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Periodismo coreano

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No es la primera vez que la isla surcoreana de Yeonpyeong, 120 kilómetros al oeste de Seúl y a tres kilómetros de la línea divisoria con Corea del Norte, es el escenario de escaramuzas. Ya sucedió en 1999, 2002 y 2009. La frontera, trazada unilateralmente por el mando de Naciones Unidas en 1953, es reconocida por el sur, pero no por el norte, que reclama como suya esta zona. Razón por la que unas maniobras militares del ejército surcoreano justo allí es, cuando menos, una imprudencia, aunque no un ataque. Al parecer, Corea del Norte envió varios mensajes exigiendo el cese de las maniobras, que consideraron un simulacro de invasión, aunque el fuego no estuviera dirigido contra su territorio. Al continuar las maniobras, Pyongyang lanzó más de 200 proyectiles sobre la isla y las aguas circundantes. Murieron dos militares, dos civiles y hay decenas de heridos. Seúl respondió con el lanzamiento de unos 80 proyectiles cuyos efectos se ignoran.

Dada la gravedad de los sucesos, en particular por la capacidad nuclear de Corea del Norte, la noticia ha sido portada en todos los periódicos del mundo. Con excepciones.

Korean News (http://www.kcna.co.jp/index-e.htm), de la Agencia Central de Noticias de Corea del Norte, destaca como principales noticias dos visitas de Kim Jong Il: al Colegio Médico de la Universidad Kim Il Sung y a las obras de una nueva tienda de salsa de soja en Ryongsong. Sus referencias al suceso se limitan a reproducir el Comunicado del Comando Supremo del Ejército del Pueblo de la República Popular Democrática de Corea, donde se afirma que “los títeres de Corea del Sur (…) han lanzado decenas de proyectiles en el interior de las aguas territoriales de la RPDC en torno a los islotes de Yonphyong” (…) “a pesar de las repetidas advertencias de la RPDC”, hecho que fue respondido con un “poderoso golpe de fuerza”. Y subraya que “en el Mar Occidental de Corea sólo existe una línea de demarcación militar marítima, la establecida por la RPDC”. El comunicado amenaza con nuevos "ataques militares despiadados" si Seúl viola su frontera "aunque solo sea 0,001 milímetros".

El comunicado confirma que las maniobras sudcoreanas se circunscribieron a las que, según la ONU, son sus aguas territoriales, aunque para el norte “sólo existe una línea de demarcación militar marítima, la establecida por la RPDC”. Su “poderoso golpe de fuerza”, más que una respuesta a Corea del Sur, que no bombardeó al norte previamente, está dirigido a sus propios súbditos y a obtener nuevas concesiones de la comunidad internacional si quiere evitar una guerra que podría ser devastadora.

El diario Granma, por su parte, el día 23 abre con un descubrimiento de Raúl Castro que, sin dudas, revolucionará la economía mundial: que “trabajar constituya realmente algo vital para todos” y que el salario recupere su papel como principal fuente de ingreso. En portada se comenta también el descubrimiento de fraudes eléctricos en La Habana y la emancipación latinoamericana. Sólo en la sección de internacionales aparece el conflicto de Corea, pero de un modo tangencial bajo el título “Llama Rusia a evitar escalada militar en Península coreana”. El diario comenta el llamamiento de Rusia a ambas partes para evitar nuevos enfrentamientos y se refiere al “intercambio de fuego de sus artillerías”. La palabra clave es “intercambio”. Como, siempre según Lavrov, el jefe de la diplomacia rusa (el diario Granma no se pronuncia), “los iniciadores de tal acción asumen una gran responsabilidad por los sucesos” y dado que “el hecho ocurrió en medio de las protestas de la República Popular Democrática de Corea contra la realización por parte de Seúl de maniobras militares con la participación de unos 70 mil hombres, lo cual consideran una amenaza para su seguridad”, la culpabilidad está servida al lector de la Isla que no dispone de otras versiones. De paso, Granma menciona los “13 heridos y un muerto”, pero nunca aclara a qué bando corresponden. Cualquier lector cubano podría deducir que han sido pacíficos campesinos del norte masacrados por los artilleros del sur.

Al día siguiente, 24, la primera plana de Granma tampoco recoge el casus belli coreano. Ese espacio queda reservado a la contraofensiva estratégica de diciembre de 1958, los residuos tóxicos de la OTAN en el Adrático y otro descubrimiento económico de Raúl Castro, que “Nada debe regalarse a los que pueden producir y no producen o producen poco”. De nuevo hay que acudir a Internacionales para encontrar el artículo “La RPDC responde a provocación militar de Surcorea”, donde se reproduce casi textualmente el Comunicado del ejército norcoreano y se añade que “Surcorea reconoció que estaba realizando ejercicios militares regulares y ensayos balísticos en la isla de Yonphyong antes de la respuesta de Corea Democrática”, anotando que esto es tomado de la Agencia Reuters. Si el lector cubano puede desconfiar del comunicado del ejército norcoreano, por ser parte interesada, la coletilla atribuida a la Agencia Reuters, donde la palabra “reconoció” es clave, como si las maniobras no fueran de antemano conocidas y nada secretas, sugiere el culpable. Y para subrayarlo, se anota “antes de la respuesta de Corea Democrática”. Si suya es la respuesta, la pregunta artillera fue formulada por los surcoreanos. El lead de la información especifica: “La República Popular Democrática de Corea (RPDC) denunció hoy que Surcorea disparó decenas de obuses hacia aguas jurisdiccionales de la parte Norte, provocación a la cual respondió el país, según PL”. Aquí no se aclara que la isla Yonphyong es parte del territorio de Corea del Sur, según la línea establecida por la ONU, sino que se acepta tácitamente la pretensión del Norte, que la considera parte de su territorio aunque, de hecho, no le pertenezca. Una lectura atenta nos mueve a la duda: ¿Por qué Corea del Sur dispararía a las aguas jurisdiccionales del norte? ¿Intentaba masacrar tiburones y sardinas imbuidos de la idea Juche? ¿Por qué no respondió Corea del Norte bombardeando a los jureles Samsung y apuntó directamente a una isla habitada por militares, pero también por civiles?

Por su parte, la edición impresa de Juventud Rebelde sólo otorga al asunto una llamada en portada, “Tensión en la península coreana”. El texto al que refiere, y que aparece en la página tres, es un calco del que trae Granma, pero se completa con las opiniones del secretario general de la ONU, la UE, Japón y Estados Unidos. Y anota que los muertos y heridos los puso la parte surcoreana. Aunque ello podría deberse a la pésima puntería de los artilleros del sur.

Siempre que, por razones políticas, la prensa cubana se ve obligada a defender lo indefendible, el ejercicio de manipulación de la información alcanza una maestría que sería merecedora de ensayos y doctorados por parte de la comunidad académica. En el mejor de los casos, se traspapelan acontecimientos trascendentales hacia las páginas interiores, cuando no se silencian. Las medias verdades se combinan con las palabras estratégicas (“respuesta”, “intercambio”, “reconoció”), se habla de los muertos pero se oculta a qué parte corresponden para no enjuiciar a quien los ocasiona. Y, lo más importante, al referirse al tema citando a los rusos o los coreanos —y también a la ONU, la UE, Japón o Estados Unidos en el caso de Juventud Rebelde— se escamotea el apoyo abierto del gobierno cubano a una de las dictaduras más tenebrosas del planeta. La prensa de la Isla es consciente de que cuenta con un lector cautivo y desinformado, pero no estúpido.

Quienes vivimos en una sociedad donde la sobreabundancia de información nos obliga a elegir, combinar y extraer nuestras propias conclusiones de los datos complementarios y/o contradictorios somos apenas hacedores de puzzles. El lector cubano, por el contrario, está condenado a suplir lo que falta, reinterpretar adjetivos, analizar los énfasis y los huecos de silencio para reconstruir algo que se parezca a la verdad. Con suerte, logra adivinar que el puzzle corresponde a Las Meninas de Velázquez, aunque le hayan escamoteado el pintor, el perro, los enanos e incluso las meninas.



Nuestro Premio Nobel

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La ciudad y los perros fue publicada en 1963; La casa verde, en 1965, y Conversación en La Catedral, en 1969. Si añadimos diez años para su traducción y difusión, comprobaremos que a Mario Vargas Llosa le debían hace treinta años el Premio Nobel de Literatura. Aunque más vale tarde que ese nunca padecido por Borges, Carpentier y Guimaraes Rosas, por sólo citar a algunos. Y en ello coincide el periodista cubano M. H. Lagarde, según el cual, Vargas Llosa “debió recibir el galardón muchos años antes, cuando el autor de Confesión en la Catedral era mucho más escritor que político”. Confío en que haya leído la novela con más atención que su título.

En su ambición de constituirse en el sumo pontífice de la literatura universal, la Academia Sueca se rige por un extraño sistema de cuotas y asignaciones que nos ha deparado, en los últimos años, premios misteriosos cuando no insólitos, como si se cumpliera el aserto borgeano y los suecos se dedicaran a “descubrir nuevos talentos”, aunque Borges apostillaba que a él no le desagradaría ser descubierto. El Nobel de Mario Vargas Llosa es, en cambio, tan incuestionable, que hasta sus enemigos han tenido que admitir su justicia. Atacan su “ética”, o lo que ellos llaman “ética”, sus opiniones filosóficas o sus preferencias políticas, pero no aquello por lo cual, y no por otras razones, se le ha concedido este premio.  En su caso no se ha cumplido el vaticinio de Pablo Neruda cuando le dijo que “por cada elogio recibirás dos insultos”.

Ajeno a modas y estados gregarios de opinión, Vargas Llosa se situó, frente al análisis estructural y las teorías del Nouveau Roman, en lo “teóricamente incorrecto” sustentando en La orgía perpetua (1975) y La verdad de las mentiras (1990) la inmanencia del narrador como contador de historias que merecían ser contadas, y se desmarcó de la literatura como mero juego retórico, pirotecnia verbal, pasarela exhibicionista de experimentación formal, no aquella que se pone al servicio de la historia. Cuando Carlos Barral afirmó que la literatura era puro lenguaje, haciéndose eco de las tesis en boga, Vargas Llosa mostró su total desacuerdo, y se declaró desde muy temprano contra aquellas novelas “sin acción, de pura atmósfera, de lenguaje moroso, intransitivo”, como nos dice Jorge Edwards. El reciente Nobel hundió sus raíces en la mejor narrativa de todos los tiempos, desde Tirante el Blanco y El Quijote, hasta Flaubert y Conrad. Y como crítico dedicó numerosos ensayos a los grandes maestros, pero hizo más, hizo algo que los escritores no suelen hacer: consagrar todo un volumen, García Márquez: historia de un deicidio (1971) a uno de sus contemporáneos.

Como se dice en el flamenco, Mario Vargas Llosa, el narrador, ha tocado todos los palos. Desde sus primeras novelas, precoces en su madurez, hasta las novelas gozosas y juveniles de la edad adulta, pasando por ejercicios de maestría literaria, como La casa verde, y novelas totales, como Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo (1981). Desde Lima y Los Andes a las islas del Pacífico o la “guerra santa” de Canudos; desde su novela de dictadores, La fiesta del Chivo (2000), hasta las atrocidades del colonialismo belga denunciadas por Roger Casement, nacionalista irlandés y cónsul británico en El Congo (El sueño del celta, 2010), sus novelas “funcionan como laberintos constructivos que han de ir siendo descifrados gradualmente por la inteligencia y la imaginación del lector”, como afirma Antonio Muñoz Molina. La narrativa de Vargas Llosa, quien sostiene que los únicos límites de la novela realista son los límites de la realidad, que no tiene límites, no se conforma con el lector que mastica y traga historias precocinadas. Como toda gran literatura, la suya condena al lector a la complicidad inteligente. Y lo ha conseguido con talento, mucho trabajo, pero también con una alegría de la escritura que contamina su obra, porque para él, la literatura es “una servidumbre y un gozo, un gran gozo”. Vargas Llosa ha conseguido que ese gozo de la gran literatura rebase los confines de su Perú natal y de Latinoamérica para convertirse en patrimonio universal. En España, además, como escribe Juan Luis Cebrián, Vargas Llosa fue uno de los grandes escritores latinoamericanos que “nos ayudaron a descubrir los perfiles de nuestra propia identidad, frente a la cultura acartonada, provinciana y triste que el franquismo patrocinaba”.

El Nobel, según los académicos suecos, se le concede “por su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”. Efectivamente, pocos escritores del siglo XX (y ya, del XXI) han personificado como él la defensa de la libertad individual, al ser humano frente al poder de los estados y las ideologías.

Mientras Borges repudió las dictaduras de izquierda pero alabó “la clara espada” de Pinochet, y Cortázar denunció las dictaduras de derecha pero admiró las de izquierda, Vargas Llosa ha repudiado por igual a unas y otras, a contracorriente de la intelligentzia occidental que aplaude las revoluciones latinoamericanas mientras pueda seguirlas vía satélite desde Nueva York o París.  Vargas Llosa aplaudió en las revoluciones de Cuba y Nicaragua su carácter libertario al deponer sangrientas tiranías, y se desmarcó tras su giro antidemocrático con el mismo fervor que denunció las dictaduras de Argentina y Chile, o las grandes religiones políticas del siglo XX, los dogmas y las ortodoxias sacramentales, soporte teórico de los regímenes más despiadados. En México, calificó al priísmo como una “dictadura perfecta” en 1990 y se vio obligado a abandonar el país.

Como Albert Camus, Vargas Llosa descree de quien “pone al hombre al servicio de la idea, el que está dispuesto a sacrificar el hombre que vive al que vendrá”, porque una sola persona es más valiosa que cualquier idea. Vargas Llosa se aproxima al liberalismo tradicional, aquella sociedad soñada por la Ilustración que garantizaría el derecho de cada hombre a la libertad de conciencia, la libertad responsable para decidir sobre su propia vida, piedra angular de la dignidad individual y colectiva. En ese sentido, ha sido fiel a sus convicciones, en consonancia con la sociedad abierta postulada por Karl Popper, y su atenta lectura de Berlin, Mises, Herzen, Dahrendorf, Hayek y los liberales anglosajones.

El diario Granma, al calificar a Vargas Llosa como “antinobel de la ética”, subraya sus “desplantes neoliberales”. Ciertamente, yo tampoco coincido con muchos de sus puntos de vista, en particular, su defensa de la autarquía del mercado como garante de una prosperidad que se expandirá automáticamente a toda la sociedad, ni con la minimización del Estado como agente que garantice la redistribución social de la riqueza. Difiero de su elogio a Margaret Thatcher o de su defensa a posteriori de la invasión a Irak. Sin olvidar que tras criticar la segunda intifada de los palestinos, denunció en Gaza las políticas de Israel. O que ha defendido los derechos de los homosexuales y el de las mujeres a abortar, con el mismo énfasis que ha censurado los nacionalismos excluyentes. En cualquier caso, estemos o no de acuerdo con él, sus ensayos y su periodismo son diáfanos, rigurosos, no apelan al engaño, la triquiñuela o el dato escondido. Merecen una réplica de empaque equivalente, no el circunloquio de la descalificación. Y, desde luego, tal como nos enseñó en su día Rosa Luxemburgo, "La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente". La defensa de esa libertad no es una graciosa concesión, sino un principio.

Se refiere también el diario Granma a “su catadura moral”, una vileza si consideramos que Mario Vargas Llosa ha hecho siempre gala, con amigos y enemigos, de una caballerosidad infrecuente. Jamás ha ventilado en público su diferencia con García Márquez, a pesar de que, por lo que se sabe, tendría sobradas razones. Pocos meses antes de la muerte de José Saramago, Vargas Llosa lo visitó en su casa de Lanzarote. Y confiesa que cuando recibió la noticia del Nobel, estaba enfrascado en la admirada relectura de El reino de este mundo. Aunque Saramago y Carpentier se ubicaran en las antípodas de sus propias convicciones. Pero quizás esta referencia sea elogio y no diatriba. Si la “catadura moral” de Nicolae Ceausescu, Mengistu Haile Mariam y Robert Mugabe los hicieron acreedores de la Orden Nacional José Martí, es una deferencia excluir a Mario Vargas Llosa.

El antropólogo Marvin Harris (Cows, Pigs, Wars and Witches: The Riddles of Culture), al analizar las verdaderas razones de la cacería de brujas durante la Edad Media nos cuenta que las víctimas eran gente del pueblo llano y, sólo como excepción, nobles y sacerdotes. Según él, la caza de brujas “dispersó y fragmentó todas las energías latentes de protestas. Desmovilizó a los pobres y desposeídos, aumentó la distancia social, les llenó de sospechas mutuas, enfrentó al vecino contra el vecino, aisló a cada uno, hizo a todos temerosos, aumentó la inseguridad de todo el mundo, hizo a cada uno sentirse desamparado y dependiente de las clases gobernantes (…) De esta manera evitó que los pobres afrontaran al establishment eclesiástico y secular con peticiones de redistribución de la riqueza y nivelación del rango. La manía de las brujas (…) era la bola mágica de las clases privilegiadas y poderosas de la sociedad. Éste era su secreto”.  En suma, añade Harris, su significado práctico consiste en “desplazar la responsabilidad de la crisis de la sociedad medieval tardía desde la iglesia y el Estado hacia demonios imaginarios (…) las masas depauperadas, alienadas, enloquecidas, atribuyeron sus males al desenfreno del Diablo en vez de a la corrupción del clero y la rapacidad de la nobleza. La Iglesia y el Estado no sólo se libraron de toda inculpación, sino que se convirtieron en (…) los grandes protectores de la humanidad frente a un enemigo omnipresente pero difícil de detectar”.

Eso posiblemente explique la necesidad de convertir en diablos y brujas, mercenarios y testaferros del Imperio, vendidos, lacayos y apátridas a todos los que opinen de modo diferente, un modo de “desplazar la responsabilidad de la crisis”.

En la línea de defensa de un nacionalismo de trinchera que ha ido suplantando en los últimos decenios al antiguo internacionalismo proletario, se refiere también la nota del Granma a “la negación de sus orígenes”, a lo que el propio autor responde: “Yo soy peruano, lo que hago, lo que digo expresa el país en el que he nacido y en el que he vivido las principales experiencias”. Y en El país de las mil caras (1984) reconoce que “el Perú es para mí una especie de enfermedad incurable y mi relación con él es intensa, áspera, llena de la violencia que caracteriza a la pasión”. Admite también que “España es un país que no era mío y que yo he hecho mío porque me acogió”. Una frase que dos millones de cubanos refrendarán sin mayores aclaraciones.

Aunque en este caso ninguno de los dos está en lo cierto. Mario Vargas Llosa es más que peruano o español, más que latinoamericano. Y este premio Nobel se nos ha concedido por igual a todos los ciudadanos del planeta que consideramos la gran literatura un patrimonio universal, y a los que creemos en la libertad como derecho inalienable de la condición humana.

(Este texto fue escrito expresamente para la revista Espacio Laical, de La Habana, donde aparecerá en el número 4, a finales del presente año).



Cartografías

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El libro Paisajes. Metáforas de nuestro tiempo (Linkgua Ediciones S.L., Barcelona, 2009, 350 pp. ISBN: 978-84-9897-523-9), de Dennys Matos, tiene ilustres antecedentes: los Diarios de Cristóbal Colón; la Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, de Giorgio Vasari, autor del término «Rinascita»; la bitácora de Antonio Pigafetta, cronista de Magallanes; las premoniciones de Rui Faleiro, cartógrafo y astrónomo; los métodos de orientación del cosmógrafo Andrés de San Martín; el Cosmographiae Introductio, que acompaña la Lettera, los Cuatro Viajes de Américo Vespucio, en cuyo honor el alemán Martin Waldseemüller nombra "América" al continente en su mapa de 1507; las crónicas de Ruy Díaz y de Antonio Herrera y Tordesillas, o la Historia general de las cosas de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, padre de la etnología moderna. Por eso no es casual que Jorge Brioso encabece su “Presentación” de estos Paisajes con una frase en la que Gilles Deleuze afirma que escribir tiene que ver con deslindar y cartografiar futuros parajes. No otro es el propósito de Dennys Matos.

Paisajes abre con una aproximación a este mundo post en que habitamos: la poshistortisa, el poscomunismo, la posideología, lo posnacional, la posvida. También entre los siglos XV y XVI la humanidad vivió una era post: entre las tinieblas de la alta Edad Media se abrieron paso las ideas del humanismo, se reactivó el conocimiento, caducó la mentalidad dogmática y el teocentrismo medieval dio paso al antropocentrismo. Del mismo modo, tras el derrumbe del muro de Berlín y de la bipolaridad maniquea de la Guerra Fría, han aparecido decenas de fórmulas de organización social: un mundo multipolar donde el libre comercio de las ideas ha abolido los monopolios de la verdad. Multipolaridad equivalente a la que, tras la Reforma protestante, rompió en la Cristiandad con la dictadura del dogma, con la tradición y con la unidad estilística, hasta entonces supranacional. Aparecieron nuevas técnicas arquitectónicas, musicales, escultóricas y pictóricas —el schiaciatto, el claroscuro—, e incluso literarias tras la obra cervantina. La nueva sensibilidad humanística ocupó todos los territorios de la cultura europea, prefigurando su expansión mundial a bordo de la imprenta de Gutenberg y a bordo de las carabelas de Cristóbal Colón desde que, dos horas después de la medianoche del 12 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana gritó “Tierra a la vista”. Grito equivalente al de los físicos del CERN de Ginebra, encabezados por Tim Berners-Lee, cuando en 1990 crearon la World Wide Web: más que un nuevo continente, inventaban un universo habitado hoy por una población equivalente a la de China.

Hace medio milenio, los grandes exploradores propiciaron el encuentro de dos mundos, la confluencia de pueblos hasta entonces secuestrados por la geografía que, a partir de entonces, fraguarían una población genética y culturalmente mestiza, algo que cambiaría radicalmente el curso de la historia.

Hoy, el 75% de los alimentos consumidos por la Humanidad son oriundos del Nuevo Mundo y no hay biblioteca o archivo que pueda competir con Intenet, el mayor pastizal de datos de la historia: diez millones de terabytes en 2011.

En la sección “Metáforas de nuestro tiempo”, el autor mapea los territorios de esta sensibilidad post, no uncida a los dictados de una escuela o de una vanguardia: los objetos suicidas, las estéticas del cuerpo y la sexualidad, las angustias y desasosiegos de la libertad, los inexplorados mundos virtuales donde, por primera vez, el diálogo entre el arte y el público es bidireccional.

De la misma forma que los artistas italianos emigraron huyendo de las guerras y dispersaron por toda Europa la buena nueva del Renacimiento, las galopantes migracioners globales de nuestro mundo post arrojan un saldo de estéticas cruzadas y mestizas a las que se refiere Matos en sus “Emergencias cruzadas”. Desplazamientos geográficos y culturales, relectura de códigos, como en World Mouse o en el arte satírico de Elio Rodríguez, el grupo Puré, Lázaro Saavedra o Marcos López.

Las escolásticas ideológicas, desde el comunismo al neoliberalismo, han caducado. Todo es puesto en duda y cunden las lecturas transversales. Todo es objeto de choteo mientras se intenta una relectura incluso desde lo frívolo —como la exposición “Ch€, Revolución y mercado”, a la que se refiere el autor, que registra cómo la piedra filosofal del capitalismo post convierte un icono subversivo en mercancía—. Subversión de códigos, relecturas desde lo local o lo global, arte pop, frivolidad y desconcierto de un arte eminentemente urbano, metropolitano: Nueva York, Berlín (a la que el autor dedica toda una parte del libro) o Londres son los equivalentes de las ciudades-estados de ayer: Venecia, Florencia, Milán y los Estados Pontificios, centros de renovación artística.

Lo virtual se codea con lo real en igualdad de condiciones. Un mundo de fronteras líquidas provoca cartografías efímeras, deslizantes. Fronteras inasibles que se extienden en el land art hasta la imposibilidad de deslindar el arte de la naturalreza (el bosque de Agustín Ibarrola, la “Montaña de Tindaya” o el “Peine del viento”, de Chillida); el urbanismo travestido en arte, como en el Reichtang envuelto por Christo. La relectura y recontextualización de los mensajes en la obra de Alejandro López permite una lectura volátil, el sfumato davinciano de la interpretación.

El autor redondea su cartografía del arte contemporáneo al insertarlo en los mecanismos de mercado. Del mismo modo que entre Reforma y Contrarreforma un mundo asolado por las guerras multiplicó exponencialmente su comercio, hoy, entre decenas de guerras locales, estados fallidos, piratería, terrorismo y narcoejércitos, el comercio es la circulación sanguínea del planeta. Y el arte, un valor “seguro”, juega con los términos de la ingeniería financiera, que son casi los términos del arte: se tasa la percepción del valor, no el valor mismo.

Estas aproximaciones, estas cartografías tentativas desembocan, cómo no, en un mapa a escala mayor de la plástica cubana contemporánea: Los Carpinteros con su arte antifuncional, el discurso contestatario de Saavedra y Glexis Novoa; los interiores cubanos como sugerentes radiografías de la realidad; las escenografías y la historia en Carlos Garaicoa; el discurso político y las utopías personales, así como la recurrencia de los mapas, las aguas, los viajes y la muerte que contemplan impávidos los dioses tutelares de la Isla. Matos da voz a los propios artistas: Luis Gómez, Pedro Vizcaíno, Ricardo Rodríguez Brey, Alexandre Arrechea y Carlos Garaicoa muestran la trastienda de ideas que subyace a sus obras. Como un planeta en miniatura, Cuba (tanto en la Isla como en el archipiélago de la diáspora) muestra su rara multiplicidad casi continental.

Mientras el siglo XVI florecía en Amberes y Florencia, la Siempre Fiel Isla de Cuba sólo estaba autorizada a importar toscos géneros de la península y grandes dosis de Contrarreforma. Pero ya entonces el contrabando, el comercio de rescate con naves inglesas, francesas y holandesas, el trapicheo nocturno de salazones, cueros y cajas de azúcar o aguardiente por sábanas de Holán, encajes de Malinas, algodones de Ruán, lienzos de Cambray, aperos ingleses e ideas prohibidas superaba al otro. Como Dennys Matos demuestra en sus Paisajes, el trapicheo de ideas sigue siendo una de las grandes tradiciones nacionales.

El autor cierra esta bitácora, este mapa, con una visión inquietante a través del vídeo “Agosto 2007”, de Francis Naranjo. Los huecos blancos de las cartografías, los paisajes ignotos, azuzan la imaginación de los hombres. En la Cosmographia Universalis, del alemán Sebastián Munster (1544), best seller reimpreso cincuenta veces en veinte años, se describía a hombres de grandes labios y una sola pierna, y a enanos que se alimentaban con el olor de las manzanas. Fray Bernardino de Sahagún menciona una culebra con una segunda cabeza en la cola, y Alvar Núñez Cabeza de Vaca describe a “malacosa”, ser hemafrodita que vive bajo la tierra y se alimenta de la nada. En “Agosto 2007” encontramos al ser más extraño de la creación: el hombre en su dimensión trágica, el hombre que discurre por un paisaje de ruinas mientras busca el País del Nunca Jamás y de fondo se escucha que “algo se pudre en el corazón de las hormigas”.

Como todo mapa de tierras recién descubiertas, Paisajes. Metáforas de nuestro tiempo, resultado de la acuciosa cartografía de Dennys Matos, es, por fuerza, tentativo, pero imprescindible para quienes se dispongan a adentrarse en las dispersas geografías de la imaginación.



Se publica Diario Delirio Habanero

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Acaba de aparecer en España, publicado por Mono Azul Editora dentro de su colección Vuelapluma, mi Diario Delirio habanero. Un adelanto de ese libro fue el diario de mi viaje a Cuba durante el verano de 2009 que publiqué en este mismo blog. El libro inserta artículos, ensayos breves, un texto de ficción, y reportajes que complementan el esqueleto narrativo del volumen.

 

La nota de contraportada afirma:

 

Luis Manuel regresa a Cuba en el verano de 2009 para tantear el mundo que dejó, la ciudad que amó y construyó en Habanecer. Frente a él, la isla en peso, con la plenitud de sus ruinas, en la que hoy vive y se desvive por seguir viviendo la Revolución. La Cuba que visiona el autor a su vuelta del exilio es un país surreal que delira y camina entre un porvenir de estrecha ortodoxia y un presente dicotómico, el patria o muerte y su cada vez más susurrante venceremos.

 

Satírico, con un humor cercano y fresco, nada melodra­mático, irónico, con disparos certeros de elocuencia y ­asientos de afilada erudición, el autor nos conduce a ­través de los pasajes de este diario en los que se paladea el ­sabor de una realidad que se cansó de soñar, que agotó su ­sueño. La ­Habana es una de las ciudades más amadas de la Tierra. Ella desgrana contra el mar la sintonía de una pelea ­perdida, de una batalla eterna. Hijo de esta ciudad, el autor se habanizó hace años, y habanece otra vez ahora, sin sal en los ojos, en medio de una saudade llena de rigor y anclada al cariño hacia un país que siempre deja huella. Y duele tocar cada cicatriz. Duele desabrazarse.

 

Quienes lo deseen, pueden leer el primer capítulo, es decir, el primer día, en http://www.monoazuleditora.blogspot.com/

 

Próximamente a la venta en la red de librerías, el libro puede adquirirse ya en http://www.monoazuleditora.com/36429.html



La carta de todos

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El sitio Orlando Zapata Tamayo. Yo acuso al gobierno cubano (http://orlandozapatatamayo.blogspot.com/), promovido por Verónica Cervera, Alexis Romay, Isbel Alba, Joan Antoni Guerrero, Enrique del Risco, Aguaya Berlín, Alina Brouwer, Alen Lauzán, Ana C. Fuentes Prior y Jorge Salcedo, ha convocado a todo el que lo desee a firmar una carta abierta “Por la libertad de los presos políticos cubanos”. Una carta que en la mañana del 16 de marzo ya ha recibido 5.640 firmas.

 

La carta aboga “por la excarcelación inmediata e incondicional de todos los presos políticos”, pide respeto a “los derechos humanos en cualquier parte del mundo”, recuerda “el decoro y el valor de Orlando Zapata Tamayo”, apuesta “por el respeto a la vida de quienes corren el riesgo de morir como él” e “impedir que el gobierno de Fidel y Raúl Castro continúe eliminando físicamente a sus críticos y opositores pacíficos” y condenándolos a penas inauditas por "delitos" de opinión, y pide “el respeto a la integridad física y moral de cada persona”.

 

Sea cual sea el credo político de cada cual, es difícil que alguien con un mínimo sentido de aquello que mi abuela llamaba “decencia” acepte estar en contra del respeto a los derechos humanos y a la integridad física y moral de todas las personas. Es difícil no admitir que la opinión no puede ser un delito, y que es un imperativo moral la excarcelación de todos los que hoy sufren prisión por esa causa. La carta se dirige a “todos los que han elegido defender su libertad y la libertad de los otros”. También será difícil que alguien se confiese un liberticida absoluto –incluso Fidel Castro siempre ha defendido la libertad de un ciudadano cubano--.

 

Hasta los voceros del castrismo tardío, dentro y fuera de la Isla, deberán admitir (aunque sea en su fuero interno) el valor y la integridad de alguien capaz de comprar su dignidad al costo de la vida.

 

En lo anterior reside el poder de convocatoria de esta carta que, hasta el momento, han firmado socialdemócratas y democristianos, liberales y conservadores, izquierdas y derechas, intelectuales, obreros, profesionales, políticos, estudiantes, ateos y creyentes. No se dirige a una élite ni a una facción, no se restringe a una secta de compadres. Está dirigida “a los hombres de buena voluntad” (Lucas, 2, 14), de ahí la respuesta.

 

Confieso que antes de firmar la carta no averigüé quién la promovía, ni de qué secta ideológica provenía. Me atuve al texto. Lamentablemente, no es infrecuente que muchos compatriotas se ocupen antes de averiguar si un texto es propuesta de A o de B, de los “míos” o de los “otros”, qué oscuros protagonismos se esconden tras cualquier pronunciamiento, y dosifiquen entonces firmas o abstenciones. El contenido es lo de menos. Lo importante es el remitente. Algo que favorece siempre al destinatario.

 

Hoy, y aunque ocurre en circunstancias luctuosas, la masiva firma de esta carta me ha proporcionado una verdadera alegría. Por una vez somos capaces de echar a un lado cualquier otra consideración que no sea la defensa de las libertades y los derechos, no sólo de los cubanos, sino de cualquier ciudadano del planeta.

 

Después de su maquinaria represiva, el poder del castrismo reside en su capacidad de dividir y en su falta de escrúpulos. No ha dudado en fomentar el egoísmo y el miedo, convencer a cada ciudadano que está siendo continuamente vigilado, infiltrarse en la intimidad de las personas y minar de agentes hasta al menor grupo disidente. No ha dudado en extorsionar, amenazar y comprar fidelidades. Y no sólo en la Isla. Monopoliza la palabra y administra el silencio, de modo que pueda difamar, mentir y ocultar impunemente. Como Elegguá, el gobierno cubano abre o cierra los caminos a sus súbditos. La mayoría evita en silencio las complicaciones del tráfico. Y como amo de llaves, abre y cierra la puerta para visitar a la madre enferma, al hijo, al hermano. Rehenes filiales que amordazan a no pocos en el exilio.

 

Durante decenios nos prometieron el advenimiento del “hombre nuevo”. Pero la cosecha de personas ha sido tan desastrosa como la de papas. Si un “hombre del siglo XXI” ha aparecido en Cuba es el jinetero. El castrismo ha creado, eso sí, dos millones de ciudadanos: los que fuera de la Isla nos hemos librado del lastre totalitario y hemos asumido esa condición que combina libertad y responsabilidad, y los hombres y mujeres que dentro de la Isla compran cada día su libertad arriesgándola.

 

Asumir la responsabilidad como ciudadanos de esa isla virtual y democrática que los cubanos merecen es abogar por lo esencial, una sociedad abierta, plural, democrática, inclusiva y respetuosa de las libertades, y postergar lo secundario para ese día, quizás no demasiado lejano, cuando la soberanía de la nación recaiga verdaderamente en el pueblo y éste pueda elegir libremente su destino.