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Actualizado: 19/05/2024 23:18

OPINIÓN

La nación somos nosotros

¿Tiene legitimidad Fidel Castro para rechazar, en nombre de un país que no ha sido adecuadamente informado ni consultado, las ayudas que no provengan de fuentes 'políticamente correctas'?

El huracán Dennis parece haber dejado una estela de destrucción en Cuba superior a la de cualquier desastre natural en casi un siglo. Ello se suma y mezcla con el prolongado desastre natural que representa la ineptitud de un régimen que ha sumido a amplios sectores de la población a una situación cotidiana de largos apagones y falta de agua.

Las secuelas del ciclón son un obvio reto humanitario, pero también constituyen, para Fidel Castro, un desafío político. Las sorprendentes piruetas retóricas para bautizarlo como ciclón "mercenario" por haber entrado por Playa Girón, compararlo con un ataque nuclear, declarar que se "desmoralizó al chocar con tierras cubanas" y asegurar que "fracasará" en sus intentos de derrotarlo, tienen que ver con una angustia inconfesable. Castro recuerda el fin de Ceaucescu como resultado de una inesperada explosión social, en medio de una concentración oficial para apoyar a su régimen, ocasionada por el malestar de la población por la falta de calefacción y otras escaceses que precedieron su caída.

Desde su perspectiva, el reto no consiste en hacer las gestiones pertinentes y crear condiciones para que la ayuda fluya desde todas partes del mundo hacia el necesitado pueblo cuyos intereses pretende representar. Sus objetivos inmediatos se encaminan por otro lado: cómo traspasar la responsabilidad de los apagones, escasez de agua, escasa oferta de productos alimenticios, y de otros problemas cotidianos ocasionados de manera creciente y durante muchos años por su desastre económico a este desastre natural. De ahora en adelante, el embargo de Estados Unidos y "la agresión del ciclón mercenario" aparecerán en la prensa oficial como únicos culpables de las desgracias cotidianas del ciudadano de a pie.

El estimado oficial de daños ocasionados por el ciclón es de 1.400 millones de dólares, o sea, una sustantiva proporción de la menguada renta nacional. Fidel Castro, sin embargo, ha declarado ya su rechazo a toda ayuda que no provenga de "países amigos" —dejando claramente establecido que no sólo Estados Unidos, sino ningún país de Europa clasifica en esa categoría. Al hacerlo no ha vacilado en mentir nuevamente asegurando que la Unión Europea ya le había quitado la ayuda, cuando en realidad las sanciones europeas fueron exclusivamente políticas. Fue el Comandante en Jefe quien, despechado, rechazó la ayuda a la población que provenía de Europa.

Medidas sensatas y responsables

El objetivo del jefe de Estado cubano es siempre el mismo, aun en medio de esta tragedia que, por supuesto, no toca a las puertas de sus familiares y allegados en Cuba: mantener demonizados a la comunidad cubana en Miami, al gobierno de Estados Unidos y ahora también a los de la flexible Unión Europea, que había dejado en suspenso por un año sus sanciones políticas sin haber logrado la liberación de los 75 disidentes encausados en 2003.

Por otra parte, el Comandante en Jefe cubano —que rechaza esas posibles fuentes de ayuda por considerar que constituyen intentos de manipulación política— parece interesado en aprovechar políticamente la actual situación para fomentar lazos de eterno y ciego agradecimiento de la población hacia la persona de Hugo Chávez, quien ya ofreció ayuda a su "hermano Fidel" a raíz del paso del huracán. No obstante la doble moral de esa operación, muy bienvenida debe ser cualquier ayuda siempre que se dirija de manera real e inmediata hacia las víctimas de este desastre.

En esta hora, ante las inmensas pérdidas —incluyendo las vidas de dieciséis personas— ha de prevalecer la solidaridad humana y la sensatez por encima de toda otra consideración.

Se hace imperativo poner las necesidades perentorias de nuestros hermanos afectados por este desastre, por encima de nuestros conflictos. Es necesario crear de inmediato las mínimas condiciones que faciliten la urgente canalización de ayuda humanitaria al pueblo cubano. Esa debe ser la prioridad de todos en esta hora crítica.

Al tiempo que debe agradecerse la ayuda que cualquier gobierno y agencia multilateral puedan ofrecer, resulta particularmente importante la ayuda humanitaria que pueden brindar los propios familiares a sus parientes y a otras personas. Es siempre necesaria esa eficaz solidaridad que se viabiliza de familia a familia y llega directa y rápidamente a los necesitados, mientras que las que se viabilizan de gobierno a gobierno pasan por las prioridades —a veces arbitrarias y dudosas— de la burocracia. Pero en todo caso, ambas vías no resultan excluyentes, sino complementarias.

Ante esta crisis se imponen dos medidas sensatas y responsables:

Que el gobierno de Cuba despolitice el tema y suspenda los exorbitantes recargos e imposiciones fiscales a las remesas familiares (que hoy son las más caras de toda América Latina), al tiempo que facilite los contactos familiares y el envío o entrada de paquetes a la Isla. Los precios detallistas —ya desproporcionados— en las tiendas dolarizadas del Estado deben, al menos, congelarse hasta superar la presente situación. Una rebaja del costo de las llamadas telefónicas a Cuba —cuyo precio sólo es comparable con las que se hacen a Timor del Este—, sería igualmente bienvenida.

Que el gobierno de Estados Unidos despolitice el tema y suspenda las más recientes regulaciones ejecutivas que restringen los contactos familiares y ponen límites al envío de remesas y productos a Cuba.

'La nación soy yo'

Luis IV es siempre recordado por su arrogante frase: "El Estado soy yo". Fidel Castro actúa de manera tan egoísta, unilateral y arbitraria que parece querer decirnos: "La Nación soy yo". Sus familiares y miembros de su círculo ’ntimo viajan cuando lo desean y no necesitan de remesas. No han tenido nunca que experimentar en estas cuatro décadas la falta de electricidad y agua, las oleadas de mosquitos, la alacena vacía, la imprescindible y ausente medicina para una dolencia. Pero el Comandante en Jefe ha decidido —en nombre de una nación que no ha sido adecuadamente informada ni consultada— que ha de rechazar todas las ayudas que no provengan de fuentes "políticamente correctas".

En nombre de la soberanía nacional, que tan a menudo invoca el jefe de Estado cubano, debería someterse esa unilateral decisión a un simple referéndum popular. Con votación secreta y después de haber sido adecuada y libremente informado de sus opciones, debería consultársele al pueblo de Cuba si estaría conforme con el rechazo de su jefe de Estado y Gobierno a algunas de las ayudas posibles y, eventualmente, a medidas parecidas a las aquí propuestas.

El gobierno de George W. Bush, por su parte, haría bien en hacer otro tanto con la comunidad cubana residente en Estados Unidos. Es recomendable que el mandatario estadounidense ausculte adecuadamente las opiniones mayoritarias en ese conglomerado humano en lugar de tomar decisiones precipitadas —sobre un tema tan sensible en la actual coyuntura—, basándose en la asesoría de unas pocas personas, por respetables que sean sus criterios y trayectorias personales.

Los asesores cubanoamericanos de esta administración deberían tener presente que el mejor modo de servir honradamente los mejores intereses de la nación que los acogió, es preservándola de asumir una posición que aporte municiones a la propaganda de sus adversarios y tenga efectos contraproducentes.

Sería una opción inteligente de parte de la Casa Blanca entrar a considerar seriamente la posibilidad de dejar clara su buena voluntad ante el pueblo cubano, dando este paso humanitario. Y hacerle un llamado simultáneo a Fidel Castro a corresponderlo con otras medidas que ya están hoy a su alcance, como las ya mencionadas en este texto.

De lo que más necesitados están los afectados por este nuevo desastre (mujeres, niños, ancianos, jóvenes), es de que todo cubano que vive en el exterior —sea cual sea el lugar que ocupe hoy en las barricadas ideológicas— contribuya en esta hora a que la sensibilidad humana venza esta vez el egoísmo; la sensatez a la intolerancia; el sentido de responsabilidad a los protagonismos mezquinos; la grandeza de espíritu a las agendas utilitarias.

Que la ayuda llegue al ciudadano de a pie —por múltiples vías y desde diversas fuentes— de manera rápida, suficiente y eficaz. Porque, finalmente, la nación somos nosotros. Todos nosotros.

© cubaencuentro

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