Opinión

Las trampas de la fe

Marx, la izquierda y los crímenes del comunismo: ¿Se puede matar a cien millones de personas en nombre del amor?

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El demógrafo ruso I. A. Kurganov, por ejemplo, divulgó en el exilio ( Novie Russkoié Slova, abril 14, 1964) que sólo el balance del comunismo soviético entre 1917 y 1959 daba 66,2 millones de muertos. En 1917, la URSS contaba con 143,5 millones de habitantes; por anexiones se agregaron 20,1 millones y el crecimiento natural habría llevado la población hasta 319 millones en 1959. Pero ese año había 208,8 millones de soviéticos y la Gran Guerra Patria explicaría sólo 44 millones del déficit.

Courtois picó al medio la naranja de la criminalidad: "la muerte por inanición del hijo de un kulak ucraniano, condenado deliberadamente al hambre por el régimen estalinista, vale igual que la muerte por inanición del hijo de un judío del gueto de Varsovia, condenado al hambre por el régimen nazi". Esta comparación dista mucho de ser escandalosa. El escándalo se arma cuando la izquierda reacciona con indignación y desemboca sin remedio en que "todos los muertos no valen lo mismo".

Por amor y por odio

El tendel comparativo de regímenes nazis y comunistas sirvió ya para que Hannah Arendt examinara el totalitarismo y Allan Bullock escribiera su biografía paralela de Hitler y Stalin. Ernst Nolte fijó hasta un nexo causal: el nazismo como reacción simétrica contra el comunismo, pero con iguales técnicas de exterminio y métodos de terror. Sin embargo, la opinión de que el nazismo fue peor campea por sus respetos morales, ya que los comunistas habrían obrado por amor a la humanidad y los nazis, por odio racista.

La diferenciación entre crímenes por vocación y por error pone de inmediato sobre el tapete sociológico si los regímenes políticos deben juzgarse con arreglo a sus intenciones o a sus actos. La justificación moral de la intención siempre está del lado del culpable. Nadie deja de ser víctima por haberlo sido de una buena idea malograda en la práctica.

Así como el comunismo, el nazismo pretendía "la felicidad" del (super) hombre y prometía perspectivas "radiantes". Aquí "genocidio de raza" y "genocidio de clase" son meras subcategorías de "crimen contra la humanidad", si en nombre de las utopías de raza pura o sociedad sin clases son eliminados los sospechosos de poner piedras en el camino hacia la meta grandiosa de la sociedad mejor.

No importa que por el comunismo hayan dado su vida hombres virtuosos. Así probaron sus convicciones, pero nunca la justeza de la causa: la sangre de los mártires no demuestra nada, decía Nietzsche.

En perspectiva a la vez subjetiva y moralista de la historia de las ideas, la izquierda alega que los ideales del comunismo quedan a salvo por la bondad de la intención. Si en nombre de la doctrina del amor puede matarse cuatro veces más gente que por la doctrina de odio, quizás sea hora de empezar a revisar los criterios del amor.

Asimismo se requiere dar precisión a los rasgos definitorios de los regímenes totalitarios. Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski sentaron ya la ideología oficial que abarca todos los sectores de la vida, el partido único enraizado en las masas, el sistema político organizado sobre el terror, el control monopólico tanto de los medios de combate como de los medios de comunicación masiva, y la dirección centralizada de la economía ( Totalitarian Dictatorship and Autocracy [Dictadura totalitaria y autocracia], 1965).

Máscaras y sambenitos

No sorprende que los griegos rojos se sumaran con fervor a sus hermanos rusos en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. El KKE fue uno de los cuatro partidos comunistas que apoyó sin reservas la invasión de Checoslovaquia (1968). También los rojos franceses tienen larga historia de lealtad incondicional a Moscú, pero al menos estuvieron mayoritariamente en contra de aplastar con tanques la Primavera de Praga.

No obstante, el PCF y mucha gente de izquierda que sucumbió antaño a la tentación comunista no tiene hogaño intención alguna de reconocer su culpa, para seguir ejerciendo magisterios de opinión en medio de la confrontación democrática. No atinan a "desestalinizarse" porque siguen apegados a la mitología del frente popular y a la idea de continuidad entre las revoluciones francesa y rusa.