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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Democracia, Fukuyama, Totalitarismo

Fukuyama, democracia, autoritarismo y el “Fin de la Historia”

En el “Fin de la Historia”, la democracia aún sigue en pie, considera el famoso politólogo estadounidense

El politólogo estadounidense de origen japonés, Francis Fukuyama, publicó hace unos días un artículo en el Wall Street Journal, donde comenta la situación política y económica mundial al cumplirse 25 años de su célebre ensayo “El fin de la Historia”. CUBAENCUENTRO resume y comenta ese trabajo.

Hace 25 años, cuando aún el Muro de Berlín estaba en pie, aunque le quedaban pocos meses de existencia; estaban desarrollado las protestas en la plaza de Tiananmen en China y una ola de democratización recorría América Latina, Europa Oriental, Asia y la región del África subsahariana, Fukuyama lanzó la tesis de que la Historia había terminado, en un sentido filosófico completamente opuesto al predicho por los marxistas. De hecho, fue en buena medida el título de su ensayo lo que le dio fama y fortuna y logró ese milagro ocasional de un texto académico que se hace popular. Entonces muchos repitieron la tesis sin tomarse el trabajo de leerla. De hecho, el título era una refutación concisa de los postulados de Marx, o más bien los mismos postulados pero en un sentido contrario. La Historia (así, con mayúsculas de Marx y Fukuyama) no culminaba en la felicidad igualitaria del comunismo totalitario —dándole razón al hegelianismo primero y al materialismo dialéctico e histórico después— sino en la abundancia capitalista y democrática. Las banderas y las utopías habían sido vencidas por la eficiencia capitalista, el mercado, el ansia de libertad y el consumo.

Sin embargo, ¿cuánto hay de cierto en ese pronóstico transcurridas dos décadas y media? El propio Fukuyama advierte, desde el inicio de su artículo, las razones para pensar que se apresuró demasiado, como Andrés Oppenheimer al escribir La hora final de Castro.

“El año 2014 brinda una impresión muy diferente a la de 1989”, escribe.

Luego pasa a señalar que Rusia tiene un régimen autoritario que intimida a sus vecinos y está recuperando territorios perdidos con la disolución de la Unión Soviética en 1991. China continúa siendo también un régimen autoritario, pero es ahora la segunda mayor economía del mundo, e igualmente ha mostrado sus ambiciones territoriales en los mares del sur y el este chinos. La geopolítica ha regresado con fuerza y la estabilidad política está amenaza en ambos extremos de Eurasia.

Añade que no es simplemente que los poderes autoritarios estén avanzando en el mundo, sino que muchas de las democracias existentes enfrentan problemas, como Tailandia, donde el mes pasado se produjo un golpe de Estado, o Bangladesh, presa de la corrupción política.

“Muchas naciones que parecían haber realizado una exitosa transición democrática, como Turquía, Sri Lanka y Nicaragua han vuelto a caer en prácticas autoritarias. Otras, entre ellas algunas que recientemente entraron en la Unión Europea, como Rumanía y Bulgaria, están plagadas de corrupción”, puntualiza.

Al mismo tiempo, añade, naciones democráticas desarrolladas, como Estados Unidos y los países de la Unión Europea, han sufrido fuertes recesiones durante la pasada década.

Pese a ello, considera que la esencia de su tesis continúa siendo correcta, si bien especifica que ahora tiene un mayor conocimiento sobre la naturaleza del desarrollo político que vio con menos claridad en 1989.

Para sustentar que no se equivocó, recurre a un concepto que también han esgrimido los marxistas, e incluso los políticos comunistas —y que lo sustentan en la actualidad—, aunque ha sido la historiografía francesa la que ha realizado mayores aportes en este sentido: los fenómenos de larga duración.

“El sello distintivo de un sistema político perdurable es su sostenibilidad a largo plazo, no su ejecución en cualquier década dada”, señala Fukuyama.

Para ir más allá de la teoría, enfatiza en el crecimiento económico de la economía mundial —pese a la crisis— y en el aumento de la prosperidad en todo el mundo. Considera que estos factores son el resultado del liberalismo en los mercados y las inversiones. Incluso en países comunistas, como China y Vietnam, las leyes del mercado y la competencia determinan.

Sin embargo, este énfasis en el macrodesarrollo económico deja a un lado uno de los mayores problemas que enfrenta el mundo en la actualidad, y es el aumento de la desigualdad en la distribución de la riqueza. No solo en Latinoamérica y África —donde puede considerarse casi “endémico”—, sino también en EEUU y Europa. Este es un punto que Fukuyama omite al referirse al desarrollo económico.

Es al hablar de la esfera política donde Fukuyama ofrece algunas cifras: de acuerdo al experto en democracia de la Universidad de Stanford, Larry Diamond, en 1974 había solo unos 35 países que tenían gobiernos electos, los cuales constituían menos del 30% de las naciones de todo el mundo. Para 2013, el número se había expandido a unos 120, o más del 60% de la totalidad.

No hay que ser un experto para percatarse de la falacia de estas cifras. En primer lugar, porque precisamente a raíz de la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista, integrado por las naciones Europa Oriental, creció el número de países con procesos electorales más o menos confiables en el mundo, pero en parte por una partición o desglose de territorios: un país se convirtió en varios. Pero sobre todo porque Fukuyama pasa por alto un fenómeno relativamente reciente, y es la existencia de gobiernos autoritarios que celebran y ganan elecciones, como es el caso de Ecuador y Venezuela, con independencia de las acusaciones de fraude que existen sobre estos procesos, especialmente en Venezuela. Así que en la actualidad democracia y elecciones más o menos “libres” no siempre significan lo mismo. ¿O no se celebran elecciones en Rusia? No se trata de falsos procesos electorales —como ocurre con Cuba—, sino de naciones donde el control de los votantes apela a métodos económicos, clientelismo y el reparto de prebendas e incluso simples beneficios, o donde una buena parte del electorado trabaja precisamente en puestos estatales (Venezuela).

El propio Fukuyama toca hasta cierto punto este problema, al referirse a la existencia de los países petroleros.

“Muchas de las naciones que son bastiones del autoritarismo más reacio son países con grandes riquezas de crudo, como son los casos de Rusia, Venezuela y los países del Golfo Pérsico, donde la ‘maldición de los recursos’, como ha sido llamada, les brinda a los gobiernos enormes ingresos de una fuente distinta que los propios ciudadanos”.

A eso añade que desde 2005 se ha asistido a lo que podría llamarse una “recesión democrática” y que Freedom House —que mide con un gran número de indicadores la existencia de libertades políticas y sociales— considera que se ha producido una declinación, tanto en cifras como en la calidad de las democracias (integridad de los procesos electorales, libertad de prensa, etc.) durante los últimos ocho años.

Sin embargo, sostiene que esta “recesión democrática” hay que situarla en perspectiva. Si bien resultan preocupantes las tendencias autoritarias en Rusia, Tailandia y Nicaragua, todas esas naciones tenían dictaduras durante la década de 1970. Aunque la “Primavera Árabe” no ha resultado en el esperado cambio hacia una democracia real en varios países, ese cambio sí se produjo en la nación donde se inició, Túnez. Y vuelve a insistir en la existencia de fenómenos históricos de larga duración: “las revoluciones de 1848 en Europa demoraron 70 años en consolidarse”.

El mayor problema que enfrentan las sociedades que aspiran a ser democráticas ha sido el fracaso en brindar la esencia de lo que los ciudadanos quieren del Gobierno: seguridad personal, participación en el crecimiento económico y los servicios públicos básicos (en especial educación, salud pública e infraestructura), que son necesarios para alcanzar las oportunidades individuales.

Aquí sí Fukuyama va a la raíz del problema, y se puede esta de acuerdo con su planteamiento, con independencia de la aceptación o el rechazo del credo neoliberal que una vez lo caracterizó.

“Los defensores de la democracia se centran, por razones comprensibles, sobre la limitación de los poderes de los Estados tiránicos o depredadores. Pero no pasan tanto tiempo pensando en la forma de gobernar de manera efectiva. Ellos están, en palabras de Woodrow Wilson, más interesados en ‘dedicar todas sus energías a controlar que en el gobierno’”, escribe Fukuyama.

Estas palabras se pueden aplicar a la situación cubana —país que por cierto no se menciona ni una sola vez en el artículo—, pero especialmente a buena parte de la política estadounidense y en especial a los partidarios del Tea Party.

© cubaencuentro

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