Memorias de un disidente de izquierda
Condenado por ser marxista, Ariel Hidalgo recorrió un largo camino hasta la oposición.
El Comité Cubano Pro Derechos Humanos
Cuando he dado la misma respuesta, a lo largo de los años, a otras personas con puntos de vista diametralmente opuestos a los de aquel oficial, la reacción ha sido muy parecida, sin excluir el deseo de enviarme también a algún manicomio. Sin embargo, pronto llegaría a percatarme de que no era un loco solitario, muchos más habían compartido este tipo de demencia.
Sería acusado de "propaganda enemiga", catalogado de "revisionista de izquierda" y condenado a 8 años de cárcel, más esta inquisitorial ordenanza: "y en cuanto a sus obras, destrúyase mediante el fuego".
Me encontré en prisión con algunos antiguos miembros del viejo partido de los comunistas, el desaparecido Partido Socialista Popular (PSP). En ellos primaba un gran desencanto con los viejos ideales de justicia social.
Durante muchos años habían creído que ese ideal lo encarnaba el movimiento comunista internacional, liderado por los dirigentes soviéticos. Pero luego, con el desengaño, muchos de ellos habían renunciado a las ideas que supuestamente habían defendido sus antiguos ídolos y habían caído en el otro extremo del péndulo para convertirse en admiradores de Margaret Thatcher.
Sin embargo, me unía a ellos algo común que en aquellas circunstancias se convertía en lo más imperativo: denunciar ante el mundo la injusticia que considerábamos se había cometido con cada uno de nosotros, así como los tratos crueles y degradantes que veíamos como práctica sistemática por parte de algunos carceleros, sobre todo contra presos comunes.
Ricardo Bofill, antiguo miembro del PSP, llegado a prisión ese año con el viejo sueño de crear un grupo de derechos humanos, contaba con los contactos necesarios de agencias de prensa y medios diplomáticos para hacer que nuestras denuncias llegaran al extranjero.
Decidimos firmar con nuestros nombres —algo sin precedente en el presidio político— y agregamos las palabras "Comité Cubano Pro Derechos Humanos". Según me dijo Bofill años después, había propuesto aquel proyecto mucho antes a uno que otro intelectual disidente con capacidad para impulsarlo, pero no había encontrado oídos receptivos.
A fines de 1983 éramos —los miembros de ese Comité— apenas media docena de hombres inermes en una cárcel habanera: el Combinado del Este. Estaba entre nosotros Gustavo Arcos, asaltante del Cuartel Moncada y más tarde embajador cubano en Bélgica, tras la revolución triunfante.
El único del grupo no presente físicamente con nosotros era el intelectual socialista Elizardo Sánchez, quien mucho antes había sido trasladado a la prisión de Boniato, en Santiago de Cuba, pero con el cual manteníamos contacto a través de los familiares. Muy pronto sería noticia, internacionalmente, la existencia por primera vez en la Isla de un grupo defensor de derechos humanos.
Algunos fuimos aislados temporalmente en celdas de castigo, pero no hubo medidas más drásticas, evidentemente para evitar repercusiones mayores en el exterior.
Así nació el núcleo original de lo que luego fue el amplio arco iris del movimiento disidente nacional.
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