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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Contrainteligencia, New criticism, Literatura

Contraespionaje y teoría literaria

A primera vista capturar espías y analizar poemas no parecen dos actividades con una relación muy cercana. Pero cuando se llevan a cabo a plenitud, surgen puntos de contacto entre ambas

Enigmática, siniestra y compleja, la vida de James Jesus Angleton ha inspirado literatura y cine por igual, incluso programas de televisión: Harlot’s Ghost, de Norman Mailer; Orchids for Mother, de Aaron Latham; The Good Shepherd, con Matt Damon y dirigida por Robert De Niro; el personaje de Cigarettte Smoking Man en la serie X-Files. Ello para no hablar de biografías[1], ensayos, artículos y documentos gubernamentales. Todo en esa inmensa bibliografía nos ofrece detalles, anécdotas y análisis de ese fumador empedernido, alcohólico hasta la muerte y analista brillante y paranoico. Y siempre falta algo, queda mucho por descifrar en una trayectoria que a veces da la impresión que terminó en la frustración, el fracaso, y otras que se adelantó y más que predijo conformó la sociedad en que vivimos hoy.

El personaje

Angleton (1917–1987) fue reclutado para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), antecedente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), durante la Segunda Guerra Mundial. Se unió a la CIA en 1947, y desde 1954 a 1975 fue su jefe de Contrainteligencia. La noche de Navidad de 1974 anunció su retiro, luego de conocerse su participación en un programa masivo e ilegal de vigilancia doméstica a luchadores por los derechos civiles, manifestantes en contra de la Guerra de Vietnam y miembros de diversas organizaciones que disentían de la política del Gobierno de Estados Unidos.

En sus casi 30 años de permanencia en la CIA acusó al primer ministro sueco Olof Palme, al canciller de Alemania Occidental Willy Brandt y al primer ministro británico Harold Wilson de utilizar su acceso a los secretos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, NATO) para beneficio de la URSS. También en dos ocasiones informó a la Real Policía Montada de Canadá respecto a su creencia de que el primer ministro Lester Pearson, y luego su sucesor Pierre Trudeau, eran agentes soviéticos.

Pero igualmente durante ese tiempo sufrió la mayor decepción de su vida. Al saber que su mentor y gran amigo —algunos han llegado a insinuar que su amante—, alguien de quien “había aprendido mucho”, era en realidad un agente de Moscú.

Durante la Segunda Guerra Mundial Angleton participó de forma brillante en los esfuerzos de la inteligencia norteamericana gracias en gran parte a la ayuda del agente británico de inteligencia Kim Philby, quien luego escaparía a Moscú y declararía que durante todo el tiempo había sido un doble agente al servicio de la URSS.

Otros aspectos destacados en la trayectoria de Angleton fueron tanto su labor de protección de criminales de guerra de las naciones del Eje —los que pensaba serían útiles para la lucha que se avecinaba contra el comunismo—, como sus relaciones con la mafia italiana.

La caída de Anglenton dentro de la CIA fue lenta. Probablemente se inició a comienzos de 1963, cuando Philby, su viejo amigo de borracheras y “alma gemela en el espionaje” —quien había estado a cargo de la oficina de asuntos estadounidenses de la inteligencia británica—, reconoció sus largas décadas de espía soviético, tras encontrarse a buen recaudo en la URSS.

La obsesión de Angleton durante toda su permanencia en la CIA había sido detectar uno o más “topos” infiltrados en la Agencia: los dobles agentes al servicio de Moscú. Con ese empeño llegó a crear una especie de “agencia de espionaje para espiar al propio espionaje”, sin percatarse nunca de que dicho “topo” se sentaba con un trago a su lado.

Tal fanatismo —que muchos consideran un índice de locura— lo llevó no solo a paralizar sus propias operaciones de contrainteligencia en una búsqueda inútil sino a mentir a su propio Gobierno.

Fue a mediados de 1962 cuando Angleton y la CIA sufrieron lo que el periodista Jefferson Morley llamó “un fracaso de la contrainteligencia de dimensiones épicas”: el asesinato de John F. Kennedy (JFK).

El supuesto o real asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, un exmarine, se había marchado a vivir en la URSS para regresar a EEUU menos de tres años más tarde.

En sus declaraciones a la Comisión Warren, Appleton dijo que la CIA no le había dado mucha atención al caso Oswald.

Era mentira, posiblemente la más grande de su carrera.

Oswald había sido un sujeto de “intensa” atención para la CIA y Angleton tenía un voluminoso expediente sobre él.

¿Por qué no lo declaró? La explicación más favorable al jefe del contraespionaje estadounidense es que este esperaba que el exmarine le llevaría a encontrar a esos “topos” que consideraba estaban infiltrados en la CIA. ¿Pero eso fue todo?

Morley —autor de The Ghost: The Secret Life of CIA Spymaster James JesusAngleton— plantea la posibilidad de que Angleton “manipulara a Oswald como parte de una conspiración para un asesinato”, aunque luego admite de que no lo sabemos con certeza. Sin embargo, más adelante agrega: “Ciertamente instigó a los que sí lo hicieron. Quien sea que mató a JFK, Angleton los protegió. Él planeó el encubrimiento de la conspiración JFK”.

Morley escribe que tras el fracaso de la fuerza expedicionaria cubana en Bahía de Cochinos, Kennedy, furioso, había dicho: “Tengo que hacer algo con esos bastardos de la CIA” y amenazó con hacer saltar a la Agencia en “mil pedazos”.

Inteligente, amoral y con un patriotismo en que la sospecha hacia todos se mezclaba con una personalidad cínica y sin escrúpulos, Anglenton declaró en una ocasión: “Los padres fundadores de la inteligencia estadounidense eran todos unos mentirosos”. “Lo mejor que uno mentía, lo más que uno traicionaba, mayores eran las posibilidades de ser promovido”.

Consideraba a Allen Dulles y otros pocos como “los grandes maestros”, para luego añadir: “Si usted estaba en una habitación con ellos, se encontraba en un cuarto lleno de personas que —tenía que creer— merecían ir al infierno. Creo que muy pronto me encontraré con ellos allí”.

La literatura

Antes de convertirse en jefe del contraespionaje estadounidense, Angleton parecía destinado a ser un hombre de letras, poeta vanguardista y participante del movimiento conocido como New criticism (Nueva crítica) o formalismo estadounidense.

Con esta teoría literaria —surgida en el Sur de EEUU— han sido asociados críticos estadounidenses e ingleses muy diferentes entre sí y que no formaron una escuela propiamente dicha. Entre ellos T. S. Eliot, F. R. Leavis, Charles Kay Ogden, Robert Penn Warren, John Crowe Ransom y Cleanth Brooks. El libro de Penn Warren sobre literatura aún se emplea en la enseñanza.

El principio fundamental —aunque no único— que propugnaron sus miembros era prescindir de los aspectos psicológicos e históricos en el estudio literario: el texto es lo único que importa, no el autor del mismo. Ante un poema, se debe dejar a un lado lo que el autor quiso decir, su biografía o el mensaje. Nada de eso cuenta a la hora de una valoración.

Mientras se encontraba en Yale, Angleton incluso fue el cofundador —junto con el poeta Reed Whittemore— de una revista literaria de vanguardia, Furioso, de la que Ezra Pound llegó a decir que “era una de las más importantes esperanzas dentro de las revistas literarias en Estados Unidos”[2].

Los vínculos de Pound y Angleton son diversos y extensos. En primer lugar Italia. Nacido en Boise, Idaho, la infancia de Anglenton había transcurrido en Milán, donde su padre, James Hugh Angleton, había adquirido la franquicia italiana de la NCR Corporation antes de la guerra. Su madre, Carmen Mercedes Moreno era mexicana. Luego venían otras afinidades. En Italia Hugh Angleton había desarrollado lazos con la clase empresarial del país e incluso con el Gobierno de Mussolini, al tiempo que participado —al igual que su hijo— como agente de la OSS y brindado información al Departamento de Estado sobre el régimen italiano. De acuerdo a Max Corvo, agente de la OSS en Italia, Hugh Angleton era “ultraconservador” y “no enemistado con los fascistas”.

A finales de los años treinta, Angleton visitó a Pound en Rapallo. En 1939 Pound realizó una gira en EEUU a nombre de Furioso, el único viaje que hizo a ese país durante esa época.

La amistad se mantuvo incluso tras el poeta ser declarado traidor. Ya finalizada la guerra, y mientras se encontraba en marcha el proceso que llevaría a enjuiciar y condenar a Pound, Angleton lo visitó en Génova.

Durante sus años en Yale, en la década de 1930, Angleton estudió a Benedetto Croce y en Furioso —que se extendió desde 1939 hasta 1953— publicó a Eliot, Pound, cummings, MacLeish, Williams y Stevens, entre otros. En su correspondencia, Pound se describió como el “pedro eterno [en español] o lo que sea” de la revista.

El vínculo escritor-espía tiene larga data desde la Edad Media y el Renacimiento. En fechas más cercanas, muchos intelectuales trabajaron como analistas y redactores de informes de inteligencia —durante la Segunda Guerra Mundial, al llegar a Washington, Winston Churchill quiso conocer al hombre que le enviaba informes sobre la opinión pública norteamericana: Isaiah Berlin—; más o menos como espías —Graham Greene, Somerset Maugham en la Rusia de Kerensky hasta un día antes de la Revolución de Octubre—; pretendieron o quisieron serlo sin lograrlo a cabalidad —Ernest Hemingway—; o reclutados para esos fines —el enrolamiento de reclutamiento de miembros de las más prestigiosas universidades estadounidenses (Ivy League), principalmente Yale, para trabajar primero en la OSS y luego en la CIA ha sido documentado[3]—, pero es con el New criticism cuando por primera vez una teoría literaria sirve de fundamento, o es utilizada, como parte de las técnicas de contraespionaje.

Fue Angleton quien empleó por primera vez la frase “un desierto de espejos” para describir la lógica del trabajo de contrainteligencia.

El epíteto se ha convertido en un eslogan de la ciencia del espionaje, y es el título de uno de los mejores relatos de la CIA durante la Guerra Fría[4], pero proviene de “Gerontion” de Eliot.

In 1946, William K. Wimsatt y Monroe Beardsley publicaron un ensayo que se ha convertido en un clásico del New Criticism: “The Intentional Fallacy”, en el cual argumentan contra la importancia de las intenciones del autor o del “significado deseado” en el análisis de cualquier obra literaria. Para Wimsatt y Beardsley, lo que cuentan son las palabras escritas en la página: la importación de significados fuera del texto resulta irrelevante y es potencialmente una fuente de distracción.

Este principio de análisis literario es también clave a la hora de la valoración en el campo de la contrainteligencia.

En otro ensayo, “The Affective Fallacy” —que es una especie de complemento a “The Intentional Fallacy”—, Wimsatt y Beardsley igualmente descartan la reacción personal/emocional del lector como un medio válido a la hora de analizar un texto.

En la actualidad, cualquier agente de inteligencia asume esa actitud cuando realiza un análisis[5].

Aunque el New Criticism ha sido criticado por tratar a los textos literarios como una naturaleza autónoma y divorciada del contexto histórico, y de que sus partidarios no muestran interés por el significado humano, la función social y los efectos de la literatura[6], dichas observaciones resultan irrelevantes o secundarias a la hora de un examen de contraespionaje.

Según William R. Johnson, un oficial de contrainteligencia, que fue reclutado para trabajar en la CIA por Angleton, y que ayudó a editar y publicar Furioso mientras estudiaba en Yale, “a primera vista capturar espías y estudiar poesía en inglés no parecen dos actividades con una relación muy cercana. Pero cuando se llevan a cabo a plenitud, ambas se sustentan en el reconocimiento de patrones. No es simple coincidencia que algunos de los más efectivos oficiales de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial fueran reclutados para la guerra mientras desempeñaban labores como críticos de literatura en inglés. Estaban capacitados para detectar significados múltiples, para examinar suposiciones ocultas en palabras y frases y para captar la totalidad de estructura de un poema u obra de teatro, no solo la trama superficial o las declaraciones”[7].


[1] Ver en especial: James Jesus Angleton, the CIA and the Craft of Counterintelligence, de Michael Holzman.

[2]“The Ends of a State”: James Angleton, Counterintelligence and the New Criticism, ensayo de John Kimsey en: http://scalar.usc.edu/works/the-space-between-literature-and-culture-1914-1945/vol13_2017_kimsey. He utilizado ampliamente las citas y criterios de Kimsey en esta parte del texto. Todas las traducciones son mías.

[3]Cloak and Gown: Scholars in the Secret War 1939–1961, de Robin Winks.

[4]Wilderness of Mirrors: Intrigue, Deception, and the Secrets that Destroyed Two of the Cold War's Most Important Agents, de David C. Martin. Hay edición en español: KGB contra CIA: una guerra secreta e implacable.

[5] En buena parte de los comentarios sobre asuntos cubanos, quienes los emiten son incapaces de asumir dicha actitud, lo que es causa repetida de frustraciones, esperanzas y errores por quienes los lanzan.

[6] La teoría del lector-respuesta reconoce al lector como un agente activo que aporta una “existencia real” a la obra y completa su significado a través de la interpretación.

[7] Kimsey, ob. cit.

© cubaencuentro

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