Actualizado: 27/03/2024 22:30
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¿A qué juega México con Cuba?

La fórmula es vieja y Los Pinos la ha practicado casi con el mismo profesionalismo que la escuela brasileña de diplomacia.

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¿A qué juega México con Cuba? Juega doble: A que Brasil no se lleve el pastel, bajo la certeza de que la Venezuela de Chávez va en picada. Y a que Estados Unidos, bajo una administración del Partido Demócrata, no se le adelante en la geopolítica hacia Cuba, no aumente demasiado su ventaja caribeña.

Patricia Espinosa, secretaria de Relaciones Exteriores, estará en La Habana el 13 y el 14 de marzo. Llevará siete temas en la agenda. Pero en rigor uno. Parecido al que negociara el segundo del Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone: ocupar un asiento cuando pongan la mesa.

El vicecanciller mexicano para América Latina y el Caribe, Gerónimo Gutiérrez, tiene suficiente experiencia para la cautela. También para ceder, mirar para otro lado, respetar el viejo principio de la diplomacia que negocia con los que tienen poder real para negociar, sin redundancia y sin muchos escrúpulos panistas.

Sentarse a la mesa significa para el México de Felipe Calderón y para su sector empresarial el retorno, por lo menos, a los 435 millones de dólares del comercio bilateral promedio, logrado en la década de los noventa. Salir rápidamente, sobre todo cuando las borrascas de la recesión azotan al Norte, de los escasos 199 millones de 2007.

Bancomext ya sabe que la deuda de 400 milloncitos ha quedado en un cenote de papeles timbrados, es "cosa de abogados". Cuando el barril castrista explote, y ya se ven las fisuras, habrá tiempo para ir atrás, renegociar. ¿Qué es tal minucia —en definitiva la pagó el contribuyente mexicano— ante la competencia entre Exxon, Petrobras, Pedevesa y Pemex?

Muy cerca, junto a las declaraciones "izquierdistas" de Lula, están las de Thomas Zanotto, presidente de la Federación de Industrias del Estado de Sao Paolo, la más poderosa de América del Sur, en las que afirma la irresistible atracción que Cuba ejerce en los inversionistas brasileños. Y un dato: ya el comercio sube de los 400 millones anuales, 300 de los cuales son compras de alimentos cariocas.

Muy cerca está el fin del chavismo, con lo que una nueva Venezuela, por razones de alejamiento ideológico y de economías similares, salvo por ahora el petróleo, dejaría de mantener la Cuba arruinada. En cualquier caso, aun suponiendo un cambio democrático en la Isla, la propia crisis económica nacional le impediría mantener los lazos económicos de hoy.

México es el socio latinoamericano tradicional, no sólo por cercanía geográfica sino por vínculos históricos y comerciales que se remontan al colonialismo español. ¿Por qué no estar ahora, cuando los segundones inmovilistas del castrismo tardío van a implementar una vía de capitalismo de Estado al estilo chino? ¿Qué le importa al gobierno mexicano la gerontocracia mediocre aferrada a la imagen, por lo menos talentosa, de Fidel Castro?

Emigración y otros escasos minutos

El otro tema, siempre subordinado a los negocios lucrativos que avizoran, es el de firmar un tratado de emigración que blinde las fronteras yucatecas a un éxodo si bien escaso, pero engorroso; de poca consideración numérica en comparación con América Central, sobre todo Guatemala, pero de fricciones con Estados Unidos.

Hay que estar bien con el poderoso del Norte. Nada que pueda entorpecer aún más la legalización de los once millones de indocumentados, la apertura con permiso a los braceros, el aumento de las remesas familiares, que ya constituyen la segunda fuente de ingresos, tras el petróleo y por encima del turismo.

Es verdad que en la agenda de la canciller Patricia Espinosa figuran también la cooperación educativa, científica y cultural, empantanada por las masivas deserciones de los cubanos jóvenes que por aquí pasan; que uno de los siete temas es el respeto a los derechos humanos… ¿Pero cuántos minutos de los escasos dos días, descontando cenas y recepciones, sueño y menesteres del cuerpo, le dedicará a este último, a la liberación de los presos políticos, a la democracia?

La fórmula es vieja y México la ha practicado casi con el mismo profesionalismo que la prestigiosa escuela brasileña de diplomacia: No injerencia en los asuntos internos de otro Estado. Con valor adicional y justo: Condena al embargo estadounidense, tal vez por su papel de aliado con los Castro.

En fin: cinismo muy profesional, técnicamente irrebatible. Redituable ahora y mañana. ¿Quién puede negar la indestructible, añeja hermandad entre nuestros dos pueblos, entre el bolero y las logias masónicas del siglo XIX, entre el danzón y el dinero que Porfirio Díaz le dio a José Martí en 1894?

Lo más penoso es que cualquier mexicano podrá decir que para extirpar a la crápula de segundones bien podríamos organizar otro Granma. Burlarse, no sin razón, de nuestra cierta e incierta complicidad con el inmovilismo.


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