¿Corrupción pública o corrupción revolucionaria?
El lenguaje de las revoluciones: La Habana enmascara la crisis con el eufemismo 'período especial' y la gente al ladrón con el de 'luchador'.
Por fin el Estado reconoce que el país está corrompido. No mediante la combinación de publicidad, aplicación de las normas del derecho y represión, como hacen los Estados modernos. Lo reconoce a través del silencio de los medios y la mezcla discrecional del derecho, la represión, la falta de institucionalidad de las políticas públicas y el regaño amenazante de los primeros magistrados.
Esta es una conducta típica de los Estados premodernos camino de la desintegración, que no combaten los males que generan a través de su discusión abierta —lo que redundaría en la liberación interior de la sociedad y en el adecentamiento de las conductas—, sino que esconden lo más que pueden la cara fea de la moneda e intentan mostrar sólo su lado hermoso. ¿Pero hay monedas de una sola cara?
No. Mucho menos en las revoluciones. Las revoluciones son algo infantiles. Pretenden la totalidad: "todo se debe a mí", dicen ellas, pero no admiten la parte mala de esa totalidad. La delincuencia, el robo, la indecencia y la discriminación son todos hijos del pasado. La educación, la salud y la cultura son las únicas que reconoce como hijas legítimas, aunque ambas series de hijos hayan nacido juntas y tengan por tanto la misma edad.
¿La corrupción nace con la revolución? Desde luego que no. Del mismo modo que la salud y la cultura no nacen con ella. Lo que sucede es que después de 1959 adquieren una nueva potencialidad, un nuevo carácter y un nuevo rostro.
Por eso habría que preguntarse si debemos hablar de corrupción pública o de corrupción revolucionaria.
La corrupción de todo y de todos
Con lo que está sucediendo, se está frente a la corrupción revolucionaria. ¿Por qué? Primero, como las revoluciones mismas, la corrupción es masiva, es de pueblo, no es una minoría reminiscente de las viejas clases destronadas que se niegan a abandonar sus prácticas de antaño. Habita en nuestras casas.
Segundo, atraviesa a todos los sectores, en la cúpula, en el medio y en la base, y no distingue cultos de iletrados ni militantes de religiosos, viejos de jóvenes, ni héroes de antihéroes. Como toda revolución, abraza por tanto a la totalidad de los habitantes.
Tercero, se manifiesta hasta allí donde suponemos que la corrupción no puede penetrar. La corrupción pública, la corrupción tradicional, implica básicamente a los sectores que ofrecen bienes directos: mercancías y presupuestos. La corrupción revolucionaria corrompe hasta al almacenero de una remota escuela que se roba las hojas destinadas para los profesores y estudiantes.
Fíjense que en la corrupción tradicional puede desaparecer el presupuesto, metálicamente hablando, destinado a la educación; en la revolucionaria, el presupuesto desaparece en especie, gradualmente y al detalle. En ella, todos, la totalidad, se tocan o se mojan, como se dice en Cuba.
La participación total del fenómeno, en cuarto lugar, exige, al igual que el lenguaje propio de las revoluciones, la eufemización compartida de las situaciones y las conductas. Período Especial es un eufemismo, en el mismo sentido y con la misma naturaleza que el sustantivo luchador. El primero enmascara la crisis y el segundo al ladrón.
Si el Estado obliga a todo el pueblo a llamarle así al cambio histórico y estructural que sufrimos después de 1989, el pueblo ha venido obligando al Estado a considerar a los ladrones como luchadores que se buscan la vida como pueden y a como dé lugar. Razón que explica porque el gobierno combate la corrupción en determinados momentos y la tolera en otros.
Como luchador, el ladrón es visto con lástima por un Estado que sabe que la cosa está difícil y que es necesario hacerse de la vista gorda. Fuera de cierto orden o según dicta la coyuntura, el ladrón es golpeado y visto como un corrupto.
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