Es ya un lugar común atribuirle a la invención de la fotografía, la decadencia del retrato en la pintura. Si bien esto obedece a un hecho histórico indiscutible, también es cierto que los artistas modernos que continuaron practicando ese arte, le han brindado un giro nuevo al género. Desde Modigliani hasta Picasso o Max Beckman, el retrato ha pasado por la mirada de los pintores bajo una óptica distinta. Esa óptica no olvida que es el ojo que va interpretando durante el transcurso de la confección de un cuadro, y no la cámara de fotografiar que fija en el instante, quien reproduce al sujeto.

La reciente exposición de retratos, que el pintor Heriberto Mora acaba de ofrecer en el Centro Cultural Español, es una buena prueba de ello. Coincidentemente con la misma, otra de retratos fotografiados por Carlos Cardenes tuvo lugar en el “Freedom Tower” del New School for the Arts. En esta muestra la acción de capturar la imagen del modelo queda plasmada en lo instantáneo, brindándole una inmediatez al ser que este artista percibe.

En la muestra de Heriberto Mora, en cambio, el proceso es otro. Ese proceso requiere la utilización de una “instrumentación” de medios que va reproduciendo paso a paso, la imagen deseada.

Quiero decir con esto que Heriberto Mora se adentra en otro territorio donde la materia —el óleo en su caso— se convierte en un medio dúctil para ir descubriendo rasgos y poses, sombras y colores, dentro de un ambiente puramente plástico. Lo inmediato de la fotografía se convierte en alusión poética en la pintura. La plasticidad pues define su aproximación al sujeto escogido por él para crear sus retratos.

En otras palabras, que si analizamos el cuadro bajo un aspecto puramente pictórico, nos daremos cuenta que tras las apariencias del retrato, la mano del pintor va dejando otras huellas.

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