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Actualizado: 15/05/2024 1:03

Che Guevara, Ventana del lector

Guevara, totalitario total

Los niños repiten como cotorritas, “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Todos son muy jóvenes para pensar qué querría decir este trágico futuro de la consigna

Desgraciadamente este personaje apocalíptico formó, al menos, mi generación. Sus “dos, tres, muchos Vietnams” resuenan en la canción de Silvio: “y descubrió que la guerra era la paz del futuro”. Era más idealizable que los interminables discursos de Castro. Nos vistió a todos de chinos durante la Revolución Cultural; al que no se avenía a su totalitaria ideología lo mandaba a un campo de trabajo forzado, así de sencillo, bien maniqueamente. Fue un Gran Maniqueo que cabalgaba los corceles del Apocalipsis, y mi generación, demasiado joven para saber de los fusilamientos en masa, se creyó aquella utopía suya del “Hombre Nuevo”. Cuando abrimos los ojos se nos había ido la primera juventud y entonces reaccionamos como todo aquel a quien engañan, con odio y deseos de dejar atrás aquella pesadilla que seguía insuflando desde más allá de la muerte la memoria de Guevara. Los niños repiten como cotorritas, “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Todos son muy jóvenes para pensar qué querría decir este trágico futuro de la consigna. No dicen “seremos como Camilo”, porque Camilo es una figura amable y alegre, Guevara es el de la espada flamígera que nunca supo de la alegría.

Conocí personalmente al argentino, que llevaba dentro un enamoramiento con la Muerte que pagábamos todos aquellos por debajo de él.

Si algo tiene que reconocerle la historia es su honestidad. Sanguinario, sí, totalitario, sí, pero si él hubiera hallado una falta en su conducta se hubiera hecho fusilar.

Este es el gran contraste entre este personaje macabro y el embaucador de Castro, Guevara tenía fe fanática en lo que estaba haciendo.

Cuentan que Guevara le dijo a Jaime Oltuski que no sabía de qué escasez hablaban pues en su casa se comía muy bien. La respuesta del guapísimo descendiente de polacos: “¡Claro, en tu casa hay una cuota de ministro!”. A los pocos días la seca respuesta del argentino fue: “Había, Oltuski”.

Ese era otro rasgo de su personalidad enamorada de Tánatos, no poseía el menor sentido del humor, era incapaz de la alegría. Llevaba una vida espartana. Como era poco el tiempo que le quedaba para leer, lo hacía sentado detrás de un clavo en la pared para que si dormitaba el clavo lo despertara. Recuerdo un día, tenía yo 14 años, y me preguntó si era verdad que a mí me gustaba la música “extranjerizante”. Aquella adolescente gallita le contestó que no era extranjerizante, sino extranjera y era lo que a la juventud le gustaba escuchar. No me contestó, se quedó pensativo y perplejo. En otra ocasión asistí a la modestísima boda de una sobrina de Aleida March, donde había solo lo que cualquier hijo de vecino podía tener en aquellos tiempos duros. La presencia del argentino era callada y fantasmagórica entre el jolgorio de una boda —yo le estaba siguiendo los pasos, me intrigaba—, hasta que no pudo más de tanta cotidianidad y se retiró a su despacho. Su único bien terrenal infaltable era la yerba mate, y acosaba a la colonia argentina y uruguaya en Cuba; sencillamente no podía faltarle.

Cuesta entonces trabajo conciliar una persona capaz de escribir muy buenos poemas[1], con el carnicero que fusilaba a todo aquel que él creía debía ser fusilado. No había sadismo en esta actitud sino una personalidad apocalíptica que retumba en todo lo que escribió y dijo. Cuando pronunció el discurso en la ONU en el que dijo: “Esta Humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”, estaba condenando a muchos países de África y de América Latina a un baño de sangre en su futura cruzada, sangrienta e inútil como todas las cruzadas.

Como era una persona de principios rígidos, debe haber comenzado a tener conflictos con el matón de Castro, pero su sentido de la lealtad le impedía disentir abiertamente y, como todos sabemos, fue a morir, queriendo hacer la guerrilla en un país de población tan hermética como Bolivia, país sin salida al mar. En su diario se lee cómo no era una guerra lo que se estaba librado, sino una batalla perdida por sobrevivir.

Siempre me he preguntado cómo hubiera reaccionado cuando Cuba entró en el narcotráfico, o cuando se empezó a promover un turismo solo para extranjeros.

La Historia siempre resuelve los conflictos…, nunca llegó a vivir estas contradicciones con el mundo esterilizado y totalitario en el que él creía y por el que dio la vida.


© cubaencuentro

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