¿Cómo será el futuro de Cuba?
¿Socialismo próspero y sustentable, capitalismo de estado salvaje, o qué?
Tanto hablar del pasado, tan difícil vivir el presente, y cada vez menos claro el futuro más allá de consignas huecas o escándalos de barricada (de ambos lados), resulta válido preguntarnos cómo será el futuro de Cuba dentro de unos cuantos años.
La respuesta está en dependencia de la posición política que se asuma para analizar y tratar de comprender el fenómeno cubano. Los extremistas de ambos bandos dirán o que será un futuro más claro y luminoso que nunca, o que será como enterrarse para siempre en un lodazal de destrucción y miseria. Afortunadamente, los extremistas no son la totalidad de la nación cubana, ni siquiera la mayoría, por lo que hay posiciones más sensatas y realistas, que ni subliman todos los futuros posibles ni tampoco ven todo en color negro luctuoso.
Algunas preguntas que nos hagamos a nosotros mismos podrían ayudarnos a entender mejor este complejo tema. ¿Cómo podrá ser nuestra Cuba dentro de diez o doce años?
Eso dependerá de cómo seamos capaces de vernos a nosotros mismos. De entrada, ¿es correcto decir “nuestra Cuba”, incluyendo a todos los cubanos, vivan donde vivan, o seguirá primando el excluyente criterio de ignorar la condición de cubanos a los que no compartan los puntos de vista del gobierno, hayan decidido vivir en el exterior o mantenerse en Cuba? Además, cualquier respuesta para esta definición de lo que representa ser cubano no debería nunca ignorar, justificar, olvidar o premiar a ejecutores de acciones terroristas y hechos de sangre, vivan donde vivan. ¿O sí?
¿Es justo que todo cubano tenga derecho a un sistema de salud eficiente y a una educación que le prepare adecuadamente para la vida, y que esos derechos no puedan ser alienados por discriminación de cualquier tipo? ¿Es justo que los incapacitados y los menos favorecidos por la vida reciban de la sociedad la ayuda que les permita vivir una existencia decorosa aunque aporten mucho menos que el resto? Podríamos estar de acuerdo en que esos criterios deben ser asumidos para la sociedad cubana no solamente hoy ni dentro de diez o doce años, sino permanentemente.
Sin embargo, más allá de las declaraciones generales los acuerdos no serían fáciles. Esa salud pública y esa educación eficientes y sin discriminación de ningún tipo, ¿deberían garantizarse gratuitamente a todos los cubanos a partir de los impuestos que se recauden, o sería conveniente que una parte de esos servicios fueran pagados por sus beneficiarios al momento de recibirlos? No importa si a través de seguros de salud, clínicas mutualistas, cupones escolares (“vouchers”) o servicios privados, pero que de alguna manera el beneficiado no solamente pague por ese servicio, sino que sepa que lo está haciendo.
Por otra parte, es lugar común decir que queremos una Cuba con todos y para el bien de todos. Todos suscribimos ese criterio fácilmente, pero cuando se profundiza un poco en el tema surgen puntos de vista no solamente diferentes, sino antagónicos.
Preguntémonos, por ejemplo, si con todos y para el bien de todos incluye el derecho de los cubanos, aunque vivan en el exterior, a invertir dinero en Cuba y contratar obreros. Naturalmente, mediante contratos laborales libres y transparentes, y que otra empresa no podría actuar entre inversionista y trabajadores, mucho menos recibir el monto de los salarios acordados, quedarse con una parte, y dar el resto a los trabajadores. O, por el contrario, ¿esa empresa intermediaria sería un elemento justo y de balance para controlar la actividad de los inversionistas y lo que ganan los trabajadores?
Habría que preguntarse también, entre muchas otras cosas, si con todos y para el bien de todos incluye el derecho de los cubanos a establecer sus propios negocios y utilizar recursos de su propiedad para hacerlos funcionar y lograr beneficios, cumpliendo con las disposiciones legales establecidas para su funcionamiento, sin temor a confiscaciones arbitrarias, disposiciones caprichosas o inspectores y policías expoliadores.
Y la más importante de todas las preguntas, aunque habría muchas más: ¿deberían los cubanos elegir directamente a sus gobernantes, o bastaría que los diputados seleccionen a quienes dirijan el país, aunque no hayan sido electos por la población? ¿Debe continuar existiendo en el país un partido único, o existirían varios partidos? ¿Seguiremos pensando, como el gobierno actual, que pluripartidismo equivale a pluriporquería, o entenderemos que no ser del partido gobernante no significa ser traidor o anormal?
¿Seguiremos viviendo tranquilamente bajo la norma, maravillosamente expresada por Marlene Azor Hernández en otro análisis en esta misma publicación, de que “El partido ‘dirige’ pero su brazo ejecutor en la vida cotidiana y civil, son los órganos de la seguridad del Estado”, o acabaremos de aceptar que cada cubano tiene el sagrado derecho a profesar las ideas políticas que prefiera, decidir cuál es el programa político que mejor responde a sus expectativas, y elegir a quienes gobernarán por un período determinado?
No son todas las preguntas que debemos hacernos ni mucho menos, pero son algunas de las que debemos respondernos adecuadamente cuando pensamos en el futuro de nuestra patria, de nuestra Cuba, la de todos los cubanos, vivan en Carraguao, Hialeah, Pueblo Nuevo, Los Ángeles, Chicharrones o Union City.
Y mientras no logremos entendernos en estos temas fundamentales, todo lo demás será superfluo o bobería. Política, con mayúsculas, nunca podrá ser. El futuro de nuestra patria va mucho más allá de croqueticas en la Calle Ocho, desfiles en La Pequeña Habana, mítines de repudio en Marianao, o bailecitos en el “protestódromo” habanero.
Porque Cuba, como nación, es mucho más que todo eso. Mucho más que su gobierno y sus opositores, que sus “revolucionarios” y sus exiliados.
Cuba es la Patria de todos los cubanos, con todos y para el bien de todos.
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