Literatura

Sin aplausos cortesanos

Nueva generación de escritores cubanos: La mayoría sabe que un poeta compite con Catulo y Lezama, no con la UNEAC.

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Las colas para los escasos volúmenes comprables en la Feria del Libro, terminan muchas veces en la pregunta de Cabrera Infante: ¿Cine o sardina? Y se sabe —conozco por lo menos a un miembro de la Comisión Depuradora— que no todos los libros que llevan las editoriales, en especial las españolas, llegan a los estantes. El esperpéntico caso de la editorial cubana Plaza Mayor, con sede en Puerto Rico, parece elocuente, hasta ridículo.

Los escritores jóvenes en La Habana, Cienfuegos, Santa Clara, Remedios, Holguín o Pinar del Río, a veces se contentan con las sutilezas, que de tan sutiles nadie capta, pero cada día con más desenfado rompen la autocensura con el concurso de Vitral o enviando sus originales fuera de la olla arrocera.

Por varias vías están enterados —o colaboran con ella— de que hay una valiente disidencia interna que no teme a prisiones y mítines de repudio, junto a los sectores del exilio que no hay día que no piensen en Cuba, y una diáfana solidaridad internacional, fuerte ante el rizoma que padecemos.

Menor oportunismo

Algunos se desesperan con razón, una razón —como siempre y en donde quiera— que se agudiza por la edad y que en Cuba se agudiza por el contorno inhóspito, de supervivencia en La isla en peso que carga nuevos pesos. Por eso muchos ven en la salida del país su única vía de realización artística, humana. Mientras otros se encierran en sus cuartos y tratan de volverse impermeables. Y otros enloquecen, se alcoholizan o suicidan… Así es, las causas son groseramente tangibles…

Lo hermoso es que entre ellos, respecto de generaciones anteriores, parece observarse —incluyo los tan expresivos silencios— un menor índice de oportunismo y valoraciones menos maniqueas. La culpa ajena ha perdido adeptos, saben mejor que la "denuncia" no suele producir buena literatura, aunque sí excelente periodismo. Nada más desesperante para los amanuenses del régimen que no hallar a ningún joven de honradez y talento que escriba un poema al arrugado Comandante. El remedio de los noventa se les ha convertido a los "orientadores" en el veneno de 2006. Y aquí sí que los retrocesos no son por órdenes o marchas del pueblo combatiente.

Están desesperados por resolver sus problemas económicos a la manera de Ena Lucía Portela o Leonardo Padura, pero no subordinan la indefensión —como otros— al aplauso cortesano. La mayoría sabe que un poeta compite con Catulo y Lezama, no con la UNEAC y el Instituto Cubano del Libro. En las tertulias con ellos que recuerdo, poco oí hablar de "política cultural", de esperanzas en algún congreso. Las discusiones eran sobre la paronomasia en Cabrera Infante o la perversa imaginación de Reinaldo Arenas…

Quizás sea pensamiento de papá, pero en ellos tengo más confianza que en nosotros, por causas tangibles. Tienen un más nítido sentido del canon y el agón, a veces intuitivo, pero con menos ruidos extraliterarios, contextuales… Una poética —sé que toda generalización es burda— más cerca de Aristóteles y de Horacio, que de las teleologías desvencijadas. Uno me contestaba de las Palabras a los intelectuales (1961) con una frase preocupante, aunque alentadora: "Entonces, ni mis padres se conocían".


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