Me defino en español. Me manifiesto en inglés
Cuarenta años después de su estreno como escritor, Pablo Medina es uno de los creadores más versátiles, talentosos y activos de la literatura cubano-americana
En 1975 se publicó el poemario Pork Rind and Cuban Songs, que marcó el estreno como escritor de Pablo Medina. Aquel libro fue además el primero escrito en inglés por un autor cubano, por lo cual se le considera el punto de arranque de lo que se conoce como literatura cubano-americana (Medina, sin embargo, discrepa con ese término, como más adelante explica). Desde entonces, se ha mantenido como uno de sus creadores más versátiles, talentosos y respetados.
Su bibliografía comprende catorce títulos y abarca la poesía (Arching into the Afterlife, 1991; The Floating Island, 2008; Puntos de apoyo, 2002; Points of Balance/ Puntos de apoyo, 2005; The Man who Wrote on Water, 2011; Calle Habana, 2013), la novela (The Marks of Birth, 1994; The Return of Felix Nogara, 2000; The Cigar Roller, 2005; Cubop City Blues, 2012) y el testimonio autobiográfico (Exiled Memories: A Cuban Childhood, 1990). Medina es también un reputado traductor, al cual se deben las versiones al inglés de poetas como Federico García Lorca y Tania Díaz Castro. Asimismo desde hace años trabaja como profesor de escritura creativa. En la actualidad, lo hace en el Department of Writing, Literature and Publishing del Emerson College, en Boston.
Medina arriba a sus cuarenta años de andadura literaria del mejor modo: con nuevas publicaciones. Hace pocos meses apareció editada su traducción al inglés de The Weight of the Island. Selected Poems of Virgilio Piñera (2014). Y justo en estos días acaba de salir un nuevo poemario suyo, titulado The Island Kingdom. En la entrevista que sigue a continuación, el autor de Pork Rind and Cuban Songs repasa los momentos más significativos de su trayectoria.
¿Qué recuerdos tienes de tu infancia en Cuba?
Pablo Medina (PM): Reuní algunos en Exiled Memories: A Cuban Childhood. Pero siempre me vienen más. Hace unos meses, por ejemplo, recordé que mi abuela, después de comer un pargo frito, le abría un agujero en la cabeza y le chupaba los sesos. Presenciar aquella barbaridad siempre causó en mí un desajuste total. Para ella los sesos de pescado eran un manjar; para mí un asco.
¿Cómo y cuándo supiste que querías dedicarte a la literatura?
PM: Esa misma abuela, que, además de gustarle los sesos de pescado me enseñó a jugar ajedrez, siempre decía que yo iba a ser literato. Curiosamente usó esa palabra, y no escritor. El escritor se muere de hambre; el literato, al menos, puede ejercer la docencia. Al fin y al cabo era una mujer práctica.
Miami es un lugar en donde el yo poético de tu poesía no parece muy sentirse muy a gusto. ¿Qué te disgusta de esa ciudad tan amada por los cubanos?
PM: Aunque viví en Miami solo de 1992 a 1994, he estado visitando la ciudad desde 1962, cuando mi padre compró su primer carro y nos llevó de vacaciones desde Nueva York a Miami. La visita coincidió con la llegada al exilio de mi abuela y mis tíos abuelos. Al principio me disgustó por sentir que la ciudad carecía de corazón, de centro. Sin embargo, siempre hubo momentos de verdadero encanto y diversión, como, por ejemplo, las visitas clandestinas a los viejos de un médico, famoso en Cuba, que no había hecho la reválida en Estados Unidos. Antes de esculcarlas y tomarles la presión, cerraba las persianas para que no lo descubrieran.
Con el tiempo he cambiado de parecer. Ahora me gusta mucho Miami y la disfruto plenamente. Es un mundo, una cultura aparte. Como dicen en Latinoamérica, lo que más me gusta de Miami es que está tan cerca de Estados Unidos.
A diferencia de Miami, con Nueva York tuviste una fascinación inmediata desde que llegaste allí, a los doce años, en medio de una nevada. ¿Qué encuentras de fascinante en Nueva York?
PM: En Nueva York se funda el espíritu cubano, desde los años de Félix Varela, personaje importante para mí durante la adolescencia. Ha sido una ciudad que ha acogido a los cubanos sin marginarlos. Y es que en Nueva York todos se sienten marginados, fuera de un grupo muy reducido de individuos —la élite— que controlan la ciudad.
En Nueva York descubrí que la Gran Manzana se asemejaba de manera muy distintiva a La Habana, no necesariamente en su aspecto arquitectónico, sino de la manera en que la ciudad recogía e impulsaba las corrientes culturales y sociales del resto del país. Allí conocí a un muchacho de origen puertorriqueño que trabajaba conmigo en una factoría, que se autodenominó como “A Latin from Manhattan”. Me encantó esa frase, por acoplar, en forma rimada, geografía y cultura. En otras palabras, no se consideraba latino de ningún otro lugar. Hace unos cincuenta años de esto. Ya para ese entonces se podía hablar de una cultura patentemente hispánica, o latina, en la cuidad, que se había ido forjando por más de cien años. Ese sentido de conciencia cultural (étnica) se ha regado por todos los Estados Unidos Hablemos, pues, de un latino de Miami o un latino angelino. Aunque esas frases no rimen, gimen.
Has vivido en varios lugares de Estados Unidos donde la población es mayoritariamente angloparlante. ¿Te sientes más cómodo, como sugiere Carolina Hospital, en un ambiente que no sea obviamente hispánico?
PM: Me siento incómodo en esos ambientes hispánicos de Estados Unidos por ser guetos. Sin embargo, no me siento incómodo en España o México, lugares que visito con frecuencia.
Hace cuarenta años te diste a conocer como escritor con Pork Rind and Cuban Songs. ¿Cómo ves hoy aquel poemario?
PM: ¡Cómo pasa el tiempo, caballeros! La mayoría de los poemas reunidos en ese libro son poemas de la juventud, y sufren de demasiada exuberancia y poca técnica. De ellos me quedaría con dos o tres por razones emocionales más que nada.
A diferencia de aquel primer libro, en Arching into the Afterlife hay poco de Cuba. Es además un poemario “airado”, como señaló un crítico. ¿A qué se debió ese cambio?
PM: Hay temas que trascienden la tiranía de la nacionalidad, como indicó Danilo Kis, y merecen la atención del poeta. En aquellos tiempos vivía y trabajaba en Trenton, Nueva Jersey, ciudad en decadencia económica y social, donde había pocos cubanos. No considero “airados” los poemas. Más bien telúricos. Veo el libro como un record de mi descenso al inframundo postindustrial, legado de un capitalismo en decadencia.
Con Exiled Memories: A Cuban Childhood, fuiste el pionero de los libros autobiográficos que después publicaron escritores como Gustavo Pérez Firmat, Virgil Suárez, Ruth Behar, Carlos Eire, Flor Fernández Barrios, Richard Blanco. ¿Qué te llevó a escribir aquel libro?
PM: Un amigo libanés me preguntó en una carta cómo fue mi niñez en Cuba. Mi respuesta de diez páginas fue la semilla del libro. Nunca pensé que a nadie, fuera de la familia, pudiera interesarle nuestra mitología familiar: los personajes y experiencias que me hicieron como persona. Sin embargo, el libro interesó, y sigue siendo de interés para muchos lectores.
Points of Balance/ Puntos de balance es un poemario que recoge textos en inglés y en español. No se trata, sin embargo, de los textos en inglés acompañados de sus correspondientes traducciones al español, sino de reflejos de un idioma en otro, de un diálogo dinámico. Cuéntame cómo surgió ese libro, cómo fue su proceso de creación.
PM: Como sabes, soy traductor y la idea del libro surgió de una de las verdades irreductibles de la traducción: no todo se puede decir en un idioma. Fue así que empecé a escribir los poemas que luego reuniera en Points of Balance/ Puntos de apoyo. La forma de los poemas la tomé del i-Ching, que está compuesto de 64 hexagramas, figuras de seis barras, completas e interrumpidas, en combinación. En Points of Balance/ Puntos de apoyo hay 64 fulcros en español y 64 más uno en inglés, el último incluido para que la gente no diga que soy un simple copiador.
The Cigar Roller significó tu primera incursión en la historia de Cuba y del exilio cubano. ¿Cómo te interesante en ese tema? ¿Qué investigación hiciste para escribir esa novela?
PM: Por mucho tiempo visité Tampa en busca de los rasgos que dejaron los cubanos en Ybor City, la ciudad fundada a consecuencia de la industria tabacalera que allí se desarrolló. En un principio quise escribir una historia del lugar, pero pronto me di cuenta que soy fundamentalmente novelista y no historiador. Es que me gusta más inventar que reproducir. De ahí que escribiera The Cigar Roller como novela y no como historia social.
Hace años el poeta chileno Nicanor Parra te dijo: “Vas a tener que escoger un idioma”. Sin embargo, no lo has hecho y eres de los pocos cubano-americanos que se mueven con igual comodidad en español y en inglés. ¿Qué disfrutas o te gusta más de cada idioma?
PM: Esa pregunta me la he estado haciendo desde hace muchos años. Para responder me acojo a los grandes escritores de cada idioma. ¿Cómo no querer escribir en el idioma de Shakespeare; cómo no querer escribir en el idioma de Cervantes? Aunque en mí predomina el inglés, no pierdo la esperanza de llegar a escribir una novela entera en español.
Me defino en español. Me manifiesto en inglés. Sin embargo, algo en mí rechaza el espanglish, quizás por no verlo como idioma sino como esfinge o grifo: una bestia misteriosa compuesta de partes disímiles cuya alma aún no se ha formado. No deja de tener su encanto, pero en él no canto. Además no me considero cubano-americano, ya que esa frase presupone para mí una redundancia. Todos los cubanos somos, tanto geográfica como culturalmente, americanos; o lo éramos. Ahora no sé lo que somos.
Has declarado que escribiste algunos capítulos de The Cigar Roller y Cubop City Blues en español y que luego los tuviste que traducir al inglés. También comentaste que tu sensibilidad en español es distinta a tu sensibilidad en inglés. Me pregunto y ahora te lo pregunto a ti, ¿cómo fue el traslado de esos capítulos al otro idioma? En otras palabras, ¿cómo fue pasar la sensibilidad en español a la sensibilidad en inglés?
PM: Me traduje submarinamente de un idioma a otro. En esos momentos tuve que ponerme escafandra y bucear por los fondos de mi ser en busca de las palabras que mejor captaran esas sensibilidades, las corrientes alternas (pero nunca opuestas) que me definen. Sumergirse en un mar y surgir en otro es cosa desconcertante, pero no deja de tener momentos de satisfacción, incluso de iluminación. Me traduje a mí mismo. Como dijo Octavio Paz, pasamos la vida traduciéndonos.
Has desarrollado una intensa labor como profesor en colleges, universidades e incluso prisiones. ¿Se puede enseñar a escribir? ¿Cuál es tu filosofía como profesor de escritura creativa?
PM: Se puede enseñar a escribir si hablamos de ortografía y gramática. El talento no se enseña sino que se descubre, se nutre y se fomenta. El profesor de escritura literaria es, en el mejor de los casos, un coach o mentor. El resto es disciplina y labor.
¿En qué medida tu trabajo como profesor ha influido en tu obra literaria?
Ha evitado que me muera de hambre.
Te tocó traducir, junto con Mark Statman, Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Ese nuevo contexto, ¿tuvo alguna incidencia en el trabajo que ustedes realizaron?
PM:Poeta en Nueva York es, sin duda, el mejor libro de García Lorca. En él reunió sus impresiones fantasmagóricas sobre “el monstruo”, la gran ciudad de Nueva York. Y monstruo era cuando vino el derrumbe de la bolsa en octubre de 1929, evento que García Lorca presenció directamente. El poeta describió la metrópoli gravemente herida como nadie lo pudo hacer, o lo ha hecho hasta el presente.
El once de septiembre de 2001, Nueva York recibió otra grave herida. Poeta en Nueva York se puede sobreponer temáticamente sobre los hechos de 9/11 sin gran dificultad. “Prepara tu esqueleto para el aire”, nos dice el gran poeta, y así nos ofreció el dolor y la convalecencia que experimentamos simultáneamente todos los que presenciamos el evento. En “Panorama ciego de Nueva York” agrega:
“Si no son los pájaros
cubiertos de cenizas,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible”.
En un final, ni un Nueva York se salva de la debacle, sea en 1929 o en 2001.
Como traductor, tu trabajo más reciente es una selección de la poesía de Virgilio Piñera. ¿Cuáles fueron las principales dificultades al trasladar esos poemas al inglés?
PM: Aunque su primer libro fue un poemario, el ímpetu de Virgilio hacia la poesía era espontáneo, casual; o sea que escribía poemas cuando le daba la gana. Una de las grandes dificultades al traducirlo fue la de reproducir esa espontaneidad y ligereza de espíritu que son las marcas definibles de su obra poética, ya que la práctica de la traducción no es espontánea por definición. Lo más fácil fue traducir su gran humanidad y humildad como escritor. Me hubiera gustado conocerlo, y la mejor manera de conocer a un escritor ya muerto es traducirlo.
Al igual que el protagonista de tu novela The Return of Felix Nogara, en 1999 regresaste a Cuba después de 38 años de haber salido. ¿Te preparaste emocionalmente para el viaje? ¿Qué impacto tuvo en ti el retorno al país de tu infancia?
PM: Alucinante y desilusionante al extremo. Volví a las ruinas de mi memoria. Por mucho que intenté prepararme, nada, pero nada, me facilitó ese encuentro truculento. La Cuba que llevo en la mente es, como dijo Cabrera Infante, más noción que nación, y me apego a ella como un vago espíritu que flota sobre la Cuba actual, la desmoronada por cincuenta y tantos años bajo un régimen aplastador. Se dice que en la Cuba del siglo diecinueve, durante la época del Capitán General Tacón, se vivía a taconazos. En la Cuba de nuestros tiempos se vive a castrazos. Cada día que pasa me aferro más a esa Cuba que pudo ser, y no a la que es. En esa noción guardo la esperanza.
Sé que eres poco amigo de que te presenten como escritor cubano-americano o escritor latino, porque consideras que son etiquetas extraliterarias. Así que quiero preguntarte, por último, cómo prefieres definirte tú.
PM: Prefiero no definirme a mí mismo. Que lo hagan otros. Puedo decirte, en paráfrasis de Martí, que si no fuera Pablo, quisiera serlo.
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