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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Opinión

El postcolonialismo de izquierda

Europa, intelectualidad y antiamericanismo: ¿Quién piensa en Cuba?

El ensayista y filósofo español Santiago Alba Rico, autotitulado un "diletante de amplio espectro" y firmante default de cuanto documento favorable al régimen de Fidel Castro se redacta en Europa, tiene al menos un ¿mérito?: se presenta ante la opinión pública de su país tal como es, un clásico oportunista postcolonial de izquierda.

Aunque en general la especie porta en sí misma un método anticonceptivo —que crece en la misma medida en que el castrismo abofetea la cara de la izquierda democrática internacional—, podría decirse que personajes como Alba resultan francamente folclóricos, si no fuera por lo que subyace.

Alba se comporta al estilo de esos personajes que cualquiera puede encontrarse en un aeropuerto, adonde se ha ido a enviar un paquete de medicinas a Cuba. De esos que te preguntan cuántos años hace que estás fuera de la Isla. Y le respondes. Y le dices que no te permiten regresar (aunque tampoco lo deseas) porque ejerces la libertad de expresión fuera de la Isla. Y le cuentas el rosario de prohibiciones, censuras, miserias humanas y económicas, y represiones. Y cuando crees que lo ha entendido todo, te dice que es cierto, y lo lamenta, "pero Cuba debe resistir el embate del imperio". Un irrespeto absoluto por los dos millones de exiliados, de todos los colores ideológicos, y por otros tanto que dentro de la Isla desean decidir por sí mismos.

Folclorismos aparte, Santiago Alba es uno de los más fieles exponentes de algo que en pleno siglo XXI podría llamarse "postcolonialismo español", junto a Belén Gopegui, Alfonso Sastre y Pascual Serrano, entre otros. Sus frases son perlas de escaparate: "(Cuba) ha avanzado mucho, de forma incomparable a otros países de la región", responde a un periodista del diario asturiano La Nueva España, quien le replica: "¿Es exportable el modelo cubano?". "Depende", agrega Alba. "Ellos no quieren lo que tienen hoy, ni nosotros para ellos. Pero no se trata de la vida en Cuba, sino de lo que está en juego allí".

Y el duelo continúa.

"¿Trasladaría usted su residencia a Cuba por principios?", cuestiona el periodista. Y, sin pelos en la lengua, Santiago Alba abre su propia (y portátil) caja de Pandora: "A mí no me gustaría vivir en Cuba, pero no se puede juzgar aquello por lo que a un occidental educado en el modelo de consumo destructivo, le guste o no. Los propios apetitos o inclinaciones no constituyen un criterio verdadero".

El filósofo español debía haber comenzado por esa frase, y ya quizás habríamos ahorrado toda la presentación; aunque no se detiene: "Allí (en Cuba) hay más democracia que en Europa y, probablemente, menos libertad (…) Allí hay que mejorar los medios estéticamente, pero hay más libertad de expresión que aquí".

Heroicidades ajenas

La cercanía de algunos intelectuales europeos, latinoamericanos y norteamericanos con los tres o cuatro regímenes totalitarios existentes en el mundo hoy día es, cuando menos, ética y geográficamente dudosa. La tentación de solicitar heroicidades y actos épicos a los cubanos, ha ido acompañada de sinuosos factores que se mueven entre las aguas del oportunismo y la "aversión" hacia los procesos democráticos:

-La idea de que Cuba (léase el dictador y su régimen) debe resistir ante "el imperio", y dichos intelectuales o políticos están dispuestos a apoyarla (aunque en la distancia), no se extiende ni se generaliza tanto como ellos desearan, pero se mantiene flotando entre la membresía de la izquierda radical.

-La exigencia de sacrificios extremos como la resistencia ante el hambre, la destrucción total y la degradación de valores, e incluso la tesis perversa de que "tener cultura es mejor que tener libertad", constituye el discurso de la imposición de una élite minoritaria, que no consigue más del 5% de los votos en sus respectivos países; mientras se ceba contra quienes ni siquiera pueden aspirar a formar un partido político en la Isla.

-Una de las mayores contradicciones de quienes santifican toda práctica castrista radica en el uso que hacen —para defender el régimen— de los propios instrumentos que Castro anatemiza: los medios de prensa, las campañas electorales, las manifestaciones, el parlamento, las instituciones democráticas y los tribunales independientes.

-Por último, hay también cierto desdén, cierto eurocentrismo de algunos, en un continente decididamente acomplejado ante Estados Unidos. Como en un viaje al siglo XV, la idea consiste en que los indios extraigan y laven el oro para sufragar la próxima contienda. Los cubanos hacen hoy ese trabajo sucio: soportan una dictadura de casi cincuenta años, bendecida por la izquierda radical por su "carácter antiimperialista" y para "autosatisfacción" de quienes, ni soñando, podrían acceder al gobierno por la vía electoral. Cuba es el paraíso perdido de la izquierda incapaz.

Si cuando los atentados de Madrid el entonces presidente español, José María Aznar, hubiera decretado un estado de emergencia, con la consiguiente posposición indefinida de las elecciones generales "por grave peligro terrorista", esta misma élite minoritaria le habría acusado de dictador. No le habrían soportado ni treinta días más en el poder, en nombre de ningún peligro externo ni de ninguna teoría de supervivencia. ¿Tendrían derecho a protestar? Sí. ¿Sería un hecho nacido bajo el signo de la coherencia? No.

Todo lo cual conduce, como casi siempre, al sempiterno problema del antiamericanismo que sacude Europa; no la acción de oponerse a las erráticas decisiones de un gobierno o a las alucinaciones de un presidente, lo cual es absolutamente legítimo, sino el antiamericanismo primario —infantil, tenebroso y enfermizo—, capaz de buscar justificaciones en la barbarie de las Torres Gemelas o de confesarse alegre por las "lecciones" de Katrina.

Y si detrás de toda esta parafernalia ideológica subyace la posición ante Estados Unidos y una larga lista de frustraciones del comunismo internacional, ¿quién piensa realmente en Cuba y los cubanos?

© cubaencuentro

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