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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Opinión

El debate marxista

Junto a la disidencia, el exilio, La Habana y Washington, ¿existen vías alternativas para conocer la realidad cubana?

Sorprende el afán de los marxistas cubanos por encontrar asideros en un mundo que sobrevive en medio de las ruinas. Habitan un país con un sistema que no llegó a derrumbarse —como ocurrió con el socialismo en Europa Oriental—, pero que lo único que ha logrado es una salvación fragmentada.

Alguien con un convencimiento verdadero en la existencia de un porvenir para el socialismo —no viene al caso referirse a los montones de oportunistas— se enfrenta a la paradoja de vivir en una nación cada vez más alejada de este sistema político.

Al tiempo que su vida es regida por un gobernante alabado como símbolo de la resistencia anticapitalista, encuentra que esa misma resistencia le impide emprender las transformaciones que cree pudieran evitar una vuelta a una sociedad basada en el lucro. Da la impresión que sus planteamientos sobre el futuro resultan más bien una racionalización para justificar el aferrarse al pasado.

Fidel Castro ha sobrevivido a la caída del Muro de Berlín, libre aún de las huellas de su fracaso. La Habana, los cubanos de a pie, los dirigentes y funcionarios, una pared de una casa, la sombra tranquila de cualquier árbol, no. Políticos y mandatarios latinoamericanos viajan a la Plaza de la Revolución, pero no se detienen a copiar la experiencia cubana. Hugo Chávez y Evo Morales no paran de mencionarlo, pero ni el primero —tras varios años— ni el segundo —en pocos meses— parecen dispuestos a imitarlo fielmente.

Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no se termina. Su esencia es la indefinición, que ha mantenido a lo largo de la historia: ese llegar último o primero para no estar nunca a tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a medias. No se cae, no se levanta.

Paralelismos inevitables

Hace aproximadamente año y medio, un grupo de especialistas llevó a cabo un acto singular en la Isla. Celebró una mesa redonda sobre un tema de cuidado: "¿Por qué cayó el socialismo en Europa Oriental?". No es que fuera un asunto prohibido de mencionar. Tampoco se trataba de una reunión secreta. Ninguno de los participantes sufrió represalias.

Además de la seriedad del debate, es imposible pasar por alto las posibles analogías que una discusión de este tipo genera en Cuba. Más de un comentario descubre una crítica que trasciende a lo ocurrido en la desaparecida Unión Soviética (URSS) y en los países socialistas. No hay que buscar paralelismos y diferencias para que esto ocurra. Es inevitable.

La sombra protectora de quince años transcurridos de la caída del Muro de Berlín a la realización del encuentro, propició el debate. Pero la existencia de las semejanzas también debe haber hecho pensar en la pregunta que nadie formuló: ¿por qué no cayó el socialismo en Cuba? Se puede responder que esta interrogante merece otro debate. Pero también que no es posible en la Isla un análisis a fondo al respecto, con igual libertad de criterio. Se puede hablar del otro para eludir el no poder hablar de sí mismo.

Refiriéndose a la URSS, dice uno de los panelistas, el profesor de la Universidad de La Habana Julio A. Díaz Vázquez, que el "sistema tenía su sustento en la ideología, de la cual se pasaba a la política, y de ésta a la economía". Agrega más adelante que el Partido Comunista soviético fue convertido en un órgano político que terminó sustituyendo todos los medios representativos de la sociedad. Habla de que, tras la guerra civil, el verdadero poder radicaba en el Ejército Rojo.

Ariel Dacal, jefe de redacción de la Editorial de Ciencias Sociales, se refiere a la verticalización excesiva de las decisiones políticas. Menciona la forma en que Stalin estableció una ideología oficial unidireccional y se valió de una eficiente utilización de los medios de divulgación, así como la creación de una fusión nefasta entre poder y verdad. Destaca el fracaso de un modelo que desde el principio se iba negando las posibilidades de cambio.

Francisco Brown, del Centro de Estudios Europeos, saca a colación el fenómeno de la doble moral, "los procesos políticos, electorales, convertidos en algo formal, donde se vota para no buscarse problemas, y donde hay un candidato único, por el que hay que votar". Más adelante hace referencia al hecho de que los clásicos del marxismo-leninismo nunca hablaron de un partido único.

Necesidad de un rumbo democrático

Luego, durante el desarrollo del debate con el público, Díaz Vázquez explica que el modelo "clásico socialista soviético" necesitaba un "enemigo para subsistir; y si no lo tiene, no funciona. Cuando la Unión Soviética resolvió sus relaciones con la periferia, con los países limítrofes, ¿quién se presentaba como el culpable de que no hubiera cosechas en los años 1934, 1935, 1936? La mano del capitalismo".

Todas las referencias anteriores son pertinentes respecto a la situación en la Isla. Quienes participaron en el debate son reconocidos intelectuales cubanos. La mesa redonda apareció en la revista Temas, no. 39-40, octubre-diciembre de 2004. El texto se encuentra en el sitio en la Red de la publicación. Lo importante aquí no es quién dijo qué, sino que en Cuba se debatiera públicamente un tema que —cuando se aborda con la seriedad debida— no deja de provocar comparaciones con el régimen imperante en la Isla.

Más valioso y alentador resulta el hecho de que en todo momento se destacó la falta de democracia en la URSS y los países socialistas. Más allá de las discusiones económicas y las formulaciones sobre modos de producción, fuerzas productivas y formas de explotación, hay una alerta sobre la necesidad de emprender un rumbo democrático. No importa que se esté hablando de Europa Oriental. Todos sabemos que igual ocurre en Cuba.

Cualquier estudioso del marxismo que trate de analizar el proceso revolucionario cubano descubre que se enfrenta a una cronología de vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia, revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en un ajiaco condimentado según la astucia de Castro.

No se puede negar que en la Isla existiera por años una estructura social y económica —copiada con mayor o menor atención de acuerdo al momento— similar al modelo socialista soviético. Tampoco se puede desconocer la adopción de una ideología marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista de Cuba (PCC) como órgano rector del país. Todo esto posibilita el análisis y la discusión de lo que podría llamarse el "socialismo cubano".

¿Qué socialismo?

Mientras Castro se ha negado a emprender reformas al estilo de las llevadas a cabo por China y Vietnam, ha ido disolviendo las bases económicas y sociales que permitían hablar de socialismo. Al mismo tiempo, ha establecido una forma de capitalismo de Estado, donde el Partido Comunista existe pero no realiza congresos, la economía vuelve a estar cada vez más centralizada y el dinero ha recobrado su papel fundamental en el intercambio comercial.

La transformación ha sido tan completa, que resulta más adecuado hablar de "caudillismo de Estado": la centralización absoluta como un medio para mantener el poder absoluto.

Por eso la pregunta de ¿por qué no se cayó el socialismo cubano? puede ser respondida en parte con otra interrogante: ¿qué socialismo? Y luego complementada con otra más correcta: ¿por qué no se cayó el castrismo? La desaparición de un caudillo no es igual a la de un sistema.

En Cuba, el PCC no funcionaba como una estructura monolítica de poder real, que actuaba con una verticalidad absoluta, sino era y es más bien un instrumento de poder del gobernante, que al mismo tiempo ha mantenido siempre dos estructuras paralelas y en competencia de mando.

Castro siempre se ha servido de dos gobiernos para ejercer el poder, ambos propios: uno siempre visible y formado por las estructuras políticas tradicionales; otro paralelo y no oculto, y por lo general más poderoso: un gobierno "formal" y otro "informal". Quienes apuestan por una transición lo hacen siempre operando dentro de las posibilidades de este gobierno formal. Sus limitaciones están dadas en el hecho de que esta maquinaria gubernamental es corrupta, ineficiente y carente de verdadero poder. No importa que no funcione, si realmente no manda.

El otro gobierno, el informal, apuesta sólo a sobrevivir. En la URSS y los países socialistas existía un solo gobierno, el que desapareció por su ineficacia. En Castro, que el gobierno no funcione es una carta de triunfo, porque permite la eficiencia de un mando paralelo.

La salud pública puede ser actualmente un desastre en la Isla. Eso es un problema del gobierno oficial. El envío de brigadas médicas al exterior es un gran triunfo. Esa es la obra del gobierno paralelo, esto es: el poder unipersonal del gobernante. Si el Ministerio de Salud Pública funcionara como un verdadero ministerio, servía un obstáculo a la voluntad del mandatario.

Lo impropio de reducir alternativas

Por supuesto que un modelo así ni se propone ni conduce hacia una sociedad sin clases —meta que, por otra parte, hasta ahora se manifiesta irrealizable en todo el mundo—, sino que establece como paradigma no declarado el principio de sobrevivencia como modelo de conducta ciudadana.

Resulta interesante que en la mesa redonda arriba citada, el conocido ensayista Desiderio Navarro, que formaba parte del público, hiciera referencia a que en el marxismo original el concepto de clase es determinado de dos maneras: por la propiedad de los medios de producción y por la distribución del producto social. Aunque sin hacerse referencia a la situación actual cubana, quedó claro que la distribución desigual del producto social había creado una nueva sociedad de clases en la Isla.

Nada nuevo, se podría argumentar, pero el solo planteamiento del hecho evidencia lo impropio de reducir las alternativas en Cuba a un enfrentamiento entre gobierno y disidencia, La Habana y Miami, la Plaza de la Revolución y Washington, el régimen castrista y los gobiernos europeos.

Seguir ignorando los diversos sectores que se mantienen alejados de la oposición declarada —y transitan una vía que va de la pasividad a la aceptación oficial—, contribuye poco al sostenimiento de los factores de cambio que pueden paliar la polarización extrema que vive el país.

Si el apoyo a la disidencia debe ser un objetivo fundamental del exilio, el reconocimiento de vías alternativas —alejadas del oportunismo aún sin practicar una oposición declarada— sí contribuye a la esperanza de que se pueda fundar una sociedad plural en el futuro cubano. No hay que estar de acuerdo con lo que opina todo el mundo para estar a favor de que todo el mundo tiene derecho a opinar y a participar en los destinos del país.

Doble aislacionismo

Repito que conocer la existencia de debates de este tipo permite tener una visión más completa de la realidad cubana. No se trata de practicar la complicidad o de conformarse con una mirada ingenua. Lo limitado de estos encuentros y opiniones —y de que su destino sea en gran parte el lector que vive en el exterior y no el público de la Isla— no constituye razón suficiente para descartarlos.

Desde la llegada del presidente George W. Bush al poder, las posibilidades de intercambios entre profesores e intelectuales residentes en Estados Unidos —sean estos norteamericanos o exiliados— se han visto reducidas al mínimo. Ya bastante excluye Castro para sumarse a esa actitud.

El mandatario cubano ha ido cerrando brechas y reduciendo alternativas, incluso entre sus seguidores más cercanos. La práctica del aislacionismo es una de las razones de su existencia. No hay que sumarse a ese juego. Cuando el debate sobre el futuro de la revolución se define por las palabras del canciller Pérez Roque, asistimos a un diálogo sin el sonido y la furia, donde apenas queda el balbuceo del idiota. Reconocer a otras voces con mayor autoridad moral e intelectual para participar en esa discusión es una forma de alentarla.

Son muchas las contradicciones en que viven quienes aún defienden una vía socialista para la Cuba del futuro. Ya he señalado la que quizá es la más importante: quien constituye la principal garantía para impedir el establecimiento de un capitalismo, al estilo norteamericano, es a la vez el principal obstáculo a la hora de buscar soluciones de acuerdo con un pensamiento revolucionario.

Vale la pena repetir que Fidel Castro ha decidido mantener congelado el país gracias a su calurosa relación con Chávez. A los marxistas sólo les queda debatir ocasionalmente —por dos horas y media—, mientras aguardan desprovistos del poder necesario para llevar a cabo la transformación del mundo. Eso fue lo que Marx le pidió a los filósofos.

Pero en Cuba, ellos tienen que contentarse con poder a veces interpretar lo ocurrido en unos "países hermanos", que dejaron de serlo porque sus dirigentes y ciudadanos se cansaron de pertenecer a una familia miserable.

© cubaencuentro

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