Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Anexionismo a lo bestia

Sin industrias, con el campo en ruinas y endeudada hasta la coronilla, ¿qué otro camino sino el de la dependencia le quedará a la Isla?

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Muchas veces lo sospechamos, pero nunca antes con tanta propiedad y en forma tan unánime, por lo menos entre la gente corriente de nuestra Isla. Tampoco nunca resultó tan obvio como en este momento: Fidel Castro, a quien le gustó siempre acusar a sus opositores de anexionistas al servicio de Estados Unidos, se está proyectando como el más recalcitrante anexionista cubano.

Sus diatribas contra los buenos auspicios de Barack Obama y el golpe de ficha conque tan mañosamente intenta trancarle el dominó a la política reconciliadora, traslucen un presente sombrío y un futuro muy incierto para Cuba.

No en balde son tantos los que aquí comentan que de continuar en la deriva que trazan sus reflexiones, el régimen podría estar perdiendo una última oportunidad de actuar con tino, mientras da otra vuelta de tuerca a nuestro angustioso caos y empuja al país hacia un estatus de dependencia económica, tal vez más drástico que el de 1898, cuando recién dejaba de ser colonia española.

No les faltará razón a quienes ven hoy a Fidel Castro como un viejito vesánico que se entretiene pujando el incordio de sus reflexiones, mientras espera el último turno de la confronta para Zapata y 12. Pero el hecho es que su palabra continúa siendo ley dentro de la nube virtual en que vivimos. Y eso no es lo peor. Aún más grave es que la vesania no le impide al viejito manipular la situación, como lo ha hecho siempre, según su conveniencia personal y, claro, para nuestro perjuicio.

Destino de indigencia total

Dinamitar los puentes, impedir a toda costa que el país avance sin su dirección directa, es decir, gracias a que al fin nos libramos de su dirección, al menos de la suya. Las previsiones de Fidel ante la historia suelen ser taimadas y enfermizas, hasta un punto tal que cabe suponer que desee un destino de fárrago e indigencia totales para Cuba, sólo con la esperanza de que cualquier comparación que establezcan los historiadores en el futuro termine favoreciéndolo.

Poco ha de importar que de la ínfula anexionista de Estados Unidos no quede ya sino sombra en el recuerdo. Y menos con los aires de revitalización traídos por Obama. Nadie con dos micras de cerebro asumiría hoy como seria la muela de un presunto interés estadounidense por anexarse a Cuba. No solamente no parece estar en sus planes. Ni siquiera se aprecia en sus deseos.

Pero ello no impide que por nuestro lado estemos precipitándonos hacia algo tal vez más nefasto que la anexión: la dependencia absoluta, a lo bestia, no por intención manifiesta y previamente planificada, sino por caída libre, bajo el peso gravitatorio de una sola disyuntiva, como ya ocurrió antes con la Unión Soviética.

¿Qué otro camino sino el de la dependencia a lo bestia le quedaría a la Isla en un futuro sin capacidad productiva, sin industria, con el campo en ruinas, con todas sus estructuras administrativas carcomidas por la corrupción, sin mercado interno, sin fuertes rubros de exportación, endeudada hasta la coronilla, y habiendo perdido de raíz la cultura del trabajo y el espíritu de la competencia?

Quizá todavía estemos a tiempo de jugarle cabeza a ese futuro, que va siendo presente. Todo depende de escoger entre lo racional y lo elementalmente loco: o se hace lo mejor para el país o se actúa con el único objetivo de darle gusto a un ególatra.


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