Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Castro, Cuba, Sucesión

Castrismo post-Castro: ¿teatro o “reality show”?

El castrismo no se generó con mentalidad de cuartel ni dinastía, sino de pandilla

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La presencia del coronel Alejando Castro Espín en las giras de su padre y otras por el exterior agudiza la fiebre de quienes no aciertan a comprender la transición pacífica del régimen castrista al orden estatal con jefe de Estado y Gobierno sin apellido Castro. Tal y como atienden a si Fidel sale o no sale a la luz pública, los analistas de las apariencias mediáticas no aprehenden el Estado totalitario castrista más allá de la simple dictadura militar antes que de partido único y reducen la sucesión en el poder a cuestión de familia.

Así hay que tragarse las bolas de hasta Mariela Castro en la ecuación sucesoria y que para hacer negocios en Cuba los inversores extranjeros tienen que lidiar con el brigadier Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl, antes que con el ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera y los ministros de las ramas específicas receptoras de la inversión.

El castrismo no se generó con mentalidad de cuartel ni dinastía, sino de pandilla, para enseguida desparramarse por la pirámide social cubana, de arriba abajo, como dictadura de partido único con los rasgos clásicos de ideología oficial [aquella que venga en ganas], dirección centralizada de la economía, represión política y monopolio sobre las armas y los medios de comunicación masiva (Carl Joachim Friedrich, The Unique Character of Totalitarian Society, 1953).

Cuba no tiene ejército regular y solo el único partido se extiende por todo el país y todos los sectores de actividad social e incluso invade la esfera privada. La clave del totalitarismo castrista es su capilaridad y fuerza de penetración. Ningún mando militar fagocita la sociedad en el Estado como el Partido Comunista (PCC). La propia doctrina militar del castrismo —la guerra de todo el pueblo— gira en torno al Consejo de Defensa Nacional, que se replica por todas las provincias y municipios bajo la presidencia de sus respectivos primeros secretarios del PCC.

Sucesión cantada

Quienes sugieren que Raúl Castro viene preparando a su hijo para una sucesión tras bambalinas pierden de vista que el castrismo clásico tuvo más de medio siglo para preparar a sus nuevas generaciones de cuadros. El castrismo tardío no tiene nada que ocultar, sino que juega al póquer político abierto. La transición discurre de manera sistémico-estructural y no solo genera miseria, sino también hábitos y espacios donde muchos legatarios del castrismo clásico buscan realizarse con el mismo entusiasmo derrochado por la vieja guardia en la guerra civil.

Un hijo de vecino como Miguel Díaz-Canel es el sucesor escogido por los hermanos Castro, aceptado por el Buró Político, avalado por el Comité Central y elegido por la Asamblea Nacional. Toda la lucubración febril en torno al coronel Castro Espín se viene abajo con la regla sucesoria de la Constitución: “En caso de ausencia, enfermedad o muerte del Presidente del Consejo de Estado lo sustituye en sus funciones el Primer Vicepresidente” (Artículo 94). Raúl Castro no sabe cuándo va a enfermarse o morir, ergo no se hubiera atrevido jamás a pasar a Díaz-Canel por aquel triple filtro si no fuera el sucesor real preconcebido.

Y todo el mundo bocabajo, ya que ese fue el acuerdo del Buró Político, foco pandillero del poder donde la diferencia entre generales y burócratas es puramente funcional. En Cuba todo el mundo es militar temporal o reservista de por vida útil. Una sociedad militarizada de ese modo no se controla por mandos militares, sino por el único partido, que no por gusto se extiende tanto a las fuerzas armadas como a los órganos de orden público y seguridad del Estado.

Antes de la sirimba intestinal de Fidel, Raúl largó en foro del Ejército Occidental, el 14 de junio de 2006, que “el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana es uno solo y únicamente el Partido Comunista, como institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria y garantía segura de la unidad de los cubanos en todos los tiempos, puede ser el digno heredero”.

Los analistas BOFGOF (Buy one fact, get one free) ni siquiera advierten que la pregonada reforma electoral antes de las próximas elecciones generales (2018), cantada desde el VI Congreso del PCC (2011): “limitar a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco años el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales”, no es otra cosa que la medida legal consecuente para prevenir que ningún otro jefe de Estado y Gobierno se crea otro Fidel. Sólo que así el análisis del problema cubano sería sumamente aburrido y es mejor amenizarlo con la rica historia de dinastía y gobierno invisible en medio de otras tantas, como que el Papa Francisco forma no sé qué trío con Raúl y su hijo, pero sobre todo aquella que acaba de contar Antonio Rodiles sobre las posiciones políticas de Estados Unidos y el Vaticano: “Legitimar al régimen es el camino opuesto a la oposición”, como si deslegitimar al régimen no fuera justa y precisamente la razón de ser la oposición, que no puede delegarse en ni pedírsele a terceros.

Coda

Además de cegato ante el propio pueblo cubano, que prefiere marchar el 1ro de Mayo a favor del gobierno que los domingos a favor de cierta oposición y arriesgar la vida cruzando el Estrecho de la Florida antes que unirse a la disidencia para dar una Cuba mejor y posible, el anticastrismo de feria no percibe que la sucesión ya está consumada y solo falta el papeleo, como se decía hace un cuarto de siglo tras avisar Andrés Oppenheimer que había llegado la hora final de Castro.


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