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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Opinión

Eusebio Peñalver in memoriam

Ha muerto en Miami un paladín de la libertad.

En los últimos tiempos tengo la impresión de que la gente escribe notas necrológicas sobre todo por la vanidad de figurar junto al muerto célebre. En esos obituarios lo importante no es lo que el finado hizo o dejó de hacer, sino lo que le dijo al autor o las impresiones que compartieron en el viaje a tal sitio o los vinos que degustaron en aquella cena. El asunto es salir en la foto, aunque ésta sea póstuma.

Para esquivar esa tentación, empezaré por declarar simplemente que el muerto al que dedico estas líneas ha sido mi amigo. Pasamos muchos años juntos, en condiciones difíciles. Nos dijimos muchas cosas, inteligentes, tontas o anodinas. Viajamos esposados en furgones policiales, con escolta plural y olivácea. Nos reímos con ganas de los verdugos que nos atropellaban. Compartimos el rancho asqueroso de la cárcel y la esperanza de la libertad.

Ahora mi amigo se ha ido. El cáncer venció la reciedumbre que las bayonetas, el hambre y el confinamiento solitario no lograron doblegar durante casi tres décadas de encierro.

Eusebio Peñalver Mazorra —Peña, para sus amigos—, cubano de Camagüey, era negro y luchó por sus ideales: la libertad, la igualdad de derechos y la dignidad de todos los seres humanos. Combatió, con las armas en la mano, a las dictaduras de Fulgencio Batista y de Fidel Castro.

Terminó la primera campaña con grados de oficial del ejército insurgente. Cuando comprobó que el 1 de enero de 1959 no era el alba de la libertad soñada sino el inicio de una nueva y más ominosa tiranía, se alzó por segunda vez en las montañas del Escambray. Fue hecho prisionero y condenado a 30 años de cárcel en juicio sumarísimo.

El Mandela cubano

Las prisiones del castrismo no han sido amenas para ninguno de los numerosísimos seres humanos que el régimen ha encarcelado desde su implantación en 1959. Para Peñalver las condiciones del confinamiento fueron a menudo doblemente arduas. Porque las autoridades consideraban que los negros cubanos, por definición, tenían que apoyar incondicionalmente a Castro.

El nuevo gobierno había adoptado algunas medidas contra la discriminación racial y se encargaba muy bien de recordárselo, un día sí y otro también, a toda la población de la Isla. Pero además, por diversas razones, Batista había contado con amplias simpatías entre la población de color.

De modo que un revolucionario negro y de origen humilde, que hubiera luchado contra el régimen del 10 de marzo y se alzara luego en armas contra la dictadura castrista era un fenómeno que rompía todos los esquemas ideológicos de la casta dominante —blanca, paternalista, urbana y de clase media—.

Era una persona que atraía como un imán el rencor de los carceleros máximos y la violencia de sus sicarios.

(A quien crea que exagero, le recomiendo que lea el discurso que Castro balbució hace apenas unos días, el 1 de mayo de 2006. En medio de las habituales críticas a Estados Unidos, el dictador vierte un caudal de injurias sobre Peñalver y otros ex prisioneros políticos residentes en Miami. Después de machacarlo durante 28 años en la prisión —"¡28 años!, como si uno fuera pichón de elefante", solía decir Peña— y de desterrarlo durante otros 17, todavía el octogenario mandamás se dedicaba a calumniarlo desde la tribuna, en uno de sus periódicos espasmos logorreicos).

En más de una ocasión la prensa occidental comparó a Eusebio Peñalver con Nelson Mandela. Paralelismo incómodo, ése del sufrimiento. Mandela soportó sus años de cárcel y luego el destino le permitió contribuir desde el gobierno a la evolución de su país hacia un régimen más democrático y equitativo. Peña no tuvo tanta suerte. Pero la libertad de Cuba, cuando algún día vuelva a amanecer, le deberá parte de su luz al denuedo de este hombre negro, humilde, valiente y leal, que supo vivir para su patria y morir sin amo.

"No temáis que se extinga su sangre sin objeto", escribió Miguel Hernández ante el cadáver de Pablo de la Torriente Brau en Majadahonda, "porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan / aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto".

La familia de Peñalver y sus amigos, que éramos su segunda familia, hemos sufrido una pérdida enorme, la de un paladín de la libertad. El pueblo de Cuba también, aunque temo que tardará mucho tiempo en enterarse y aún más en comprenderlo.

© cubaencuentro

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