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Actualizado: 28/03/2024 20:07

Política, Conservadores, EEUU

Por una vuelta a la esencia del conservadurismo

El conservadurismo de Edmund Burke no se sustentaba en un conjunto particular de principios ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las ideologías

Desde hace años el Partido Republicano necesita de una valoración de sus objetivos y prioridades, y al mismo tiempo liberarse del control que sobre él viene ejerciendo una ultraderecha que apuesta por el populismo ante la falta de una mejor alternativa.

El fracaso electoral del pasado año debe traducirse no en frustración y ansias revanchistas —como viene ocurriendo hasta ahora—, sino en una reflexión que lleve al conservadurismo estadounidense a una vuelta a una posición moderada y no ajena al compromiso, alejada del tribalismo y la intolerancia.

Para ello es necesario dejar atrás esa transformación, que alejó a los republicanos conservadores del pragmatismo y los llevó al fanatismo ideológico. No quiere decir que todos los conservadores y/o republicanos participen de esta tendencia extrema, pero lamentablemente y de forma cotidiana se tiende a identificarlos con dicha corriente, quizá en gran medida —y de forma injusta— por la prensa, pero también al calor de la batalla electoral que hace desaparecer la reflexión política al concentrarse en buscar la victoria en las urnas.

No siempre fue así.

Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, el conservadurismo en Estados Unidos giró en torno a un debate único, que se ha repetido una y otra vez. Analizar ese debate es la mejor forma de comprender esta tendencia.

Lo que se conoce como movimiento conservador norteamericano tiene su origen en las ideas del pensador y político Edmund Burke, nacido en Dublín, Irlanda, quien a finales del siglo XVIII postuló que el gobierno debía nutrirse de una unidad “orgánica”, que mantenía cohesionada a la población incluso en los tiempos de revolución.

El conservadurismo de Burke no se sustentaba en un conjunto particular de principios ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las ideologías. En su denuncia de la Revolución Francesa, Burke no buscaba una justificación a sus planteamientos en una descripción del ancien régime y sus iniquidades, y tampoco proponía a cambio una ideología contrarrevolucionaria, sino que advertía contra todos los peligros de desestabilización que acarreaban las políticas revolucionarias.

Para Burke, lo más importante era salvaguardar las tradiciones e instituciones establecidas en lo que él llamaba “sociedad civil”. Ante el peligro de destruir lo viejo, era mejor tratar de enmendarlo con cautela.

En este sentido, el debate conservador se situaba, para los partidarios de las ideas de Burke, en intentar la forma de enmendar la sociedad civil mediante un ajuste de acuerdo a las circunstancias imperantes en cada momento, mientras sus opositores buscaban una contrarrevolución revanchista.

Lo ocurrido en las últimas décadas —y dicho fenómeno trasciende a la figurara del expresidente Donald Trump— es que dentro del Partido Republicano han adquirido mayor fuerza los partidarios de soluciones extremas, a quienes podríamos llamar “contrarrevolucionarios”, pero cuyas acciones no se destinan a la conservación de un sistema social tal como lo conocemos, sino a su destrucción y sustitución por otro. En este sentido, puede decirse que su esencia conservadora se materializa en una práctica “revolucionaria” —de acción leninista o más bien trotskista— que busca destruir en lugar de conservar.

En realidad, lo que quieren estos “contrarrevolucionarios” es destruir todas las leyes, principios y normas que llevaron a la creación de una sociedad con servicios de seguridad social, asistencia pública y beneficios para los más necesitados.

Los ultraderechistas han ido tan lejos en sus posiciones, que no solo han abandonado cualquier vestigio de los planteamientos de Burke, sino que se han convertido en una especie de comunistas a la inversa, al colocar su práctica populista por encima de sus responsabilidades, tanto legislativas como en el orden del gobierno estatal o municipal.

Una de las razones del avance de estas ideas contrarrevolucionarias en los últimos años —y en especial durante el auge del neoliberalismo— es que en gran parte fueron elaboradas por exmarxistas, quienes cambiaron de la izquierda a la derecha, pero no pudieron superar ni el famoso movimiento pendular de los extremos —advertido por Hannah Arendt—, ni tampoco la sensación de que estaban viviendo tiempos revolucionarios. Ello se tradujo en un fervor absolutista, caracterizado por una política maniquea del bien y el mal.

Los republicanos tienen aún por delante el aceptar su derrota en las urnas —incluso más allá de la elección presidencial— y buscar la vía para crear una política inclusiva y de diálogo nacional. No solo es lo mejor para su partido. Es lo ideal para la nación.

© cubaencuentro

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