Cuba, Cambios, EEUU
Voy a pedir pa ti lo mismo que tú pa mí…
Vivimos un momento de quiebra de estructuras de contención, pero no podemos despreciar su inercia
Víctor Varela decía que “el cubano se muere de seguridad”. Aludía a ese medio camino entre prepotencia y confianza en que todo, independientemente de las realidades y cotidianidades, estaría bien. Hablo de memoria, pero en aquel momento, al leer el texto, pensé que esa seguridad venía del consuelo tardío de ceder a terceros la solución de nuestros problemas.
Recuerdo —y tal parece que lo escribo en un pasado de siglos— que lo típico era echar culpas afuera, y al mismo tiempo que se escuchaba frecuentemente eso de “si Fidel supiera esto no pasaba”, aquí en Miami la contraparte cubana esperaba confiada en “que los americanos no van a aguantar” y “aquello se acaba en tres meses”.
Quien obvie los cambios reales que están ocurriendo en el espacio social cubano vive, sencillamente, según la realidad descrita en el párrafo anterior, en la seguridad de que el paternalismo del Estado cubano, o el de Estados Unidos, resolverán las miserias cotidianas. En ese afán, mientras los excluidos en su ineficacia intentan no perderse en el abandono y acuden a encuentros por la unidad en Miami y a audiencias en el Congreso en Washington, intentando detener lo inevitable, del otro lado se incrementa el efecto contención, apelando, desde la vieja retórica, a la gloria que se ha vivido.
Se nutren las polémicas de “agregadores” simbólicos. Toca su turno ahora a la “sociedad civil” y al espacio ambiguo que esta deja en su propia indefinición. Lo cierto es que la política se hace con gestos, con símbolos, con fintas, con trampas, “paso a paso”, cita Obama a Francisco, el Papa. Nadie puede soñar que los esquemas que rigen el procedimiento simbólico de régimen van a cambiar por que lo haga uno de los espacios que definen, sea su propia sociedad civil o los modos en los que se regula.
En la construcción identitaria del proyecto socialista cubano, el antagonismo explícito con EEUU ha sido definitorio. Del mismo modo, las políticas de cambio de régimen financiadas desde el “Imperio” como respuesta al cuestionamiento de su papel hegemónico por la pequeña Isla se instauraron como única respuesta visible. El embargo/bloqueo de una parte, los derechos humanos de la otra; la devolución del territorio que ocupa la Base Naval de Guantánamo por el sur, elecciones libres por el norte. Los esquemas de hostilidad y resistencia clásicos que se han puesto de manifiesto durante 56 años, base conflictual de la relación entre ambos Estados, son imposibles de sobreseer aun cuando los optimismos puedan justificarse.
Es ingenuo pensar que las palabras de Raúl Castro en la Cumbre de la CELAC. en Costa Rica, sean una respuesta a las declaraciones de Roberta Jacobson, pero por ahí se ha escuchado. Los gobiernos no se suicidan de esa manera. Casi dos años de conversaciones no se dilapidan en discursos puntuales y específicos. Pensar así es de ciegos políticos y nostálgicos de la pataleta.
EEUU continuará “presionando” en su política de cambio de régimen a Cuba mientras la Isla, y los cubanos patriotas, continuaremos exigiendo el fin del embargo. En la medida en que acuerdos específicos en materias sensibles —narcotráfico, medioambiente, prospección petrolífera, protección de fronteras, tráfico humano, investigación y desarrollo, cooperación médica— se consoliden, las exigencias mutuas pueden incrementarse. Algunas se resolverán, pero en ningún caso serán obstáculos ni para esos acuerdos puntuales ni para las relaciones.
Retirar a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo y de la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917, parecen ser los pasos lógicos a seguir por el ejecutivo norteamericano. Mientras en la Isla se extiende la sospecha de que quizás el presidente Barack Obama, en su soledad ante el Congreso, ha agotado toda posibilidad de incidir en mejorías más específicas y contundentes, obviando que su capacidad ejecutiva es limitada y que tiene ante sí a dos cámaras con mayoría republicana, en Miami se vive la paradoja de que el gran cohesionador de ideología es nadie más y nadie menos que Fidel Castro.
El Jefe se ha convertido, para las fuerzas históricamente anticastristas en Miami, en el único apoyo para construir fidelidades ideológicas. Alejado del ejercicio directo del poder, y sin obviar la lógica influencia que podría tener en la Cuba actual, es muy difícil pensar que tuviera un papel decisivo en las negociaciones; pero muy arriesgado suponer que estuviera al margen de estas. Los elementos conservadores en el “exilio” y en cierta medida los de contención en la Isla lo utilizan como símbolo del “tiempo viejo”, como eslabón de permanencia de esquemas de hostilidad.
Ha sido el propio Fidel Castro quien ha afirmado continuamente su ausencia en el liderazgo ejecutivo del país, manteniéndose alejado de la visibilidad mediática asociada tanto al anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EEEUU como el regreso de los tres agentes cubanos que permanecían presos. Esta ausencia es deliberada y positiva pues permite despersonalizar los procesos y contribuye a una visión de Cuba como país en transición sin “pendientes” historicistas.
Innegablemente Fidel Castro cuenta con un capital político a tener en cuenta, pero en este proceso está pesando mucho más el interés de la nación toda que en discursos personales. Lo cierto es que la prensa,, sobre todo en Miami, ha hecho de nuevo el ridículo. Sin prisas, con el extra simbólico de haber sido después de a las conversaciones entre los dos países y al discurso de principios pronunciado por Raúl en la Cumbre de la CELAC, es que tenemos una “fe de vida” del comandante.
Dos naciones han iniciado un diálogo maduro con respeto a sus diferencias. Suponer desgarros y confesiones es inútil, por improbable. Para Cuba y EEUU este proceso traerá beneficios evidentes, tanto en la credibilidad internacional como en la geopolítica global y particularmente en la latinoamericana.
Vivimos un momento de quiebra de estructuras de contención, pero no podemos despreciar su inercia. De uno y otro lados hay un capital ideológico invertido, del enemigo de casi seis lustros esperar palmaditas en la espalda es de arriesgada temeridad; pero insistir en preservar y reproducir hostilidades, desde Washington o desde La Habana, es jugar a la ruleta… rusa.
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