Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Racismo, Religión, PCC, Iglesia Católica

Estado de Ilegitimidad y el Artículo 5 (I)

El Artículo 5 de la Constitución, que establece que el Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista leninista, es la fuerza dirigente y superior de la sociedad, es racista y anacrónico en sus fundamentos

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El Partido Comunista de Cuba (PCC) no tiene legitimidad. Como partido-Estado, debe entenderse; lo que viene dañando además su legitimación. Aunque no se publican, la fuga de sus miembros hacia una tierra de nadie ideológica va adquiriendo progresión geométrica. Si descontamos a sus miembros obligados, a los militares por ejemplo, pocas personas que militan dentro del comunismo oficial poseen alguna convicción ideológica. Ello ha generado otro fenómeno creciente: el insilio comunista: gente que abandona espiritualmente al PCC sin arrojar el carné.

¿Qué está pasando? ¿Qué ha pasado? Bueno, se ha agotado un ciclo político de 47 años, a contar desde 1965, cuando se liquidó al viejo partido socialista popular —un partido pactista e intelectualmente brillante— para fundar una milicia ideológica endosada a un caudillo; milicia que por esa misma razón perdió toda independencia mental: primera condición para el ejercicio auténtico del pensamiento. Es conmovedora la reacción de muchos comunistas con los que dialogo en sus propios términos: los del marxismo-leninismo. La autoanulación verbal es su alegato.

El agotamiento de ese ciclo se manifiesta en todos los órdenes. Y cuando un grupo política e ideológicamente autoconstituido no tiene respuestas en ninguno de los ámbitos en los que intenta organizar al Estado y a la sociedad, entonces perdió su razón de ser: una de las metáforas de la legitimidad.

¿Qué entender por legitimidad? La legitimidad puede ser entendida, en una definición potable, como el conjunto de justificaciones por el que le reconocemos autoridad a los que mandan y por el que aceptamos sus decisiones. A diferencia de las religiones, que se justifican casi exclusivamente por la fe, en un Estado moderno las justificaciones suelen ser muchas. Y van de la economía pasando por la legalidad para llegar a la política. Incluso, hay Estados que intentan justificarse tanto religiosamente como en su relato poético de la realidad. Como el Estado-partido de la Isla.

Desde esta matriz de justificaciones merece ser discutida y está siendo discutida la legitimidad del partido comunista cubano. Pero yo quiero concentrarme en una sola de estas justificaciones: el Artículo 5 de la Constitución vigente, que es el alfa y omega del núcleo racional de su poder.

Mi enfoque no es estricta o directamente político, por el que suele considerarse al Artículo 5 desde el punto de vista de la discriminación a otras opciones ideológicas. El enfoque que propongo es cultural. Un enfoque que analiza la discriminación, incluso si varias alternativas ideológicas son reconocidas como legítimas.

A un nivel fundamental, no se ha captado bien que el racismo en nuestro país se alimenta desde los dos ángulos más importantes: como institución cultural y como institución política derivada, es decir: como sentimiento de superioridad en medio de la diversidad cultural y como discriminación política nacida de ese sentimiento de superioridad cultural constituido.

Entiendo el racismo como el conjunto de concepciones y actitudes que fundamentan los sentimientos de distintividad y superioridad de grupos humanos totales sobre otros. Es un juicio estructurado, que se hereda y ajusta, que exige clara conciencia de la diferencia y que se proyecta abierta o sutilmente como distinciones de superioridad. De modo que si el racismo histórico nació con el color de la piel, el racismo cultural lo coloca detrás para montarse sobre las únicas bases que le permiten perdurar hasta la actualidad: las diversas concepciones culturales de vida. No afirmo que los racismos de la piel vayan desapareciendo, solo manifiesto que sin sustentos culturales no pueden perdurar ni articularse los racismos primarios y básicos.

Por su parte la cultura puede verse, en una definición minimalista, como un sistema de símbolos creados por el hombre en virtud del cual le da significación y sentido a su propia experiencia.

¿Cómo coincide aquel concepto de racismo con este de cultura? A través del símbolo. Símbolo es significación y la cultura, que opera con símbolos (lingüísticos, materiales, de señalización, de gestualidad…) es la materia de las significaciones y los significados. Es por tanto semiótica y da sentidos y significados que se han de interpretar. Al hablar de cultura estamos refiriéndonos así a estructuras de significación. Y la cultura del racismo es una de ellas. De ahí un importante corolario: la cultura, como el pensamiento, es pública; si no, no es cultura.

Estructura de significación quiere decir responder con variabilidad y flexiblemente a las experiencias concretas de vida, lo que se expresa simbólicamente. Cuando se dice, por ejemplo, socialismo cubano, se intenta dar a entender que ese modelo político necesita adoptar nuestras características para que pueda funcionar (costumbres, usanzas, tradiciones, estéticas, conjuntos de hábitos, etc.), de lo contario sería inviable. Eso es fundar lo nuevo, lo que se adopta, en un sistema de símbolos propio. Lo que revela, a propósito, que la disfuncionalidad del socialismo no radicó en que no fue suficientemente cubano, sino en el hecho de que es disfuncional en sí mismo. Desde los comienzos, nuestro llamado socialismo se vistió hasta con el ritmo de la conga, y ni aún así produjo un legado serio que pueda trascender a otras fases superiores de convivencia social.

Desde aquellos conceptos de racismo y cultura, que se entrelazan en la frontera del símbolo como significación, es que analizo la institucionalidad política del racismo en Cuba a través del Artículo 5 de la Constitución. Las referencias negativas al color de la piel (la piel negra) como el símbolo somático del racismo, no merecerían un análisis, ni son para mí esenciales, si no fuera porque encubren el racismo hacia aquellas significaciones más profundas y, por tanto, bien estructuradas, que organizan los sentidos de las otras experiencias de la cultura en Cuba, sin importar la pigmentación.

Ese racismo se expresa como rechazo sutil, “científico”, “cultural”, “moderno” y “progresista” de unos sistemas simbólicos por otros que establecen su hegemonía desde sus experiencias culturales estructuradas, y que se pretenden como los únicos “legítimos” para ciertos fines pensados como los “más altos”. En la medida en que esa hegemonía se racionaliza, se ve a sí misma como matriz, o se hace “científica “y “mira al futuro”, el racismo se institucionaliza de un modo que jerarquiza conscientemente la cultura cubana.

En algún lugar prestigioso de La Habana escuché hace ya tiempo, de boca de una autoridad católica preocupada por la fuerte expansión en Cuba de la religiosidad de origen africano, que determinadas visiones del mundo no servían para construir un proyecto de nación. No es mi objetivo dialogar aquí con el cristianismo sobre ese punto, pero sí con la visión comunista que comparte esta misma afirmación rotunda y ha logrado elevarla a estatuto de Estado.

¿De dónde nace semejante visión? Todas las formaciones políticas nacen de alguna visión antropológica. Curiosamente, el enfoque comunista pudo entronizarse mejor allí donde el catolicismo había labrado bien el terreno y surgió de una mirada antropológica ya superada, fundada en las dos concepciones de la evolución de la mente humana prevalecientes cuando menos hasta los años 50 del siglo pasado.

La una consideraba que los procesos de pensamiento humano que Sigmund Freud llamó “primarios” (sustitución, inversión, condensación, abreacción) son filogenéticamente anteriores a los que llamó “secundarios” (razonamiento dirigido, lógicamente ordenado, etc.) La antropología se apropió de esta tesis tratando de distinguir entre estructuras de cultura y modos de pensamiento. De conformidad con esta visión eurocéntrica, los grupos humanos sin los recursos culturales de la ciencia moderna (entiéndase el marxismo) fueron juzgados en Cuba ipso facto como carentes de la verdadera capacidad de comprensión a la que sirven los recursos secundarios de Freud. Lo que significaría que los yorubas ―utilizo el término solo para identificar y simplificar los orígenes― no pueden razonar como los euros.

La segunda concepción surgió como reacción a esta urdimbre de errores y enfatizó que no solo la existencia de la mente humana en su forma esencialmente moderna (que no diferencia la capacidad mental de un yoruba de la de un euro) es requisito previo para adquirir cultura, sino que el crecimiento de la cultura misma no tuvo acción significativa en la evolución mental. De ella se desprende una conclusión: la unidad psíquica de la humanidad, en total contradicción con el argumento de la mentalidad primitiva. Hoy sabemos que no hay diferencias esenciales en la naturaleza fundamental del proceso del pensar entre las diversas razas: los procesos primarios y secundarios de Freud se dan en todas al mismo tiempo. Pero los comunistas cubanos no quieren extraer las debidas conclusiones políticas de esta adquisición de la ciencia.

El supuesto de que el crecimiento de la cultura no tuvo acción significativa en la evolución mental se ha ido desvaneciendo con el progreso de la antropología. Pero esta segunda concepción tuvo el mérito de desprestigiar aquella primera visión antropológica, de la cual surgió el concepto de que los “modos superiores” de pensamiento, de los que se deriva el marxismo, son privativos de determinadas culturas.

Por ello, cuando la organización política del Estado tomó como base un modo de razonar que nace de semejante visión antropológica, no le quedó más remedio que discriminar al buen salvaje de Juan Jacobo Rousseau, o al pensamiento “ilógico” (pensamiento mágico) de los primeros antropólogos, para imponer a continuación que solo el pensar euro estaba y está en capacidad y, por tanto, en el legítimo derecho de definir las bases y la estructura del Estado. ¿Resultado? La ordenación de una discriminación política institucionalizada desde cierto eurocentrismo.

El pensamiento político liberal se libró de este fenómeno no porque no tuviera sus bases en una concepción racista, sino porque evitó organizar el Estado en torno a una estructura simbólica de significaciones tan cerrada y exclusivista. Para la vieja concepción liberal cubana, el yoruba, con su “pensamiento mágico”, no era capaz de pensar lógicamente, por lo que era natural impedirle su acceso a la política, pero lo hacía segregándolo difusamente desde la sociedad y folclorizando su cultura.

Pero el Estado comunista cubano no logra deshacerse de esta discriminación institucionalizada porque, para él, el yoruba es incapaz de producir desde su cultura el tipo de pensamiento científico específico que sirve de fundamento al Estado. Esta visión antropológica coloca al Estado en una paradoja insoluble: intenta incorporar al yoruba como individuo en su sociedad, pero lo segrega culturalmente de la política. De ahí nace el racismo de Estado: la pretensión de organizar la política en torno a una euro-cosmovisión, que se considera superior a la cosmovisión de los yorubas y también de los cristianos con los que convive. Y así pretende emancipar a los humillados: desde el error y la humillación antropológicos.



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