Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Casta e intriga

No hay posibilidades de una transición real mientras no se produzca un cambio generacional al más alto nivel.

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Con independencia del carácter democrático que se supone debe tener todo gobierno en Occidente, la idoneidad para su ejercicio también es un requisito para que funcione como tal. Dicha condición se logra mediante el equilibro entre experiencia y apertura mental. El arte de gobernar demanda sabiduría, pero también energías y actualización para enfrentar los retos que presentan los nuevos tiempos. No se puede responder a los desafíos actuales con criterios arcaicos, menos con inmovilismo.

El problema cubano es que el gobierno cojea de todas las patas. Vive anclado en una supuesta legitimidad revolucionaria de la cual sólo queda memoria, mientras es incapaz de abrirse a ideas renovadoras. Lo cual supone un muro de acero con el que choca cualquier iniciativa de cambio o reforma, venga de adentro o de afuera.

Aunque no es la única causa, el factor generacional influye en que se actúe de manera tan reaccionaria.

En su artículo "Cuba: ¿sólo resistir y resolver?", publicado hace varios años por Ediciones Vitral como parte del libro Cuba: hoy y mañana, Ricardo Arias Calderón advertía que había que "prever que hasta que se produjera un cambio generacional al más alto nivel, el régimen político continuaría fundamentalmente idéntico a lo que ha sido".

No hay que ser un pesimista antropológico ni un antivetusto para coincidir con lo planteado por el ex vicepresidente de Panamá. La propia evolución de los acontecimientos le está dando la razón. En la Isla hay una generación de ancianos enquistada en el poder y, mientras esa realidad siga vigente, será muy difícil que ocurra algún cambio, por lo menos que dependa unilateralmente de esa "vieja guardia" constituida en casta.

Exclusión y ruptura

Si hacemos un recorrido por los principales nombres de la clase gobernante, encontraremos lo siguiente. Presidente: Raúl Castro, de 77 años; vicepresidentes del Consejo de Estado: José Ramón Machado Ventura, de 78 años; Juan Almeida Bosque, de 81; Abelardo Colomé Ibarra, de 69; Esteban Lazo (64), Julio Casas Regueiro (72) y el "reformista" Carlos Lage, de 57. El recién nombrado vicepresidente del Consejo de Ministros, Ricardo Cabrisas, tiene 71 años. Una de las notas características de la cúpula es la ausencia de gente joven. Sólo un ambiente de desconfianza y paranoia puede explicar tal cerrazón.

Pero no solamente se trata de exclusión, también es ruptura. La falta de sintonía de esta generación con los más jóvenes, es evidente. Por sólo citar dos ejemplos, recordemos la famosa reunión del presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular con el colectivo de estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). A los cuestionamiento de los estudiantes, Ricardo Alarcón, de 71 años, contestaba con alusiones a realidades de hace más de medio siglo, o con ocurrencias como la "trabazón en los cielos del planeta" en respuesta a la opción de viajar.

El otro ejemplo, aunque se puede tratar además de un caso de envidia por el éxito de su joven oponente, es el ataque de Fidel Castro a la bloguera Yoani Sánchez, acusándola de hacer "labor de zapa y prensa neocolonial".

Llama la atención que gobiernos de similar catadura política a la del cubano, en algún momento de su devenir, comprendieron la necesidad de dar paso a nuevas generaciones, por lo menos en determinados sectores, como el económico. Pasó con Franco (España) y con Pinochet y sus "Chicago Boys" (Chile).

De la actual generación de gobernantes cubanos no se puede esperar apertura, eso no está en sus planes. Seguramente les domina el egoísmo, el instinto de supervivencia y el sentido de casta. En su momento, Martí advertía: "todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas…".

Cuando la llamada "generación del centenario" no esté, todo cambiará. A su partida se llevará su memoria y legado. Detrás dejará a miles de jóvenes: a los que confiaron en ella y a los que quisieron ser protagonistas y recibieron por respuesta la exclusión, el exilio o la cárcel. Los primeros sentirán orfandad y nostalgia cada vez que escuchen la internacional y vean un retazo del Granma, pero los segundos, estos no querrán recordar jamás nada de esta triste pesadilla.


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