Bienvenida, familia Payá
Si la familia Payá ha considerado que su lucha por tratar de demostrar el crimen cometido en la persona de Oswaldo la puede realizar de manera más efectiva con este desplazamiento, nada tengo que oponer
Confieso que, en general, prefiero evitar el uso de la primera persona en las reflexiones políticas. Quizás se deba ello al cuidado que suelo tomar para no permitir que una excesiva subjetividad termine por deformar las ideas que deseo expresar. Sin embargo, en la ocasión de la llegada de la familia Payá a Estados Unidos, deseo expresar abiertamente mi alegría por su decisión.
En primer lugar, porque es suya. Tomada en el libre ejercicio de su voluntad. En segundo lugar, porque considero que el natural relevo generacional en la oposición al régimen castrista y el natural posicionamiento ante sus nuevas estrategias, permite el diseño de nuevas y más arriesgadas, incluso polémicas, propuestas.
Si la familia Payá ha considerado que su lucha por tratar de demostrar el crimen cometido en la persona de Oswaldo la puede realizar de manera más efectiva con este desplazamiento, nada tengo que oponer. Es más, tengo el convencimiento de que, efectivamente, se ha tratado de un asesinato. Cinco décadas de implacable represión castrista avalan esta presunción.
Para los que piensan que la resistencia interior de Payá y sus compañeros ha sido una versión blanda de oposición desconocen la eficacia moral y estratégica del Proyecto Varela. No sólo Payá puso en evidencia ante la opinión pública mundial la nula credibilidad de la propia legalidad del régimen sino que también puso nerviosa a la alta jerarquía de la Iglesia Católica cubana. Y todo ello dentro de la Isla, arrostrando los ciertos peligros que lo acecharían, hasta consumarse en su asesinato.
A estas alturas, poco importa que el Gobierno español, por boca de su ministro de Exteriores, se haya puesto de perfil e ignore la farsa en que La Habana convirtió el juicio que encontró culpable al único español imputado. Es una práctica habitual que responde a la defensa de los intereses españoles en la Isla.
A estas alturas, es perfectamente legítimo que la familia Payá instrumente a su favor la legalidad vigente, que le permite la flexibilidad de golpear fuera y dentro, sin renunciar al propósito que la alienta.
A Lenin le gustaba repetir, dejad que los burgueses hagan sus leyes, con ellas haremos la cuerda con la que los ahorcaremos. Y reescribiendo a Deng Xiao Pin, podemos repetir, dentro o fuera, o dentro y fuera, lo importante es que el gato cace ratones.
No sé si la familia Payá continuará alentando el proyecto político que defendía Oswaldo, apoyado en un moderado grupo de seguidores dentro y fuera de la Isla; supongo que sí, por lo que le oí proclamar a Rosa María en Madrid, después de entrevistarse con Ángel Carromero y el canciller español. Mucho me alegraría que fuera así. Mientras más plural sea la oposición al régimen más ganaremos los cubanos en la futura integración de una sociedad política en libertad.
Nadie tiene el privilegio de trazar las fronteras de “pureza” en la composición de ese cuerpo formado por sucesivas e indistintas oleadas de exiliados o inmigrantes. Todas ellas idénticas, al menos, en el rechazo al régimen.
Esta familia que acaba de llegar a Miami ha sufrido la persecución y el atropello, la humillación y las golpizas de los represores en Cuba. No han hecho oposición desde las tibias aguas del Norte. Se ha ganado, al menos, el respeto, aunque algunos puedan disentir legítimamente de sus propuestas. Y estoy seguro de que su decisión en nada se debe a la huida de tales consecuencias. Sencillamente, ha creído que así puede ser más útil.
Todos los exilios poseen una perversa tendencia autofágica. La conocieron los exilios de los rusos blancos, los republicanos españoles y hasta los mexicanos que huían de los momentos más cruentos de su revolución y los chinos que se fugaban de Mao. Durante más de cinco décadas los exiliados cubanos la hemos practicado. Ya es hora de que comencemos a olvidarla.
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