Raúl Castro, Cambios, Represión
No Castro, “More Problems”
El castrismo demostró que cuenta con la pericia necesaria para mantener el abismo entre activismo y apatía
Al filo de otro aniversario del fenómeno histórico denominado revolución cubana, los expertos dictaminaron ya que “Raúl Castro está cuidadosamente preparando la sucesión de su hijo Alejandro Castro Espín.” También se comenta que “Mariela Castro tiene más poder [que] un general [mientras] Antonio Castro puede tratar[lo] como si fuera un soldado.”
Estos disparates reflejan ante todo la falsa premisa con que se montó la ley Helms-Burton (1996). Entre sus requisitos para convalidar un gobierno de transición se exige “que no incluya a Fidel Castro ni a Raúl Castro” (Sección 205.7). No se previó que el castrismo duraría tanto que otra generación llegaría al liderazgo.
Pero sobre todo estos disparates rebajan la dictadura castrista a una telenovela de clan dominante y se apartan del debido enfoque sistémico del Estado totalitario: partido único, ideología oficial (ajiaco al gusto con Marx, Martí y el propio Fidel), aparato de represión política y monopolio de las armas, los medios fundamentales de producción y los medios de comunicación masiva.
Estas claves sistémicas pueden seguirse pulsando sin tener el apellido Castro. Fidel y Raúl han pasado más de medio siglo entrenando a mucha gente para preservar post mortem los pilares del castrismo. Así como rodaron Lage y Pérez Roque, como antes Aldana y Robaina, subieron a su tiempo Díaz Canel y Bruno Rodríguez, Murillo y Adel Yzquierdo.
Ni siquiera hace falta provenir del generalato. La dictadura castrista no es familiar ni militar, sino de partido. Y la guerra ya no es cosa de Estado Mayor, sino del Consejo de Defensa Nacional. A sabiendas de que nunca será regular, la guerra se entrelaza constitucionalmente con movilización general y estado de emergencia, ya sea por desastres naturales o por circunstancias que “afecten el orden interior, la seguridad del país o la estabilidad del Estado” (Artículos 67 y 101). No en balde la primera visita de Raúl Castro en el pasado ejercicio estratégico Bastión 2013 fue al órgano de seguridad y orden interior para enseguida ir al órgano económico social.
La situación
La Asamblea Nacional realizó su última sesión ordinaria bajo el panorama de la contracción financiera y de las importaciones, así como la disminución del suministro de petróleo por la crisis en Venezuela. El período especial prosigue con descapitalización y desabastecimiento, pero sin apagones.
Habría que pensar que la contracción provoca apertura para solucionar o paliar, pero no se columbran tales intenciones. Al contrario, muchas joint-ventures de los 90 vienen cerrándose. Ya se prescribió que las firmas inmobiliarias no serán renovadas al término de vigencia ni es prioridad iniciar nuevas obras.
Desde luego que subsistirán las empresas mixtas y contratos de administración vinculados al turismo, pero salvo la minería y el petróleo, los sectores industriales tienen sus asociaciones económicas internacionales en remojo.
Hay tantos apologistas como detractores del parque industrial que se oferta con matices de zona libre en Mariel. El primer obstáculo es la moneda, no sólo por su dualidad, sino porque no acaba de dilucidarse si quienes vengan a producir allí tendrán, para sus pagos internos, que esperar por Certificados de Liquidez (CL) como quienes tan solo venden en el mercado interno.
Hay otro obstáculo: una zona con propósito esencial de exportación no tiene mercado seguro adónde exportar. Aquí se complican hasta las navieras: ¿quién se atrevería a mandar buques a Mariel que luego no pueden tocar puerto estadounidense por seis meses? Vale poco que, por el servicio de contenedores, Mariel se promueva como Singapur del Caribe, máxime si las capacidades portuarias de Miami, Panamá y México se están ampliando.
El porvenir
Ninguna de las teorías clásicas de conflicto político, cambio estructural-funcional y reacción socio-psicológica parece dar curso a la [contra] revolución anticastrista.
Las privaciones cotidianas no parecen ser factores desencadenantes de la [contra] revolución cubana. Ni siquiera Douglas Hibbs pudo atribuirles semejante papel al dar a imprenta Mass Political Violence (1973), luego de revisar los más diversos desórdenes políticos en 108 países (1948-67).
James C. Davies reanimó la esperanza con su J-Curve: la revolución estalla cuando se torna insoportable la disonancia entre las expectativas de satisfacción de las necesidades y las realidades frustrantes. Solo que nadie puede aventurar cuánto aguantarían los cubanos dentro de la Isla. Han pasado más de dos décadas desde aquella euforia por el “ya viene llegando.”
Tampoco puede predecirse la respuesta violenta. Según Chalmers Johnson, el desequilibrio social no es mensurable y la estabilidad política suele mantenerse tanto por salidas gubernamentales constructivas a las crisis como por apretón de las clavijas represivas. Menos aún puede augurarse que los traumas psicológicos individuales determinen violencia masiva.
Otra clave [contra] revolucionaria sería que el descontento llegara al extremo de que grupos de intereses compitieran por el poder. Sin embargo, Ralf Dahrendorf señala que la comunicación intragrupal y la disponibilidad de recursos son determinantes para emprender acciones colectivas contra el orden represivo. Esa doble premisa es aún privativa de quienes están arriba y demasiado extraña a los de abajo en la oposición, disidencia o resistencia.
La fórmula de Neil Smelser: tensión social más responsabilidad del gobierno más intransigencia más debilidad es igual a golpe de Estado, ya sea reformista o radical, parece exigir también un “golpe de suerte” que cierre la brecha entre activistas y apáticos. Robert Goodinn y Charles Tilly consideran tal cierre como decisivo para que otros grupos políticos entren a competir frente al gobierno.
El castrismo demostró ya cierta pericia para mantener el abismo entre activismo y apatía. El quid del Maleconazo (agosto 5, 1994) no estuvo en los manifestantes, sino en tanta gente al acecho sobre o junto al muro del Malecón. Y Castro mismo advirtió bien temprano —en el juicio contra Hubert Matos— que “después del día primero de enero [de 1959] ingresaron muchos que no habían peleado [y] de buenas a primeras el Ejército Rebelde tenía más de 30 000 [efectivos]. Ingresaron hombres de todos los grupos y muchos que no pertenecían a ningún grupo.”
Coda
Y como el pueblo cubano nunca se arriesgará a subirse en un carro que no sea de la victoria, la tradición de presentar cualquier barbaridad como proyecto opositor seguirá sirviendo de consuelo frente a la triste realidad de que no hay proyecto.
La crítica del castrismo ya está agotada (se sabe al detalle todo lo que tuvo, tiene y tendrá de malo), pero no acaba de encontrársele salida (que es cuestión de acciones cuerdas, no de críticas apasionadas). Así que cuando no haya Castro alguno ni en el Buró Político ni en los consejos de Estado ni de Ministros, quienes estiraron el culebrón de Fidel y Raúl a sus hijos tendrán tantos problemas para explicar la continuidad del régimen, que se verán obligados a despacharlo como misterio.
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