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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Opinión

Sin fuegos ni liquidaciones

Embargo, ideología y reconciliación nacional: ¿Salir adelante o ajustar cuentas?

En mayo de este año publique en Encuentro en la Red el articulo "La propiedad olvidada" en el que argumenté que las credenciales democráticas de la extrema derecha cubana exiliada son dudosas, que parte de sus raíces están en la dictadura de Batista, responsable de la gestación del proceso totalitario actual y que el embargo norteamericano, en cuya imposición se destacaron desde el inicio prominentes batistianos (recordemos la organización "La Rosa Blanca"), ha sido parte importante de los problemas de Cuba, no de su solución.

El artículo también era un llamado a la derecha exiliada a superar esos problemas y repudiar las tácticas de acoso que había usado contra los que discrepaban de sus posiciones.

Lamentablemente, los artículos que pretendieron refutar mi tesis terminaron confirmándola: La extrema derecha exiliada sigue teniendo una actitud ambigua hacia la democracia, usa los derechos humanos para criticar al gobierno cubano, pero no los adopta como principio.

Es curioso el equilibrismo para evitar una condena explícita a la dictadura batistiana, el sabotaje del avión de Barbados cargado de civiles, o los atentados contra los que han discrepado de sus posiciones políticas o simplemente exponen manifestaciones artísticas gestadas en Cuba. En el conflicto entre dictadura y democracia es difícil ubicar una política que se manifiesta con tanta ambigüedad.

Como dijo el apóstol de Cuba: "Cuando la política tiene por objeto, bajo nombres de libertad, el reemplazo en el poder de los autoritarios arrellanados por los autoritarios hambrientos, el deber del hombre honrado no será nunca, ni aun con esa excusa, el de echarse a un lado de la política".

Retorno al tema de La propiedad olvidada para demostrar que la derecha cubana exiliada falla en tres dimensiones fundamentales: a) su definición de la problemática cubana, b) su respuesta a tal reto, y c) la exigua coalición política nacional e internacional que apoya la agenda que propone. El tema es de la mayor actualidad pues una estrategia democratizadora sólo tiene futuro si se asienta en el compromiso incondicional con el cambio pacífico y la reconciliación nacional y se toma como guía fundamental los intereses del pueblo que vive en la Isla.

Si se comienza por definir el tema de la democracia cubana priorizando la reclamación de propiedades e ignorando la responsabilidad batistiana y del embargo en la actual crisis, no sorprende que se conciban respuestas intervencionistas y antipatrióticas como la Ley Helms-Burton. Tal estrategia requiere entonces una coalición inalcanzable, pues las fuerzas interesadas en un desenlace violento no rebasan a escasos grupos en EE UU, para los cuales la Guerra Fría no ha terminado, los sectores más radicales del exilio y un número reducido de opositores en la Isla. Se pierde de esa forma, la oportunidad de desarrollar una estrategia cubana viable de democratización.

El odio no construye

En las respuestas a La propiedad olvidada no faltaron los insultos ni las disquisiciones sobre mi historia personal, llegando a sugerir que la solución para los "rescoldos ideológicos" entre los que se me agrupa es "fuego" y "liquidación". No voy a entrar en ese pleito de ollas en el que los trapos son más sucios mientras más débiles los argumentos.

La democracia tiene para cada ciudadano su día, en un juzgado imparcial y público, por cierto sin "liquidaciones" colectivas. Culpar a todo el que apoyó al gobierno cubano en 1993 por el hundimiento del remolcador es una distracción grotesca. Los tribunales en democracia identifican responsables individuales de actos como el hundimiento del remolcador —accidental o no, alguien es responsable— o del sabotaje de Barbados.

Aquel que no haya golpeado, torturado u organizado actos terroristas, en fin, cometido un crimen, sólo tiene que responder por sus posiciones políticas ante Dios y su conciencia. No creo que hacer una cronología que contraste todos los que apoyaron los gobiernos respectivos de Batista o de Castro con lo que estaba ocurriendo en Cuba en dichas épocas, ayude a hacer más manejables nuestros conflictos. Pero si alguien quiere embarcarse en tal empresa tiene todo el derecho, siempre que empiece por su historia personal.

En una cultura democrática, la pluralidad de posiciones es fuente de regocijo, no de temor. Es curioso que para refutar el cuestionamiento a sus credenciales democráticas, los adalides del embargo recetan "fuego" para aquellos "intelectuales" que los incomodan por haberse educados en la Cuba reciente, o simplemente por discrepar con sus posiciones. Esa invocación al asesinato no es un hábito democrático, sino un rezago del pandillerismo de los años cuarenta en las políticas del exilio radical. "A confesión de partes, relevo de pruebas".

No se pueden tomar en serio las credenciales democráticas de una oposición que se acuerda de los derechos humanos y los valores democráticos según su conveniencia. Los informes de organizaciones como Human Rights Watch, que ha sido sumamente crítica de la maquinaria represiva del gobierno de Cuba, son igualmente categóricos al señalar problemas con la libertad de expresión en el exilio cubano, matizados por actos de repudio, violencia física y hasta bombas.

La propiedad olvidada es la propiedad de la responsabilidad. Decir que todos los políticos son responsables por el 10 de marzo equivale a decir que nadie es responsable. El libro que Batista titulara Cuba traicionada se debiera llamar "Cuba traicionada por Batista, Díaz-Balart y sus seguidores". En La propiedad olvidada me limité a rechazar el intento de pasar una dictadura fraudulenta como bastión democrático y a señalar la responsabilidad específica que corresponde a los batistianos en nuestra tragedia nacional, en la esperanza de que la derecha exiliada empiece a asumir los costos correspondientes.

Obsesión con el pasado

La responsabilidad de la derecha cubana es importante porque, si bien parte de las leyes revolucionarias fueron injustas (un típico caso fue la ofensiva revolucionaria de 1968) y hay que pensar en remedios para las mismas, no todas las nacionalizaciones caben en un mismo saco. Con respecto a los batistianos, que llegaron con las maletas de dinero robadas a la República, son ellos los que le deben a Cuba, no al revés. No hay razón democrática para compensar a quienes desfalcaron el erario público o cometieron crímenes contra sus conciudadanos, sólo porque lo hicieron bajo otra dictadura.

Definir el derecho de propiedad en la actual situación cubana es otorgar real poder de venta y compra de las viviendas y la tierra para aquellos que las tienen hoy. En palabras del economista peruano Hernando de Soto, que los que tienen menos puedan capitalizar sus activos. Las compensaciones por propiedades nacionalizadas son parte de la construcción de una sociedad justa, no la prioridad frente a derechos humanos urgentes como los de viaje, asociación, expresión, educación y salud.

¿Por qué se va a cargar impuestos a las nuevas generaciones de cubanos para pagar nacionalizaciones en las cuales no tuvieron ninguna responsabilidad?

En ese aspecto, Néstor Díaz de Villegas es prueba viviente de que las analogías históricas sin análisis no se pueden llevar al banco. Comparar al holocausto judío con cualquiera de las dictaduras cubanas es desconocer las dos historias: la cubana y la judía. Como dijo el Premio Nobel Elie Wiesel a un airado palestino de visita en el museo del holocausto: "Ningún sufrimiento es comparable".

En Cuba, no ha habido ningún holocausto o genocidio desde la reconcentración de Weyler, quizás descontando la guerra de Gómez y Monteagudo contra los independientes de Color, en 1912. Pensar requiere más que comparar. Díaz también se confunde de chileno al llamar a Salvador Allende "pichón de Mengele". Fue Pinochet, quien usó a la reacción exiliada cubana para asesinar a Orlando Letelier en Washington, el que ordeno la "caravana de la muerte" y operó como un vulgar ladrón.

La experiencia judía es, sin embargo, aleccionadora. Cuando las personas sufren injusticias en el marco de procesos históricos, lo mejor para el crecimiento, la salud y el bienestar es superar el trauma. Los judíos lo han hecho muchas veces. No se olvida ni se perdona, pero la obsesión con el pasado no es saludable.

La mayoría de los exiliados quieren una Cuba viable, con derechos humanos y justicia social, y están más concentrados en salir adelante que en ajustar cuentas. En contraste, una minoría derechista ha convertido la política de EE UU hacia Cuba en terapia por lo perdido, sumando —sádicamente— escasez a los que viven en la Isla. Harían bien en pensar que, por muchas injusticias que hayan vivido, muchos en Cuba estarían dispuestos a cambiar su posición actual por la de ellos. Hay que pasar la pagina.

"El odio no construye", dijo el apóstol. Un ejemplo más cercano es el de los cubanos negros, que nunca reclamaron más que su lugar como ciudadanos, después de sufrir la injusticia mayor de nuestra historia, la de la esclavitud. Si aquéllos hubiesen tenido la actitud de poner sus agravios particulares por encima de la República, nunca hubiese habido paz en Cuba. Como muchos cubanos hoy, esos hermanos sufrieron injusticias, pero no convirtieron el dolor en polarización o rencor, sino en pasión por la concordia. "Patria es eso —dijo Martí— equidad, respeto de todas las opiniones y consuelo al triste".

¿Qué no hacer?

Las políticas se juzgan por sus resultados, no por las intenciones que alguien dice tener en su corazón. Sólo un esquizofrénico puede seguir repitiendo a marcha triunfal que el embargo, la intransigencia y el aislamiento —que no han funcionado en casi medio siglo— son, ¡ahora sí!, la gran estrategia. ¡Aleluya! Lo mínimo que requiere una política contraproducente por décadas, se llame comunismo o embargo, es mostrar cómo funcionará en el futuro, si ninguna condicionante esencial ha cambiado en los últimos quince años.

El primer precepto de la construcción democrática es no hacer daño. ¿Cuánto tiempo más quieren los partidarios del embargo tratar a Cuba como una olla de presión? El embargo conlleva pisotear los valores familiares y las libertades de viaje de los norteamericanos, de los exiliados cubanos, negándole al pueblo en la Isla un mejor nivel de vida. Es todo lo contrario a las exitosas políticas de intercambio cultural y religioso y de viajes que caracterizó el triunfo sobre el comunismo en Europa Oriental. Sus defensores deben reconocer esos costos y explicar no sólo de donde sacan racionalmente la certeza de su estrategia, sino cómo mitigar los tremendos daños que causa.

El rechazo a la falta de derechos humanos en la Isla, como la libertad de expresión, viajes y oportunidades para crear empresas privadas que mejoren el bienestar de los cubanos, no equivale a una aquiescencia a desmantelar los avances sociales de las últimas décadas y regir el país como una sucursal del Consejo para la Cuban liberty. La única forma legítima de ganar el poder en democracia es con elecciones limpias, transparentes y justas, sin la afrenta a nuestra soberanía que son las leyes del embargo. La derecha no tiene ningún derecho natural a gobernar la Isla. Democracia es el gobierno para el pueblo, no un pueblo para el gobierno.

La extrema derecha exiliada ha sido incapaz en casi cinco décadas de articular una coalición efectiva para promover la democracia en Cuba. De hecho, las votaciones que condenaron el embargo en la ONU y los conflictos de EE UU con Canadá, la Unión Europea y América Latina en relación con la política hacia Cuba, aumentaron después que se aprobaron las leyes Torricelli y Helms-Burton. Mientras más intensifican su estrategia aislacionista, más grande es el rechazo del resto del mundo.

Por el contrario, cuando la política de derechos humanos reemplaza al rencor y el aislamiento, la oposición cubana encuentra numerosos aliados. Hasta el ex presidente español José María Aznar anda recorriendo Estados Unidos diciendo que el embargo sólo ayuda a Fidel Castro. Nada ha fortalecido más las ansias de cambio que el contacto de la población cubana con el mundo exterior, especialmente con los exiliados.

La biblioteca independiente más grande de Cuba estaba en el Centro Cultural Español, donde media Habana accedía a información alternativa de todo tipo. En lugar de jugar a las poses dramáticas, lo mejor es preservar esos espacios y abrir nuevos en cuanto las oportunidades se presenten, como lo hace la España de Rodríguez Zapatero con su liderazgo en Europa a favor del compromiso constructivo.

¿Todavía hay quien quiere caminar con más entusiasmo al precipicio del aislamiento y el rencor?

Sin una coalición viable, los exiliados radicales de derecha rezan por la muerte de Fidel Castro o sueñan con una intervención norteamericana, hoy más improbable que nunca. La primera variante es un deseo, no una política. La segunda opción es incalculablemente costosa para los que, como el que escribe, quieren a mucha gente en Cuba. Yo quiero caminar por el parque Vidal de mi natal Santa Clara, no por sus escombros.

Entre matemáticas y macartismo

Existe la retórica de la derecha radical exiliada, la retórica del gobierno de Fidel Castro y la realidad cubana. Son tres cosas muy diferentes. La problemática de nuestra patria no tiene nada que ver con el retorno a un país idílico de legítimos propietarios, en el que una revolución que tuvo amplio apoyo popular no se entiende ni con un supuesto presente de joviales jóvenes leninistas nadando en "un mar de felicidad" (para usar la frase del coronel Hugo Chávez) en el que no tenemos ni voz ni voto los que no coincidimos con la ideología oficial.

Al contrario de esas dos visiones, la realidad cubana vive entre las tenazas de un proceso político totalitario, cuyo costo a nuestro interés nacional es innegable y creciente (presos, exiliados, recursos malgastados, adoración por lo extranjero, etc.) y una política de embargo, auspiciada por el exilio recalcitrante, cuya inmoralidad y perjuicio a las aspiraciones de democracia, crecimiento económico y reconciliación nacional de nuestro pueblo son igualmente irrefutables.

Cada vez que alguien dice que la sociedad cubana prefiere soluciones de reconciliación, los exiliados radicales mencionan a tres disidentes que supuestamente respaldan la Ley Helms-Burton. Para resolver este entuerto, la sociedad civil cubana se puede contar.

Está el Proyecto Varela, con más de veinte mil firmas recogidas con número de identidad, dirección de domicilio, etc., y el peso histórico de más de la mitad de los prisioneros de la primavera de 2003. Está la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, un respetable conclave de "de cerca de doscientos representantes de más de trescientos cincuenta organizaciones", lo que da una razón de más de una organización y media por cada representante. Está el Arco Progresista, que rechaza de plano la Ley Helms-Burton por inmoral e intervencionista. Además, en Cuba existen importantes organizaciones religiosas fuera del control del Estado, a las que concurren millones de cubanos.

Todas esas iniciativas representan a grupos de cubanos, cuyas ideas no deben ser reprimidas ni con "fuego" ni con "liquidación" de ningún grupo ideológico, sino presentadas en su amplia pluralidad. ¿Por qué entonces para hablar a nombre de nuestra sociedad civil, cuando este año se discutió el embargo en Washington, no se consultó a las comunidades religiosas o a los que recolectaron las veinte mil firmas del Proyecto Varela, o al Arco Progresista, y se seleccionó únicamente a los líderes de "doscientos representantes que representan mas de trescientos cincuenta organizaciones?".

Es una cuenta sencilla: ¿Dónde están las veinte mil firmas de cubanos en la Isla pidiendo más aislamiento? ¿Cuál es la lógica por la que los antiguos devotos del régimen, que apoyan el embargo, adquieren inmediata absolución y a los que nos oponemos al aislamiento se nos envía al infierno? ¿Cree alguien a estas alturas que va a darnos atol con el dedito?

En las críticas a La propiedad olvidada no faltó la imitación macartista, acusando de "antinorteamericano" a quienquiera que discrepe del embargo. "¿No tiene usted, señor, un mínimo sentido de decencia?" —respondió Welch, el asesor legal de la administración Eisenhower al desvergonzado senador McCarthy. George Kennan, el autor de la doctrina de contención, ganadora de la Guerra Fría, escribió: "La mayor victoria de los comunistas sería que empezáramos a actuar como ellos". Si existen el EE UU de Jesse Helms, defensor de Pinochet, y del apartheid; también está el de Benjamín Franklin, padre fundador de la democracia norteamericana.

Desde su puesto en Francia, Franklin escribió a su hijo, que luchó contra los independistas norteamericanos como gobernador británico de Nueva Jersey, que urgía encontrarse en familia, porque "hay deberes naturales que preceden los políticos y no son extinguidos por estos". Los "deberes naturales" que "preceden los políticos" no son sólo para Antígona. Son deberes y derechos naturales pisoteados por los gobiernos cubano y norteamericano cuando bloquean hoy la reunión familiar de los isleños de una forma o de otra.

¿Cuándo nos dejara el régimen de Castro entrar y salir libremente a nuestra patria? ¿Cuándo los Díaz-Balart acabarán de sacar el delicado pie de las regulaciones a los viajes?

Un nuevo comienzo

En tiempos de polarización, existe la tentación de construir lógicas viscerales con los héroes de un lado y los villanos de otro. Es una tentación fácil e irresponsable en la que el comunismo y la derecha radical transforman el dolor en denegación de la condición humana a aquel con quien se discrepa, en fin un círculo vicioso.

Frente a esa decadencia moral que apela al miedo, la alternativa es un nuevo amanecer en el que el dolor nacional se transforma en asociación y respeto por los derechos humanos de todos. Hay que motivar al altruismo y la esperanza, no al rencor.

La falta de democracia en Cuba se gestó en décadas y no se resolverá en días o meses, pero se resolverá. Se resolverá porque hay un renacer espiritual en las comunidades religiosas que enfatizan la reconciliación. Se resolverá porque a la derecha y a la izquierda del espectro político cubano, los demócratas están teniendo más voz y un día seremos una masa crítica a la que no se podrá seguir ignorando.

Los pinos nuevos se están encontrando sin armas. Los problemas de democratizar Cuba los resolveremos en paz, entre cubanos, con más libertad y derechos. Sin "fuegos" ni "liquidaciones".

© cubaencuentro

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Vicente Echerri , Nueva York

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