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Actualizado: 23/04/2024 20:43

Exilio, Miami, Trump

Mi acto de repudio en El Versailles

“Ardió Troya en el Versailles”

A veces, muchas veces, me repugnan a los cubanos. Son como una cucaracha agonizante boca arriba expulsando ese líquido oscuro que sueltan dando pataletas. Pero no los veo morir. Siguen retorciéndose destilando odio. Me estoy refiriendo ahora a los cubanos del exilio que aplauden con sus patas de cucarachas al presidente Trump. Según una encuesta reciente, la mayoría lo apoya, sin importar la fecha en que salieron de Cuba: hace 60 años o hace cinco.

Después me inspiran una inmensa compasión. Los veo como seres mutilados que cargan heridas abiertas y andan doblados por el peso, la catástrofe, la laceración punzante de saberse sin patria, por haber sufrido —muchos, no todos— sabe Dios cuántos horrores en la isla y el pueblo que maldicen, desde que se fueron. Pobres hombres y mujeres aplastados, condenados, expulsados del Paraíso.

El sábado 26 de septiembre de 2020 en horas de una tarde temprana, fui víctima de un acto de repudio en el Versailles, exactamente en la cafetería que queda al lado del restaurante, donde se acude, con hambre y regocijo de compartir por unos instantes nuestra cultura culinaria e identidad. Me gritaron, me levantaron las manos y los brazos amenazantes, aunque nadie me dio un golpe físico. Era más de una docena de hombres y mujeres en un estado magníficamente delirante a toda voz, buena muestra para ser analizadas por antropólogos y psicólogos junguianos, específicamente junguianos.

“¡Comunista!”, me gritaban, otros se reían burlándose de mí y se miraban entre sí. Me odiaban cuando me gritaban, “¡Vete para Cuba!”, “¡Qué se vaya!”, “¡Qué se vaya!”, “¡Estúpida!”, “¡Comunista!”. Era el estribillo.

El escándalo se formó cuando me tocó el turno de pedir un cortadito y frente a mí había un señor entregándole a una empleada unos documentos, a la vez que le decía: “Ahí está todo, por quién votar y cómo hacer todo”. Yo, en voz baja, estaba muy cerca de él, le pregunté: “¿Por qué usted le indica a una ciudadana por quién votar y que le dé las instrucciones y papeles a las otras empleadas? Votar es un acto libre, es un derecho y un deber, usted parece intimidar”. Y entonces me contestó fuera de sí: “¿Por qué se mete en esto? Lo hago porque me da la gana”, y le dije sin levantar la voz, “Seguro que usted es de los de Trump”. Se puso furioso, ya otros habían escuchado y visto la expresión de rabia de aquel cubano que empezó a hablarme haciendo gestos amenazantes, en voz alta y molesta.

Ardió Troya en el Versailles. Algunos se levantaron de las mesas, muchos se viraron hacia mí, las empleadas empezaron a gritar “¡Trump!, ¡Trump!, ¡Trump!”, pero no tres veces, muchas, muchas veces lo repetían y aplaudían.

Se levantaron los que, con sobras de pastelitos u otra comida en la boca, la abrían escupiendo para unirse al coro y repetir frenéticamente el nombre del presidente. Era su líder, su führer, cómo no defenderlo con todo, aunque se les saliera el café por entre los dientes.

Yo no concebía lo que mis ojos y oídos estaban viendo y escuchando. Me dio un salto el estómago y sentí el impulso de contestarles a todos, mirando a todas partes. Buscándoles sus rostros. “Fascistas, cubanos trumpistas, prepárense porque van a ganar Biden y Kamala!”. Entonces fueron más las risas, se reían con ganas. “¡Vieja comunista!”. Ya la gente ocupaba de pie el centro de la cafetería, allí estaba yo también, casi en el centro, a mi lado se hallaba mi amiga con quien había ido a tomar café allí, que es puertorriqueña, una doctora en medicina con vastos conocimientos en psiquiatría, hoy retirada. No abrió su boca, solo miraba espantada. Ella lleva muchos años viviendo en Miami, nada cubano le es ajeno. Pero esto, esto que estaba viendo, era la primera vez que lo veía, me dijo después muy impresionada.

En un momento me fijé en un joven que tenía muy cerca, que se reía de mí en mi cara. Y le pregunté: “¡Cuándo saliste de Cuba?” me pudo escuchar a pesar de los gritos de aquellas personas fuera de sí. “Hace 10 años, pero no importa cuándo salimos. Trump es el hombre y va a ganar estas elecciones. Trump!, Trump, Trump!”. Y me miraba mientras repetía el nombre. Me dio lástima y le dije mirándolo a los ojos: “Tienes un caudillo dentro. Lo necesitas. Se llama Fidel Castro, pero gritas Trump. Un nazi, un dictador, un criminal, por ése vas a votar.” Aumentó su risa, el número de sus carcajadas.

Dije dirigiéndome a todos, alzando la voz, sintiéndome impotente, para que me oyeran: “Además, no es Trump, es Putin a quien él obedece”. Segundo incendio troyano, mucho más fuerte en el Versailles. Incendio de risas histéricas. Incendio de ira tal y como hemos visto que son los actos de repudio en Cuba. “¡Está loca!” oí decir entre las voces. “¡Es una fidelista!”

La cajera que tenía en frente pidió como en súplica que ya, que se acabara aquella “discusión” sobre política. La miré, pagué la cuenta y nos fuimos. Atrás quedaron las risas, los gritos, incluyendo el de las empleadas que noté nerviosas, de la cafetería del Versailles.

© cubaencuentro

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