Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Contra la valla

La 'Guerra de los Carteles': Un enfrentamiento verbal que enmascara la realidad.

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Lo que tiene de singular la presente "Guerra de los Carteles" entre La Habana y Washington es que ambos contendientes han decidido a enfrentarse apelando a recursos similares. Por un momento, Estados Unidos ha decidido olvidar que es la nación más poderosa del planeta: coloca una pizarra informativa en su sede consular en la Isla y se dedica a divulgar frases en favor de los derechos humanos.

Poco usual esa función en el terreno diplomático: funcionarios norteamericanos convertidos en miembros de un equipo de agit-prop. Pero la respuesta del régimen castrista —hasta estos momentos— tampoco cae en el terreno convencional. En vez de presentar un ultimátum ante una provocación indudable, Fidel Castro se limita a erigir un muro o a ampliar la tribuna desde la que realiza sus actos "antiimperialistas". Parece que ambos, Cuba y Estados Unidos, se sienten muy a gusto y con gran entusiasmo para continuar el juego.

¿Juego? ¿Pero hay realmente juego? ¿No estamos ante un estadio vacío, donde en lugar de los equipos sólo compiten dos vallas anunciadoras, proclamando cada una y al unísono la superioridad frente al contrario? Pura propaganda.

Un enfrentamiento verbal que enmascara la realidad: las pocas opciones disponibles para cada bando y la voluntad de desviar la atención de formas de enfrentamiento más eficaces. Aunque cuidado, no hay que tomar a la ligera esta escalada de consignas, porque detrás de ella se encuentran objetivos claves, tanto para la administración norteamericana como para el gobierno cubano.

Acciones de valor nulo

Lo que viene haciendo la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, desde la llegada de George W. Bush a la presidencia estadounidense —primero con James Cason y ahora con Michael Parmly,—es ofrecerle pretextos a Castro para el cierre de la sede diplomática.

Son acciones de un valor nulo, respecto al avance de la causa opositora, pero con un contenido propagandístico contraproducente para la labor de la disidencia. No es función de la diplomacia alimentar conflictos, sino apaciguarlos. Tradicionalmente, el lugar para colocar carteles de protesta es frente a las embajadas, no en sus edificios.

La forma de actuar de los embajadores se ha caracterizado siempre por la discreción. Esto no ha impedido a muchos actuar en favor de la libertad, pero de forma decidida y enérgica, sin recurrir a aspavientos. Es muy fácil protestar a gritos desde la seguridad de un recinto diplomático, pero hacerlo no facilita en nada la labor de los que no cuentan con una protección similar.

Es cierto que la Oficina de Intereses de EE UU en La Habana se ha limitado a colocar ideas y citas de carácter universal en favor de los derechos humanos, no consignas subversivas en un sentido estricto. No ha hecho un llamado en favor del derrocamiento del régimen castrista ni ha alentado la insurrección popular.

La ira de Castro obedece a que su gobierno totalitario no admite la menor expresión de libertad. Pero tampoco hay libertad en China, Pakistán, Arabia Saudí, Egipto y muchos otros países con los que Washington mantiene excelentes relaciones diplomáticas y comerciales. En las embajadas norteamericanas respectivas, no han aparecido informaciones alegóricas a los abusos que cometen los gobiernos nacionales.

¿Dónde están los carteles que denuncian los últimos actos represivos contra los campesinos chinos? ¿Quién ha visto informaciones en favor de la liberación de la mujer en un país árabe aliado de EE UU? ¿Cuántas pizarras denuncian los abusos del régimen pakistaní?


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