Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Venezuela, Elecciones, Chávez

Aprender de las elecciones en Venezuela

Experiencias que podemos asimilar los cubanos de la jornada venezolana

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Comienzo siendo muy claro en dos puntos: primero, Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela, en una jornada con asistencia masiva a las urnas, sin que se pudiera señalar que hubo fraude; segundo, aunque la pelea era “de león a mono, y con el mono amarrado”, la oposición —el mono amarado— aceptó las reglas del juego antes del comienzo del partido, por lo que no vale quejarse después de terminada la contienda.

Dejando claro lo anterior, veamos ahora: ¿cómo fue posible que en un momento una parte de la oposición pensara seriamente que tenía posibilidades reales de ganar, cuando al final del recuento la ventaja de Chávez sobre Capriles fue de casi un 11 %, y superó el millón y medio de votos, en una votación de alrededor de quince millones de personas?

Naturalmente, era sensato no confiar en lo que dijera una encuestadora dirigida por Jesse Chacón, cómplice de Hugo Chávez en el fracasado golpe de Estado de 1992 y corrupto ex ministro del Interior del teniente coronel, pero de ahí a ignorar todas las encuestas que se realizaban en el país, para aferrarse con enfermizo desespero solamente a las que resultaban agradables a los puntos de vista propios, fue un error garrafal, que finalmente se pagó con frustraciones y depresiones, pecados mortales si de contienda electoral se trata.

Es cierto que podían interpretarse signos de posibilidad para el retador, como el hecho de haber sido recibido por el presidente colombiano Juan Manuel Santos. Pero pronosticar una ventaja de 11 % para Capriles, como alguien publicó en un análisis “científico”, fue, en el mejor de los casos, temerario, y en el peor, bochornosamente ridículo.

El enorme fallo de previsión se debió a una razón muy sencilla: a medida que se acercaba el día de las elecciones, ir sustituyendo el análisis frío y desapasionado por el ojalá y el yo quisiera, comportarse políticamente como autistas, y extrapolar determinados detalles a un universo ficticio que realmente iba, al menos en Miami, solamente un poco más allá de las cafeterías-puntos-de-reunión de la comunidad venezolana en el sur de La Florida.

Las primeras encuestas “a boca de urna” reflejaron una cierta ventaja del candidato de la Mesa de Unidad Democrática, pero de ahí a comenzar a hablar del “presidente Capriles”, como hicieron algunos venezolanos de Miami en la televisión, hay demasiada distancia. Los posteriores llantos demostraron lo que significa vivir de ilusiones para morir de desengaños.

Expreso estos criterios sin la menor intención de masacrar a los opositores venezolanos, ni mucho menos demeritar la extraordinaria campaña llevada a cabo por Henrique Capriles, sino buscando enseñanzas para los cubanos, con más de 53 años tratando de quitarse de encima un despotismo que no admite elecciones abiertas y competitivas. Comparativamente, Chávez es un pulcro demócrata que se somete al escrutinio popular periódicamente, mientras que Fidel Castro institucionalizó —y cumplió— el tristemente célebre “¿elecciones para qué?”.

Ante una tiranía brutal e intransigente como la de La Habana, solamente apologistas de cualquier signo, o quienes quieren vendernos ahora el mito disfrazado de diálogo “civilizado” con el régimen, que son lo mismo, pretenden justificar los desmanes y deshonras de la dictadura cubana con loas al “entendimiento”, peticiones de reformas superficiales, y descalificaciones de todos los que no piensen como ellos.

Autismo político similar al vivido por algunos venezolanos el fin de semana en Miami, que solamente veían la realidad que les agradaba, y se preparaban en la noche del domingo para “victorias históricas” que no durarían más de dos o tres horas, hasta que los comunicados del Consejo Nacional Electoral de Caracas cerraron las cafeterías de clientela venezolana y enviaron a dormir a los parroquianos para que pudieran ir a trabajar al día siguiente. Gritar “fraude” después del comunicado pudo ameritar un párrafo o dos de ciertos periodistas superficiales del sur de Florida, pero nada más.

Algo deberíamos aprender los cubanos de estas experiencias de nuestros hermanos venezolanos, y acabar de comprender que en realpolitik las opiniones personales y deseos no tienen la menor importancia, porque lo que vale y funciona son realidades muy concretas que no tienen nada que ver con lo que nos gustaría si viviéramos en un mundo perfecto.

Todavía hay quienes no quieren reconocer que la mayoría de los venezolanos quiso mantener a Chávez en la presidencia, y que, además de la gerontocracia castrista, muchos cubanos de a pie en la Isla se alegran de eso: al menos pueden tener la ilusión de que no se incrementarán los apagones ni se detendrán los ómnibus por falta de combustible, y que seguirá habiendo chance de irse a trabajar a Venezuela, “pacotillear” y resolver necesidades vitales de la familia.

Era maravillosa la fantasía: Capriles vencía en las elecciones, Chávez respetaba los resultados, había una ejemplar transmisión de poderes, y en el mes de enero se restablecía el Estado de derecho en Venezuela. Desde ya se renegociaban los convenios petroleros y de cooperación entre el nuevo gobierno de Caracas y La Habana, y se ajustaría el suministro de petróleo hacia Cuba a lo que La Habana pudiera realmente costear.

Raúl Castro, ante esta situación, tendría que profundizar sus tímidas reformitas, y permitir determinadas aperturas políticas, económicas y sociales. Los abnegados compañeros “civilizados” que tienen acceso a las madrigueras del régimen en territorio estadounidense —privilegio reservado solamente a quienes son clasificados (por el MININT) como “emigrantes respetuosos”—, lograrían que los precios de los pasaportes para los cubanos no fueran tan escandalosamente abusivos, y que, tal vez, aunque no se pueda garantizar, en vez de exigirle mil millones de dólares para inversiones a los cubanos emigrados, el régimen se conformara con unos 500 milloncitos, en lo que pudiera llamarse “generosidad de la Revolución”. Y todos felices y contentos.

Esa era la fantasía, pero la realidad es diferente: Henrique Capriles, que desarrolló una ejemplar campaña política en este proceso electoral, tendrá que agenciárselas ahora para mantener el liderazgo de una oposición unida frente a la infinidad de aspirantes a “Cristos” que surgirán muy pronto, y cuya primera actividad será intentar menoscabar al “perdedor”, quien en realidad es un destacado vencedor de adversidades y dificultades, aunque no haya alcanzado la presidencia.

Creer que Chávez sabrá leer el mensaje de los votantes y dará determinado espacio a sus adversarios, más allá del protocolo superficial de los primeros instantes, es ilusorio: el teniente coronel pretende “profundizar” su revolución, cualquier cosa que eso signifique, y los revolucionarios de línea fidelista no son nunca dados a consensos, sino todo lo contrario.

Además, si se quieren evitar nuevos descalabros opositores, no hay razón para pretender demeritar a quienes votaron por el ganador, por las razones que fueran, desde los convencidos hasta los beneficiados: los votos de los humildes valen tanto como los de los “ilustres”, y no será fácil convencerme de que todos los que votaron por Capriles lo hicieron solamente por sentimientos democráticos y patriotismo. Y también hay que entender que decir que un 44 % de los votos significa que “medio Venezuela” votó por Capriles es desconocer que una clara mayoría absoluta, 55 %, votó por Chávez.

Los cubanos que no somos “emigrantes respetuosos” ni somos recibidos para “dialogar” en las embajadas de la dictadura (ni nos interesa), tenemos, una vez más, dos alternativas: una es seguir en lo de siempre, disfrutando de la tacita de café y las croquetas en las cafeterías emblemáticas de los cubanos, mientras ignoramos la realidad, discutimos a gritos, descalificamos a quienes nos adversen, y pretendemos seguir viviendo en la caverna de Platón; la otra alternativa, menos sensacionalista pero más práctica, es aprender algo útil de todo este proceso de las elecciones en Venezuela, y actuar en consecuencia, porque el camino sigue siendo largo y escabroso.

Y, con independencia de lo que decidamos hacer, todos deberíamos preguntarnos seriamente por qué todavía, en la noche del martes, no había aparecido ningún mensaje de felicitación de Fidel Castro a Hugo Chávez.


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