EEUU, Constitución, Elecciones
La Constitución Americana: ¿de verdad es democrática?
La Constitución estadounidense fue concebida para proteger a propietarios de esclavos, tierras y negocios de quienes no tenían propiedades de ningún tipo
El expresidente Donald Trump desató una batalla campal por los colegios electorales de Pensilvania, Arizona, Georgia y Michigan durante las elecciones presidenciales del año 2020. Sabía él que, de ganar esos colegios electorales, ganaría la presidencia a pesar de haber perdido el voto popular. Eso me hizo recordar el libro de Robert A. Dahl ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana?, publicado en 2001, justo un año después de que George W. Bush ganara la presidencia gracias precisamente a los colegios electorales y no al voto popular.
Robert A. Dahl fue profesor de la Universidad de Yale por muchos años, donde dio a conocer su teoría de la democracia pluralista y la poliarquía. Desde allí publicó veintitrés libros y cientos de ensayos y artículos. Fred I. Greenstein lo consideró el mejor teórico de la democracia, y James S. Fishkin dijo que era el mejor entre quienes escribían sobre instituciones y procesos democráticos. De hecho, Dahl fue considerado el mejor de los politólogos de su generación en Estados Unidos y las democracias occidentales.
En ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana?, Dahl argumenta que la Constitución estadounidense posee siete elementos antidemocráticos. Ellos son: 1) la esclavitud; 2) la falta de un sufragio universal; 3) el modo de elegir al presidente de la nación, 4) el modo de elegir a los senadores federales; 5) la representación desigual en el Senado federal; 6) la distribución de poderes constitucionales del Congreso; 7) el poder judicial. Pero antes de comentar esos elementos, es importante subrayar lo siguiente:
En primer lugar, es sabido que la Constitución estadounidense no es democrática y que quienes la fundaron no intentaban ni intentaron crear una democracia sino una república, una nación de leyes. En segundo lugar, la Constitución estadounidense fue concebida para proteger a una minoría sobre la mayoría, y en aquel entonces, cuando se hablaba de minoría y mayoría, no se hablaba de razas, etnias ni géneros sino de propiedad privada. El termino minoría se refería a propietarios de esclavos, tierras y negocios, y el termino mayoría se refería a quienes no tenían propiedades de ningún tipo. Casi todos los fundadores de la Constitución estadounidense eran propietarios de esclavos, tierras y negocios, y por tanto eran parte de la minoría. Como tal, temían que, bajo una democracia, la mayoría podría proponer y votar a favor de la confiscación de propiedades y hasta la eliminación de la propiedad privada. Tal era el temor que incluyeron la propiedad privada entre los derechos protegidos por las Enmiendas V y XIV. Ahora bien, ¿por qué es antidemocrática la Constitución estadounidense?
Según Dahl, la esclavitud, es el elemento más antidemocrático de la Constitución estadounidense. Podríamos citar muchas razones por las que los fundadores de la Constitución otorgaron poderes constitucionales a esa institución tan abusiva y vergonzosa. Por ejemplo, citaríamos las diferencias económicas entre los estados norteños y sureños, siendo los norteños más ricos e industrializados que los sureños, netamente agrícolas y dependientes de mano de obra esclava para competir con las economías norteñas y europeas. Citaríamos también la diferencia demográfica entre estados norteños y sureños, ya que los del norte tenían una mayoría blanca mientras los del sur tenían una mayoría negra. Para los blancos sureños, el abolicionismo era un suicido económico y político porque no solo perderían la mano de obra barata sino también la supremacía política sobre negros y norteños. Los fundadores de la Constitución solucionaron esos asuntos de cuatro maneras: pospusieron el debate sobre la esclavitud por 20 años; contaron a los negros como 3/5 de un hombre blanco; negaron el derecho al voto a los negros; y asignaron dos senadores a cada estado de la Unión sin considerar el número de votantes por estado. Todas esas soluciones eran antidemocráticas. Lo siguen siendo.
El segundo elemento antidemocrático es la falta de un sufragio universal. Es cierto que el derecho al voto es uno de los pocos incluidos en la Constitución antes de que esta fuera votada por primera vez y enmendada con las diez enmiendas primeras. Sin embargo, ese derecho era solo para dueños de propiedades, esclavos y tierras preferiblemente. De modo que ese derecho les fue negado a blancos sin propiedades, negros, mujeres y americanos nativos, casi el 80 % de la población estadounidense en aquel entonces. Y claro, no es democrático un país donde solo el 20 % tiene derecho a votar.
Como tercer elemento antidemocrático tenemos la forma de elegir al presidente de la nación, lo cual no es a través del voto popular sino de colegios electorales asignados a cada estado de la Unión según el número de residentes en cada estado. Asimismo, los miembros de los colegios electorales pueden votar por un candidato distinto al de la voluntad popular. Por ejemplo, los votantes en Florida pueden votar por el Candidato A, pero los miembros del colegio electoral de la Florida pueden votar por el Candidato B. Y dentro de ese marco, hay otro elemento antidemocrático: el ganador se lleva todos los votos. O sea, el candidato ganador, pongamos que republicano, en un estado se acredita los votos del candidato perdedor en ese estado. Al final, para ser elegido presidente de Estados Unidos, lo que cuenta es ganar 271 colegios electorales de los 538 posibles en toda la nación sin importar el voto popular. Y eso no es democrático.
Según Dahl, el cuarto elemento antidemocrático de la Constitución es que originalmente la elección de senadores federales se llevaba a cabo por las legislaturas de cada estado y no por el voto popular en elecciones abiertas[1]. Bajo ese sistema, los votantes elegían a los legisladores estatales y ellos elegían a los senadores federales.
El número de senadores federales por estado es el quinto elemento que Dahl señala como antidemocrático. Reiteramos que los fundadores de la Constitución establecieron dos senadores por estado sin tener en cuenta el número de habitantes en cada uno de ellos, de modo que los estados más poblados tendrían la misma cantidad (dos) de senadores federales que los estados menos poblados. Esto es muy significativo si se toma en cuenta el poder tremendo que tiene el Senado federal.
De hecho, la distribución desigual de poderes legislativos en el Congreso constituye el sexto elemento antidemocrático de la Constitución. Se habla mucho del balance de poderes en la Constitución, pero la verdad es que la cámara menos representativa, el Senado, es más poderosa que la cámara más representativa, la Cámara de Representantes.
Por ejemplo, ambas cámaras comparten poderes como el otorgar y llamar a audiencias, supervisar políticas presupuestarias, impositivas, económicas y militares, y anular el veto presidencial entre otros. Pero a diferencia de la Cámara de Representantes, el Senado ratifica tratados internacionales, aprueba embajadores, miembros del gabinete presidencial y jueces federales y del Tribunal Supremo. Y lo que es más importante: el senado federal destituye y/o exonera al presidente. Entonces, no solo el Senado tiene más poder que la Cámara de Representantes, sino que los senadores por los estados más populosos tienen la misma influencia legislativa y política que los senadores por los estados menos poblados, algo no muy democrático que digamos.
Como séptimo y último elemento antidemocrático de la Constitución está el poder judicial. Importa mucho que las decisiones de la Corte Suprema sean aprobadas por una mayoría simple de 5 a 4, lo cual es bastante democrático, pero los magistrados miembros de esa Corte: a) no son elegidos por el pueblo sino seleccionados por el presidente de la nación y aprobados por el senado federal; b) una vez aprobados, no pueden ser removidos ni substituidos; c) no responden a autoridad alguna, ni inferior, ni superior ni paralela. El resultado es una Corte Suprema con un poder limitado solo por la voluntad y sentido común e intelectual de sus jueces-miembros, y/o por la muerte de estos.
En general, Dahl subraya que de 22 democracias occidentales industrializadas que él lista en ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana?, ninguna adoptó el modelo constitucional estadounidense por ser tan antidemocrático. Hendrik Hertzberg concuerda cuando dice en “Framed up: What the Constitution Gets Wrong?” que la democracia estadounidense ha sido una inspiración para millones de personas en todo el mundo, pero cuando se ha tratado de diseñar un sistema democrático, el modelo constitucional estadounidense no ha tenido muchos admiradores. Entonces Dahl pregunta por qué los estadounidenses de hoy nos regimos por una Constitución tan antidemocrática, escrita hace casi doscientos treinta y cinco años por cincuenta y pico de hombres blancos propietarios de esclavos y tierras y que, por muy inteligentes que hayan sido, no representan la ciudadanía estadounidense contemporánea en términos económicos, tecnológicos, raciales, étnicos y culturales, y por tanto carecen de legitimidad política.
Dahl responde su propia pregunta diciendo que, de los siete elementos antidemocráticos de la Constitución estadounidense, tres ya fueron superados. El primer elemento, la esclavitud, fue resuelto con la Enmienda XIII. El segundo, el sufragio universal, fue resuelto del modo siguiente: la Enmienda XV, ratificada justo después de la Guerra Civil, otorgó el derecho al voto a hombres afroamericanos; la Enmienda XIX otorgó el derecho al voto a mujeres blancas y negras en el año 1920; el Acta Snyder concedió la ciudadanía estadounidense a los Americanos Nativos en el año 1924 y, por ende, el derecho al voto bajo la Enmienda XV. Y el tercer elemento superado ya es la elección de senadores federales, pues la Enmienda XVII establece la elección de estos a través del voto popular y directo en elecciones generales.
Por tanto, los cuatro elementos antidemocráticos que aún perduran son: la diferencia de poderes constitucionales entre las dos cámaras del Congreso; la representación desigual en el Senado federal; el poder judicial; y la elección del presidente a través del colegio electoral y no por el voto popular. Pero, por ejemplo, si bien los dos primeros elementos aún perduran, ya no son tan relevantes porque el balance de poderes entre el Congreso y la presidencia se ha inclinado hacia esta última debido a eventos históricos, políticos, sociales y tecnológicos ocurridos con el pasar de los años, y además los presidentes pueden ignorar al Congreso y gobernar a base de ordenes ejecutivas. Es lo que presidentes demócratas y republicanos por igual han estado haciendo desde hace años. En cuanto a la Corte Suprema, aunque sus decisiones tienen que ser aprobadas por una mayoría simple de 5 a 4, aún conserva su configuración antidemocrática y, lo que es peor, demasiado a menudo se involucra en asuntos francamente políticos. Al menos así lo ven muchos juristas, politólogos y millones de estadounidenses, quienes consideran que los jueces del Supremo no solo interpretan la ley, sino que también la escriben, lo que llaman legislating from the bench, estableciendo así leyes y políticas que cambian de forma drástica y directa la vida diaria de los estadounidenses.
El cuarto y último elemento antidemocrático aún no resuelto es la elección presidencial a través del colegio electoral, aunque para muchos eso no es no es un problema sino una ventaja. Por ejemplo, a los republicanos les conviene el sistema de colegio electoral ya que, debido a los cambios demográficos en Estados Unidos, a ellos les resulta difícil ganar elecciones presidenciales a través del voto popular. Recordemos que George H. W. Bush fue el último presidente republicano en ganar el voto popular. Pero asumamos que los republicanos acepten eliminar los colegios electorales: se necesitaría enmendar la Constitución, lo cual, como explicamos ya, requiere de una convención constitucional o de una iniciativa del Congreso, y en ambos casos la enmienda tiene que ser aprobada por las 2/3 partes de la mayoría en el Congreso y en cada estado de la Unión. Es algo muy difícil de conseguir.
Dahl argumenta que, en general, los fundadores de la Constitución se vieron limitados por cuatro factores fundamentales. En primer lugar, estaban la esclavitud y el deseo de proteger la propiedad privada. En segundo lugar, buscaban un sistema de gobierno nacional aceptable para todos los estados de la Unión a pesar de las diferencias demográficas y económicas entre ellos. Algunos de esos estados, incluso, amenazaron con aliarse a Francia o Inglaterra. En tercer lugar, preferían el republicanismo —el imperio de la Ley— como forma de gobierno superior a la democracia, siendo esta, según James Madison, la menos mala entre todos los sistemas de gobierno. Y como último factor estaba el carácter elitista de muchos de los fundadores de la Constitución, muy presente en el espíritu de la convención constitucional. Una buena parte de los fundadores eran abogados, políticos de carrera, dueños de esclavos y tierras, y como tales detestaban y temían a las masas, a las que James Madison describió como caprichosas y apasionadas. Fundadores de la Constitución como James Madison y Alexander Hamilton opinaban que las masas no estaban preparadas intelectualmente para tomar decisiones políticas tan importantes como la elección de líderes políticos. Consideraban también que las masas eran muy vulnerables a la demagogia, propensas a creer ciegamente en charlatanes y, peor aún, rendirse a tiranos.
Dahl nos cuenta en su libro —no fue el primero en hacerlo— como muchos de los fundadores de la Constitución consideraron crear, en vez de un senado, una cámara de lores como en la Inglaterra de aquel entonces. La idea de nominar senadores en vez de elegirlos fue precisamente para asegurar que estos protegieran la propiedad privada. Incluso, por temor a la democracia, las masas y tiranos, la gran mayoría de los fundadores de la Constitución, incluyendo a Thomas Jefferson, en un principio rechazó la creación de un poder ejecutivo, de tener un presidente de la nación, y mucho menos que este fuera elegido por las masas. Alexander Hamilton tuvo que persuadirlos, convencerlos, y Thomas Jefferson aceptó casi a regañadientes y a cambio de que se respetara el poder y los derechos de los estados sobre el gobierno federal como forma de protección contra las masas y los tiranos.
En ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana? Dahl no ofrece remedios para lidiar con los elementos antidemocráticos de la Constitución. No es el objetivo de su libro y no hay mucho que se pueda hacer porque, como Dahl apunta, “the Constitution is virtually democracy-proof”. Además, la gran mayoría de los estadounidenses cree que la Constitución es democrática, la más democrática del mundo. Muchos incluso creen que es perfecta.
Por supuesto, el libro ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana? fue elogiado y condenado por demócratas y republicanos, liberales y conservadores. Básicamente, los elogios y condenas fueron de corte ideológico y político, y hasta por patriotismo y nacionalismo, gente que considera la Constitución un documento casi sagrado y de orgullo nacional, al cual hay que idolatrar como si fuese una biblia. No obstante, una buena parte de la crítica académica recibió el libro con respeto e interés, quizás porque venía de Robert A. Dahl, quizás porque es un libro valiente y sincero pues, que la Constitución estadounidense es antidemocrática es un hecho. Quien no lo vea así debe leer, estudiar detenidamente, The Federalist Papers.
¿Cuán Democrática es la Constitución Americana? es un libro corto, de un lenguaje directo y sencillo, muy lejos del discurso técnico y académico del Dahl investigador y ensayista. Según George Scialabba, del American Prospect, ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana? es un libro corto y sencillo porque no es difícil construir un argumento en contra de la Constitución como documento de culto e idolatría, lo cual fue, según Hertzberg, lo que Dahl hizo. Y para Hendrik Hertzberg del New Yorker, el libro es corto porque está escrito para ser hablado y en realidad casi todo se ha dicho ya sobre el tema. Por nuestra parte, creemos que ¿Cuán Democrática es la Constitución Americana? es instructivo y persuasivo, fundamentalmente para quienes no entienden la democracia estadounidense, en particular para quienes no la han estudiado. Creemos que el libro es útil por igual para quienes consideran la democracia estadounidense un modelo a imitar y para quienes no se atreven a cuestionarla por miedo a que sean tildados de antipatriotas y hasta de traidores.
En conclusión, la democracia estadounidense no es tan democrática que digamos. Nunca lo ha sido porque la Constitución que la rige no es democrática y quienes la fundaron así lo quisieron. El problema es que el tiempo pasó, los fundadores de la Constitución murieron y la nación cambió. Por tanto, muchos de los elementos antidemocráticos de la Constitución son obsoletos, no tienen razón de ser. Por otro lado, el preámbulo de esa Constitución establece que, “We the People of the United States, in Order to form a more perfect Union, establish Justice…” Entonces habría que preguntar, después de doscientos treinta y cuatro años de creada, ¿es la Unión un poco más perfecta hoy? ¿Se estableció justicia?
Seguramente millones de estadounidenses creen que la Constitución está bien como esta. Otro tanto tal vez dirá que la Constitución no es perfecta, pero es mejor no enmendarla pues el remedio podría resultar peor que la enfermedad. Y todavía otros probablemente piensen que la Constitución es demasiado antidemocrática y que para lograr una democracia verdadera y plena hay que enmendarla. O quizás los fundadores de la Constitución tenían razón: las masas se creen que saben de política, pero no, no la entienden bien. En todo caso, con su libro, provocativo como es, Dahl mantiene el debate vivo.
Bibliografía:
- Dahl, Robert A. How democratic is the American constitution? Yale University Press.
- Hertzberg, Hendrik. “Framed Up: what the Constitution gets wrong?” The New Yorker. 29 de julio de 2002.
- Lazare, Daniel. The Frozen Republic: How the Constitution is Paralyzing Democracy. Harcourt Brace.1996.
- Scialabba, George, “Democracy-Proof”. The American Prospect. 18 de junio de 2002.
[1] Originalmente cada legislatura del estado designaba a sus propios senadores, pero desde 1913 con la ratificación de la Enmienda Diecisiete los senadores son elegidos en elección popular directa. (Nota de la Redacción de Cubaencuentro)
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