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Cambios, Reformas, Exilio

Transición en Cuba, cambio en Miami

No se trata de restarle méritos a una comunidad, es situarla en el lugar que le corresponde

Sólo la arrogancia y el desconocimiento explican que en Miami hay tantos llamados a la transición en Cuba, sin plantearse que cuando esta se ponga en marcha ocurrirá también un cambio en esta ciudad.

Da la impresión que los portavoces de una transición del todo o nada, y quienes supuestamente han participado, y en la actualidad laboran en planes para llevarla a cabo —y que hasta el momento no llegan a superar el ser fabricantes de comentarios en las tertulias más diversas—, consideran que todo se reduce a una exportación de recursos, proyectos y talentos, con el objetivo de reproducir en la Isla una sociedad similar a la existente aquí en Miami.

Pasan por alto dos aspectos fundamentales. El primero es que esta ciudad no es la Cuba del futuro, como cada vez representa menos la del pasado. Felizmente se aleja de ese modelo. Nadie se engañe por algunos programas radiales, una que otra feria y las guayaberas de los políticos de turno, en las efemérides destinadas a recaudar simpatías y votos. El segundo es que Cuba no será el Miami del pasado. Demasiadas diferencias se han acumulado a lo largo de los años para que sea posible siquiera imaginar una confluencia futura.

Los valores, ventajas y beneficios que se disfrutan aquí, y vale la pena establecer en Cuba, son intrínsecos de la sociedad estadounidense —la mayoría característicos de cualquier nación democrática desarrollada— y no fueron establecidos por los exiliados. Nos hemos adaptado a ellos, en algunos casos se puede agregar que hasta los hemos enriquecido, pero existían antes de que el primer exiliado cubano llegara a estas costas.

No se trata de restarle méritos a una comunidad, es situarla en el lugar que le corresponde: trabajo, esfuerzo, sacrificio y capacidad creativa por encima de la demagogia, el chanchullo, la estafa y la politiquería. En la nación cubana que se edificará tras el fin del castrismo y el poscastrimo serán necesarios profesionales, inversionistas y administradores. Los políticos pueden ahorrarse el boleto. No es que los de allá sean buenos, es que muchos de los de aquí no han mostrado ser mejores.

Cuba comenzará a ser una nación más plena en la medida en que la sociedad se libre de esa enorme dependencia de los políticos. No hay que alimentar la especie, más bien alentar que entre en período de extinción. Que finalmente sea posible que la administración de las cosas se imponga sobre la administración de los hombres.

Sobran en Miami los que preparan proyectos, elaboran constituciones futuras y discuten leyes para una república imaginaria. Es posible que la discusión diaria de tales planes resulte entretenida para algunos, lucrativa para unos pocos y contribuya a la peregrina estabilidad emocional de unos cuantos. Pero estas “ganancias secundarias” poco tienen que ver con el supuesto objetivo primordial de sentar los fundamentos de una nación aún por construirse. Ese país, si en algún momento llega a materializarse, será obra y responsabilidad de quienes viven allá. El habitar esta costa nos incapacita para algo más que ayudar.

Si aspiramos a una Cuba democrática, tenemos que partir no de proyectos sino de valores fundamentales, muchos de los cuales existieron en alguna medida en la nación en desarrollo antes del funesto golpe de Estado de Fulgencio Batista, pero de forma tan precaria que permitieron el surgimiento de las tiranías y violaciones de derechos fundamentales que mancharon la historia cubana.

Si queremos una Cuba para todos, no hay que partir de exclusiones, como no fueron excluidos los batistianos de Miami.

Es en este sentido que la comunidad exiliada debe servir de ejemplo para una Cuba futura. Generosidad de una ciudad que ha dado cabida a diversas generaciones de inmigrantes, con diversos pasados políticos y participaciones y responsabilidades diferentes en un proceso que no se originó con el comienzo del año 1959, ni surgió sólo del engaño ni de la traición, aunque estos aspectos formaron parte de un movimiento traicionado y desvirtuado.

Cuando cada exiliado, no importa el lugar remoto donde finalmente ha hecho su vida, y cada habitante de la Isla que sólo no ha conocido más que trabajos y limitaciones —y abrigado el deseo perenne de marcharse del lugar en que nació, ha sido fiel a la decisión de quedarse o se ha aferrado con una ilusión suicida a un ideal abandonado, tergiversado y falso— abandone la espera, será más libre. Cuando cada cubano comprenda que el cambio que se quiere no es solo una esperanza pospuesta una y otra vez, sino también un proceso personal, y que para iniciarlo no tiene que pedirle permiso a nadie, dependerá menos de lo que ocurra en la política nacional. Cuando cada uno de nosotros mandemos a paseo a los funcionarios, activistas y líderes políticos y comunitarios de aquí y de allá, seremos más dueños de nuestro destino. Cuando esto ocurra, la transición estará en marcha, en Cuba y en Miami.

© cubaencuentro

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