Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cerco a Honduras

Los guardianes de la OEA alegan que Zelaya debe volver porque fue elegido en las urnas, obviando que también lo fueron los congresistas que lo destituyeron por violar la ley.

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El ex canciller chileno José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) —institución supuestamente destinada a velar por la democracia en el Continente—, proclamó en 2006 en Madrid su "respeto y admiración" por Fidel Castro, a quien le reconoce "legitimidad" por el medio siglo que lleva ejerciendo el poder —ejerciéndolo a sangre, cárcel y mordaza, lo cual, evidentemente, es irrelevante para Insulza—.

Este funcionario es el mismo que no le ve legitimidad al gobierno interino de Honduras, cuya actuación se ajusta a lo que dispone la Constitución, además de estar avalada por el Congreso Nacional (con sólo cinco votos en contra), por la Corte Suprema de Justicia en pleno y hasta por el propio partido del presidente destituido.

Insulza y los gobiernos que integran la OEA han vetado a quienes impidieron que Zelaya, con la ayuda del Ejército —que se negó a ser su cómplice, afortunadamente— y la asistencia política y financiera de Hugo Chávez, convocara un referéndum ilegal con vista a modificar la Constitución para reelegirse ad eternum —a la manera chavista— e injertar en Honduras el "socialismo del siglo XXI", o sea, el modelo "bolivariano" de dictadura.

La mayoría de los presidentes de estos gobiernos, que acusan a las autoridades hondureñas actuales de quebrar la democracia y exigen la restitución de Zelaya, uno tras otro han peregrinado a Cuba en los últimos meses para rendir pleitesía a Fidel Castro y a su hermano Raúl. (Por cierto, uno de los más babosos fue precisamente el defenestrado).

Los guardianes de las normas democráticas agrupados en la OEA alegan que Zelaya debe volver a su cargo porque fue elegido en las urnas, obviando que también en las urnas fueron elegidos los miembros del Congreso que lo destituyó por violar la legalidad vigente.

La sombra del capo

Quedarse con la escena de los militares arrestando a Zelaya y exiliándolo, y tomarla como prueba de que lo ocurrido en Honduras es un golpe de Estado, es dejar fuera de foco los hechos que demuestran todo lo contrario.

A la inversa de lo habitual en América Latina, el Ejército hondureño ha protegido la institucionalidad democrática. Actuó, en cuanto al arresto del presidente —no así en cuanto a su ilegal expulsión del país—, cumpliendo órdenes de la Corte Suprema de Justicia, y no ha suplantado a las autoridades civiles legítimas —que Zelaya desacató—, a las cuales continúa subordinado, como manda la Constitución que el gobernante depuesto quiso cargarse.

Quienes exigen la vuelta de Zelaya a la presidencia están exigiendo que se incumplan los artículos 239, 245 (inciso 37), 279, 373, 374 y 375 de la Constitución, así como los fallos del Juzgado de lo Contencioso Administrativo y de la Corte Suprema de Justicia, la cual dictaminó, con la rúbrica de todos sus magistrados, la "sustitución constitucional" de Zelaya.

Chávez, que amenazó a Honduras con la guerra, no se cruzará de brazos ante esta derrota infligida a sus ambiciones cesáreas. Mandar a Zelaya de regreso a Honduras en un avión venezolano y acompañado de un ex ministro sandinista, representante de Daniel Ortega en la ONU, es una provocación macabra.

Si ese avión hubiese logrado aterrizar en el aeropuerto de Tegucigalpa —tomado militarmente y rodeado de una muchedumbre zelayista jaleada por su líder a través de la Telesur "bolivariana"—, se habría producido un baño de sangre. Buen motivo para hacer cualquier cosa contra Honduras, con bendición internacional incluida.

¿Qué pasará en Honduras a partir de ahora? ¿Podrá mantener y desarrollar su democracia? ¿Qué sacrificios le impondrá a ese país el eje castrochavista mientras Obama y Europa se desperezan?

Lo que ha sucedido en Honduras se puede resumir diciendo que le han propinado un imprevisto y contundente puntapié al capo venezolano en el trasero de su pelele hondureño. Y esto, en una de las naciones más pequeñas y pobres de un Continente donde la sombra del capo se alarga y se alarga.


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