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Actualizado: 06/05/2024 0:13

Opinión

Sendas opuestas

Béisbol, espías, mejunje político: ¿Hay algo que une la traición y el juego?

¿Qué hay de común entre un equipo de béisbol y una pareja de supuestos espías? Nada, si no se miran desde Miami. Aquí un evento deportivo y el encausamiento de un profesor y una empleada de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) pueden servir para ilustrar dos actitudes frente al régimen castrista.

¿Hay algo que une la traición y el juego? Mucho, si uno está dispuesto a manipular cualquier hecho en beneficio de una agenda política limitada.

¿Existe un punto donde la mentira y la certeza de un batazo se unen? Nunca, a no ser que se piense como Fidel Castro: si un pelotero cubano hubiera querido o logrado desertar, el gobernante lo habría catalogado de "traidor". Buscar un futuro mejor o intentar convertirse en millonario gracias a una habilidad es un acto de deslealtad hacia el país, cuando la nación se limita al Estado y el gobierno se reduce a la voluntad del mandatario.

Por supuesto que un pelotero y un espía no son iguales. ¿Por qué entonces ese empeño en comparar dos situaciones tan disímiles? Sencillamente porque, en esta ciudad, la mayoría de los exiliados acaba de dar una demostración de madurez ciudadana al no confundir la actuación de una novena de pelota con el deseo de un dictador, al tiempo que unos pocos llevan semanas y semanas tratando de utilizar un caso de espionaje aún no comprobado en la corte para sembrar la intriga y división.

No importa lo que diga Castro. Entre los vencedores del Clásico Mundial de Béisbol está el exilio. No porque todos aquí apoyaran al equipo de Cuba. Tampoco debido a la alegría de quienes aplaudieron el triunfo de Japón. El triunfo es que al final venció la pelota. Las actitudes en favor y en contra de los cubanos fueron variadas y no se dividieron entre quienes llegaron antes y después, no bastó apoyar o rechazar al embargo para ponerse de parte de los jugadores de la Isla. No hubo una línea clara que definió a los que viajan a La Habana gritando ante un jonrón cubano, y a quienes se niegan a cualquier acercamiento mostrándose eufóricos en las derrotas.

Todo mezclado, como diría Nicolás Guillén. Ninguna declaración oportunista de varios miembros del equipo Cuba cambió la opinión de los aficionados de Miami. Predominó una realidad: los cubanos jugaron bien. Uno puede alegrarse o no con lo que lograron. Hay motivos para simpatizar con el equipo y también para preferir a los contrarios. Lo que nunca tuvo justificación fue la intención de impedir la participación de Cuba.

Un triunfo deportivo

¿A qué viene entonces el tratar de meter a los supuestos espías universitarios en el terreno deportivo? Porque con Castro también perdieron los que quieren sembrar el miedo y la división en la comunidad. Y es lógico que cuando surgió el escándalo de espionaje el exilio se sintiera traicionado.

Más allá del resultado de una investigación y un proceso en marcha, el hecho de que dos miembros de la comunidad, que durante décadas han vivido en Miami y logrado triunfos profesionales, trataran de servir como agentes de cambio, brindado información —aunque fuera no militar ni destinada a descubrir secretos de Estado— e intentado influir en favor de un régimen repudiado en Miami produce inquietud y paranoia. Lo normal en esos casos es adoptar una actitud de recelo.

Lo que no tiene justificación es utilizar un caso específico para levantar sospechas sobre una institución académica; practicar un cuestionamiento por aproximación y catalogar de sospechosos o lanzar insinuaciones hacia otros miembros de una universidad o cuestionarse bajo ese prisma a toda una institución académica.

En esta ciudad se pueden seguir dos sendas opuestas. Considerar cada hecho y situación de acuerdo a lo que representa o juzgarla a priori, según pautas ideológicas. El primer camino no está libre de errores. El segundo es un error en sí. Anteponer la valoración política a cada circunstancia es una muestra de que no se ha logrado escapar del totalitarismo, no importa la sociedad o el país en que se viva.

Durante el campeonato de ajedrez celebrado en Filipinas en 1978, la KGB envió a 18 asesores del Departamento de Operaciones Extranjeras, para tratar de asegurar la derrota del desertor Viktor Korchnoi frente al campeón mundial soviético Anatoli Karpov. El evento sería luego recordado, tanto por las jugadas como por las anécdotas de los trucos empleados por los soviéticos, que incluyeron el intento de hipnotizar a Korchnoi. Al final, Karpov se impuso por un estrecho margen. La URSS desapareció sin que lograran impedirlo los hipnotizadores del Kremlin.

Ninguna actuación deportiva asegura la sobrevivencia de un régimen. No hay espía capaz de detener el fin de un sistema. Empeñarse en alimentar la desconfianza —intentar convertir Miami en una plaza cerrada ante todo lo que venga de Cuba— es una actitud ridícula y malsana, como lo fueron en su momento los trucos de la KGB para obtener un triunfo deportivo. Puede servir para alimentar a unos cuantos, al precio de contribuir a que no mejore la situación del pueblo cubano.

© cubaencuentro

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