Exilio, CAFÉ, Iglesia Católica
Café Laical: el progreso
Un posible punto de encuentro entre el Partido Comunista de Cuba y la Iglesia Católica cubana radicaría en sus catedrales pobladas con falsos creyentes, afirma el autor de este artículo
Es lógico que la izquierda plattista considere el giro táctico de la Iglesia católica en Cuba como “diálogo paciente (con) metodología patriótica”, pero la santa paciencia de la Iglesia católica no deriva de contar con la “más amplia membrecía (sic) dentro de la sociedad civil cubana” —algo sumamente discutible versus CDR, FMC y CTC—, sino más bien del poder eclesial milenario centrado en Roma y de ningún modo en La Habana. Aquí, por el contrario, prevalece el sentido cubiche de inmediatez, que puede rastrearse desde el diario “perdido” de Carlos Manuel de Céspedes, pasando por el diario de campaña de José Martí, hasta el diario bregar para resolver ahora y ya veremos después.
El doctorando Arturo López-Levy (ALL), líder mediático de Cuban Americans for Engagement (CAFE), vindica como “progresos en la política cubana” aquel giro de la jerarquía católica, que consiguió excarcelar a los reos de la Causa de los 75 (2003) —y desterrar la mayoría a España— sin rozar siquiera que el ejercicio del criterio con respecto al Gobierno se ciñe al marco prefijado por el delito de Propaganda Enemiga.
Según ALL, se han abierto “nuevos canales de comunicación” entre el Partido Comunista de Cuba (PCC) y la Iglesia católica en Cuba (ICC), respectivamente. Quizás el punto de encuentro comunicativo estribe en la creencia de que un muerto genere un vivo, la cual arraigó desde los casos de Lázaro primero y Jesús después, pero jamás podrá discernirse de manera argumentativa en el caso del Estado totalitario castrista. Para el caso más agudo del Estado soviético —y la “democracia popular” inventada por Stalin con ánimo de legitimar la conquista roja de Europa del Este— fueron precisos 70 años de engaño sistemático, ingente desperdicio y represión despiadada antes de concluir que iba contra la lógica humana.
Otro punto de encuentro entre PCC e ICC radicaría en sus catedrales pobladas con falsos creyentes, que guardan las apariencias militantes ya solo en público y se acuerdan de Jesucristo cuando truena. Y como la izquierda plattista —esa que piensa el destino de Cuba ligado a EEUU y atisba la salvación del pueblo cubano con el levantamiento del embargo— no tiene otra cosa para rehacerse la cabeza, su idea de progreso no es reflexiva, sino fidelísta. La esperanza queda cifrada en que la misma minoría histórica —el grupo político de Fidel Castro— que terminó haciendo leña el país, merece todo el apoyo posible para sacarlo ahora adelante.
Este marco mental no puede dar otra cosa que hipérboles interesadas, como “la construcción paciente y gradual por las comunidades religiosas cubanas de varios repertorios de acercamiento entre los diferentes componentes de la nación cubana”. Las novelerías en torno a la visita del Papa y la posición del cardenal Jaime Ortega se suman ahora a la hiperbolización previa, como “reformas económicas”, del barbero por cuenta propia del barrio y el guajiro que ya puede vender cebollinos a los hoteles.
Para una nación tan desvergonzada que no tiene ya, en ninguna de sus banderías encontradas, cómo justificar más de medio siglo de dictadura, la izquierda plattista tacha de “aguafiestas plattista” al bando contrario y define, como “postura racional de reconciliación”, desentenderse de aquellos porque “carecen de la mínima consistencia ética o política, y (por) último, pero no menos importante, de poder”. Tal es la clave de ALL para “respetar a un nacionalismo cubano orientado al desarrollo”. Se trata de la doble arrogancia castrista de escoger al dialoguero y tener la llave. Solo que, por entre el discurso sobre la Iglesia católica y el Estado castrista, salta también la liebre de inconsistencia: no hay diálogo, sino pugilato de intereses. La premisa cardinal del diálogo —desde que Kant distinguió hacia 1770 entre dilucidar y ejecutar— reza: quien pueda hablar puede tomar parte en el discurso.
Así mismo este discurso esconde la tragedia que ALL pretende esquivar con rejuegos lingüísticos como “modelo de economía mixta y pluralidad acotada”, que no es otra cosa que el molde preservativo del Estado totalitario por simple reacomodo de sus límites del dominio sobre toda la vida económica y social de la “nación cubana”. Lo trágico reside en que ALL y CAFE, junto con el cardenal y su Iglesia y todos los demás ajenos al grupo político de Fidel Castro, son ya solo consentidos, por mera conveniencia. No tienen valor por sí mismos, sino instrumental en manos de aquel grupo y hasta próximo aviso.
Nada distinto puede esperarse de quienes se han arrogado el uso ilimitado (absoluto) y discrecional (arbitrario) de ese poder “no menos importante”. Así y todo, el CAFE plattista apuesta por ellos e incluso se atreve a darles consejos, como que el PCC “debería abandonar la soberbia” y hasta dar premiso para abrir “espacios representativos de la pluralidad (en) las elecciones del Poder Popular”. Estas cosas solo pueden explicarse como ilusión o hipocresía. Y lo de echar mano a la Iglesia católica, como atuendo para darse caché laical.
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