«Alegrías y tristezas del cubano»
Entrevista con Jorge Luis Montesinos, curador de la exposición de refrigeradores 'Monstruos devoradores de energía'.
En el año 2005 el gobierno cubano emprendió lo que dio en llamar "revolución energética". Refrigeradores y electrodomésticos made in USA de los años cincuenta y todavía funcionando, fueron recogidos de los hogares a nivel masivo. A cambio, los dueños de esas reliquias recibieron como oferta productos de factura china a precios impagables.
Al calor de esta operación estatal, el Ministerio de Cultura presentó con bombos y platillos en la Bienal de La Habana la exposición Manual de instrucciones, que reunió 50 refrigeradores recreados por artistas cubanos de diferentes tendencias. "Coincidencia" o hecho "azaroso", como lo califica Jorge Luis Montesinos, lo cierto es que no pocos vieron en este episodio una "jugada perfecta" de las autoridades culturales, que se apropiaron de un proyecto "folclórico" que, más temprano que tarde, podría sacar a la luz las miserias de la Isla.
El mercado de arte cubano ha traído a Madrid los 50 refrigeradores. Hasta abril se exhibieron en las salas y el patio de Casa de América bajo el título de Monstruos devoradores de energía, al parecer una frase utilizada por Fidel Castro. Sin ánimos de atizar la polémica, Montesinos, crítico de arte y director del Museo de Arte de Pinar del Río, habló con Encuentro en la Red sobre el origen del proyecto y las posibles lecturas que se han hecho de unos objetos que en su opinión "contienen las alegrías y tristezas del cubano".
¿Cómo surgió la idea de la exposición? ¿De qué manera se integraron los artistas a esta acción plástica?
En el año 2005, invitado a participar en un homenaje que queríamos hacer a la abstracción de los años cincuenta, específicamente al Grupo de los 11, Fabelo va a casa de Mario Miguel González —un pintor joven del arte abstracto—, se pone a dibujar encima de la nevera y se le ocurre hacer algo sobre los refrigeradores. Mario me dice entonces de dejar el proyecto de los abstractos y concentrarnos en esto.
Inicialmente, hicimos una selección de 6 ó 7 artistas. La idea era trabajar con los refrigeradores de los años treinta, cuarenta y cincuenta, que adquirimos en La Habana o algunos amigos nos regalaron. Hacía años que no se daba la coincidencia de artistas en un grupo, desde los ochenta. Fue una especie de taller: había chapistas, carpinteros, pintores de automóviles, artistas plásticos. Luego la lista fue aumentando. Participaron artistas que vivían en Cuba y otros que estaban en el extranjero.
Queríamos trabajar con el objeto refrigerador, que para los cubanos es definitivo, no sólo cumple sus funciones tecnológicas, sino que en la casa ayuda a dividir espacios, a dejar los mensajes, sirve de decoración. En la medida que el proyecto se desarrollaba, descubríamos su carga conceptual, cultural, antropológica…
¿El proyecto tuvo algo que ver con la 'revolución energética'?
No tuvo nada que ver. Es sorprendente la coincidencia. Cuando teníamos clara la idea de hacerlo, el gobierno, como parte de la revolución energética, estaba introduciendo algunos cambios en la tecnología familiar, que no sólo se reducen a los refrigeradores. Coincidió más la exposición en el CENCREM (Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología), que se inauguró el 1 de abril de 2006, que la concepción. Eso fue azaroso.
¿Entonces por qué el título Monstruos devoradores de energía?
En La Habana tuvo otro título, Manual de instrucciones, pero aquí lo decidieron los curadores de Casa de América. Pensamos que podía tener otro título porque le daba otro punto de vista. Nosotros aportamos las obras, y ellos la distribución en el espacio, el título de la exposición. Monstruos devoradores de energía, con mucha razón, porque son equipos que consumen mucha energía, con esa intención el Estado los recogió, los cambió.
Por otra parte, la compañía eléctrica española Unión Fenosa es el patrocinador de la muestra. Es una especie de contradicción que es rica, interesante, nutricia. Nos interesaba dar la visión del artista cubano de un objeto que es muy cubano.
¿'Monstruos devoradores de energía' es una frase de Fidel Castro?
No tengo la precisión exacta, no la escuché, ni vi en que momento la dijo, ni la leí. En 2005 y 2006 se hicieron varios anuncios por parte del Estado de llevar a cabo la revolución energética. En Cuba tuve alguna referencia, pero la frase exacta, como la toman los especialistas de Casa de América, no la tengo muy clara.
¿Fue idea del Ministerio de Cultura incluir el proyecto en el programa de la Bienal de La Habana?
La exposición se fue preparando durante 2005. Tuvo el apoyo incondicional de todos los participantes. A otros no les interesó el proyecto. Algunos habían trabajado con el objeto refrigerador, pero no en una exposición conjunta con esta mirada: uniendo a todos los artistas, recuperando el encuentro de los que en los últimos años se habían separado. Estaban confiando no sólo en la idea que le propusimos, sino en encontrarse, jugar dominó, conversar, beber, intercambiar…
Ahora, el Consejo de las Artes Plásticas se estaba encontrando con un proyecto que era producido por un artista que había decidido apostar por esta idea. Al principio, eso tuvo cierta reticencia —para ser acertado—, porque era una exposición grande, y con un objeto que estaba siendo ambicioso, porque los artistas querían ser ambiciosos con el proyecto y con la obra misma.
Fue muy importante la incidencia que tuvo el ministro Abel Prieto, al enterarse, y entonces nos invitó a participar en la Bienal de La Habana. Nos propone el CENCREM, que nos pareció interesante, porque coincidía con el gesto que teníamos de conservación del objeto mismo y de la cultura cubana.
El ministro fue el día de la inauguración y le pareció muy bien. Incluso hay posiciones en la crítica que defienden la opinión de que es una exposición un poco efectista. No es de élite, es propia de este momento que está viviendo Cuba en el mundo, que acude a la espectacularidad del objeto. Al final, todas las instituciones han ido apoyando el proyecto. Estamos aquí no sólo por el Ministerio de Cultura, sino porque el Consejo de las Artes Plásticas ha visto bien el proyecto.
El hecho de que el Ministerio presentara el proyecto, ¿tiene que ver con que fuera controvertido, al salir a la luz pública que en Cuba la gente lleva 50 años con esos refrigeradores porque no puede comprar otros?
Nuestra intención no era otra que hacerlo desde el punto de vista antropológico. Te concentras en la capacidad, el contenido, el grosor cultural que tiene el objeto, sobre todo histórico. Otras lecturas que se pueden hacer o se hicieron, como que en algún momento el proyecto avanzó por el empuje de los artistas y de nosotros, y luego se aceptó muy bien, y el Ministerio de Cultura lo haya apoyado en un momento y el Consejo en otro, es porque han visto lo que siempre vimos, la dimensión cultural del objeto, que para el cubano es imprescindible.
Ahora, que tuvieran 50 ó 60 años, respondía a la condición económica de Cuba, y en ello estaba nuestra intención. Un objeto que no pudo ser cambiado por determinadas razones históricas.
Siempre tuvimos mucho cuidado en concentrarnos en eso. Al punto que muchos artistas que consideramos muy inteligentes, tuvieron determinado escepticismo, pero cuando se percataron de cuál era el enfoque, lo hicieron muy bien, porque veían que discursaba más hacia las posibilidades del objeto desde el punto de vista semántico, cultural.
No es la imposibilidad de cambiarlo o no, sino la dimensión que tiene para una persona, no para un país solo, para un grupo de personas, una familia. Por supuesto, cualquier otra lectura que se pudo o se puede hacer, o podrá hacerse, está sujeta a la polisemántica del arte mismo.
Decía que hay artistas residentes fuera de Cuba que participaron en este proyecto…
Sí. Por ejemplo, Ramón Alejandro tiene una pieza muy interesante que está junto a la de Kcho, con referencias culturales muy variadas. Participó en el proyecto y conoció la otra parte de Cuba. También Pepe Franco, un artista importantísimo de la generación de los ochenta. Flavio Garciandía, que reside en México. Artistas de otras provincias, porque la muestra no se concentró en La Habana. Interesaba cómo podía traducirse en metáfora visual la relación emotiva, la experiencia, todo el conocimiento del artista sobre el objeto.
En la presentación de la exposición se dice: "Por ese sentido de preservación es que el cubano inclusive (sic) atesora objetos que, para ciertos ojos, pueden constituir rarezas y causar asombro". ¿Cree que esos refrigeradores han funcionado por más de 50 años porque a los cubanos les gusta atesorar objetos?
Por qué permanecieron durante tantos años los refrigeradores en Cuba, lleva una respuesta rápida, pero también no tan inmediata. Están tanto tiempo porque Cuba es un país subdesarrollado y quizás por esta condición no se implementaron políticas inmediatas de transformación de este sector de la tecnología familiar.
El refrigerador ejemplifica muy bien la relación que el cubano tiene con la conservación. Cumple dos funciones: la congelación y la preservación. Es la realidad de un país del Tercer Mundo. El cubano es conservador porque tiene una relación muy emotiva con su realidad, como en toda relación en la que medie la condición familiar, afectiva. El refrigerador lo expone y por eso duraron tanto tiempo. Está la pieza de Perugorría: son todos los azares desde que surgió en Estados Unidos. Ha pasado por todas esas etapas, y contiene las alegrías y tristezas del cubano.
La visión del artista puede alumbrar determinadas zonas de la psicología, como el caso de Ramón Alejandro, que ha hecho un refrigerador multicultural. Los demás tienen referencias inmediatas a la realidad cubana. El de Kcho hace referencia a procesos migratorios internacionales, con los remos.
¿Piensa que existe alguna similitud entre esta intención plástica y la del mercado del turismo local que utiliza los carros americanos con un sentido folclórico?
Lo que va a suceder con la exposición es impredecible. Hay propuestas de llevarla a otros lugares de España, y a Francia. Es impredecible la interpretación que se va a hacer del objeto. Aquí ha interesado el objeto mismo, porque es un show, un espectáculo, y es curioso. Pero ahí entramos en otra zona: lo que los estudios culturales llaman curiosidad en tanto objeto portador de contenidos exóticos. A los españoles les ha interesado porque estas neveras ya no existen, y que funcionen, es todavía más interesante. Que puedan resultar raros, porque lo son, y puedan verse como objetos portadores de folklorismo o folklorización, eso depende de las lecturas que se hagan.
En alguna medida hay un gesto de rescatarlos. Los refrigeradores se recogieron, se van a reciclar, pero estos están ahí, funcionan, se conservan y son obras de arte. Puede ser interesante para algún museo, no sólo como contenido de la cultura cubana, sino universal, porque representan un momento histórico del desarrollo de la tecnología de un país: Estados Unidos. Van a tener asociaciones y lecturas de índole multicultural, aunque se ha pretendido ver exclusivamente como cubano.
¿Qué retroalimentación ha tenido la muestra en Madrid?
Los especialistas de Casa de América me decían que aquí iba no a suceder lo mismo que en La Habana: que la gente interactuó con el refrigerador. Yo le dije que sí. Han ido muchas personas. Se le ha dado publicidad. Me pregunto qué efectos está produciendo en el televidente español, adaptado a un modo de ver la publicidad con determinados objetos de la sociedad de desarrollo industrial, y de pronto se encuentra con un mensaje de un objeto que tecnológicamente ha sido superado.
No creo que en Cuba se haya hecho una exposición con un objeto que responda tanto a la lógica del cubano en los últimos años. El refrigerador es todo, es uno más de la familia.
¿Por qué en el performance de la exposición, en Cuba y aquí en España, están los refrigeradores llenos, cuando en la mayoría de las casas cubanas hace mucho tiempo que no hay con que llenarlos?
Desde el principio teníamos claro que el artista, de conjunto con los organizadores, decidiera qué tendría el refrigerador dentro, porque es lo mismo que tener algo fuera. Los colores, si era pintura, escultura o lo que fuera. La solución general no sólo era qué iba tener por fuera, sino qué era el objeto que el artista estaba presentando. Eso implicada el tipo de metáfora que hacía, hacía qué y qué tenía dentro.
Algunos hacen reflexiones en torno a la sexualidad, como el de Bonachea; otros al amor, como el de Reinerio Tamayo y Rubén Alpízar. Otros tienen referencias multiculturales, de la realidad social inmediata, lo cual es pertinente y el arte cubano lo ha hecho en los últimos años, desde la generación de los años veinte y treinta del siglo XX. Por lo tanto, esta decisión se fue armando en conjunto.
Ahora, que el día de la inauguración los refrigeradores tuvieran dentro cosas para beber, refresco, cerveza, agua, comida, era parte del show, un poco para darle la función al refrigerador: no era arte sino para consumir.
Hubo la intención de buscar una interacción mayor, y que las personas no sólo sintieran placer desde el punto de vista estético, sino que comieran, se alimentaran, que refrescaran. Incluso, el tiempo que estuvo la exposición, estuvo concebido que hubiera agua dentro de los refrigeradores para que las personas bebieran y continuaran viaje. Una especie de consuelo.
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