Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Diálogo, Intelectuales, Represión

El diálogo constructivo y los peligros de la injusticia

Los mecanismos represivos contra la ciudadanía son el mayor “tabú” del debate nacional

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En las elementales tácticas de negociación, se suele utilizar tres tipos de posturas: la persuasión, la cooptación y el alejamiento y/o ruptura. Es valioso colocarse en la postura de ganar-ganar como condición del éxito de la negociación, y estas técnicas facilitan los intercambios y pueden obtener resultados positivos para las partes incluidas. Si alguna de las partes insiste en llevarse todo el resultado positivo, y condenar al otro a la derrota, la negociación es un fracaso al corto y mediano plazo, es decir es condenada a la derrota definitivamente.

La postura negociadora de proponer un diálogo constructivo es muy valiosa y facilita la comprensión de los diversos intereses en juego. Sin embargo, puede ser grave como postura si no tiene en cuenta a los excluidos de la negociación.

Conozco a muchos intelectuales y activistas cubanos que mantienen esta postura frente al gobierno como la manera más adecuada para lograr respuestas positivas a sus demandas y coincidiría con ellos plenamente si no excluyeran los derechos de los demás y sobre todo si no hicieran silencio frente a los mecanismos represivos contra ellos mismos y contra los demás.

El silencio sobre los mecanismos de represión cotidiana del gobierno cubano es verdaderamente alarmante[1]. Los mecanismos de control represivo sólo son denunciados por los “demonizados” por el discurso oficial, y los “demonizados” resulta, que sí son solidarios entre ellos. En las revistas y periódicos que consulto sobre la realidad nacional, y producidas dentro del país, el tema de las formas de violencia del Estado contra sus ciudadanos no aparece, como tampoco el tema de la indefensión ciudadana.

Ni los desmanes del sindicato oficial y los funcionarios contra los trabajadores, ni los desmanes de la policía, ni los desmanes de la policía política. Por eso la vulnerabilidad de todos los ciudadanos frente al Estado. Por eso también la existencia y proliferación de los actos de repudio que siguen siendo cotidianos y silenciados, pero también la arbitrariedad de despidos, exclusiones, discriminaciones, mal trato, humillaciones y prepotencia de funcionarios y policías. Los mecanismos para defenderse de todas estas arbitrariedades están tan burocratizados y son tan desgastantes que las víctimas de los atropellos prefieren seguir su vida en otra parte, porque sencillamente no existen ni mecanismos jurídicos ni políticos ni civiles viables para intentar la demanda de justicia. En Cuba, las víctimas de violencias cotidianas de policías secretos o públicos o de los funcionarios no tienen la posibilidad de ser resarcidas en sus derechos o son los casos tan excepcionales que no permiten remitirse a ninguna regla. La dirección política del país no quiere hacer la conexión de todas sus formas de violencia contra la población y las indisciplinas sociales, la pérdida de valores, la precariedad de la vivienda y los salarios miserables.

Situación alarmante, repito, cuando los órganos de la seguridad del estado se han hecho tan visibles y casi rectores de la vida cotidiana de la ciudadanía a partir de los años 90s. Están en el despido de algún trabajador porque se les busca implicaciones políticas, están en los tribunales por asuntos de pareja por lo mismo, están cuando un intelectual ligado a las instituciones, publica algo en el exterior que no coincide con el discurso oficial, están cuando un delegado municipal, pintor de renombre internacional, menciona la posibilidad de pensar en el pluripartidismo. Están detrás de un permiso para salir a una beca, para lograr un trabajo que de acceso a la divisa, y están detrás de cualquier puesto de delegado del Poder Popular o persiguiendo alguna pancarta que pide más socialismo y abajo la burocracia. El partido “dirige” pero su brazo ejecutor en la vida cotidiana y civil, son los órganos de la seguridad del Estado.

Esta aberración de la vida civil cotidiana no aparece en ningún análisis publicado, en ningún panel de ninguna revista y por supuesto invisible en una presa desinformadora de la realidad cubana, salvo por los intelectuales y activistas disidentes y algún pronunciamiento puntual frente a un hecho, no existen análisis de estos mecanismos múltiples de violencia y de indefensión ciudadana.

Hacer silencio sobre las violencias contra otros ciudadanos es quedarse también sin solidaridad cuando somos perseguidos y víctimas de la represión del gobierno. El silencio y la falta de solidaridad con los que son víctimas de las violencias estatales podrían ser por un desconocimiento de los hechos precisos, pero eso no justifica el silencio. La acumulación de las diversas acciones represivas y sus mecanismos de funcionamiento son de conocimiento público, notorio y popular porque no han cesado de producirse a lo largo del último medio siglo en el país.

La exigencia al gobierno de una prensa que refleje las realidades del país es un paso importante para luchar contra las violaciones y la impunidad de los funcionarios, de la policía y de los órganos de la seguridad del Estado. Los resultados del reciente Congreso de la UPEC, son un golpe demoledor contra la ciudadanía y no veo análisis ni exigencia de los intelectuales públicos sobre tan inmovilista resultado. Tan masiva y recurrente es la indefensión ciudadana frente al Estado que pareciera una situación que ya está “naturalizada” en el imaginario social.

No sólo las Damas de Blanco y los activistas de la UNPACU y todos los demás disidentes han sido los objetivos preferidos de la violencia estatal. La violencia y la represión tienen larga data en la Revolución cubana y sólo los afectados, y cuando pueden, logran narrar los desmanes, y hacer oír su voz.

Esta falta de solidaridad ciudadana es una de las razones que ha creado la impunidad de funcionarios y policías contra la ciudadanía. Creo que no se hubiera producido el cierre de la revista Pensamiento Crítico, ni el caso Padilla, ni los parametrados, ni el caso CEA, ni los centenares y miles de violencias cotidianas que se producen por parte de las autoridades si los ciudadanos hubieran sido entre sí solidarios, o en el caso de los intelectuales si hubieran cerrado filas frente a los atropellos que han sufrido y siguen sufriendo los propios colegas. Creo que los execrables actos de repudio hubieran desaparecido de la escena nacional si toda la ciudadanía hubiera cerrado filas solidarias contra esos atropellos.

Las solidaridades han sido dignas pero muy pocas y eso habla de una postura de “sálvese quien pueda” de un individualismo insolidario y vergonzoso que no tiene que esperar por el desarrollo de las relaciones de mercado para entronizarse como una postura común y automática. La mentalidad de “sálvese quien pueda” existe hace rato en Cuba y no tiene que ver necesariamente con las carencias y la monetarización de las relaciones sociales y mucho menos con las relaciones de mercado que son ínfimas y están aún secuestradas.

Proponer una postura de diálogo constructivo no puede silenciar los mecanismos represivos cotidianos e intactos, no puede eludir el tema, so pena de convocar a un diálogo con importantes y definitivos déficits éticos. Entonces, una postura cívica positiva y loable tiene el peligro de convertirse en su contrario.



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