista, Lenin recurrió a la fuerza. La noche del 7 de noviembre de 1917, los bolcheviques asaltaron el Palacio de Invierno de Petrogrado, sede del gobierno provisional, y capturaron a todos sus miembros. De inmediato fueron prohibidos los partidos políticos existentes, así como la prensa.

En su momento, aquel golpe de Estado recibió sorprendentemente poca atención en el extranjero. Los bolcheviques fueron hábiles y consiguieron enmascarar su asalto al poder presentándolo como un simple traspaso de competencias del ineficaz gobierno provisional a los soviets. Tampoco puede obviarse el hecho de que los bolcheviques debieron en gran medida su victoria a los imperios centrales, dedicados a la destrucción de la Rusia imperial, esto es, del frente ruso.

De igual modo, hoy se sabe que Lenin actuaba como agente de Alemania. Desde 1914, defendía la idea de la revolución como una vía para lograr la derrota de Rusia. Para que pudiesen llevarla a cabo, antes y durante los acontecimientos de octubre de 1917 los bolcheviques fueron generosamente sufragados por círculos financieros alemanes. Una ayuda que contribuyó a hacer poderoso e influyente su partido. Tras varios años de una guerra de agotamiento y desgaste, los alemanes se enfrentaban a la derrota. Una retirada de Rusia les permitiría poder transferir cientos de miles de soldados al frente occidental, lo cual les daba la posibilidad de salir triunfantes.

Aversión incondicional hacia el proceso democrático

De esa mitología quedan aún otros ejemplos, como el ampliamente difundido de la “cruzada capitalista” contra el joven Estado soviético. No existió tal cruzada, y la guerra civil la libraron las tropas nacionales enfrentadas. Pero me voy a detener en una figura que ha alcanzado la categoría de icono y que casi un siglo después de muerto se sigue venerando. Me refiero, naturalmente, a Lenin, a quien el Diccionario filosófico marxista (1946) define como “el más grande teórico y guía del proletariado mundial y de toda la humanidad trabajadora; creador del leninismo, el marxismo de la nueva época, de la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias”.

A eso se agrega que “sus pensamientos nunca dejaron de concentrarse en la tarea de liberar a los trabajadores”, y en los días de la gran Guerra Patria, “la figura prestigiosa del gran Lenin inspiraba las hazañas inmortales de los pueblos de la Unión Soviética”. Y se concluye afirmando que “el nombre de Lenin, jefe y educador del proletariado mundial, vivirá eternamente en el corazón de la humanidad trabajadora”.

Quienes tratan de legitimar la etapa soviética o por lo menos mantener a salvo algo de ella, sostienen que a Lenin se debe la creación de una revolución auténtica y liberadora. Solo que tras su fallecimiento, esa obra suya fue pervertida por Stalin. Es, por tanto, a este a quien hay que culpar de todos los errores y crímenes cometidos durante décadas.

Como ha hecho notar Anne Applebaum, durante sus muchos años como emigrado revolucionario Lenin era reconocido por su brillantez, pero también era rechazado por su falta de moderación y su espíritu faccioso. Asimismo, antes de que su partido llegara al poder se distinguía por defender posiciones extremas. Quien se tome el trabajo de leer sus famosas Tesis de abril (1917), comprobará que allí refleja claramente su aversión incondicional hacia el proceso democrático y la república parlamentaria. Esa postura fue acogida con hostilidad por la mayor parte de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado, y en cambio halló una recepción favorable entre los nuevos miembros.

Fue Lenin quien en octubre convenció a la mayoría de sus compañeros para que apoyaran una insurrección armada lo antes posible. Sabía que si la transferencia del poder se hacía de acuerdo al voto del Congreso de los Soviets, surgiría un gobierno de coalición, en el cual los bolcheviques deberían compartir el mando con otras formaciones socialistas. Por eso reclamó que se apoderasen del poder mediante una insurrección militar antes de que se convocara el congreso.

No se conoce ningún documento firmado por él, en el cual condene o exprese su desacuerdo con lo que se acuñó como el terror rojo. Existen, por el contrario, pruebas irrefutables de que aquel a quien la propaganda del partido bautizó como “el más humano de los hombres”, no se inhibía en dejar por escrito disposiciones como las que encabeza este trabajo. En aquella orden telegráfica Lenin detallaba lo que se tenía que hacer: “1. Colgar (y digo colgar sin vacilación de manera que la gente lo vea) no menos de cien kulaks, ricos y chupasangres más conocidos. 2. Publicar sus nombres. 3. Confiscar su grano. 4. Identificar a los rehenes. Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente vea, tiemble, sepa y se diga: matan y continuarán matando a los kulaks sedientos de sangre”. Y al final añadía: “Encontrad gente más dura”.

Fusilen sin preguntar nada a nadie

Durante los años de la perestroika, el escritor Venedikt Eroféiev publicó una selección de telegramas de Lenin similares al antes reproducido. Copio algunos: “Al camarada Fiodorov, presidente del comité ejecutivo de Nizhni-Nóvgorod: En Nizhni se está preparando evidentemente una insurrección de los guardias blancos. Es preciso movilizar todas las fuerzas, aplicar inmediatamente el terror de masas, fusilar y deportar los centenares de prostitutas que emborrachan a los soldados, los antiguos oficiales, etc. Sin perder un minuto”. 9 agosto de 1918; “Al camarada Chliápnikov en Astracán: Aplique todas sus fuerzas en atrapar y fusilar a los prevaricadores y los especuladores de Astracán. Es preciso ajustar cuentas con esa basura de modo que lo recuerden para siempre”. 12 diciembre de 1918; “Al camarada Pajkis en Sarátov: Fusilen sin preguntar nada a nadie y sin subterfugios imbéciles”. 22 agosto de 1918. Por si alguien duda de la autenticidad de esos telegramas, aclaro que algunos aparecen reproducidos en las obras completas de quien los firma.

Pero no era Lenin el único que abogaban por el uso generalizado del terror. León Trotski sostenía que “el terror es eficaz contra la clase reaccionaria que no se decide a abandonar el campo de batalla. La intimidación es el medio más poderoso de acción política”. Y de Grigori Zinoviev son estas declaraciones expresadas en septiembre de 1918: “Para deshacernos de nuestros enemigos, debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado digamos a noventa de los cien millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser fusilados”. Lo que no podía imaginar Zinoviev es que, dieciocho años después, su propio fusilamiento prepararía el terreno para los arrestos y ejecuciones en masa de los bolcheviques, ordenados por Stalin entre 1937 y 1938.

Para legalizar el terror de masas, el 5 de septiembre de 1918 el gobierno aprobó el famoso decreto “Sobre el terror rojo”. En él se reconocía la necesidad de “proteger a la República Soviética contra sus enemigos de clase aislando a estos en campos de concentración, fusilar en el mismo lugar a todo individuo relacionado con organizaciones de guardias blancos, conjuras, insurrecciones o tumultos; publicar los nombres de los individuos fusilados dando las razones por las que han sido pasados por las armas”.

Con eso, expresó entonces Félix Dzerzhinski, “nos atribuían finalmente de manera legal aquello contra lo que incluso algunos camaradas del partido habían protestado hasta entonces, el derecho de acabar sobre el terreno, sin tener que informar a nadie, con la canalla contrarrevolucionaria”. A él precisamente le tocaría la responsabilidad de fundar y dirigir “el brazo armado de la dictadura del proletariado”.

Para apoyar el ambicioso plan de los bolcheviques, entró en escena la Checa, iniciales de la Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución y Sabotaje de Toda Rusia. Empezó como una pequeña agencia para investigar y hacer frente a la oposición al gobierno soviético. Sin embargo, a finales de 1917 y principios de 1918, no existía una oposición seria que amenazara al nuevo régimen. A pesar de eso, en los meses siguientes la envergadura y el poder de la Checa crecieron de modo muy notorio. En poco tiempo se convirtió en una policía secreta de nuevo cuño, que estaba por encima de las leyes y de lo que Dzerzhinski calificaba de “juridicismo puntilloso”. Algo que constituía una verdadera revolución copernicana.

No tuvo que esperar mucho la flamante policía secreta para dar pruebas de su efectividad. Fue en la represión contra los funcionarios de Petrogrado, que se declararon en huelga desde que los bolcheviques se apropiaron del poder. Eso incluía a los funcionarios de varios ministerios, los de correos y telégrafos y los administrativos de los ferrocarriles, quienes se organizaron rápidamente. Esa huelga ponía en jaque al régimen soviético, al dejarlo escaso de brazos para ejecutar sus disposiciones.

No solo la prisión, sino la guillotina

El propio Lenin arremetió contra los huelguistas y llamó a implantar “un riguroso orden revolucionario”, que aplastara “sin misericordia los brotes de anarquía entre los borrachos, gamberros, contrarrevolucionarios y otros individuos”. La Checa se encargó de detener a los funcionarios indóciles y al comité de huelga organizado por los sindicatos. De ese modo, la insumisión fue cortada de raíz. Los funcionarios detenidos fueron sustituidos por otros de rango inferior afines al régimen soviético.

Entre el 11 y 12 de abril de 1918, la Checa llevó a cabo otra de sus ostentosas acciones. Realizó una redada durante la cual fueron asaltadas una veintena de sedes de los anarquistas en Moscú. Fueron detenidos 520 miembros, de los cuales 25 fueron ejecutados como “bandidos”. Ese fue, por cierto, un término que, a partir de entonces, se aplicó amplia e indiscriminadamente. Igual ocurrió con el de “enemigo de clase”: nunca se dio una descripción clara de qué era exactamente. Como consecuencia, eso sirvió para amparar las detenciones de todo tipo que aumentaron drásticamente a partir de octubre de 1917.

Una de las razones oficiales aducidas para justificar la represión fue el terror desatado por los blancos, que dejó una cifra de muertos que ha sido imposible precisar. Entre otras causas, porque el Ejército Blanco no tenía una estructura central, sino que estaba integrado por un conjunto de fuerzas que se unieron para luchar contra el bolchevismo.

Pero ante la explicación dada por el gobierno, cabe preguntarse por qué entonces el terror rojo comenzó mucho antes del comienzo de la guerra civil. De hecho, dio inicio desde que los bolcheviques desbancaron al gobierno provisional. El 1 de diciembre, Trotski adelantó: “En menos de un mes el terror va a adquirir formas muy violentas, a ejemplo de lo que sucedió durante la gran Revolución Francesa. No será ya solamente la prisión, sino la guillotina, ese notable invento (…) que tiene como ventaja reconocida la de recortar en el hombre una cabeza, lo que se dispondrá para nuestros enemigos”.

En realidad, el terror rojo estuvo dirigido a erradicar cualquier forma de oposición política e intelectual. Eso dio lugar a que la represión afectara no solo a representantes del régimen zarista, sino también a otros grupos socialistas, como los mencheviques, los anarquistas y los social revolucionarios o eseristas.

El filósofo y escritor ruso Yuri Kariakin reveló en un artículo que en 1922 Lenin ordenó a la Checa preparar una lista para expulsar del país o desterrar a sus lugares más remotos a los más ilustres médicos, historiadores, filósofos. Era el modo de asegurar su estricto confinamiento. Así, en el otoño partía de Rusia el llamado “barco de la filosofía”, en el cual iban 200 personas. Integraban la elite espiritual y moral de la nación. Ese era, apunta Kariakin, el buen resultado del diálogo, de la polémica filosófica e ideológica de Lenin con sus oponentes. Y añade: “Es asombroso que no haya ordenado hundir en la mar ese barco y culpar de ello a los piratas”.

El 30 de agosto de 1918, se produjo un intento fallido de asesinar a Lenin. Eso dio la excusa perfecta para intensificar el terror rojo y darle más poder a la Checa. Inmediatamente después del atentado, en Petrogrado se ejecutó a 512 miembros de la burguesía y las clases altas. El 5 de septiembre, 80 personas fueron fusiladas públicamente. Entre ellas, estaban dos exministros del Interior y el último presidente de la Cámara Alta del parlamento imperial. Y en la segunda quincena de ese mes, la lista de ejecutados se incrementó con 300 personas más. De acuerdo a los datos de los historiadores, ese otoño fueron asesinadas entre 1,600 y 8 mil personas en todo el país. Para los bolcheviques, esas medidas eran una respuesta legítima a los ataques de sus enemigos.

La Checa actuaba libremente y por su cuenta. Realizaba arrestos masivos, detenciones, torturas y ejecuciones, incluso sin procesos judiciales. Cuando estos se hacían, se creaba un tribunal compuesto por tres miembros, a los que se dio el nombre de troika. Los chequistas también aplicaban medidas represivas, que incluían confiscaciones de bienes, privación de alimentos, allanamientos de las casas, expulsión de los domicilios, divulgación de listas de “enemigos del pueblo”.

Una organización repleta de criminales y sádicos

Las checas provinciales, en particular, se excedían en la brutalidad, pues no tenían temor de ser denunciadas por diplomáticos o corresponsales extranjeros. Por otro lado, se establecieron los primeros campos de trabajo forzado. En mayo de 1919, la cifra de reclusos que había en ellos era de 16 mil; en septiembre de 1921, ascendía a 70 mil. A eso hay que agregar que se fomentó la delación. En la Rusia de Lenin, el terror y el crimen en masa pasaron a imponerse como forma de gobierno.

Las cifras de muertos correspondientes a esa etapa varían de acuerdo a las fuentes que se consulten. El historiador Serguéi Volkov sostiene que entre 1917 y 1922, los bolcheviques acabaron con la vida de hasta 2 millones de personas. Sea esa u otra la cifra exacta, lo esencial es que arroja luz sobre el sangriento legado leninista. Un dato que puede ilustrarlo es que en varias semanas, la Checa ejecutó de dos a tres veces más personas que las condenadas a muerte por el imperio zarista, aunque conviene decir que a algunas de ellas se les conmutó por penas de trabajos forzados.

La violencia de la Checa llegó a ser de tal magnitud, que el 25 de octubre de 1918 en los medios dirigentes se llegó a poner en tela de juicio su actuación. Mijaíl Olminski, amigo cercano de Lenin y miembro del equipo editorial del diario Pravda, acusó a la policía secreta de considerarse por encima del Partido. Nikolái Bujarin y otros militantes veteranos solicitaron medidas para limitar “los excesos de celo de una organización repleta de criminales y de sádicos, de elementos degenerados del lumpen-proletariado”. Lev Kámenen fue más allá y pidió que sencillamente se eliminara.

Para poner freno a esas críticas internas, el gobierno limitó el poder de la Checa. Pero eso fue solo en el papel, porque en la práctica lo potenció. Para 1922, la Checa contaba con 137 mil soldados, 94 guardias de frontera y 31 colaboradores. En tiempos del terror rojo, Dzerzhinski hizo publicar el periódico El Semanario de la Checa. En él se hacía propaganda de la labor de esa policía secreta y se estimulaba “el justo deseo de venganza de las masas”. Asimismo, se relataban sin pudor ni reservas detenciones, ejecuciones e internamientos en campos. El periódico circuló durante seis semanas, entre septiembre y octubre de 1918.

Finalmente, tras la victoria de la guerra civil la Checa fue restructurada y pasó a llamarse Dirección Política del Estado (GPU). En esa refundación, se eliminó lo de “extraordinaria” para convertirse en una institución permanente como aparato de represión. Luego el GPU dio paso a la Dirección Política Estatal Unificada (OGPU), al Comisariado del Pueblo del Interior (NKVD) y, por último, al Comité de Seguridad Estatal (KGB). Todas esas organizaciones replicaron las medidas represivas de la Checa, que es reconocida como una de las fuerzas de inteligencia más brutales de la historia de Rusia.

Esa etapa inicial del régimen soviético explica la continuación estalinista y su atroz balance. El Gran Terror desatado por Stalin no fue más que una consecuencia lógica de la labor de Lenin, quien sostenía que “un buen comunista es también un buen chequista”. En ese sentido, es oportuno reproducir unas palabras escritas en 1995 por el brillante filólogo e historiador Dmitri Lijachov:

“Uno de mis objetivos es destruir el mito de que la época más cruel de la represión comenzó en 1936-1937. Pienso que en el futuro, las estadísticas mostrarán que la oleada de arrestos, condenas y destierros ya había comenzado a principios de 1918, incluso antes de la proclamación oficial, en ese otoño, del «terror rojo». A partir de ese momento, la ola simplemente se hizo cada vez más grande, hasta la muerte de Stalin”.

© cubaencuentro

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