Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Cambios, Disidencia, Represión

¡A sacudir la mata del pensamiento!

Aceptarle a los Castro y a su corte de malandrines dictar las pautas de las acciones es aceptar validez a su presencia anacrónica e ilegítima

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¿Hasta cuándo van a prevalecer las quejas en la proyección de la disidencia sobre el sistema totalitario en Cuba? Se entiende que no se dejen de denunciar las constantes violaciones de las libertades y derechos humanos de los ciudadanos en el país; es necesario explicar al mundo la permanente arbitrariedad que reina bajo la dictadura militar. Pero, ¿qué objetivo se persigue cuando se asume como método de crítica y análisis marchar dos pasos por detrás del régimen? ¿Por qué reaccionar siempre a sus acciones desmadradas con conjeturas a posteriori y, para colmo, muchas veces dándoles credibilidad de coherencia y mesura, como si sus acciones estuvieran compulsadas por la buena fe?

El comportamiento y acción de los hombres que rigen desde hace medio siglo los destinos de Cuba ha sido y es el de una pandilla de mafiosos. Como los regímenes del antiguo imperio soviético, o de los despotismos árabes contemporáneos, solo creen y respetan la fuerza bruta que imponen, y desprecian y temen a la población que sojuzgan con ánimos de señores feudales. No les importa un ápice el sufrimiento creciente que provocan con sus constantes atropellos. Son cínicos y cobardes cuando rehúyen la responsabilidad del empobrecimiento, miseria y mendicidad que provocan en el país. Y no dudan en culpar incesantemente a la población de todos los despropósitos de los que son los máximos responsables con impune incapacidad. Conforman una casta que solo busca explotar cada vez más a la población que tienen encerrada frente al mar, como si fuera su recua de ganado.

¿Por qué otorgarles la menor credibilidad y buen deseo a los “lineamientos económicos” que ahora establecen? ¿De repente, esa pertinaz gavilla de incompetentes se transformaron en hombres de Estado responsables? ¿Siempre enunciando como un mantra vacío las mismas palabras y conceptos gaseosos e inasibles: Revolución, Conciencia, Pueblo, Construcción del Socialismo…? ¿Siempre, siempre las mismas consignas, exigiendo fidelidad, disciplina y obediencia absoluta a sus aberraciones? Se sabe bien qué es lo que son. ¿A qué viene entonces tratar de tomarlos en serio, analizar prudentemente cada palabra, gesto o acción que tomen, como esperando cordura y consideración responsable, para al final quejarse amargamente de otra frustración más, otra engañifa más? ¿Por qué no percatarse de que no renuncian al poder, ni lo harán sus herederos ya designados, a regir a ocultas, a sorprender con acechanzas y aplicar leyes como encerronas? ¿Por qué tanta ingenuidad y tanto crédito?

El país, el pueblo, la oposición, el sistema totalitario imperante, todos están agotados, desgastados por una situación absurda impuesta a la fuerza por unos pocos contra una mayoría que intenta sobrevivir a como dé lugar, encanallándose en la miseria del día a día. Y dentro de las alambradas de la prisión insular no se salvan del deterioro ni ofensores ni ofendidos. Nadie escapa a la neurosis y al envilecimiento dentro de una estructura de campo de concentración, donde la mentira oficial intenta derrotar a la realidad del resto del mundo.

Por eso no se puede seguir siempre por detrás de lo que dicta el régimen, criticando sus acciones y señalando su desidia a posteriori. Aceptarle a los Castro y a su corte de malandrines dictar las pautas de las acciones es aceptar validez a su presencia anacrónica e ilegítima. Es concordar de alguna manera con el ritmo funesto que le imponen a la nación en una escalada destructiva. Urge quitarse de encima esta manera de pensar. Lo prudente es proponerse, hablar, debatir y proyectar ya una Cuba en la que no estén ellos ni su concepto feudal de inquebrantable destino servil para el pueblo.

Sin embargo, esta actitud se debe emprender con realismo. No se puede imaginar un país futuro donde los actuales y decadentes sistemas de salud y educación públicas mantengan la falsa aura de “gratuidad” que ahora los sostienen. Esa quimera es sobre la base de carestía permanente y represión constante del resto de la existencia. En la futura Cuba libre y democrática, donde todos tengan derechos verdaderos que aprender a utilizar, también habrá que asumir la responsabilidad que otorga la libertad, más cargando a las espaldas de la nación medio siglo de despilfarro castrista. Sería lamentable dejarse remolcar por politiquerías de impronta ideológica, como las que han saturado en el presente, y afirmar gratuidades futuras en un país en condiciones de quiebra. El maltratado y casi extinto patrimonio nacional está agotado y primero debe obtener beneficios a medida que se reconstruya.

También será necesario promover toda la capacidad de la sociedad civil, como fuente de iniciativas de empleo e industria. Para ello, y como premisa fundamental, el futuro Estado debe renunciar a las funciones de empleador y propietario a las que está acostumbrado. Al contrario, debe ajustarse a los fundamentos que justifican su origen: árbitro y regulador, y fuente supervisora del capital de los impuestos. Y estos, principalmente volcados como fondo de inversión en proyectos de la sociedad civil que compitan por ganar determinada propuesta de mejora de bien público, no para derrochar sosteniendo empresas estatales de dudoso beneficio. Por tanto, el impuesto no deberá fomentarse como un mecanismo de castigo, sino como método racional de recaudación de capital para los gastos públicos. Quizás lo innovador pudiera ser no repetir los defectos de castigar con gravamen el éxito y la ganancia, sino por el contrario premiar con rebajas el ahorro y la inversión.

Suscitar el ahorro y la inversión como factores favorables para disminuir la contribución personal por impuestos generaría crecientes fuentes de capital y empleo, y estimularía las investigaciones y el desarrollo tecnológico e industrial, de una manera mucho más rápida que la miseria tradicional a la que empujan los castristas, esperando ese maná de la buena voluntad del inversor extranjero. Y para mayor ventaja, este procedimiento sacaría de sus infortunios a la tan maltratada autoestima nacional, esa visión de parias y pedigüeños que con mansedumbre se ha impuesto por medio siglo. El ahorro y la inversión son virtudes esenciales que los padres de la nación americana supieron transformar en el fundamento de su progreso nacional. Constituyen un buen ejemplo práctico a seguir.

La Cuba del mañana no puede edificarse sobre la base del pasado, con propuestas como las que piden el retorno a la Constitución del 40, o a la Cuba imaginada por Martí. Hay que proyectar la mirada al futuro y situarse en el actual contexto, caracterizado por la globalización y los nuevos patrones y dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales que le acompañan. Tampoco se deben ignorar las lecciones que ofrecen las naciones democráticas, seriamente afectadas en estos tiempos por las crisis económicas. Países como Irlanda, Grecia, Portugal, España, Italia y hasta el propio EEUU son sacudidos por revueltas populares de inconformes. Esa situación en todas estas naciones tiene como denominador común el efecto acumulativo de las políticas injerencistas y el incosteable asistencialismo benefactor del Estado, además del clientelismo y el populismo generado por las maquinarias de la partidocracia tradicional con fines electoreros. De modo más simple, se pueden responsabilizar estas crisis con la consecuencia tardía del componente estatista arrastrado y de tendencia creciente en las sociedades democráticas, que durante la época de la Guerra Fría estuvo oculto bajo el velo del bloque estatista por definición, con la antigua URSS a la cabeza. Hay que observar con agudeza en el panorama global y no reproducir tales prácticas erráticas.

Mas lo importante no son estas u otras propuestas, sino sacudir la mata del pensamiento quejoso y calcinado en el vano intento de valorar con cordura el indescriptible galimatías de una loca entidad llamada revolución. Un turbio pozo que arrastrará a todos hasta el fondo si se continúa jugando con sus reglas. Es importante crear visiones propias del futuro nacional y superar los términos que dicta el régimen para dibujar el porvenir. En la medida que se logren echar a un lado sus dicharachos ideológicos, del destino miserable y de explotación que quieren imponer, sus amargas presencias comenzarán a disolverse como algo insignificante y perjudicial, con el menor viso de credibilidad.


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