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A favor, en contra y todo lo contrario

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Son las reacciones que ha suscitado el concierto promovido por Juanes en La Habana. En mi post de ayer intenté analizar objetivamente qué había sucedido y cuál era, de algún modo, su saldo. Independientemente de ese intento de objetividad periodística, me arriesgo a pronunciarme tomando en cuenta los pro y los contra.

 

Descartaré el criterio de que este concierto debía ser un revulsivo del gobierno cubano. De momento, a pesar de todos los avances de la ingeniería genética, los guayabales no producen frutabombas. Y los conciertos no derogan gobiernos.

 

Se ha aducido en contra de este concierto que podría interpretarse como un apoyo al gobierno cubano, que ese gobierno podría instrumentalizarlo en esa dirección, atribuyéndoselo como un éxito o como una demostración de su carácter abierto y tolerante. Se ha dicho que es una vergüenza dar una fiesta en un país que lleva años celebrando el velorio de sus esperanzas. Hay, incluso, una teoría pasmosa: que el FBI suministró a Cuba, a pedido de Chávez y con la anuencia de Obama, un millón de manillas GPS que fueron uncidas con carácter obligatorio a las muñecas de los jóvenes habaneros, y que les vetaban acercarse demasiado al escenario, e incluso les propinaban a distancia una descarga eléctrica si se portaban mal. Si aún no lo ha hecho, el autor de esta tesis debería considerar una incursión en la literatura fantástica. Imaginación no le falta.

 

Es cierto que el gobierno cubano ha intentado rentabilizar a su favor el concierto, ofreciéndolo como muestra de su carácter abierto y dialogante. Pero ni siquiera sus voceros más fieles se han atrevido a citarlo como un ejemplo de apoyo a la llamada Revolución. Y ese es un dato importante. Ahora bien, si nos abstuviéramos de enviar remesas a los nuestros, de visitarlos si así lo queremos, de participar en cualquier evento con compatriotas de la Isla por temor a que todo eso sea rentabilizado por los ideólogos cubanos, estaríamos renunciando a nuestra independencia, aceptaríamos ser súbditos transversales de ese mismo gobierno. Y debo aclarar que quienes han decidido cortar todos los nexos con la Isla, apoyan el embargo y el aislacionismo como medida de presión, están en todo su derecho, aunque yo no comparta sus métodos.

 

Si es una vergüenza o no celebrar una fiesta en el velorio, es algo que deberían decidir los cubanos que viven en la Isla. En medio de las mayores crisis y penurias, los seres humanos hemos tenido la presencia de ánimo para continuar riéndonos, disfrutando de las mínimas alegrías a mano o procreando.

 

Durante decenios la aristocracia verde olivo ha gobernado el país mediante la desinformación, la mentira y el miedo. Por eso creo firmemente que cualquier apertura, cualquier pequeña ventana que se abra hacia el mundo, cualquier intercambio, diálogo, confrontación con otras realidades, es un pasito hacia la luz para los compatriotas de la Isla. Las visitas de la comunidad cubana a fines de los 70 derogaron la mitología satanizadora del gobierno. La respuesta fue el Mariel. El contacto con la comunidad exiliada ha sido más erosivo para el discurso castrista que cualquier mítin celebrado en Madrid o Miami. (Sin que eso desacredite los mítines). Un cubano que viaja fuera de la Isla, trae a su regreso noticias de primera mano que derogan la visión apocalíptica del afuera que durante medio siglo han fabricado el discurso político y la prensa: el miedo como antídoto de la esperanza.

 

Y este concierto no sólo ha permitido a los jóvenes cubanos escuchar a muchos de los cantantes que aprecian. Les ha permitido escuchar públicamente y en la Plaza de la Revolución, el sitio sagrado por excelencia, la palabra libertad, exhortaciones a una Cuba Libre, a hacer de los cubanos de aquí y allá un solo pueblo, se ha mencionado al exilio con todas sus letras y se les ha instado a perder el miedo. En contra de la noción de pueblo elegido, emisarios del futuro luminoso, se les ha dicho que todos somos iguales, que todos tenemos derecho a los mismos sueños. Demasiadas subversiones en una sola tarde.

 

Y, sobre todo, los jóvenes cubanos reunidos esa tarde de domingo pudieron apreciar que su gobierno les teme. No se hace un despliegue policial de esa magnitud para contener una asamblea del Partido o una tribuna abierta de la UJC. Eso no significa que mañana mismo se produzca una revuelta, desde luego. Pero descubrir que los todopoderosos, los amos del país, tienen miedo a un millón de jóvenes desarmados es mucho más erosivo que cualquier discurso. El gobierno teme a esos jóvenes que, por primera vez, acudieron a la Plaza sin convocatoria ni redada cederista, sin obligación política ni azuzados por el miedo. Le teme a una espontaneidad que se sabe incapaz de pastorear como no sea por la fuerza. Desde los ya lejanos años 60 (si descontamos la visita de Juan Pablo II) la Plaza no se llenaba de espontáneos. El discurso, antídoto de la espontaneidad, ya ha caducado. Sólo falta derogar el miedo.



Todos a la Plaza

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“Todos a la Plaza” era la consigna que durante decenios nos compulsaba a acudir como pacientes espectadores a cada representación del Orador en Jefe. Del resto se encargaban los CDR, los sindicatos, las escuelas y la clara noción de que toda ausencia sería castigada.

 

El pasado domingo no hubo movilización (salvo la de los cuerpos policiales). Los CDR no fueron tocando puerta por puerta a los más tibios, las escuelas no envasaron a sus alumnos en autobuses ni los sindicatos arrearon a sus afiliados intentando que el rebaño no se diezmara de camino a la Plaza. Aun así, 1.150.000 personas acudieron al concierto “Paz sin fronteras” organizado por Juanes, Miguel Bosé y un nutrido grupo de artistas.

 

La emisión del concierto por Cubavisión fue desastrosa. A la pésima calidad de la señal y del sonido, se sumó la inoportuna intervención de dos presentadores que, desde el estudio, llenaban el paréntesis entre un artista y otro leyendo curriculums y parloteando perogrulladas y lugares comunes; tanto, que el cantante de turno empezaba su concierto y ni ellos ni la unidad móvil de la Plaza se enteraban. “Por eso yo jamás permití un paréntesis en mis conciertos”, pensó seguramente el Comandante desde su lecho de convaleciente.

 

No soy productor ni guionista de espectáculos, pero la estructura de este concierto me resultó, cuando menos, rara. Artistas de los que se esperaba una participación más intensa, despacharon la noche con un par de canciones. Otros, que debieron limitarse a unas participación simbólica, se extendían hasta cinco. A eso se suma la enorme diferencia de calidad entre unos y otros de los artistas reunidos y el reto de conciliar en un solo espectáculo a Olga Tañón con Aute, a Dany Rivera con Jovanotti y a Yerbabuena de Cucú Diamante con Silvio Rodríguez, más hierático en esta ocasión que nunca antes. Aun así, el concierto contó con el mejor público del mundo. Entregado con Jovanotti, Orishas, Juanes y los Van Van; descansaban con Dany Rivera y Aute, cuya mejor nota la puso el guitarrista; o se reían de Cucú Diamante (añorando a Xiomara Laugart) y de la hiperquinética compañera de Carlos Varela, chupando cámara como una adolescente en su fiesta de quince. Un público abrumadoramente joven (incluso los de uniforme; la cámara permitía apreciar la enorme densidad de policías por metro cuadrado, sin contar los de paisano) que venía dispuesto a divertirse y a que nada ni nadie le estropeara la fiesta.

 

El escenario, como durante la visita de Juan Pablo II, estaba dispuesto en la Biblioteca Nacional. Una cosa es ceder la Plaza para un acto laico y otra muy distinta, que se profanaran los santos lugares colocando a salseros y raperos en el monte de los olivos, al pie de la raspadura.

 

Durante la primera mitad del concierto, la cámara paneaba al público en redondo y aparecía una y otra vez la enorme imagen del Che en la fachada del Ministerio del Interior. Durante la segunda mitad, quizás por indicación de los organizadores recordando el compromiso de no politizar el concierto, la cámara descendía justo antes de llegar a ese edificio y eludía la imagen del guerrillero. No volvería a aparecer hasta el final, junto a un primer plano de la raspadura y de la estatua de Martí con cara de aburrido.

 

Desde su anuncio, el concierto ha generado miles de páginas de polémica. Para Daniel Álvarez, profesor de la Universidad Internacional de la Florida, "intensificó aún más la polarización'' en el exilio cubano. Efectivamente, frente a la performance de Vigilia Mambisa, aplastando CDs de los participantes con una aplanadora –ellos, de todos modos, no escuchan la música de Juanes–, jóvenes de Miami apoyaban el concierto en la esquina del restaurante Versailles. Miguel Saavedra, de Vigilia Mambisa, afirmó que ‘‘el 80 por ciento del pueblo cubano en Miami ha reaccionado contra el concierto”, sin especificar sus fuentes estadísticas. Los nietos de los vigilantes mambises tuvieron que reponer sus colecciones de Juanes con el consiguiente aumento de las ventas.

 

Barack Obama se declaró "seguro de que este tipo de intercambios culturales no daña las relaciones". Carlos Saladrigas, director del Cuba Study Group, anotó que el concierto "ha tenido la enorme oportunidad de volver a recordar al mundo todo lo que ocurre en Cuba, los problemas de los cubanos y la situación de los presos políticos". Abel Prieto, ministro de Cultura cubano, llamó fascistas a quienes rompían discos de Juanes en Miami, como si La Habana no tuviera su propia industria de convertir arte incómodo en materia prima. Para el economista Antonio Jorge, de la Academia de la Historia Cubana, el concierto no promueve ningún tipo de cambio porque no es de interés del gobierno cubano, y un tal Calixto García, de 52 años, con todo el peso de su nombre, afirmó que "Es algo totalmente iluso pensar que en un país aplastado por una tiranía de 50 años, unos músicos vestidos de blanco puedan hacer un cambio con sus canciones''. Y tiene toda la razón. Tampoco creo que a los músicos les pasara por la cabeza. Emilio Estefan, en cambio, declaró que el exilio cubano "ha madurado desde el momento que muchos piensan y han declarado que Juanes tiene derecho a cantar en Cuba como en cualquier otro país''. Y Willy Chirino estuvo dispuesto a participar en el concierto. Fueron las autoridades cubanas las que no lo aceptaron, aduciendo que era cómplice de Bush, terrorista por ayudar a Hermanos al Rescate y agente de la CIA --si la plantilla de la CIA fuera tan extensa como La Habana denuncia, eso sólo bastaría para explicar la crisis--. Según ellos, Chirino “debía ganarse el derecho de cantar en Cuba''. ¿Cómo ellos se ganaron el derecho a gobernarla?

 

Obviamente, ningún concierto de la historia ha cambiado un gobierno y es un lastimoso signo de impotencia que una zona del exilio demande a un concierto lo que ella misma ha sido incapaz de conseguir durante medio siglo. En cualquier caso, no es raro que en un primer momento el gobierno cubano no aceptara su celebración. Los ideólogos de la Isla detectaron de inmediato que podría ser un campo minado. Trocar el lugar sagrado de los discursos en salón de fiestas. Anuncia postrimerías una revolución que va del mausoleo a la discoteca. Reunir a cientos de miles de jóvenes cuyo ánimo festivo podría enardecerse y resultar incontrolable (y televisivo) incluso para los miles de agentes desplegados. Conseguir de muchos artistas internacionales un mensaje, cuando menos, light, evitando que la lengua les resbalara hacia la herejía. La decisión de aceptarlo se debió a la mediación de Silvio Rodríguez y, posiblemente, a la oposición de una zona del exilio. Si sorteaba felizmente los peligros, el gobierno daría, en contraste con el mínimo (pero muy publicitado) exilio radical, una imagen de “apertura” y tolerancia.

 

¿Salió el gobierno cubano airoso del embite? En lo esencial, sí. No se produjo ninguna revuelta ni los artistas llamaron “al combate corred bayameses”. Pero el concierto estuvo mechado de momentos sacrílegos, desde el comunicado inicial, cuando Olga Tañón anunció que es tiempo de cambio, "It`s time to change", mencionó con todas sus letras al "exilio", y añadió “¡Que no haya más fronteras en el mundo, que se comiencen a romper las barreras que nos separan!”. Juanes afirmó que “Vinimos a Cuba por amor y lo hicimos sin miedo para estar aquí con ustedes esta tarde, y esperamos que ustedes también lo puedan vencer”. Eso en un país donde las fronteras son rígidas y el inmovilismo y el miedo han sido pilares de la gobernabilidad. “No importa cómo pensemos, no importa qué religión tengamos… al final, muchachos, todos somos iguales”, aseguró Juanes, en contraposición a la enunciada excepcionalidad cubana. También cantó “Sueños”, para los "privados de su libertad donde quiera que estén" en referencia a los secuestrados en su país, pero que permitía una interpretación libre de ese “donde quiera que estén”. Carlos Varela dedicó su tema “La Verdad” "a todos los cubanos, estén donde estén". Y el clímax se produjo cuando Juanes y Bosé cantaron a dúo "Dame una isla en el medio del mar, llámala libertad. Dime que el viento no la hundirá…", e invitaron a subir a un joven que tremoló durante algunos segundos una bandera cubana para ser retirado de inmediato por la seguridad. Al final del concierto, tras pedir "¡Una sola familia cubana!", una sola, una sola, coreaban, Juanes y Bosé repitieron “Viva Cuba libre” y se vio de soslayo como alguien llamaba a Amaury a un aparte al fondo del escenario. Un minuto más tarde, Amury se aproximaba a Bosé, Juanes y Olga Tañón y susurraba algo. “Aflojen, muchachos”, podríamos suponer. Sólo Juan Formell pareció dirigirse explícitamente al “más allá” cuando dijo: "Duélale a quien le duela, el concierto por la paz ya se hizo. Ya está bueno ya de abusos". Aunque quién sabe, porque los primeros en oponerse al concierto fueron las autoridades cubanas. Incluso Silvio Rodríguez, al cantar “Ojalá”, esa canción cuyo destinatario siempre ha despertado suspicacias, se prestó a una lectura ambigua.

 

Aunque Elizardo Sánchez Santacruz declaró que "la realidad indica que el gobierno va a apuntarlo como un reconocimiento público al régimen, y poco más que eso'', lo cierto es que, leyendo en Granma “Paisaje de paz después de la batalla”, de Pedro de la Hoz, lo más parecido a un comunicado oficial, descubrimos que el columnista subraya el llamado de Bosé a la paz, la concordia, el diálogo, la hermandad, el amor, y la música como mensaje de convivencia y cordialidad. Asegura que Cuba cumplió con el compromiso de “consagrar a la paz el concierto, no manipular políticamente una expresión cultural, difundir abiertamente al mundo la imagen del concierto, y promover un voto por el entendimiento humano”. Para concluir que fue “una jornada de paz, en la que triunfó la razón poética”. Tanto énfasis en el peace & love tras decenios promoviendo la violencia en todas partes del mundo recuerda la fábula del león que se convirtió en vegetariano. Es evidente, además, que esta postrevolución ya no es capaz de generar un mensaje ideológico. Si antes se exigía al ciudadano militancia, ahora se conforman con la abstención. “Deja la política, brother, que aquí venimos a vacilar”. Lo que el columnista considera voluntad de “no manipular políticamente” es sólo impotencia. Y los llamados al entendimiento humano es signo inequívoco de la debilidad de un régimen incapaz de hacer extensiva a toda la población la intransigencia ideológica de los “buenos tiempos”. Sigue reprimiendo con dureza cualquier disidencia abierta si aspira a mantener encastillada en el poder a la cúpula histórica, pero se sabe incapaz de suscitar adhesión a un pueblo encasquillado desde hace medio siglo en sus aspiraciones de una vida mejor.



Vivir sin la patria es...

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El día de nuestra llegada a Cuba, me preguntaba si Daniel iría a recuperar la patria perdida (en caso de que aún sea su patria y de que la hubiese perdido). Claro que si la patria es el “Estado libre del cual somos miembros y cuyas leyes protegen nuestra libertad”, de momento seguirá siendo súbdito del rey Juan Carlos, aunque nos haya costado un disgusto conseguirle la nacionalidad española. Tenía 14 años y, como menor de edad, tuvimos que acompañarlo. Un solemne juez sevillano lo miró como el rey Arturo a punto de nombrarlo caballero de la mesa redonda: “Dígale que debe jurar (o prometer) fidelidad a la Constitución y al Rey”. Nury le tradujo y Daniel respondió que “a la Constitución sí, pero no al rey, porque yo soy republicano”. Ante la insistencia del juez, y pensando que se trataba de una broma sin mayor importancia, ella le tradujo textualmente. De inmediato, el juez respondió, con una ira contenida como de Borbón venido a menos, que en tal caso no podía concederle la nacionalidad. “Una pregunta, señor juez”, le dije, “¿qué edad tiene el chico?”. “Catorce años”, respondió dubitativo. “¿Es menor de edad o no? ¿Lo representamos nosotros o no?”. Admitió a regañadientes. “Entonces, él es el más juancarlista de España hasta su mayoría de edad, porque lo digo yo, que lo represento”. A la salida de los juzgados, el más reciente españolito del reino, con una sonrisa de complicidad, nos dijo: “Pero acabamos de ganarle una batalla a los monárquicos”.

 

A lo que iba antes del desvío: si, de acuerdo a Rousseau, sin libertad no hay patria, sólo país, la natio de Cicerón (folklore de lenguaje, costumbres, religión y paisajes) y patria es la república, sus instituciones y un modo de vida acorde con ellas, seguiríamos en las mismas. Y concluí entonces que debería conformarse con la matria, un lugar interior en el que crear una “habitación propia”, según Julia Kristeva. (Aunque la matria vasca era aquella que Unamuno contraponía a la patria española, y ya eso me va gustando menos)

 

Pero he seguido dándole vueltas al asunto, quizás demasiadas, y por muchas razones. Durante bastante (todo mi) tiempo me insistieron en que había que defender la patria, aunque el enemigo nunca se presentó. Ahora soy un apátrida según el diccionario castrista. (Si me porto bien quizás me asciendan a miembro de la “comunidad cubana en el exterior”). Pero, ¿hay equivalencia entre el patriotismo y la geografía? ¿El viejito de Miami que sueña cada noche, desde hace 45 años, con su patio de gallinas y mangos en Jatibonico es un apátrida? ¿El habitante de la Isla es un patriota por puro fatalismo geográfico? Y más. Me percato de que próceres, caudillos y dictadores, todos son patriotas. Hay nacionalistas y socialistas y nacionalsocialistas. ¿En qué quedó aquello de la “identidad nacional”? Y, por cierto, ¿los marxistas no eran internacionalistas? Es curioso que tras la invasión alemana a la URSS, en la proclama de Stalin no se llame a los rusos a defender el socialismo, sino a la Madre Rusia. ¿De qué patria hablamos en el caso de Cuba? ¿De qué nacionalismo? ¿Romántico, de izquierdas? ¿O religioso, con sus textos sagrados, su catequesis y su promesa de un cielo llamado comunismo para quienes no pequen contra el señor? ¿O el nacionalismo banal promulgado por Michael Billing? (Utilitario, pragmático, multidireccional).

 

Y está, además, el presunto sustrato histórico de ese patriotismo y ese nacionalismo cuyas raíces y fronda han sido meticulosamente podadas como un bonsái. Aunque la bandera nacional es la de Teurbe Tolón y del anexionista Narciso López, aunque lo haya sido Ignacio Agramonte, todo anexionista es antipatriota por definición. “Anexionista” es el mayor agravio en la jerga oficial cubana. Disidentes, defensores de los Derechos Humanos, periodistas y bibliotecarios independientes son anticastristas, pero como se cumple la ecuación patria = socialismo = Fidel Castro, son antipatrióticos por carácter transitivo, y anexionistas por algún otro carácter que no se especifica. Se sobreentiende. Ha sido anunciada, en cambio, la anexión a Venezuela, que sería gramaticalmente peligrosa (podríamos empezar a hablar como Hugo Chávez).

 

Tampoco los autonomistas del XIX entran en el canon, aunque les tributaran sus respetos el generalísimo Máximo Gómez y José Martí. Hasta donde recuerdo, ambos tuvieron una participación más activa en la independencia de la Isla que los ideólogos del Partido Comunista. No así en la reescritura de la historia.

 

Si el nacionalpatriotismo oficial se concilia con el medio millón de cubanos que han practicado el internacionalismo por cuenta del gobierno. ¿Por qué no se concilia con los dos millones que lo han practicado por cuenta propia?

 

No sé si la patria nos “contempla orgullosa”, pero yo la contemplo dubitativo.

 

Espero aclararme en dos o tres días. De momento, quisiera introducir el tema con un cuento, reminiscencia de mi infancia, cuando me despertaban cada mañana con el programa de Tía Tata Cuenta Cuentos, “arriba, arriba, compañeritos, llegó la hora del cuentecito”, y yo salía pitando tan pronto empezaba a cantar Carlos Puebla, porque ya sabía que llegó el Comandante y mandó a parar. El cuento aparece en la edición española de Habanecer (2005). No en la cubana, de 1992, por la sencilla razón de que lo escribí en 1998. Como todos los cuentos de ese libro, ocurre el 28 de agosto de 1987. Y éste, específicamente, entre las 5:08 y las 6:52 am.

 

VIVIR SIN LA PATRIA, ES VIVIR

 

Virgilio entorna cinco centímetros la puerta del garaje y atisba a derecha e izquierda, pero la vuelve a cerrar con cuidado. Los últimos patrulleros se alejan hacia la Avenida 41. Qué nochecita. Virgilio espera dos minutos y lo intenta de nuevo con sigilo. La calle está desierta. Ahora o nunca. Y abre de par en par. Se sienta al timón y, al tiempo que gira la llave del encendido, se dirige al enorme fardo, envuelto en una lona gris, que ocupa toda la parte posterior del camión: Perdóname, Virgencita. Se detiene un instante en la calle para recordarle a su amigo Arnaldo: Media hora, acuérdate. Arnaldo asiente mientras cierra la puerta, pero no hay quien le quite de la cabeza que de ésta pierde el camión. Y suerte si no me meten preso. Pero, bueno, para eso están los amigos. Sube a despertar a su hermano porque dentro de media hora deberán salir hacia Brisas del Mar para recoger el camión, que Virgilio abandonará a cien metros del mar con la llave bajo el asiento. Eso es si no lo cogen, si no hay moros en la costa (moros vestidos de verde olivo), si... Mejor no me caliento la cabeza. Virgilio está arrebatado de la azotea. Yo me juego el camión, pero él se juega el pellejo. Ni loco me monto yo en el trasto ese. Pasa con cuidado junto a su prima Lucía, que anoche abandonó al marido y no encontró nada mejor que aparecerse a medianoche con una grabadora y dos maletines a llorar sus penas. Qué nochecita. Y sacude a su hermano, que algo bueno debe estar soñando, porque sonríe.

 

Virgilio maneja con cuidado por la Avenida 31. Aunque a esta hora no hay ni con quien chocar, se detiene en cada semáforo y respeta escrupulosamente todas las reglas del tránsito y tres o cuatro más. No vaya a pararme un policía por cualquier bobería y ahí mismo termine mi viaje. ¿Verdad, Virgencita? Y el enorme bulto parece que asintiera, sacudido por un bache en el asfalto. Qué jodido me tienen los baches. Uno nunca se acostumbra. Y eso que la vida en Cuba es puro bache. La dictadura del proletariado, ¿eh, Virgencita? Qué chiste. Nace proletario para que tú veas. Hasta las moscas te cagan. Patria o Muerte, Venceremos. Pero no sé cuándo venceremos, porque llevamos treinta años muriéndonos por la patria y los únicos que vencen son ellos. Nosotros: esperando la guagua de la abundancia. Mientras, vete comiendo tu chícharo y tu huevito, que no sé cómo no nos hemos vuelto amarillos como los chinos, Virgencita, con la de huevo y chícharo que nos hemos soplado en este país. Pero no te preocupes, que si nos sube el colesterol, nos curan gratis. Y como el trabajo educa a las masas, dale a cortar caña y al trabajo oblivuntario los domingos y horas extras para ganar la batalla de la producción y derrotar al Imperialismo. Ellos ya están educados, por eso no tienen que sudar la camisa. Y la batalla al Imperialismo ya se la ganaron: como que se mudaron para las casas que eran de los burgueses, y así cualquiera espera por la derrota final del Imperialismo. ¿Para qué tiraron sus tiros y sus discursitos? ¿Verdad, Virgencita? Por eso tanta candanga con la defensa del país y la guardia y las milicias, que si el Imperialismo viene y derrota nuestra gloriosa Revolución, ¿a dónde van a parar ellos, eh Virgencita? Porque saber saber lo único que saben es repetir, y eso vete a una cueva para que veas: hasta el eco hace lo mismo. Tú gritas: Comandante en Jefe, Ordene. Y la cueva repite: Comandante ComandanteComandante Ordene OrdeneOrdene. Igualito. Y allá va el proletario a defender la patria para que no se joda la dictadura. Qué chiste. Y morir por la patria es vivir, como dice el himno. Pero no te preocupes, que el entierro es gratis. (Virgilio se persigna, porque hablar de muerte en este trance le parece de mal agüero). Claro, los proletarios tienen que morir por la patria para que ellos vivan de la patria. Por eso yo, Virgencita, voy echando, que vivir, aunque sea sin la patria, es vivir.

 

Ya ha rebasado el túnel de la bahía y enfila lo más rápido posible por la Monumental, pasando a ochenta kilómetros por hora junto a una valla que anuncia: «Cuba: Territorio libre de América». Somos los más libres del mundo. ¿Eh, Virgencita? Hasta de libertad nos libramos. Figúrate tú, el único país donde hace falta visa para salir. Que si no, ya esto sería la dictadura sin proletariado. Y ni protestes, que ahí mismo eres un agente del Imperialismo y el barretín que te cae no te lo limpias ni con agua bendita. Que la educación es gratis y masiva para que aprendas a decir que sí sin faltas de ortografía. Déjate de andar pensando por tu cuenta, que para eso están ellos. Ya lo dijeron el calvito Lenin y los dos barbudos, y si hay algo que añadir, para eso está el otro barbudo. Bocabajo todo el mundo. Ser prole y de Palo Cagao. Naciste Cagao y te tratan a Palos. ¿Qué te parece? Como no tienes papá que viaje ni sea jefe ni nada de eso, te toca ver los muñequitos en blanco y negro, conformarte con los tres jugueticos de mierda que alcances por la libreta al año, quedarte sin leche a los siete (para eso ya eres grande), disfrazarte con ropitas de la tienda, que hasta los lindos lucen feos, dime tú los como yo, y que te levante la novia un hijito de papá vestido de etiquetas imperialistas, que su papi viaja al monstruo y compra todo lo que puede; a ver si vacía las tiendas y arruina al Imperialismo. Para que aprendan lo que es la escasez, coño. Porque, óyeme, Virgencita, lo que uno tiene que inventar para vivir en este país: rellenar fosforeras irrellenables, cocinar con mierda de vaca, comer hamburguesas de lombrices, fabricarte tu antena para ver el satélite, mantener rodando un Chevrolet del 48 como éste, tortilla de mango, picadillo de gofio, bisté de cáscara de toronja. Si no se desarrolla la mollera es un milagro. Y cuando te casas, Virgencita, como eres prole y no tienes conectos (los únicos conectos míos son con el pico, los ladrillos y la hormigonera) lo que te toca son tres días en un hotelito de ya tú sabes. Y esa es la Luna de Miel-Da. Y ni te quejes, que los indios de Bolivia viven peor. Y a mí qué cojones me importan los indios de Bolivia. Cuando en mi casa ni huevos hay, no vienen a traerme comida los indios, y menos los cowboys. Y cuando el prole tiene prole, como es prole, lo que le toca es apretarse en el último cuarto, o inventar una barbacoa. Beatricita, Yazmín, Danilo el mayor, Beatriz y yo en nueve metros cuadrados, ¿qué te parece, Virgencita?, con televisor, cocina y mi suegra dando vueltas. Multiplica por dos con la barbacoa, que si no me facho las maderas de la obra no la hago nunca, y calcula. Y divide entre dos la altura, que ahora hay que andar medio agachado todo el tiempo, como si viviéramos en una cueva de los cromañones. Hasta los indios taínos se hacía su bajareque del tamaño que les daba la gana. Pero estamos en la dictadura del proletariado, Virgencita, y los prole tenemos que sacrificarnos. Primero, para que nuestros hijos llegaran a la abundancia, pero como ya los hijos llegaron, y la abundancia no, ahora es para que nuestros nietos, pero al paso tan chévere que llevamos, ni los tataranietos. Porque el futuro pertenece por entero al socialismo. Eso lo han dicho bien clarito: el futuro. Y como el presente pertenece por entero al capitalismo; yo voy echando, Virgencita, que el futuro está a noventa millas. No en la microbrigada, que ese fue el último futuro que yo tuve. Cuatro años. Cuatro años me pasé en la micro trabajando como un loco. Aunque sea en Alamar, un apartamento es un apartamento. Y hacer por fin chucuchucu con Beatriz sin andar en el sigilo de si los niños se despiertan y cuidado, papito, no hagas bulla. Aunque sea en Alamar ese, en un edificio como caja de zapatos,todas iguales, llenas de comemierdas que se pasaron cuatro, cinco, siete años paleando concreto para tener un huequito en una de las cajas. Pero ni así. Cuatro años. Y cuando había escogido hasta el apartamento, y estábamos distribuyendo a los muchachos, y el último cuarto es el de nosotros, y... Ahí vino la asamblea, y empezaron a decir que las necesidades del país, y que la Revolución, y el caso del caso es que ellos se quedaron con la mitad de los apartamentos, para dárselos después a la querida de un general, que si fuera por el culo debían darle el edificio completo, o al dirigentico que trajeron de Remanganaguas, que para algo se lo ganó con el sudor de su lengua, o a algún chileno de esos que después se pasan el día hablando mierda de Cuba. Y como el bobo de Virgilio ni tiene culo, ni echa discursos y nació en Cochabamba de Palo Cagao, ahí le dijeron que lo sentimos mucho, pero sabemos que tú comprenderás las necesidades de la Revolución y que estaban de acuerdo en que me fuera otros cuatro años para la micro porque precisamente ahora empieza un nuevo edificio y... Oye, Virgencita, cogí un sube: que se metieran la micro por el culo, y el apartamento también. Y que me importaban un huevo las necesidades de la Revolución, porque a la tal Revolución en la puñetera vida le han importado las necesidades mías. Candela, Virgencita. Por poco hasta me botan del trabajo. Pero la uniquísima ventaja de los prole es que más pabajo no nos pueden botar. Y ahí me quedé, en el Palo Cagao de siempre, pero peor. ¿Tú me entiendes? Porque tuve, como quien dice, la llave de la casita en la mano. Y me la quitaron. Ahí fue cuando me entró la idea. Que yo nunca. No por la política ni por la patria ni nada de eso. Allá ellos que viven de la patria y de la política. No quería dejar solos a los viejos. Ni a Beatriz y a los niños, aunque sea por un tiempito, que después yo los mando a buscar. Y los amigos de toda la vida. ¿Me entiendes? Además, ¿por qué voy a tenerme que ir de mi país, a pasar frío y hablar idioma raro y a que me miren como el que se coló en la fiesta sin invitación, y todo para vivir como la gente? Pero no hay arreglo, Virgencita, porque en este país hay que irse y volver de extranjero, que entonces sí te tratan de a señor. Por eso me entró la comezón y ahí mismo dije: si no me dan casa en Alamar, me voy a la mar, a ver si me la dan en Miami. Mira, Virgencita, yo sé que ser prole es la misma mierda en cualquier parte, pero allá por lo menos los burgueses no se disfrazan, y si te la ganas, te la ganas. No vienen después a quitártela en nombre de la contrarrevolución mundial. Peor de lo que estoy, no voy a estar. Y como yo lo único que quiero es una casita chiquitica para mis chamas y mi mujer, mi arrocito con pollo y mi lechón asado de vez en cuando, y ver la pelota en colores tomándome una cerveza fría. Que no es mucho, ¿no, Virgencita? Y sin engome raro: curralando. Mira: si he trabajado veinte años por la tal Revolución que no es ni familia mía, ¿cómo coño no me voy a matar por mi mujer y por mis chamas? ¿Tú no crees? Pero yo no estoy loco para tirarme en una goma de camión, que de esos llega uno de cien. Si no son los tiburones, es la sed o las olas o los guardafronteras. Y con lo salao que yo he sido toda mi vida, seguro que soy el 99 de los que no lleguen. Por eso tuve que hacer mi enmarañe, pero no me lo veas como irrespetancia contigo. Yo te juro por mi madre, Virgencita, que si llego vivo, con lo primero que gane te hago una ofrenda así de grande. Uno puede ser pobre y bien agradecido. Pero no me quedó más remedio. Bueno, no se me ocurrió otra cosa. Y como la Iglesia del Carmen estaba en obras. Y como mi primo Gerardo les lleva los papeles. Y como de casualidad conocí al carpintero ese: un león haciendo imágenes. Ahí mismo se me juntaron las tres cosas y clic, se me encendió el bombillo. Mira, Virgencita, si es un sacrilegio, yo te pido perdón, pero esto no tiene arreglo y a mí lo de la otra vida con aire acondicionado y cerveza fría no me convence mucho, con tu perdón. Ni el cielo ni el comunismo, que es el cielo de esta otra religión. Y te lo explico claro clarito para que me eches una mano en el mar. Y yo te cumplo, Virgencita. Por mi madre que te cumplo.

 

Mientras, se detiene en Brisas del Mar, sin un alma a estas horas. Camina hasta el borde del agua como quien trata de orientarse, cuando la única orientación posible está bien a la vista. Como le dijo su amigo Israel, ésta es la mejor hora, porque los guardafronteras van de cabeza pa la cama, y los playeros ni se han levantado. No porque te vayan a chivatear, pero capaz que se te monten veinte y hundan el bote. Entra de marcha atrás hasta el borde del agua, zafa las cuerdas y la lona cae, poniendo al descubierto una enorme esfinge de la Virgen de la Caridad del Cobre, y a sus pies el bote, tripulado por los tres remeros que la miran en trance. Por la rampa de madera, mediante cuerdas y poleas, baja Virgilio a la Virgen con toda la compaña. Cuando ya están en la arena, saca con mucho respeto a los tres navegantes, acomoda a la Virgen en la arena, y revisa de un vistazo el agua, la comida, el palo que deberá ajustar, la vela y los remos de repuesto que hay en el fondo del bote. Sube la rampa y se aleja con el camión, que quedará parqueado entre dos casas vacías. Regresa corriendo y tras besar el manto (Perdóname, Virgencita, y ayúdame, que me va a hacer falta), encomienda su destino a Yemayá y se echa al mar de un empujón, tocando por última vez (o así lo supone) la arena de la Isla con la punta del remo.

 

El diminuto bote ya es una manchita ávida de asomarse a la línea azul del horizonte, cuando una ventolera súbita mece el manto de la Virgen, y Juan Moreno, uno de los remeros, cae de espaldas sobre la arena. Su mano se levanta y oscila un par de veces como diciendo adiós a Virgilio, antes que otra ráfaga lo tumbe de lado.

 

cuando amanece

 

Virgilio ignora que será detectado por el radar, que una patrullera saldrá en su busca, lo detendrán ya en aguas internacionales y los cuatro años siguientes no los pasará en la micro de Alamar, sino muy cerca: en el Combinado del Este, la cárcel más moderna del país, donde el Comité de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas acaba de pintar a la entrada un enorme cartel: «Todo lo que somos hoy, se lo debemos a la Revolución y al Socialismo». Firmado: Fidel Castro.

 

cuando amanece

 

Virgilio ignora que los radares fueron apagados hoy, en el horario de menos tráfico de balseros, en cumplimiento del plan de ahorro, que no será detectado por una lancha patrullera que merodea en las inmediaciones, pero sí por la Corriente del Golfo, que lo desviará nueve grados, de modo que a los dos días ya estará fuera de las rutas comerciales. Ignora que diez días más tarde, el sol y la sed, el azul y la desesperación, lo harán beber sus propios orines y agua salada, y que a los doce días verá a Beatriz y a los niños justo en el jardín que se extenderá ante la proa. Y que irá a su encuentro. Quién sabe si los halle, porque al bote nunca regresará.

 

cuando amanece

 

Virgilio ignora que la Virgen no le guarda ningún rencor, y que Yemayá está hoy de buenas, que ni los guardafronteras ni el mar, ni los tiburones ni el sol, ni la sed ni el azul omnipresente, espléndidamente siniestro, podrán impedir que un buque del Coast Guard lo recoja, nueve días más tarde, con los remos partidos en las manos, una llaga en lugar de espalda y la enorme sonrisa manchada de sangre por las grietas de sus labios partidos. Ignora que Miami tiene aún más edificios y más altos y más bonitos que los que ha visto en las fotos. Pero también ignora que será él, Virgilio Fernández, el encargado de limpiar sus cristales. Y que por ahorrar pasará hambre, y beberá cerveza sólo los sábados, que los rubios lo tratarán casi peor que en las cafeterías de La Habana, y vivirá en un cuartico de LittleHaiti, el Palo Cagao de Miami. Ignora que pasarán siete largos años antes que pueda abrazar a Beatriz, a Beatricita, a Yazmín y a Danilo el mayor. Y que ese día le donará a la Virgen de la Caridad del Cobre una imagen idéntica a aquella que hallaron los bañistas, varada en Brisas del Mar, diciéndole adiós con un súbito aleteo de su manto.



Diario habanero. Viernes 24 de julio, 2009

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Los invito al último daiquirí.

 

 

Pero les recomiendo otro bar. El Floridita cobra un impuesto por el pedigrí, otro por el aire acondicionado y un tercero por plantar el culo en una banqueta que pudo ocupar Ernest Hemingway. En La Habana hay daiquirís equivalentes tax free. Pero una visita vale la pena. ¿Por qué? Las razones son un poco largas de explicar, pero si has llegado hasta aquí, no te falta paciencia.

 

Como casi todas las revoluciones, la cubana quiso hacer borrón y cuenta nueva. Rebautizó infinidad de locales (el cine Yara, antiguo Radiocentro; el restaurante Miami se convirtió en el Caracas), especialmente los que tenían nombres en inglés (Variedades Galiano y Obispo por Ten Cent; Club Río por Johnny's Dream Club). Los Reyes Magos fueron obligados a abdicar. Socialistamente, cada padre de cada niño recibió el derecho a comprar un juguete básico y dos adicionales al año. (Los tres juguetes magos también abdicarían). Desaparecieron las marcas emblemáticas del pasado. Ni zapatos Ingelmo ni chorizos El Miño, ni cigarros Competidora Gaditana, ni pan de molde Los Pinos Nuevos, ni jabón Candado, ni pasta Gravi. Un panteón de nuevos mártires suplantó el santoral y dio su nombre a empresas, escuelas y parques. Las posadas se salvaron de ese furor nominativo. Habría sido materia de infinitos chistes que en lugar de ir resolver un rapidito en el Reloj Club fueras al Albergue INIT Mártires del Moncada, o que la posada de 11 y 24 pasada a ser la Unidad Sexual Ernesto Che Guevara. Los genios del marketing convirtieron La Sin Rival (bodega de víveres y licores finos) en la unidad 00-490, nombre pegadizo y sugerente. La nochebuena quedó abolida porque en la nueva era todas las noches serían buenas. La semana santa fue extirpada del calendario pues nuestro Mesías aún no ha sido crucificado. El 31 de diciembre ya no se celebra el nuevo año, sino el triunfo de la Revolución, y el 26 de julio, festejamos un fracaso. Hasta los carnavales han sido derogados intermitentemente. Cuando no, se impusieron comparsas y carrozas ministeriales o sindicales. El relajo, por decreto.

 

El nuevo régimen intentó borrar la República de la memoria, saltarse 60 años de historia y enlazar directamente con los mambises del 98, corregido y revisado su error de apoyar la entrada norteamericana en la guerra. Borrar la memoria es el primer paso antes de reescribirla. En la Avenida de los Presidentes, sólo quedaron los zapatos de Don Tomás Estrada Palma. Años más tarde, se haría en la Avenida 13 un parque a los líderes africanos, tan vinculados a la historia nacional como Lady Di, que tiene su jardín en La Habana Vieja. Fechas patrias, celebraciones populares como el 28 de septiembre, aniversario de los CDR; camisas Yumurí y zapatos de Primor, aguardiente Coronilla (hasta allí llegaban sus efectos), cigarros Populares, cuchillas Venceremos (más tarde sustituidas por las checas Astra, que la gente llamaba Astra Cuándo), jabones Nácar y Batey, pasta Perla y fósforos Chispa, reminiscencia del Iskra leninista. Desaparecieron los señores y las señoras, todos pasamos a ser compañeros y compañeras. Aunque nos detestáramos. Para escarnio de Marat y Robespierre, un “ciudadano” es un delincuente o un disidente en el dialecto policial. Pero las mitologías duraderas tardan siglos en fraguarse en la memoria colectiva y, normalmente, como el agua que se evapora, ascienden desde el pueblo llano. No suelen caer de las alturas, lluvia de directivas urdidas en laboratorio. Por una rara persistencia de la memoria, mucha gente sigue diciéndole Fab al detergente, Sears al antiguo Mercado Centro, Ten Cent a ese mismo y La Covadonga al Hospital Salvador Allende.

 

Pero Cuba va de retorno. Han vuelto los señores y las señoras, “compañeros” es un arcaísmo, La Habana se puebla de establecimientos reconstruidos según la memoria de Eusebio Leal; otros, nunca existieron, pero reciben denominaciones de origen halladas en algún documento colonial. La fiebre recolonizadora llega al extremo de convertir el edificio de Mercaderes y O’Reilly, antiguo Ministerio de Educación, un cubo de hormigón y cristal con la gracia de un cubo de hormigón y cristal, en una caricatura de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo creada en 1721 en el desaparecido Convento de San Juan de Letrán, demolido durante los años 20. Será al nuevo Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana. Han transformado los interiores y, lo que es peor, le han añadido por la calle Mercaderes una torre con campanario y la “réplica del pórtico barroco”. Según Eusebio Leal, “se ha logrado un diálogo entre pasado y presente”, pero quien preste oído se percatará de que dialogan en idiomas diferentes.

 

Y ahora regreso al principio. ¿Por qué vale la pena visitar El Floridita? Entre tanta seudotradición “rescatada” y reinventada, entre tanta superchería arquitectónica que ha convertido el casco viejo en un parque temático de la nostalgia, El Floridita ha conservado su empaque durante 192 años, desde 1817, y desde los años 50, sin inmutarse, su estilo Regency. Visitarlo es como asistir a la empecinada prevalencia de la memoria, a un acto de resistencia que ha ido sorteando períodos especiales y regulares, fiebres moralizantes para educar al pueblo llano (ya los próceres venían educados de fábrica) y otros accidentes del tráfico histórico. Aunque la atención al público ha tenido sus altas y sus bajas. A inicios de los 80 fui a comer allí y al preguntarle al camarero qué plato habían servido al cliente de la mesa contigua, porque a primera vista resultaba apetitoso, se volvió hacia esa mesa y con un “permiso” casi inaudible, aprovechando que el cliente enarbolaba el tenedor, le quitó el plato y lo puso bajo mis narices, para explicarme gráficamente que se trataba de una langosta Thermidor. Sin inmutarse, una vez concluida la lección magistral, devolvió el plato al turista extranjero, que se había quedado de piedra, incrédulo.

 

Por cierto, nunca me había demorado tanto en invitar a un daiquirí.

 

 

La mañana casi se nos va en preparar las maletas. Aunque hemos dejado casi todo lo que traíamos, los libros solos rozan el exceso de equipaje. Cuando concluimos, nos acercamos a casa de mi amigo, el último comunista de a pie, para despedirnos. Me regala una edición de 1996 del Comercio clandestino de esclavos, de José Luciano Franco; el Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba en tres tomos; y La familia de Máximo Gómez, de Antonio Álvarez Pitaluga. Y a Nury, un hermoso caracol marino tamaño XXL que él mismo pescó. Esta noche, una amiga editora nos obsequiará una bella bandeja artesanal y Los nuevos centros de la esfera, de William Ospina. Resulta conmovedor que, aun contando con pocos recursos, los amigos insistan en retribuir nuestras pequeñas atenciones. Desgraciadamente, salvo en el caso de los más allegados, no es la norma.

 

Durante medio siglo ha actuado sobre nosotros una pinza perversa. Por un lado, el poder ha intentado convencernos de que los cubanos, faro y guía del universo, somos tributarios naturales de la solidaridad internacional. Y predica con el ejemplo: casi 200.000 millones logró sacarle a los rusos, más 21.000 millones de deuda impagada. Al salir con su carro repleto del supermercado del Náutico, uno de los que más tarde serían fusilados en la Causa 1 de 1989 decía “apúntalo en el hielo”. Y los líderes cubanos deben haber cubierto de facturas impagadas el casquete polar. Según Carmelo Mesa-Lago, en 2008 la deuda externa era de 18.300 millones que, incluyendo la deuda con Rusia y con Venezuela (entre 5 y 8.000 millones esta última), asciende a un total de 45.913 millones, el 380% de las exportaciones cubanas. De acuerdo a la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba, la población económicamente activa ascendía en 2008 a 4.956.300 personas. De acuerdo a la misma fuente, cada uno de esos trabajadores gana como promedio 408 pesos, es decir, 16 dólares mensuales. De modo que cada trabajador cubano debe al planeta 9.263 dólares y 56 centavos, es decir, tres años íntegros de salario.

 

La otra mandíbula de la pinza es la indefensión. Desde muy temprano, Fidel Castro se ha encargado de proscribir la independencia económica de los cubanos. No sólo convirtiéndolos en asalariados de una sola empresa, el gobierno, sino bloqueando o entorpeciendo cualquier amago de trabajo por cuenta propia, negocios particulares, ejercicio de profesiones liberales. El buen súbdito se debe a su rey. El súbdito perfecto, también, pero en todos los aspectos: lo que piensa, lo que come, lo que lee, lo que sueña y el patrón que decide sus aspiraciones y sus sueños.

 

Como resultado de esa pinza, muchos cubanos han contraído la idea de que el turista que nos visita y el pariente que vive en el outside no lo ayudan, lo invitan o lo convidan como muestra de amistad, afecto, amor u otros sucedáneos, sino que está condenado a hacerlo. La solidaridad internacional obliga. Y la indefensión económica de quien habita en la Isla, como de niño chico, le impide cualquier reciprocidad. A eso se puede sumar la hipervaloración del outside, contrapunto extremo del bíblico Granma, según el cual del Malecón hacia allá los hijos de la patria han sido “echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. La idealización del afuera supone que, al llegar al exilio, todo cubano recibe casa con piscina y carro del año. Quien viene de visita dispone de infinitas tarjetas de crédito y si no es más generoso no es porque ha hecho un esfuerzo para estar aquí y deberá pagar durante meses o años el desembolso, sino, simplemente, porque es un miserable que no comprende a cabalidad todas nuestras necesidades, cuya resolución sólo equivale para él a un mínimo desembolso. La generosidad es compartir el plato, no dejar caer con displicencia las sobras del festín.

 

La mayoría de los no allegados recibe los obsequios con una deferencia sin agradecimiento, como si el que viene sufragara una deuda. Otro ingrediente de esa actitud, que no es tan simple, podría ser la vergüenza. Obsequiar es siempre un sentimiento generoso, que enaltece; recibir, en cambio, disminuye. Un modo de minimizar esa disminución es restarle importancia, escamotear agradecimiento, crear la sensación en el obsequioso de que su gesto es un rito olvidable sin valor añadido. No intento generalizar ni juzgar en bloque a un pueblo entero cuyas buenas y malas cualidades comparto, sino explicar una conducta anómala que, sin dudas, desaparecerá una vez desaparezcan las extrañas pulsiones que lo originan. No dispongo de encuestas ni de estadísticas que confirmen mi aserto. Es sólo una percepción de viajero sujeta a error. Y me alegraría mucho equivocarme.

 

 

Acudimos a despedirnos de mi hermana y familia. Retomamos la conversación anterior sobre las sedes universitarias municipales, porque hoy mismo Julio Martínez Ramírez, primer secretario de la UJC, ha declarado que en la Universidad no tienen espacio aquellos que no son revolucionarios —ni estudiantes, ni profesores— y que son las fuerzas políticas las que tienen la autoridad para hacerlos salir de ese espacio que no merecen. Me dicen que una cosa son las declaraciones, y otra, la realidad.

 

Por razones obvias, no quiero poner en duda la calidad de esas sedes ante dos de sus profesores (aunque ellos mismos reconozcan que, respecto a los planes de estudio de las universidades tradicionales, los suyos han sido descafeinados hasta la anorexia), pero durante unos exámenes diagnóstico de Español practicados en mayo de 2009 a estudiantes de 5º y 6º año, es decir, a punto de graduarse en esas sedes de carreras deportivas, medicina, estomatología, oftalmología, y de especialidades pedagógicas, se encontraron algunas perlas del idioma: el "igno nasional", “la increíble audacia con que realizaba las micciones”, “murió en plena pubertud”, la “ahudasia”, “la güera independentista”, las “adnegada
adquitectas”, los “centimientos”, se “ecquibocó”, los “elavones
en jeneral”, la “higeniera”, el “hodjeto”, la “idiosingracia”, el “intelectuar” y el “mostroo”, que alguien “semerese” (por se merece), la “vellesa”, y muchas más.

 

En el mismo examen se les solicitó interpretar el texto donde José Martí afirma que la mujer "vivirá a la par del hombre como compañera y no a sus pies como juguete hermoso". Las interpretaciones de los estudiantes demuestran una enorme riqueza imaginativa y gramatical:

 

“La idea martiana anterior requiere de mucha significancia para la
humanidad”.

 

“En el ideario pedagógico de José Martí tiene muchas ideas martiana allí
se encuentra muchas ideas martiana algunas son pensamiento de dicho autor”.


 

“Dios creó a la mujer para que el hombre gozara de ella”.

 

“La mujer es un medio mercantil para la obtención de grandes riquezas”.


 

“La mujer es una baluarta de la Revolución, privilegiada por la
maternidad y sin derechos a la discriminación”.


 

“[Las mujeres] somos un gran bastón en nuestra sociedad”.


 

“En tiempos atrás la mujer fue el objeto disfunsional del hombre”.


 

“Pero, la mujer no vivirá para morir posteriormente ignorante, utilizada
solamente para la satisfacción conyugal”.


 

“[La mujer] en caso de ser casada no intervenir en los problemas del
esposo, además de servirle sin derecho a protestar en todos sus caprichos
y antojos, más aún en los momentos íntimos”.


 

“Ella estaba entrenada para criar a los hijos, la costura y practicar la
prostitución”.


 

“Las mujeres (…) son utilizadas para la corrupción y la prostitución y en
el mejor de los casos son enpuestas solamente para el uso doméstico”.




 

“José Martí no quería a ninguna mujer vagueando por la calle”.
 “Siendo esto lo que predijo Pepe”.


 

“Martí luchó por la igualdad del hombre por el hombre”.


 

“José Martí es externo y sus obras están dedicadas a la mujer”.


 

“María Mantilla es la hermana de Martí”.


 

“[Ejemplo de mujeres valientes]: “Flor Crombet”.


 

“Es la ya fallecida Vilma espín un logro de la revolución Cubana”.


 

“La capacidad de la mujer hacido valorada”.


 

“No se amutilaron ante el fuego de los fusiles”.


 

“A trabajar en Orgasmos Estatales”.


 

“La mujer ha sido indiscriminada”.


 

“Las mujeres sufrían de agusos”.


 

“En todos los ambitidos de la vida”.


 

“De la mujer cubana en todos los celtores”.


 

Y hasta una definición condensada:

 

“Mujer, esas cuatro letras”.


 

Según el viceministro Roberto González Martín, este verano se graduarán 4.700 médicos, “más de 1.200 cubanos y más de 1.200 extranjeros” (sic). ¿Y los otros 2.300 que no son ni cubanos ni extranjeros? En su discurso en los No Alineados, Raúl Castro afirmó que más de 32.000 jóvenes de 118 Estados estudian gratuitamente en Cuba, el 78%, Medicina. Es tradición que las recetas de los médicos no se entienden. Confío en que estos no sean médicos municipales. Resultaría difícil atender un pedido de Tetaciclina, Penecilina o Excretomicina.

 

La política de entrenar guerrilleros en Cuba ha dado paso, con el tiempo, a la formación masiva de médicos de países del Tercer Mundo. Es mejor preparar pediatras que “cirujanos sociales”, sin dudas. Considerando, incluso, el componente político tras esta solidaridad masiva, se trata de una política generosa. Pero, dada su magnitud, sería una muestra de respeto al pueblo cubano, que la sufraga con su trabajo, consultarle en referendo si están o no de acuerdo con postergar la solución de sus necesidades urgentes para costearla. Partiendo de que su propósito es mejorar el sistema de salud en pueblos hermanos facilitando el acceso a la universidad de jóvenes cuyos recursos no se lo permitirían en sus países de origen. ¿Garantiza esta política que sean verdaderamente jóvenes de familias humildes los que se acojan a estas becas, o sirve de puente, en muchos casos, a que los hijos de las élites aprovechen en Cuba la universidad de oferta? ¿Garantiza que esos médicos contribuyan el día de mañana a la sanación de sus pueblos? En el diario Granma encontré la carta de un lector, el Dr. Mohamed Djoubar Soumah. Natural de Guinea, Mohamed Djoubar manifiesta su eterno agradecimiento a Cuba, donde se graduó de médico. Ejerce en Ottawa, Canadá.

 

Hay, además, algún que otro aspecto práctico. En Venezuela, profesores cubanos están formando a 22.000 estudiantes y este año se graduarán 10.000 médicos. ¿Qué ofreceremos en un futuro a cambio de petróleo?

 

 

Quizás mi hermana y yo nos hayamos metido en este berenjenal de ortografía, universidades y médicos para eludir el momento que llega ahora, cuando nos damos el abrazo de despedida sabiendo que pasarán algunos años antes de que volvamos a vernos.

 

 

De vuelta a Playa, vemos banderas del 26 de julio desplegadas en los lugares públicos. Pasado mañana se conmemora el 56 aniversario del ataque al cuartel Moncada. Se teme que el discurso de Raúl Castro ese día anuncie nuevas inclemencias para el futuro próximo. Y en Cuba, por el contrario que los vaticinios felices, los pronósticos de desgracia se cumplen con puntualidad germánica.

 

 

A las diez de la noche, camino al aeropuerto, le echamos a la ciudad un vistazo de despedida. Pero la ciudad, pudorosa, está embozada en la noche y nos guiña apenas una ventana al pasar.

 

 

No rozamos el exceso de equipaje. Lo alcanzamos de lleno. Pero un empleado buena gente nos orienta cómo mejor distribuir la carga para que pase sin problemas. No hay mucho equipaje en este vuelo, confiesa. Se confirma que las importaciones multiplican varias veces las exportaciones.

 

Pasado el momento agridulce de los abrazos y las despedidas, mientras esperamos la salida del avión, hojeo las dos últimas reflexiones del Convaleciente en Jefe en la desolada sala VIP del aeropuerto. Tanto antes de ayer como hoy se ocupa del golpe de Estado en Honduras, la intermediación de Oscar Arias, la intervención de Hillary Clinton y etc. Sin que venga a otro cuento que no sea criminalizar a Arias, dice que “miles de técnicos y graduados universitarios cubanos fueron sustraídos a nuestro pueblo, que estaba ya sometido a cruel bloqueo, para prestar servicios en Costa Rica”. (Qué manía esa de los cubanos: exportarse por cuenta propia. Si hubieran esperado un poco, yo mismo los habría exportado temporalmente, y hasta les hubiera pagado 200 dólares mensuales por sus servicios). Se remonta luego a la Sierra Maestra, retrocede hasta William Walker en 1856, reinterpreta en clave de rendición los acuerdos de paz de Guatemala y El Salvador, salta al regreso de los sandinistas al poder y vuelta a Micheletti, la Clinton y Arias. Una persona tan mayor no debería dar tantas volteretas. Te vas a marear, Comandante. Estoy a punto de abandonar el periódico cuando, en la reflexión de hoy, encuentro un párrafo antológico. Al referirse al último documento leído por el Nobel Oscar Arias, el Sicoanalista en Jefe afirma:

 

[Oscar Arias] “Hablaba delante de las cámaras de televisión que transmitían su imagen y todos los detalles del rostro humano, que suele tener tantas variables como las huellas digitales de una persona. Cualquier intención mentirosa se puede descubrir con facilidad. Yo lo observaba cuidadosamente. (…) Quizás yo sea uno de los pocos en el mundo que comprenda que había una autosugestión, más que una intención deliberada en las palabras del Nobel de la Paz. Me percaté de eso especialmente cuando Arias, con especial énfasis y palabras entrecortadas por la emoción, habló de la multitud de mensajes que Presidentes y líderes mundiales, conmovidos por su iniciativa, le habían enviado”.

 

No es que el líder cubano haya sido nunca un dechado de modestia, pero que “yo sea uno de los pocos en el mundo que comprenda” roza, en su impudor, la demencia senil. Y se olfatea un retintín de envidia verde olivo en que otro reciba tantos mensajes de líderes mundiales. En nombre del gremio, compadezco a su aterrado editor. Si es que lo tiene.

 

En su discurso pronunciado en la Escalinata de la Universidad de La Habana, el 13 de marzo de 1966, Fidel Castro, al atacar a los detractores de la Revolución Cubana, especialmente a la jerarquía comunista china, les llamaba “revolucionarios que, a pesar de haber hecho cosas buenas en su vida, hacen después grandes barbaridades al final de su vida (…) cosas que los hombres cuando degeneran son capaces de hacer (…). Y son en parte consecuencias de haber confundido el marxismo leninismo con el fascismo, con el absolutismo; son las consecuencias de haber introducido en las revoluciones socialistas contemporáneas el estilo de las monarquías absolutas. Esta revolución es afortunadamente una revolución de hombres jóvenes. Y hacemos votos porque sea siempre una revolución de hombres jóvenes; hacemos votos para que todos los revolucionarios, en la medida que nos vayamos poniendo biológicamente viejos, seamos capaces de comprender que nos estamos volviendo biológica y lamentablemente viejos; hacemos votos para que jamás esos métodos de monarquías absolutas se implanten en nuestro país”.

 

Prueba concluyente de que la edad erosiona la memoria.

 

 

A punto de concluir el periódico, llaman a Daniel por el audio para que se presente en la zona de equipajes. La maleta más gruesa de libros está a su nombre. Nury insiste en acompañarlo. Al menos en tierras insulares, ella es la negociadora de la familia. Yo soy el conflictivo. Al regreso, me cuenta que los aduaneros intentaron revisar cada maleta minuciosamente, pero les advirtió que muchos libros estaban llenos de polvo, porque no tuvimos tiempo de limpiarlos. Los aduaneros pudieron confirmarlo no en carne pero sí en uniforme propio. Y como no está prohibido exportar polvo, dieron por concluida la pesquisa. Antes de marcharse, le hicieron a Nury una pregunta genial: “¿Y para qué quieren tantos libros?”. “Para leerlos”, fue su sorprendente respuesta.

 

 

El avión despega y todo se mezcla en mi cabeza con el catarro y un par de pastillas que me propinarán en pocos minutos un know out fulminante: abandono un país que espera sin esperanzas, un patriarca que se ocupa de las desgracias ajenas y se desentiende de las propias, una gerontocracia empeñada en durar hasta que el pueblo aguante, al que culpa de sus propios errores, y maniatada por la voz de un fantasma que retumba desde las cavernas de la Guerra Fría. Pero también abandono mi infancia y mi juventud, a muchos seres queridos y a mis muertos. Abandono las tres cuartas partes de mi estancia en la Tierra, una alegría de vivir que ha podido hasta con las desgracias, un universo de sueños, esperanzas y desilusiones condenado a desaparecer. Y hasta me abandono a mí mismo, porque este será un viaje muy rápido. Cuando despierte, faltará media hora para aterrizar en Madrid.

 

 

Post Data:

 

Gracias por la atención prestada, bloguividentes. Este diario se acabó. Ha duplicado la rentabilidad de los billetes de avión: un viaje físico y otro en la memoria. Pero quedan muchas habanerías pendientes. Hasta la semana próxima, con otros asuntos que harán las delicias de grandes y chicos, como decían los presentadores de los circos ambulantes.



Diario habanero. Jueves 23 de julio, 2009

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Penúltimo día en La Habana. Cuenta regresiva.

Nury quiere pasar la mañana con su padre y su abuela, mientras Daniel y yo nos escapamos hacia la librería de Línea y 12, que no conocemos. Me la han recomendado. Y, en la medida de lo posible, no defrauda las expectativas.

Entre otros, compro la nueva edición de Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier; Cuestiones de agua y tierra, de Jesús David Curbelo; los Documentos familiares de José Martí, compilados por Luis García Pascual; el libro Africanos en América, de Luz María Martínez Montiel, las Obras escogidas, de Pablo Lafargue, que incluyen “El derecho a la pereza” y la Prosa, de Emilio Balagas, compilada por Cira Romero. Daniel escoge una edición de Nadja, de André Breton; los Relatos, de Lu Sin; las Obras, de Descartes, y un libro sobre los nuevos movimientos religiosos en el Gran Caribe.

A la salida de la librería, subimos por 12 hasta 23. Le propongo a Daniel entrar al cementerio de Colón, que bien merece una visita. Lo conozco bastante bien y puedo recomendarle los relieves de las entrada, la tumba de Jeannette Rvder, donde está tallada la imagen de su perra Rinti; la de Amelia Goire de la Hoz, "La Milagrosa"; la tumba del dominó y la de Capablanca; al sepulcro de Taita José, espíritu reincidente en eso de las reencarnaciones; o el conjunto escultórico dedicado a los bomberos muertos en acto de servicio en 1890. Agustín Querol representó fielmente a los mártires, salvo uno, del que no existían fotos, y al que el escultor colocó su propio rostro.

Pero Daniel se niega en redondo. Que no. Que él no quiere hablar de, pensar en, visitar algo relacionado con la muerte.

—Daniel —le digo— estás en el momento justo de interesarte por la muerte. A los 19 años, la muerte no existe. A los 55, empiezas a dejar de interesarte por la teoría. El período de práctica está más cerca. Y puede extenderse por toda la eternidad. A menos que… No, mejor que sea la eternidad. La otra posibilidad es reencarnar en perro callejero, en la pulga del perro o en cobaya de laboratorio.

(No insisto. Aunque, además de enseñarle el cementerio, me habría gustado visitar la tumba de mi madre).

Doblo por 23 y pasamos por el cine 23 y 12. Aunque allí vi películas memorables, siempre me trae un mal recuerdo.

A fines de los 60 y principios de los 70, Fidel Castro solía visitar cada vez que se le antojaba, a cualquier hora del día o de la noche, la Escuela Vocacional de Vento, donde yo estudiaba. Como se sabe, él renueva cada cierto tiempo sus obsesiones. Mientras, pone al país en función de las vacas, del café caturra, de los diez millones, de la batalla energética/de ideas/por el sexto grado, o del internacionalismo armado. Por entonces, una de sus obsesiones era mi escuela. Iba a jugar al básquet y los muchachos ya habían recibido instrucciones: le permitirían ganar, pero simulando un gran esfuerzo. Escenificar una derrota convincente. O se ponía a conversar con los estudiantes. Conversar en una sola dirección. Él hablaba y nosotros escuchábamos.

En una de sus visitas buenas se le antojó almorzar en el comedor. Cuando le sirvieron la macarela habitual con arroz militar (en pelotones), jugueteó un rato con el tenedor como haciéndole la autopsia al bicharraco, y dejó la bandeja intacta. Dos días más tarde, apareció una rastra del Ministerio de la Pesca y pasé los últimos ocho meses de bachillerato comiendo ruedas de emperador. Desde entonces detesto los imperios.

Otra de sus visitas fue a las nueve de la noche. Me habían concedido un pase especial para visitar a mi madre, que estaba enferma, y cuando cruzaba en plena noche el puentecito sobre el río Almendares, vi tres jeeps que se acercaban a toda velocidad. No había que ser una lumbrera para adivinar de quién se trataba. Ya eran conocidas las historias de hombres nerviosos que hicieron algún gesto mínimamente sospechoso y fueron acribillados por los escoltas. La oficina del Comandante costeaba el entierro en féretro categoría buró político, enviaba varias coronas e incluía al finado en la fe de erratas del glorioso libro de la Revolución. De modo que me quedé como la mujer de Lot, pero sin volver la cabeza.

La peor de sus visitas fue cuando nos habló de un disco recién publicado: los toques de corneta del ejército mambí. Y que deberíamos signar nuestra vida de campamento con ellos. Instalaron no menos de 20 bocinas tipo trompeta rodeando el edificio de los albergues, y desde entonces cada mañana, a las seis en punto, nos despertaba el “Ti ti ti tíííííííííí”. “Levántense, muchachos, que la puerca va a parir”. Nos levantábamos tan encabronados que, de ordenarnos en ayunas una carga al machete, habríamos sido letales.

Su segunda peor visita fue cuando acababa de ver la versión cinematográfica rusa de La guerra y la paz. Una película que, según él, todos deberíamos ver, porque en ella estaba la clave de por qué los rusos construyeron el primer socialismo del planeta. El siguiente sábado, nos encerraron a todos los alumnos y profesores de la escuela en este mismo cine de 23 y 12, desde las diez de la mañana hasta las 8 de la noche, y nos soplaron de pegueta, con un receso de 20 minutos para comernos una cajita de congrí con carne ripiada, las cinco partes de la película. Una tras otra. Es el mayor empacho de Tolstoi que he cogido en mi vida. Por suerte, ya a esas alturas mi amor por los narradores rusos del XIX era incondicional. Ni el Cineasta en Jefe pudo derogarlo. No sé si fue por las veces que me dormí en el cine o por la sobredosis, pero nunca descubrí la clave de por qué los rusos construyeron el primer socialismo del planeta. Y ya ni los rusos lo saben.

Paso lo más rápido posible frente al cine de aciaga memoria y me voy cocinando al vapor desde ahí hasta 56 con el aire que entra por las ventanillas. Aunque Madrid suele ser asolado por un calor seco, tobera de avión, y temperaturas que aquí ocasionarían muerte por licuefacción, esta sensación de estarte derritiendo en vida (de las tres quintas partes de agua que tiene el cuerpo debe quedarte una) sólo la he sentido en Luanda, en Mérida, Yucatán, y en un verano monstruoso de Roma, ciudad abandonada por la mano de Dios, porque el Señor se va de veraneo a Castel Gandolfo. Un cubano que conocí en el norte de Europa aseguraba que él no era un exiliado político, ni un emigrante económico. “Yo soy un exiliado climático”, me dijo. Y lo comprendo.

Hoy es un día de recapitulación. ¿Se me olvida algo? ¿A alguien no he llamado? Echo mano a la libreta y hago algunas llamadas pendientes. Mientras, Daniel se marcha a comprar pan. Regresa con dos barras de un pan levísimo, casi volátil. Debe ser el pan que comen los ángeles untándole queso crema Filadelfia. De tanto aire que han logrado inyectar a la masa, no se recomienda comerlo, sino respirarlo. Después de dejar el pan en la cocina, se deja caer a mi lado en el sofá.
—Casi me mata una donación.
—¿Qué?
—Que casi me atropella una donación.
—¿Cómo que una donación?
—Sí. Uno de esos autobuses americanos amarillos que andan por ahí.
—Quizás los fabriquen en Estados Unidos, pero los dona Canadá. De todos modos, te hubiera dolido igual.
—Sí. Crucé la calle casi sin mirar…
—Casi no. Sin mirar, porque se ven a un kilómetro.
—Bueno, sin mirar. Pero tienen buenos frenos.
—Un Yutong te hubiera matado.
—Posiblemente. Tiene cojones que en el país del bloqueo me venga a aplastar una donación.

—Déjate de filosofar y mira bien cuando cruces la calle.

No será la última cena, pero hoy hemos concertado a toda la familia para almorzar en El Palenque. Primero tengo que ir a La Habana Vieja a buscar a mi hermana & family. Los dejo en el restaurante y voy hasta 56 a recoger al resto. Cuando vamos pasando frente al Coney Island (por cierto, nunca he sabido cómo se llama ahora) nos sorprende un aguacero monumental como los que es difícil ver en otras latitudes. Es cuando San Pedro rasga las nubes y las vacía de golpe. No son gotas, sino chorros. Al llegar al restaurante, el parqueo situado frente al comedor está lleno y debo buscar un hueco en el segundo parqueo, al fondo, Tras caminar cincuenta metros bajo la lluvia, llego a la mesa como recién salido de una piscina. Y, de contra, me siento justo bajo un ventilador de techo. Catarro seguro que exportaré mañana a Europa. La Gripe C, cubana. Pero el almuerzo valió la pena. Además, seguí al pie de la letra los consejos de mi abuela. No me duché acabado de almorzar, sino antes.

Hoy Armando Hart Dávalos, devenido columnista, publica en la prensa una de sus reflexiones, o flexiones intelectuales, para no inducir a error. (Del mismo modo que se “intervino” toda propiedad privada, durante estos años hay palabras que han sido intervenidas: “el comandante”, la “batalla de ideas”, las “reflexiones”; aunque existan muchos comandantes con sus batallas, numerosas reflexiones y algunas ideas). Según Hart (y según ensayistas, bodegueros y barmen), Félix Varela nos enseñó a pensar; Luz y Caballero, a conocer; Martí, a actuar, y Fidel Castro, a vencer. Aunque ahí me entra una duda, porque “Venceremos” siempre se conjuga en futuro. Nunca se dice “Patria o muerte. Ya vencimos”. Y si nos enseñó a vencer y ésta es la victoria, ¿cómo será la derrota? Aunque quizás Armando Hart quiso decir que “nos enseñó cómo él vencía”. Así sí. Medio siglo en el trono y sin oposición, condensando en sí mismo la mayoría absoluta, es más de lo que se han atrevido a soñar las inmensa mayoría de los emperadores.

Añade Hart que poner en antagonismo el arte y la cultura con la política “le hace daño al socialismo”. (Lo cual no quiere decir que, obligatoriamente, le haga daño a los cubanos). Y, olvidando olímpicamente la historia del último medio siglo durante el cual la política le ha dicho al arte: “Patria o Muerte”, el exministro de Cultura nos revela que “Ésta es la dolorosa experiencia de la historia socialista tras la muerte de Lenin”. Es curioso lo atrasadas que llegan las noticias de Rusia. Lenin murió en 1924 y hasta 1990, 66 años más tarde, la Cuba oficial nunca habló de los errores del estalinismo (de los crímenes, todavía), del acoso y sometimiento a la cultura, llamada a ser un arma de la revolución, el martillo del obrero, la hoz de la koljosiana. El arte confinado a la sección “Herramientas de mano”, pasillo 16 a la derecha.

Hart concluye su flexión con unas palabras más perdidas que las del Diario de Martí y que darían pie a un buen ensayo: “Distanciar la filosofía de la educación y la política no nos permitirá jamás arribar al pensamiento filosófico” y debemos “hacerlo sin ismos excluyentes [¿socialismo? ¿comunismo? ¿fidelismo?] con el método filosófico de la mejor tradición espiritual cubana, es decir, el electivo [al fin, elecciones], que tiene como guía la justicia, principal categoría de la cultura”. Chúpense esa, filósofos. A ver si escriben justos ensayos, novelas cabales, rectos poemas y probos cuentos. O no entrarán en la próxima edición del Diccionario de la Literatura Cubana.

Después de almuerzo, el ambiente ha refrescado y tras devolver a las respectivas familias a sus lugares de origen, nos queda tiempo para echar un último paseo por el barrio. Como en el cuento de los tres cerditos, hay casas que el lobo evaporaría de un soplido. El hecho de que estén en pie es un milagro de la estática. Las que se mantienen en buen estado y evidencian el poder adquisitivo de sus inquilinos están más protegidas que Fort Knox. Jardín separado de la calle por cerca peerles o por reja de hierro que termina en puntas de lanza. Todas las puertas y ventanas están enrejadas, para dejarlas abiertas y que se filtre la brisita a través de los barrotes. (Los herreros ya tienen una norma ISO: “Ancho mínimo de caco modelo Período Especial”). Hay rejas que desconfían incluso del cielo; no les basta imponer una frontera vertical. Soldada en su extremo superior hay otra reja, esta vez horizontal, que concluye en el alero. Esas rejas-estuche impermeabilizan la vivienda ante cualquier filtración. Las casas se convierten en jaulas. Como si la ciudad fuera un zoológico de animales disciplinados que se encierran ellos solitos sin necesidad de guardianes o domadores. En realidad, intentan construir jaulas de Faraday que anulen el efecto de los campos electromagnéticos externos. Pero es imposible conseguir un espacio idílico de carga neutra en un país tan magnetizado. Somos imanes transeúntes. Nos atraemos y nos repelemos con intensidades equivalentes.

En la práctica, la intromisión de visitantes no deseados ya ha sido resuelta por algún genio carcelario de la Física Aplicada. Aprovechando las ausencias y las noches (esas ausencias presenciales), el visitante imprevisto empapa una sábana y la tuerce hasta formar un cable grueso y muy resistente, abraza con la cuerda-sábana dos barrotes y, empleando un palo de escoba, aplica un torniquete a los barrotes, que se doblan hasta casi unirse. Hace lo mismo con los barrotes contiguos y ya tiene el espacio suficiente para que El Flaco se deslice hacia el interior y abra la puerta al resto de los convidados. Ya decía Freud que la sábana es una fuerza poderosísima. Puede vencer al hierro.

Durante los años más duros del Período Especial (cuyo regreso se vaticina), la epidemia de robos de tendederas obligaba a montar guardia mientras se secaba la ropa. Un descuido, y desaparecían el Levis’s de estreno, los calzoncillos sin elástico y las medias con agujeros. De paso, se llevaban los palitos de tendedera. Y la crónica rojas, que en Cuba se difunde, como algunas enfermedades, por transmisión oral, mediante un sistema inter-municipal de juglares, daba cuenta de los más espeluznantes robos con violencia: cabillazos, palizas, puñaladas, machetazos. El botín: una bicicleta china, una cadenita o unas zapatillas. Daniel Defoe nos cuenta que en su isla desierta, el mango oxidado de una espada era un tesoro para Robinson Crusoe.

Ahora no hemos notado un nivel equivalente de violencia. Tampoco nos hemos sumergido en las cloacas: ni un tour por Revillagigedo hasta Tallapiedra a las cuatro de la mañana; ni un paseo por El Canal a las cuatro de la tarde. Nos bastó recorrer al tacto el Paseo del Prado a las doce y media, o regresar pasada la una de la mañana desde Mantilla hasta Zulueta y Refugio. En las esquinas donde los baches eran más profundos y había que reducir la velocidad, grupos de hombres salían como apariciones de las tinieblas y se encimaban al carro pidiendo botella o enarbolando racimos de billetes. Esa noche cerramos puertas y ventanillas, pero ya se sabe que “El Cerro tiene la llave”.

Por otro lado, dada la población penal de la Isla, se supone que estén presos todos los delincuentes. Probados y presuntos, que para eso existe el delito de “Peligrosidad”, un arresto profiláctico. Carlos J. Finlay descubrió el agente transmisor de la fiebre amarilla. El Código Penal cubano han descubierto la vacuna contra el delito nonato. Jueces “precogs” que, al mejor estilo de Minority Report, condenan las (presuntas) malas intenciones con dos, tres, cuatro años de cárcel.

Dada la cantidad de policías por metro cuadrado, cada ciudadano podría tener su propio guardaespaldas, su Fiana de la Guarda. Pero la unidad latinoamericana ya es un hecho. Como en México, hay gente que prefiere evitar a los policías aun a riesgo de tropezar con los ladrones.

Aunque mi percepción es todo lo imprecisa que puede ser la mirada de un visitante, creo que, en general, no se respira miedo, sino hastío. La gente mira hacia el futuro como quien mira al cielo. A ver si llueve. A ver si nos llueve algo desde las nubes del poder. De momento, en el mejor de los casos, sólo cae agua.