Actualizado: 18/04/2024 23:36
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A propósito de un artículo de Armando Chaguaceda

El autor de este artículo considera que el profesor cubano no ha avanzado un paso más allá de una crítica a medias al régimen totalitario

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Un trabajo del profesor cubano ha sido publicado recientemente por Cubaencuentro. Como varias de las opiniones que se vierten allí me parecen cuestionables, en el momento actual y desde hace mucho tiempo, he decidido hacer un análisis de las mismas y compartirlas con los lectores de esta publicación.

Al igual que el profesor Chaguaceda firmé un manifiesto ―mientras todavía residía en La Habana y publicado en el sitio digital de la Red Observatorio Crítico―  en contra de una serie de abusos cometidos en los últimos dos años contra artistas, estudiantes, bloggers, etc.

El manifiesto estaba envuelto en una retórica marxista que no comparto. Sin embargo, decidí firmarlo porque los autores se habían atrevido a pedir respeto por la integridad física de los que fueron golpeados o detenidos en noviembre pasado (como Yoani Sánchez, Claudia Cadelo y otros) en el performance contra la violencia en el Vedado, La Habana.

El primer planteamiento del trabajo de Chaguaceda en Cubaencuentro, que merece mi atención, es cuando dice que “un incontable flujo de cartas, manifiestos, análisis y contra campañas, han saturado el ciberespacio en lo que va de año, donde las posturas de satanización o apología al régimen cubano (tan mutuamente funcionales y semejantes en estilo y argumento) han restringido los espacios a miradas desapasionadas”.

A mí me resulta peligroso poner en un mismo saco las descalificaciones del gobierno cubano, su prensa y sus aliados de cierta izquierda estalinista latinoamericana, quienes acusan de “mercenaria” a la disidencia, de carecer de ideología (quien lea el Proyecto Varela o el documento Todos Unidos o cualquiera de los cientos de programas de reformas hechos en los últimos quince años verá todo lo contrario a una ausencia de ideología o programa), con los ataques a la represión en Cuba. Yo no comparto todos los ataques que se han hecho. Por ejemplo, se ha llegado a hablar de una complicidad entre la Iglesia Católica y el gobierno e incluso hasta de cierta parte de la disidencia con éste último, pero me resisto a decir que se trata de fenómenos equivalentes.

La segunda afirmación que quiero analizar es que Chaguaceda toma como centro de su análisis un artículo del ensayista Arturo Arango, donde este último simplifica la cuestión política cubana o más bien la distorsiona, haciéndola ver como un conflicto entre los que quieren destruir el socialismo y los que quieren reformarlo.

Lo primero que habría que preguntar a Arango es qué “socialismo” es ese que según él existe en Cuba donde los sindicatos (aclaro, reales) son inexistentes, donde un culto a la personalidad de típica raíz estalinista impide la más mínima diversidad de opinión públicamente expresable. ¿No es más lógico hablar de un capitalismo de Estado, casi mercantilista, gestionado por una oligarquía? Si realmente Arango deseaba analizar la cuestión cubana, debió comenzar por aclarar estos términos que son elementales a la hora de hacer el más somero análisis.

Pero aquí Chaguaceda interviene con esta afirmación: “parecería que dentro de las instituciones existen dos miradas no explicitas pero visibles: aquella que apuesta a dejar todo como está e incluso sabotear las tímidas medidas puestas en práctica (como sucede en la repartición de tierras) y la que impulsa el Presidente, que prefiere ir con cautela y evitar reformas traumáticas o reversibles, introduciendo cambios en áreas clave como la agricultura y los servicios”.

Yo no puedo otorgar la más mínima seriedad conceptual a esta afirmación. Pretender a estas alturas de la tragedia nacional cubana que existe un “Presidente” ―me gustaría que Chaguaceda me explicara la legitimidad del sistema electoral cubano, cuando el propio Pedro Campos lo ha cuestionado recientemente―, interesado en el cambio, y una burocracia alrededor de él que conspira contra las reformas, me parece la reproducción del viejo mito político ruso del “padrecito zar”, que llevó a una multitud a perecer en el “domingo sangriento” de San Petersburgo en 1905. Si existe una burocracia que frena el cambio, es porque es alentada por las máximas figuras del gobierno. En Cuba nada importante se hace sin la aprobación o el control del Primer Secretario del Partido Comunista.

Pero Chaguaceda insiste en las dos visiones, un falso dualismo, y continúa: “ambas tienen una visión demasiado optimista del tiempo, y que parecen desconocer el agotamiento de las capacidades de una población que ha resistido heroicamente, en aras de la justicia social y la soberanía nacional, dos décadas de subconsumo acumulado, desigualdades crecientes y corrupción rampante”.

Interpretar el horror de estos veinte años de miseria impuesta al pueblo cubano, en nombre de un sistema estalinista fracasado en todo el mundo ―China incluida―, como “heroica resistencia” del pueblo cubano, es dar a entender o decir claramente que el pueblo cubano aprueba su actual estado miserable en aras de un ignorado proyecto de justicia social, cuando la verdad es otra: el pueblo cubano ha tenido que soportar la miseria de estos veinte años precisamente porque no ha tenido otra opción frente a un estado totalitario que le niega todos sus derechos.

Pudiera seguir comentando el trabajo de Chaguaceda pero pienso que con estos señalamientos está dicho lo fundamental. Chaguaceda no ha avanzado un paso más allá de esa crítica a medias al régimen totalitario. Lo peor es que pone en un mismo saco a los que hemos estudiado ese tema, y no somos políticos de profesión, junto a las figuras del mundo político del exilio, no todas dignas de consideración. Si llamar totalitario o estalinista al régimen cubano es descalificar o insultar me gustaría que Chaguaceda me diese razones para defender el carácter no totalitario de dicho sistema y su alejamiento con el estalinismo. Sería útil el diálogo con esta izquierda (y claro está con Chaguaceda ) si sinceramente coincide con el resto del espectro político nacional en buscar el bien del pueblo cubano, un bien que pasa por el respeto de sus derechos fundamentales y lo defiende con razones, no con consignas.



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