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Biblioteca de Babel, Dilla

La Biblioteca de Babel

Haroldo Dilla Alfonso confiesa que lee a cualquier hora, pues es parte de su oficio. Cuando hay libros que le interesan para el disfrute intelectual, usa el fin de semana y el balcón de su casa. Y agrega que los viajes en avión son excelentes para leer, pues no hay nada que ver afuera, ni nada entretenido adentro

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Sociólogo e historiador, Haroldo Dilla Alfonso sabe bien lo que cuesta adquirir todo el enorme conocimiento que ha acumulado. Autor de cerca de una veintena de libros y de varias decenas de artículos para revistas especializadas, posee una destacada trayectoria en su campo. Tras graduarse en Pedagogía e Historia en la Universidad de La Habana, realizó estudios de postgrado en las de Otawa y Carleton, de Canadá. Después se doctoró en el Instituto Politécnico Federal de Lausana. Entre 1980 y 1996 fue investigador y director de estudios latinoamericanos del Centro de Estudios sobre América en La Habana. Tras las acciones represivas contra esa institución, se vio obligado a exiliarse en República Dominicana.

Su sólida formación y su prestigio le permitieron empezar a laborar de inmediato. En el país caribeño fundó el Grupo Ciudades y Fronteras. Fue además coordinador de investigación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y entre 2004 y 2008 dirigió el equipo de investigación del National Centre of Competence in Research NCCR-SNSF en República Dominicana, cuya nacionalidad adoptó. Tras residir allí por tres lustros, en 2014 se fue a Chile, donde es director y profesor titular del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat. Dilla Alfonso ha sido además profesor e investigador visitante en varias universidades en América Latina, Europa, Canadá y Estados Unidos, así como consultor de varias agencias internacionales de desarrollo. También ha sido consultor o investigador de organismos internacionales como agencias del sistema de Naciones Unidas, de varios organismos de cooperación europeos y de la Fundación Ford.

A su bibliografía pertenecen, entre otros títulos, La participación popular en Cuba y los retos del futuro (1995), Alternativas de izquierda al neoliberalismo (1996), Mercados globales y gobernabilidad local (2001), Ciudades fragmentadas (2007), Fronteras en transición (2007) y Ciudades en la frontera (2008). Su agudeza, su bagaje teórico y su capacidad de análisis también se ponen de manifiesto en sus artículos. En uno de las más recientes que ha publicado aborda las relaciones de la revolución cubana con la izquierda latinoamericana. Copio aquí el enlace donde se puede leer: https://www.nuso.org/articulo/304-espectros-revolucion-cubana-izquierda-latinoamericana/.

1-¿Cuántos libros tiene tu biblioteca?

Depende de lo que significa libros y bibliotecas. Si lo primero se refiere a libros impresos, diría que unos mil, no más. Son ecos de mis motivaciones y circunstancias. La primera biblioteca que tuve fue básicamente cubana y fuertemente marxista, muy heterogénea en temas, y me acompañó hasta que en 2000 tuve que irme de Cuba. Aunque mi suegro, la persona más amable que he conocido, se esmeró en hacerme llegar ejemplares con cuanto viajero aparecía, solo pude salvar una parte que fue la base de arrancada de la segunda, mi biblioteca dominicana, menos heterogénea en temáticas —ya entonces comencé a fijar mi atención en los temas espaciales— y más heterodoxa.

Cuando en 2014 emigré a Chile, doné la mayor parte a una biblioteca de los jesuitas, y pagué un ojo de la cara por transportar el resto. En Chile tengo otra, la de los mil ejemplares. Solo que más exigente, diría que A-1 en varios temas, lo que ha sido posible por los fondos que he ganado en diferentes concursos que me permiten la compra de libros. Desde entonces soy navegante usual en Amazon, y cuando visito México dedico un día completo a peregrinar por Miguel Ángel de Quevedo.

Pero vivimos en un mundo transicional en que cada vez los libros devienen los mismos objetos raros de minorías que fueron hasta el siglo XIX. Aunque confieso que voy a persistir por mi amor cuasi/erótico por el libro impreso —los compro, me acuesto con ellos a palparlos, los contemplo desde mi butaca en mi oficina— el libro digital es ya una realidad. Guardo en mis computadoras, drives y todos los discos duros externos imaginables, centenares de libros y artículos especializados que constituyen mi principal arma de trabajo. Esa es otra biblioteca, que también recreo y organizo, aunque con menos amor que con los textos impresos. Pero es mi culpa, no de ellos. Permítanme un dato: en 2010 publiqué un libro en RD con 500 ejemplares que se agotaron muy rápidamente. Lo coloque como PDF en Academia.Edu. y desde entonces ha sido visto por unas 10 mil personas y bajados por cerca de 3000. Realmente, ¿cuándo se hizo libro?

2-¿Cómo los tienes organizados: por autor, por temas, por áreas lingüísticas o indiscriminadamente?

Los organizo por temáticas, pero siempre de manera precaria: tengo algunos temas de interés, como son fronteras, ciudades, revoluciones, América Latina, asuntos teórico/metodológicos, y cada uno ocupa algún espacio. Luego hay un espacio de otras cosas interesantes que no tienen clasificación, como una miscelánea provocativa. Y finalmente hay una tabla escuálida para mis libros, unos 20.

3-¿Qué criterio sigues para comprar: un criterio racional, la recomendación de un amigo, las críticas que se publican o te dejas llevar por el impulso?

Cuando eres un hombre casado y vives en un departamento, no puedes comprar muchos libros. Compro solamente libros teóricos, afines a mi profesión y vocación sociológica, y lo hago a partir de referencias. Pero me obligo a leer alguna literatura consistente al menos dos veces al año, y compro esos libros que luego mi esposa y yo pasamos a mi hija y por ahí se pierden recorriendo muchos lectores chilenos y chilenas. Por tanto, guardo muy poca literatura. Dos excepciones: una antología de versos de Martí y un par de novelas de Umberto Eco.

4-¿Qué haces para controlar la superpoblación, la cantidad excesiva de volúmenes?

Antes que todo, no comprar lo innecesario. Luego, tener siempre un ojo sobre el espacio disponible para no producir amontonamientos antiestéticos, que son lesivos al propio uso de las bibliotecas y que mi esposa fustiga con pasión de cruzado. Cuando algún tema no resulta vigente, desactivo su biblioteca, y los paso a un estante que tengo en una bodega particular en el sótano de mi edificio. Cuando escribí el libro sobre ciudades en el Caribe tenía conmigo unos veinte libros sobre historias urbanas caribeñas, pero ya no me interesaban, y los bajé al sótano donde desde entonces sufren en la oscuridad y el olvido.

5-¿Cuál es el ejemplar más valioso que posees?

Exorcizándome con aquello de que solo un necio confunde valor con precio, me permito la vanidad de confesar que lo que considero más valioso es un manual flacucho que escribí en 1974 para un curso universitario de arqueología de Cuba. Cuando se publicó me creí camino al Parnaso. Me deleito mirándolo. A veces creo que nunca debí dejar la arqueología

6-¿Cuál es el libro que más veces has releído?

Por razones de mi oficio tengo que releer libros teóricos muchas veces, pero si de literatura se trata, diría que he leído en más de una ocasión El nombre de la Rosa, de Eco, Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz y El hombre que amaba los perros, de Padura. Pero en verdad tengo poco tiempo de leer literatura y por eso, no repito

7-¿Hay títulos de los cuales tienes más de una edición?

No. Ocuparían espacio innecesariamente.

8-¿Tienes un lugar específico para los libros escritos o editados por ti, eso que podríamos llamar la egoteca?

Sí, por supuesto, están en la parte inferior del librero que queda justamente a la espalda de mi butaca. Los quiero mucho, aunque de algunos me avergüenzo, pero así sucede hasta en las más armónicas familias.

9-¿Lees solo libros impresos o también electrónicos?

Como decía antes, ambos, cada vez más electrónicos, pero mi amor es por los impresos.

10-¿Acostumbras prestar libros a tus amistades?

Si no me queda más remedio, pero trato de recordar que deben devolvérmelo y me siento incómodo, pues siento que me falta algo. En realidad solo presto libros sistemáticamente a mi yerno Carlos Durán, por razones solidarias básicas, pero también porque vive a una cuadra de mi casa y tengo llave de la suya.

11-¿Devuelves los libros que te prestan?

Puntualmente, aunque no me gusta tomar prestados libros ajenos. Es como introducir un alien en tu casa

12-¿Tienes un lugar y un horario fijos para leer?

Todo el día, a toda hora. Es el oficio. Cuando hay libros que me interesan para el disfrute intelectual, uso el fin de semana y el balcón de mi casa. Pero también los viajes pero en aviones, que son excelentes para leer, pues no hay nada que ver afuera, ni nada entretenido adentro. Nunca he podido leer en un viaje en tren. Los paisajes me distraen.

13-¿Sueles subrayar y anotar los libros que lees?

Totalmente: los subrayo, marco, escribo, todo lo que sea discutir con ellos. Pues los libros no son para aprender pasivamente, sino para discutirlos, contradecirlos, dejarlos exhaustos. Yo castigo mis libros.

14-¿Eres monógamo para leer o lees más de un libro a la vez?

Regularmente uno solo cada vez.

15-¿Qué libro estás leyendo ahora?

Estoy más dedicado ahora a los artículos especializados, pero tengo sobre mi mesa en Santiago de Chile, esperando por mi regreso, la excelente discusión de Terry Eaglenton titulada Ideology. Y junto con ella, lista para regalar y perder de mi vista, esa novela de Padura llamada algo así como Polvo en el viento, un chisme hecho panfleto, que solo terminé de leer porque soy terco y porque me costó 25 euros en España.

16-Por último, si alguien quisiera iniciarse en la lectura y te pidiese ayuda, ¿qué diez títulos le recomendarías leer?

Yo me inicié en la lectura leyendo a Balzac, por culpa de mi madre, quien compraba todo lo que salía en Huracán y tenía predilección por el viejo Honorato. Pero no estoy muy seguro de que ese sea un camino práctico. Al final, todo depende de quién sea y qué quiera. Pero asumiendo que se trata de una persona joven con inclinación humanista latinoamericana, le recomendaría leer Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez; las Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assís; La Fiesta del Chivo y La muerte del Celta, de Mario Vargas Llosa; La Vorágine, de José Eustasio Rivera y El Reino de este mundo, de Carpentier. Pero si no tuviera tiempo como yo, entonces le diría que leyera los cuentos de Jack London, los 20 poemas de amor, de Neruda y El viejo y el mar, de Hemingway, la mejor novela de todos los tiempos. Ahí tiene municiones emotivas para un largo viaje.