Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Literatura cubana, Poesía

Versificador es cualquiera; poeta, el artista

En esta entrevista, Félix Cruz-Álvarez habla acerca de su actividad como poeta, su trabajo como profesor durante treinta y ocho años y su amor por Miami, “ciudad vilipendiada y despreciada por intelectuales propios y extraños”

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Hombre de una sólida formación humanística, Félix Cruz-Álvarez (Cárdenas, 1937) pertenece a esa categoría de escritores que crean su obra al margen de modas y del sometimiento a lo transitorio y contingente. Es poco dado a la autopromoción y a la exposición social, lo cual puede no justificar, pero sí explicar la escasa atención que le ha dedicado la crítica biempensante. Escribe desde hace varias décadas, pero su callada y fiel dedicación al quehacer poético solo se ha materializado en la publicación de cuatro libros: Varadero: Sueño con mareas (1973), Sonetos (1975), Homenaje a las furias (1977) y Entre el río y el eco (1989). Los textos que en ellos se recogen dan cuenta de una poesía que posee como principales cualidades el esmero técnico, la belleza formal, el acento sostenido y el gusto por los valores de la palabra esencial.

Desde la salida de su último libro, ha transcurrido más de un cuarto de siglo. ¿A qué se debe ese prolongado silencio editorial? En la entrevista que sigue a continuación, Cruz-Álvarez responde a esa interrogante. Habla asimismo acerca de las razones que lo llevaron a salir de Cuba, a la labor como profesor que realizó durante treinta y tantos años, a su concepción de la poesía y a su amor por Miami, ciudad a la cual dice amar con gratitud.

¿A qué te dedicabas en Cuba antes de venir a Estados Unidos y qué razones te llevaron a tomar el camino del exilio?

Después de graduarme de Bachiller en Letras, en el Colegio Presbiteriano La Progresiva, en Cárdenas, en el mes de mayo de 1955, comencé los estudios de Derecho y Ciencias Sociales y Derecho Público en la Universidad de La Habana, hasta que las clases fueron suspendidas en marzo de 1957 a causa de la situación política del país. Mis amplias lecturas de historia, filosofía y política me ayudaron a formar una conciencia crítica sobre la actividad revolucionaria, en la que muy pronto detecté las influencias comunistas y los fondos de caudillaje que entrañaba.

Decidido a participar activamente en la búsqueda de una solución electoral que, con todos sus defectos, evitaría la tragedia que después vino, formé filas en el Partido Liberal y llegué a ocupar el cargo de Secretario de la Administración Municipal de Cárdenas. Esta vía electoral, repudiada por la inmadurez e ignorancia de la mayoría del pueblo y por la actitud revanchista de los sectores insurreccionales y la obcecación de algunos elementos gubernamentales, hubiera sido una salida no violenta hacia la legalidad, tal como años después se hizo en Chile, Perú, Brasil y Uruguay.

Con la reapertura de la Universidad en 1959, retorné a mis estudios; pero por mi militancia anticastrista tuve que abandonarlos, y pasé a trabajar en la oficina de un ingenio azucarero, el Central Soledad, en Jovellanos, donde mi padre era cajero-pagador. En 1964 me casé con quien es todavía mi esposa, y cuando se iniciaron los Vuelos de la Libertad mi hermano Rafael, q.e.p.d., nos reclamó para poder venir a Estados Unidos, a donde llegué el día 6 de noviembre de 1968 por el aeropuerto de Miami, con mi esposa, mi hijo Rafael, de dos meses de nacido, y otros familiares. Para poder salir del país tuve que renunciar a mi empleo desde el año 1966, y fui obligado a trabajar en los cortes de caña y como peón de obras públicas. Aquí fuimos ubicados en Chicago, donde viví hasta 1971.

¿Te interesaba ya la literatura desde Cuba?

Mis actividades culturales antes de llegar a Estados Unidos fueron diversas. Publiqué poemas en revistas, y fui miembro correspondiente del Ateneo de Matanzas, donde di mi primera lectura pública de poemas, bajo los auspicios de Carilda Oliver Labra. También fui miembro activo del Ateneo de Cárdenas. En resumen, mi postura política contra el gobierno y la búsqueda de un futuro seguro y libre para mí y mi familia, fueron las razones decisivas que me impulsaron al exilio.

Desde muy niño siempre estuve en contacto con la literatura. Tuve la buena fortuna de que en mi casa la lectura fuera un hábito, y tuve a mi disposición una excelente y bien nutrida biblioteca. Allí pude leer los volúmenes de la Evolución de la cultura cubana, de José Manuel Carbonell; los de El Tesoro de la juventud, que contenían narraciones de la literatura universal así como abundancia de poesía. Claro que los poemas sólo reflejaban la poesía hasta el modernismo; pero recuerdo las excelentes traducciones de la obra de Poe, de Sully Prudhomme, de Lamartine, Goethe, etc., y mucho de poesía romántica cubana, española e hispanoamericana. También formaban parte de la biblioteca familiar las colecciones Rivadeneyra y de Autores Cubanos, que tuvo como director y editor a Fernando Ortiz. En cuanto a revistas, estaban las colecciones completas de Orto, Social (Massaguer fue muy amigo de familia, y también era cardenense), Blanco y Negro y otras que no recuerdo.

Junto a los libros de historia, crítica literaria, arte, ciencias políticas, filosofía, también había muchos volúmenes de novela, poesía y teatro. Recuerdo una bellísima edición del Quijote hecha en España en 1905, con motivo del tricentenario. También los dos tomos publicados por el Faro Industrial de La Habana, en 1846 de las poesías de Milanés, en una edición de suprema belleza. En fin, mi primer contacto, inolvidable, con los grandes contemporáneos fue el volumen Poesía junta, publicado creo que en 1951 por la Editorial Losada, la edición príncipe de Residencia en la Tierra, de Neruda, y una edición bellísima de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, con plumillas en sepia de Atilio Rossi. De los cubanos, teníamos a Boti, Acosta, Poveda, Brull, Martínez Villena (que fue compañero de estudios de mi tío Rubén en la Universidad, y siempre, no obstante las diferencias en política, conservaron una amistad sincera hasta su muerte.) En fin, no quiero abrumarte con esta nómina. Pero valga como testimonio que acredite mi interés y amor por la literatura desde mis años cubanos, interés que creció en vocación profesoral y creación literaria personal, en prosa y verso.

Aquí en Estados Unidos te dedicaste durante unos cuantos años a la enseñanza. ¿Dónde trabajaste?

El profesorado ocupó 38 años de mi vida. Entre 1973 y 1983 fui instructor adjunto en estas instituciones: Escuela de Educación Continuada, de la Universidad de Miami, dando cursos de literatura cubana e hispanoamericana; Biscayne College (hoy Saint Thomas University), enseñando lo mismo; y Miami Dade College, dando cursos de Humanidades, Historia de Cuba, Historia del Teatro, Teatro Cubano Contemporáneo e Introducción a la Filosofía. Al mismo tiempo fui asistente del Director del Departamento de Enseñanza Bilingüe.

A partir de 1983, pasé a enseñar, como maestro a tiempo completo, en el Sistema de Escuelas Públicas de Miami-Dade, trabajando en las escuelas Southwood Middle y Miami Palmetto High School desde 1983 hasta 1988, dando clases de Español y Latín, y a partir de esa última fecha y hasta mi retiro en 2011, enseñé los cursos avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana, Lengua Española y Latín. Estos cursos son de nivel universitario y dan 6 créditos cada uno al alumno que pase los exámenes de rigor. También, por varios años, fui clinical teacher, entrenando y orientando a los estudiantes de las Escuelas de Educación de la Universidad de Miami y de la Universidad Internacional de la Florida, que eran enviados a pasar su internado en mis clases.

Esta actividad profesoral la desarrollé luego de haber obtenido mi Bachelor in Arts en Biscayne College, mi Master of Arts en la Universidad de Miami, y mi Doctorado en Filosofía, en la Universidad de Miami, con especialización en Literatura Española e Hispanoamericana y Lenguas Románicas. También hice un postgrado en Ciencias de la Educación. En 1979, obtuve el premio John Barrett, de la Universidad de Miami, a la mejor disertación doctoral sobre temas hispanoamericanos, con mi tesis Los poetas del grupo de Orígenes.

¿Guardas un buen recuerdo de esa experiencia?

Guardo muy agradables recuerdos de esos años profesorales y aunque nunca faltaron disgustos y frustraciones, tuve recompensas de honda significación para mí, pues mi labor fue reconocida y respetada por instituciones y alumnos. Con muchos de los alumnos todavía mantengo relaciones de sincera y afectuosa amistad: me llaman por teléfono, me escriben con frecuencia y me han dado grandes satisfacciones al verlos desarrollar sus vidas como profesionales en todos los campos, como empresarios, como funcionarios de organismos públicos y privados, como obreros calificados, como padres y madres ejemplares y hombres y mujeres honestos y triunfadores. Ciertamente, si algo añoro en estos años de mi retiro, es esa relación con mis alumnos, a quienes di no sólo lo mejor de mis conocimientos sino también la inspiración ética necesaria para una vida integral.

El primer libro que publicaste fue Varadero: Sueño con mareas. ¿Eran realmente los primeros poemas que escribiste? ¿Los escribiste en Miami o los traías de Cuba?

Varadero: Sueño con mareas es mi primer libro publicado aquí en Miami. Fue escrito en Cuba, en Varadero, durante el otoño de 1959. Antes de él yo escribí, en 1953, algunos poemas iniciales, que fueron publicados en el suplemento El País Gráfico, del periódico El País, en su sección Hojas líricas, que dirigía el periodista y poeta Enrique Pizzi de Porras. Eran poemas que mostraban la influencia adolescente de las vanguardias. En 1960-1961, escribí Sonetos y nocturnos de la ausencia (inédito), y entre 1963-1968, en Cuba, y 1968-1974, en Chicago y Miami, los poemas que aparecen en Homenaje a las furias, publicado también en Miami.

En Sonetos, Homenaje a las furias y Entre el río y el eco, muestras una marcada preferencia por la rima, la métrica y las estrofas tradicionales. ¿Qué encontraste en esas formas cerradas?

Sinceramente, no tengo preferencia por específicas formas retóricas. En toda mi producción pueden encontrarse las formas métricas y estróficas tradicionales junto con las más abiertas o libres. En realidad, soy de los que creo que cada poema nace ya con su forma; esta fluye, se impone a nuestro trasiego con las palabras. En definitiva, la poesía está en el contenido, que surge de la entidad interior del poeta; y esto no tiene modas ni tiempos.

Pero quiero señalar algo: la poesía (el contenido, la revelación del ser inefable) y la poética (la técnica estructural, la teoría literaria), pertenecen a un concepto superior que las contiene: la literatura como arte. Arte, del latín ars, manera de hacer algo Y al ser arte la poesía, supone también un cuerpo de normas de fabricación, diríase, que la diferencia de la artesanía. Versos, líneas métricas, puede hacer cualquiera; eso se aprende, como se aprende a tocar un instrumento o a dibujar. Picasso, maestro de toda innovación plástica, poseía —y lo mostró— el dominio absoluto de las reglas clásicas académicas, de las que partió su obra y que le permitió transformarlas, adaptarlas, hasta apartarse de ellas cuando lo creyó conveniente porque lo movió el espíritu creador. Pero siempre mostró un fondo de maestría técnica que no desdeñó la norma clásica.

Lo importante no es la métrica, sino lo que se pone en ella; ahí es donde radica el talento, como burlonamente dijo Ricardo Palma hace muchos años. El verdadero poeta es un artista que tiene que conocer y saber emplear a su voluntad los recursos técnicos de su arte, para llenarlos con la expresión de su interioridad. Para Octavio Paz, el poema, el verdadero poema, era la reflexión sobre una emoción experimentada. Todas las formas son válidas siempre que contengan verdadera poesía. Ese disparate de que el verso libre es uno de los signos de la modernidad contemporánea, es la expresión de una suma ignorancia en cuestiones de literatura. Los clásicos griegos y latinos, usuarios y artífices del hexámetro y fijados rigurosamente al ritmo y compás de lo fonético, jamás utilizaron las formas rimadas. Porque verso libre, blanco o suelto no es prosa cortada en pedacitos, como creen muchos de nuestros creadores actuales, que persisten en las tonterías de las vanguardias, que fueron útiles, liberadoras; pero que tuvieron su tiempo y su finalidad, hoy superadas.

Los verdaderos poetas, de hoy y de ayer, que usaron y usan el verso libre, lo crean manteniendo el ritmo interior y el “tempo” exterior que su estructura artística requiere. Póngase el oído a los poemas de Rilke, de Neruda, de Pessoa, escritos mayoritariamente en versos libres, y se captará el compás, el acento rítmico que los identifica como creaciones de un verdadero artista, no de un escribano de vaciedades, ignorante e inhábil en su oficio. Versificador es cualquiera; poeta, es el artista. En conclusión, todas las formas son válidas si dentro de ellas hay verdadera poesía. Y la disciplina técnica no puede echarse a un lado. No hay buena o mala poesía: la poesía es una y absoluta; es nóumeno, “en sí”, élan, epojé, lo que se quiera llamarla; pero poesía, y nada más. La envoltura pertenece a la habilidad, al gusto o al reclamo inexplicable del contenido. El poema sólo es una estructura gramatical y retórica.

Han pasado veintiséis años desde la salida de tu último libro, Entre el río y el eco. ¿A qué se debe ese prolongado silencio? ¿Has seguido escribiendo durante todo este tiempo?

Teodoro Haecker, autor de Virgilio: padre de Occidente, uno de los mejores y más profundos estudios sobre el poeta y el clasicismo latino, publicado en Madrid en 1945, señala, entre los hábitos “escriturales” de Virgilio, el hecho de que este, una vez terminado un poema, lo guardaba sin releerlo. Varios días después lo revisaba para aprobarlo o corregirlo; las más de las veces lo destruía. Y traigo a colación esta referencia —salvando las abismales distancias entre el genio romano y este poeta común y corriente, ya con el práctico a bordo— para culpar en parte el prolongado silencio desde la aparición, en 1989, de Entre el río y el eco, a esta inexplicable actitud ante mi obra, que reconozco producto de una absurda insatisfacción pensando, quizás, que pudiera haberlo hecho mejor. Quizás sea vanidad, altanería o exceso de crítica.

No he dejado de escribir desde esa fecha; pero la mayor parte de lo escrito fue al cesto de los papeles y a la trituradora. Y pudiera añadir una razón financiera: no es común en nuestro gremio la paternidad y los deberes y gastos que ellas suponen. Y mi esposa y yo, en el período entre 1986 y 2001, afrontamos los gastos de las carreras universitarias de nuestros dos hijos, uno en la escuela de Derecho en la Universidad de Pennsylvania y el otro en la misma facultad en la Universidad de la Florida, en Gainesville. Cada centavo contaba; ningún sacrificio fue poco; pero valió la pena. Hoy ambos son dos exitosos abogados corporativos. “Primo vivere; deinde philosophare”, valga la sentencia latina.

Por otra parte, como tengo una sustancial desconfianza en los veredictos de los llamados concursos, sean los de primera plana o los municipales y espesos que pueblan el orbe hispánico aquende y allende el Atlántico, nunca me he molestado en participar. Los grandes y reales premios, el Nobel, el Cervantes, están fuera de nuestras magnitudes y su concesión depende de factores muy diversos, entre los que el tiempo y su juicio definitorio son muy importantes. Lo que sí han engendrado es la muchedumbre de “finalistas”, que abunda en las notas laudatorias y publicitarias de tantos.

Volviendo a lo financiero, más en directo, a mi bolsa familiar con sus prioridades, como no me fue ni me es posible publicar en ediciones que valgan la pena —vanidad de poeta pobre, pero de nariz alzada— me resigno a escribir, que es lo importante, a dejar la obra hecha, para que la posteridad, que tiene alma de prostituta, decida en sus azares el destino de mi papelería, la que, como escribió ese poeta segundón de la España alfonsina ochocentista, Vicente W. Carol, “…al triste olvido de la edad entrego,/ O al duro fallo de los tiempos libro”.

Y sí, he seguido escribiendo. De 1991 es Miami. Suite a cuatro voces; de 1992, Muerta sus trenzas vienen del tocío (Elegía cubana); de 1997, Las hojas van cayendo; de los años 2001-2002, Poema por el cielo; del período 2000-2012, La carne del tiempo; a los años 2012-2013, pertenece Los pórticos extraños; el año 2014 completé Los dioses olvidados, y el ciclo de 2014-2015, Debajo de tu sombra. En este momento trabajo en otro poemario, La sed en el espejo. La prosa no me ha sido ajena. En 1994 terminé la novela El sitio más hermoso de la noche y justo este año concluí un ensayo de filosofía, Ensayo para una crítica de la razón poética. Ahora trabajo en un extenso estudio, Al margen del Quijote. Como verás, todo menos estar ocioso. Por lo demás, tampoco queda fuera la posibilidad de publicar algo, Deo volente o mi bolsa sorprendida por algún superávit.

Quiero preguntarte por los que son tus poetas preferidos, aquellos que lees y relees con regularidad.

De los nuestros, Juan Clemente Zenea, Emilio Ballagas, Eugenio Florit y Eliseo Diego. Irrenunciables las lecturas frecuentes de Jorge Luis Borges, Antonio Machado, Pablo Neruda, César Vallejo, Rubén Darío; la devoción a Luis de Góngora, T.S. Eliot y Wallace Stevens. Y ya en estos mis años finales, con las bendiciones de la serenidad, no me abandonan Horacio, Goethe, Rilke y Vicente Aleixandre. Son autores imprescindibles; y muchas veces me preocupa ver la cantidad de poetas de ahora que creen que han asado la manteca y pretenden construir la casa desde el techo, deslumbrados, como quien descubre lo incógnito, con las piruetas, una vez antisépticas y necesarias, de las vanguardias, a las que imitan y quieren dar carta de originalidad en sus creaciones. Muchos años y muchas lecturas me han curado del asombro fácil, y me han vacunado contra creerme ser el ombligo del mundo, mal de muchos en la graforrea actual.

Por último, quiero preguntarte qué significa para ti Miami, la ciudad donde has vivido buena parte de tu vida.

Cárdenas, en Cuba, fue mi ciudad, donde nací y viví hasta los 31 años de mi edad. Forzado al destierro por una tiranía comunista, producto de una revolución innecesaria nacida de la inmadurez política, de la ignorancia histórica y de los revanchismos de uno y otro bando, vine a este bendito país en 1968. Y tras una temporada de tres años en Chicago, establecí mi residencia en Miami, ciudad que amo profundamente porque en ella he logrado lo mejor de mi vida: consolidar una familia, publicar mi poesía, ayudar en lo posible al logro de la libertad de mi Patria, desarrollar mi carrera profesoral, escribir en libertad, enriquecer mi vida con amistades entrañables, en fin, vivir una vida vivible, con sus alegrías y tristezas, sus triunfos y fracasos, sus afirmaciones y decepciones; pero vida.

Ciudad esta múltiple en su tejido social, plural en su alma, alegre y melancólica, con sus grandes problemas y sus grandes bondades, con sus rechazos y sus abrazos; pero viva, cordial, mía tras casi medio siglo de estar en sus entrañas; de peón de fábrica y limpiapisos de escuelas a profesor y escritor, siempre junto a mi esposa y mis hijos y mis pocos pero leales amigos de tantos años.

Ciudad vilipendiada y despreciada por intelectuales propios y extraños, que creen que la ostentación de un título ivy league los clasifica como los ejemplares sumos, jupiterinos y omnisapientes, y que muchas veces han hecho y hacen, alarde de un izquierdismo trasnochado y saboreado entre los nimbos de la alta burguesía que adoran, y desde cuyo olimpo —con minúscula— miran despreciativamente a los cubanos de a pie, que trabajan y se esfuerzan y echan la fuerza de la vida en el caudal de progreso, cubanía y conservación de nuestra memoria histórica y nuestras tradiciones, anatemas para la elite, ya decadente y fracasada en sus historiologías y cubanologías, desmentidas por la realidad histórica, que a pesar de ellos nos muestra todavía actuantes, creadores, vivos, a pesar del gozo que sienten y expresan por la vergüenza universal de un gobierno democrático avalando una tiranía decrépita y corrupta en nombre de una utopía “progresista” que no tiene bases para una consolidación posible. Recuerdo a Lampedusa: “Algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.

En fin, amo esta ciudad con gratitud. Es mi ciudad de carne y hueso; Cárdenas es mi ciudad del sueño y la memoria. Ambas son una para mí.