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Cuba, Cambios, EEUU, La denuncia de hoy

“Chivo que rompe tambó con su pellejo paga”

Todo cargo que ocupe una persona inmersa en un régimen comunista como el de Cuba, está sujeto al orden político, si bien sea el presidente de la unión de colombófilos

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Con este título, el escritor cubano Miguel Barnet ha publicado el pasado 8 de febrero en el diario oficialista cubano Granma —como toda la prensa de la Isla, pagado por el gobierno—, un artículo que cuestiona, advierte, “ilumina” acerca del reciente restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos.

En el texto en cuestión, Barnet —presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac)— se expresa como suelen hacer quienes ostentan la verdad única; es decir, quienes se saben impunes, sin derecho de réplica contra sí, sobre todo al dar a la luz ciertas lindezas, que, cuando no son mentiras en frío, lo son por omisión.

Sabemos que todo cargo que ocupe una persona inmersa en un régimen comunista como el de Cuba, está sujeto al orden político, si bien sea el presidente de la unión de colombófilos.

Barnet lo sabe. Y así actúa. Suele ir por el mundo mintiendo o al menos enseñando la mitad de la baraja; técnica que se aprende en el quehacer leninista, y que no es tan difícil como tan cínica.

El artículo en cuestión comienza advirtiendo que “Estos han sido días luminosos”. Ha habido alegría en Cuba porque “estén finalmente entre nosotros Gerardo, Ramón, Fernando, Tony y René”. No vayan a pensar que estos son primos de Barnet o algo así. Se trata de los cinco espías antes presos en Estados Unidos. Que para Cuba, es correcto que sean héroes, y para Estados Unidos espías.

Otro motivo de alegría ha sido, afirma Barnet, “el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos”, pero este “provoca múltiples interrogantes”.

La “Revolución no bajará nunca las banderas”, afirma el escritor, y cita a Céspedes, Martí y Maceo como los orígenes. Me extraña; Barnet es un hombre muy culto. De modo que debe saber que ni Céspedes ni Maceo —el primero el hombre que diera el Grito de Independencia, que abogara por la libertad no solo en cuanto a España, sino por la libertad, la civilidad, el libre albedrío; y el segundo el gran guerrero, el rebelde que proclamara que “los derechos no se mendigan”—, estarían de acuerdo con el circo castrista hoy existente en Cuba; un circo triste, valga la paradoja.

Y de Martí ni hablar. El gran demócrata, el que deseaba un país “con todos y para el bien de todos”, el que desde siempre advirtió que el respeto a las minorías resultaba imprescindible para fundar una república. Así, no hay dudas de que la revolución castrista no es, ni lejanamente, como dicen ellos, “lo que soñó Martí”.

Si José Martí hubiese tenido una noche, digamos, un sueño fisiológico que lo hubiera llevado a la realidad cubana de hoy, sin duda al amanecer habría comentado con el interlocutor más cercano: “Qué pesadilla tan horrible tuve anoche”.

“La gran potencia imperial no puede seguir dándole la espalda al continente en que vivimos. La correlación de fuerzas ha cambiado. Pensemos que de veras se han convencido de que Cuba es un bastión moral invulnerable. Y que no está sola. Si no cómo interpretar la claudicación a una pretensión tozuda de sometimiento y humillación”, afirma Miguel Barnet en otra parte de su artículo.

Guapería de barrio, que en un muchacho de buena cuna, de suma decencia, nacido y criado en residenciales decentes, no suena bien.

Pienso que si la “gran potencia imperial” todavía lo es, pues no debe temerle mucho, al menos por el momento, al cambio “en la correlación de fuerzas”.

Por otra parte, si Cuba fuese “un bastión moral”, moral, no se publicarían artículos como el que nos ocupa, al cual no hay en la Isla sitio para objetarle.

Cierto lo que afirma Miguel Barnet: “Cuba no está sola”. No está sola, es verdad, sino acompañada y alabada por los peores regímenes de América Latina y más allá.

“...cómo interpretar la claudicación a una pretensión tozuda [por parte de EEUU] de sometimiento y humillación”. Es decir, Estados Unidos claudicó, perdió la pelea, al fin David venció a Goliat, se infiere. Guapería de barrio. De esos guapos bocones, que lo son porque tienen impunidad, inmunidad... y sobre todo se hallan a buen resguardo.

Barnet se refiere a “El llamado embargo”, cuyo propósito, dice el escritor, no es otro que apoderarse de “Una fruta largamente codiciada”, o sea, Cuba. Una fruta, diría yo, que el actual régimen ha convertido en un poco suripanta, que antes estuvo en brazos de la extinta Unión Soviética (no olvidemos que décadas atrás, en los sitios oficiales, ondeaba la bandera de la URSS junto a la cubana) y luego, sin brazos que la acogieran, se ha convertido en una fruta medio paria internacional, que a toda costa busca no llegar a la pudrición con limosnas araucanas y las que vengan.

Por otro lado, sabemos que el embargo, si bien, indudablemente, ha resultado un instrumento político de Estados Unidos para presionar al gobierno de Cuba, tiene un basamento justo. En los inicios de la revolución fueron expropiadas innumerables propiedades de estadounidenses en Cuba; que abarcaron desde grandes empresas de comunicación, centrales azucareros, cadenas de tiendas de distintos contenidos, viviendas, hasta miles de hectáreas de tierra, y el gobierno cubano no indemnizó como es debido a sus propietarios. Eso lo sabe Miguel Barnet, y sabe además, que todas estas nacionalizaciones, finalmente, no resultaron en beneficio del pueblo cubano, sino en lo contrario.

No hay sentido para “negociar la normalización de relaciones diplomáticas” si no se revuelven “algunas cuestiones vitales”, declara el escritor cubano en su artículo. Y se refiere a la Ley de Ajuste Cubano, que “otorga en poco tiempo la residencia a los cubanos que llegan a tierras de Estados Unidos con los pies secos”.

Sabe el etnólogo que esta ley, hoy aplicada con mano larga por el gobierno de Estados Unidos a todo el que llega, tiene su origen en propiciarles asilo a los perseguidos por el régimen; o a quienes no podían realizarse en Cuba en concordancia con sus ideales personales —incluidos escritores, artistas, científicos, profesionales en general—, entre otros. Porque sabe Miguel Barnet que en Cuba ha existido, existe, un estado de terror, de discriminación —él debiera conocerlo muy bien— que ha sembrado en sus ciudadanos el ánimo de huir hacia donde puedan realizarse; y en los últimos años, hacia donde puedan, al menos, comer como Dios receta.

Asimismo, debe estar consciente el etnólogo de que hoy, a quien más perjudica —si de perjuicio se trata— la Ley de Ajuste Cubano, es al gobierno estadounidense, que recibe y recibe obligado por la ley dicha. Sin embargo, cada cubano que logra salir de Cuba hacia el país del Norte, es otro chorrito que tira la olla por su válvula de escape; digamos, entre otros detalles, 6 libras de arroz y 5 de azúcar menos en el total general de la ración mensual. Ellos mismos, los gobernantes cubanos, lo han dicho aludiendo a aquel refrán: “A enemigo que huye, puente de plata”.

Surge alguna pregunta simpática: ¿Si Cuba dictara la ley, no ya de ajuste estadounidense, sino de ajuste salvadoreño o beliceño, cuántos ciudadanos de estos países se lanzarían al mar para alcanzar las costas de la Isla?

Nada, cuadro, que en el mundo entero se sabe que aquel paraíso está que arde.

“¿Y el resto de los emigrantes que se lanzan al mar?”, se pregunta Miguel Barnet, al parecer refiriéndose a personas de otros países pobres que, mar mediante, intentan salir de su tierra para llegar, se supone, a EEUU.

No hay comparación, compañero, si el mar hablara dejaría claro que quienes más lo utilizan, y quienes más han perecido en sus aguas, son los cubanos; pero como el mar no habla, busquen datos y verán.

A lo avisado por el escritor cubano en su artículo, yo agregaría unas preguntas afirmativas: ¿Esos, de otros países, que hoy se lanzan al mar, contaron, hace más de medio siglo, no con la esperanza, sino con la certeza de que hoy sus naciones serían un ejemplo de desarrollo con un nivel de vida equivalente a las del primer mundo?, ¿esos “construyeron” una revolución que les prometió, con toda seguridad, lo antes dicho, y que les exigió sacrificios enormes, lo mismo en las fábricas, los campos, las unidades militares, trabajando miles y miles de horas extras no pagadas, en ocasiones lejos de sus familias por largas etapas?, ¿esos que hoy, desde otros países pobres, “se lanzan al mar”, conocieron, como sí los cubanos, tamaña decepción, fracasos de los que no eran responsables, esa especie de muerte en vida que resulta, precisamente, de haber entregado la vida —la única vida que se tiene— a una causa perdida, manipulados, y reprimidos posteriormente, por un maniaco que, sin que le temblara la voz, continuó prometiendo y prometiendo, e incumpliendo e incumpliendo, hasta experimentar con ellos como animalitos de laboratorio, hasta el presente?

He ahí, Barnet, la diferencia entre los cubanos “que se lanzan al mar” y los “otros” que hacen lo mismo.

A seguidas de la pregunta antes citada, el etnólogo agrega otra: ¿Es que nosotros tenemos un privilegio divino por sobre nuestros hermanos latinoamericanos o caribeños? ¿Somos acaso superiores a ellos?”

Esta pregunta no es más que una ponzoña en un estuche de candor.

“Nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños”, dice, frase acuñada por el régimen para decir sin decir nada, como es costumbre.

Mas me pregunto: ¿un privilegio la Ley de Ajuste Cubano? ¿Un privilegio? ¿Por fin qué? ¿Es un privilegio que Estados Unidos les abra las puertas a los ciudadanos de determinado país? ¿Es entonces un privilegio vivir en Estados Unidos, más que vivir en Cuba? ¿Es un privilegio, en cuanto a la Isla se refiere, dejémoslo claro, lograr irse a vivir a Estados Unidos, Suecia, República Dominicana, Haití, Burundi, Ucrania o Luxemburgo? Lamentable, lo es; los cubanos dispersos por más de 60 países así lo atestiguan.

En el caso de EEUU sí, la verdad es que resulta un privilegio, quizás merecido si tomamos en consideración lo que he escrito en párrafos anteriores: el terror, la ignominia y la inopia existente en la Isla.

Apunta asimismo Barnet: “¿Qué (sic) somos un país que promueve el terrorismo? No lo creen ni ellos mismos”.

Bueno, depende, infiltrar espías en otro país, esconder en la Isla a personajes de organizaciones terroristas, bien sean etarras o del grupo nacionalista portorriqueño FALN, podrían tomarse como acciones que estimulan el terrorismo. El diario Fox News asegura que en Cuba se hallan refugiados al menos 70 terroristas internacionales.

Y olvidemos ya lo pasado: el entrenamiento de guerrillas —que pagaban los cubanos con su sudor, si bien la mayoría no lo sabía— para no pocos países de Latinoamérica; una acción costosa y finalmente inútil y cuyas trágicas consecuencias aún en la actualidad podemos palpar.

Afirma con razón Miguel Barnet que Cuba ha sido víctima “de los más crueles actos de terrorismo de Estado”. Es cierto. Desde los tantos ataques desde el mar hacia las costas cubanas en las décadas de 1960 y 1970, como puede ser el perpetrado contra Boca de Samá en 1971, hasta el más criminal de todos: la voladura en pleno vuelo de un avión de Cubana de Aviación en octubre de 1976, son hechos bárbaros, injustificables.

Pero en lo que acierta el etnólogo, quizá sin querer, es en la afirmación de que los cubanos han padecido “terrorismo de Estado”.

Entre las definiciones más aceptadas de este concepto, se encuentra la utilización, por parte de un gobierno, de métodos ilegítimos con el propósito de inculcar el miedo en la población civil para, de este modo, alcanzar sus propósitos, así como forzar para que surjan acontecimientos que no serían posibles según el desarrollo natural de determinada sociedad. Algunos de los aspectos del “terrorismo de estado” son, según los especialistas, la persecución ilegítima, la coacción o la ejecución extrajudicial. Y asimismo, un orden migratorio que impida a la población el abandono del país, cuya violación implica penas carcelarias.

¿Y dónde, donde ha ocurrido lo antes enumerado en el último medio siglo?

No hace falta decirlo.

“Y en este recuento no podremos nunca olvidar a la prensa cubana, que no será la mejor del mundo, pero tampoco la peor”, afirma el Presidente de la Uneac en otro segmento de su artículo.

Aquí sí, como suele decirse en el argot beisbolero, “partió el bate”. Asevera que en Cuba hay prensa. Cuando en realidad, no hay canal televisivo, estación de radio, sitio Web o diario impreso que no esté en la nómina del gobierno.

Ya aquí sí se pasó el compañero.

Si bien creo que atenúa un poco más adelante: “Los poderes mediáticos han sido quizá la palanca principal para echar a andar el motor de la Historia”.

Es cierto que “los poderes mediáticos” han sido los principales causantes, y culpables, de que hoy en día, por ejemplo, desde lejos, debamos escribir artículos como este que suscribo, intentando poner una gotica de certeza en el océano de mendacidad que resulta la “prensa cubana”; es decir, la castrista, la única existente en la Isla. Sí, ha sido aquella prensa una buena palanca “para echar a andar el motor” de la ignominia.

En su artículo, Miguel Barnet se refiere además a la lucha contra “el relativismo llamado postmoderno y el vale todo”, a la “definición del concepto de identidad”, o “al trabajo comunitario”, que debe llevar adelante la Uneac.

Por otro lado, alude el escritor en el texto en cuestión a “un poderoso mecanismo de integración nacional. Y yo diría más, de verdadera unidad” (las cursivas son mías), a causa de la conservación y desarrollo de “los más legítimos valores del pueblo y la política cultural que ostentamos hoy con orgullo”.

Ojalá fuera posible la unidad, no solo en el caso de los intelectuales y artistas, sino de toda una población; pero justamente, la unidad, en el caso de una población, implica la divergencia, la confrontación de criterios que hace a sus ciudadanos sentirse parte de un todo, de un todo en constante movimiento.

No puede haber unidad en un país donde, precisamente, se ha escindido una parte de ese todo. Donde las personas, sin derecho a apelación alguno, han resultado clasificadas en “si no estás conmigo, estás contra mí”.

Quisiera pensar que Miguel Barnet, al mencionar este concepto, no nos quiera indicar que se refiere a la unidad de los “revolucionarios”, de los castristas, de los que “están” a favor del gobierno. Porque esto sería un pensamiento sumamente baladí, vacío, tanto si se refiere a la población en general, como a los artistas, escritores, pensadores y profesionales de la cultura en cualquier sentido.

Si él, presidente de la Uneac, abogara por la unidad entre los factores mencionados en el párrafo anterior, convocaría, para lograrlo, a todos sus pares que se encuentran tanto dentro como fuera de Cuba, sin que importarse su modo de pensar; investigaría por quienes, lo mismo en la Isla que fuera de ella, están censurados en su tierra; se interesaría, por poner un ejemplo, si en realidad su colega y compatriota Ángel Santiesteban Prats, fue objeto en su país de un juicio amañado y si es cierto que, por estos días, sus malas condiciones en la prisión se han acentuado.

No tiene validez alguna la unidad de solo una parte del todo. Si acaso esto fuese posible, que también lo veo difícil Cuba adentro.

Podría Miguel Barnet, por su cargo y su ascendencia, convocar a esa verdadera unión, a la igualdad de condiciones para los intelectuales y artistas cubanos, vivan donde vivan, piensen lo que piensen. La organización que él dirige incluye en su nombre el concepto “de Cuba”, o sea, de cubanos todos. De modo que podría el Presidente de la Uneac convocar un “borrón y cuenta nueva” en nuestro caso, y aun pedir que fuesen olvidados los improperios cruzados durante tantos años (incluidos los que he registrado en estas líneas) entre uno y otro “bando”.

Es decir, podría el etnólogo clamar porque nos retiren “el bloqueo” a quienes, fuera y dentro de Cuba, lo estamos padeciendo.

Claro, sobre lo inmediatamente antes escrito, viene a la mente aquella sentencia del poeta: “Estoy diciendo cosas que no tienen remedio”.

Pero ojalá no fuera así.

“Chivo que rompe tambó con su pellejo paga”, titula Miguel Barnet a su artículo, parte de un refrán afrocubano, que así termina: “y lo que es mucho peor: en chilindrón acaba”.

Ya ven. Así van las cosas.


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