Cuba en el limbo
¿Van dirigidos los discursos de Raúl Castro a crear una 'identidad afable' que nadie le conoció en el pasado?
Debo confesar que me resultaría imposible no estar de acuerdo con Thomas Shannon, jefe para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de Estados Unidos, cuando hace varios días dijo a la prensa que Cuba se encuentra en un limbo político.
Las características de la Proclama del 31 de julio siguen vigentes, y los términos de su texto también: es Fidel Castro quien persiste en decidir quién y cómo se gobierna en Cuba, al margen de instituciones, reglamentos y leyes.
Más al estilo de un decreto monárquico que en la tradición de líder de un régimen socialista a la usanza de Brezhnev en la URSS o de Gomulka en Polonia, el traspaso temporal de poderes tuvo lugar por decreto del Comandante, sin tener en cuenta las leyes establecidas por su propio gobierno, que indican quiénes y en qué circunstancias debe tener lugar una sucesión, aunque sea de naturaleza temporal.
El sexto mes de Raúl
La Asamblea Nacional transcurrió en su único día de sesiones, a fines de año, sin pronunciarse acerca de la salud del dirigente —declarada por él mismo "secreto de Estado"—, y sin entrar a considerar la prolongada provisionalidad del gobierno bajo el mando de Raúl Castro, que ya transcurre en su sexto mes de ejercicio.
Fidel Castro, en sus últimos mensajes a la población y a la presidencia de China, les recuerda a todos los interlocutores internos y externos de su hermano, que es él quien sigue siendo el jefe supremo del Estado, por lo que toda conversación o acuerdo con Raúl tiene la misma provisionalidad que su designación como presidente temporal.
Durante este tiempo, muy poco o nada ha hecho el ministro de las Fuerzas Armadas diferente a su hermano, como no sea el muy comentado "cambio de estilo de gobierno". Esa novedosa condición apenas refleja su manera personal de cumplir con los deberes administrativos que le fueron "delegados" al frente del gobierno. Hasta el presente, su cambio de estilo apunta a un desempeño sin largos discursos o repetidas apariciones públicas —ni siquiera las que son necesarias o el protocolo indica—, delegando la representación oficial —no decisiones— en otros vicepresidentes, lo cual llega a veces a extremos, como cuando envía a un funcionario de tercera categoría al aeropuerto internacional a recibir a un jefe de Estado.
En cuanto a decisiones de gobierno, son nulas las tomadas por Raúl que se diferencien de las adoptadas por su hermano, o que hayan llegado a tener un desarrollo propio. Veamos algunas de las más comentadas.
La corrupción
Los llamados a combatir la corrupción, que desde hace años corroe la economía nacional y la ética ciudadana, no incluyen la discusión de sus potenciales causas estructurales en el propio sistema. No se llevan a cabo investigaciones profundas en la cúpula de altos dirigentes y empresarios del país, ni se es transparente en aquellos casos que han trascendido como hechos públicos.
Algunos artículos convenientemente editados que denuncian casos específicos de corrupción, publicados en la muy controlada prensa oficialista, han servido de fondo a esta campaña, que no ha traspasado la epidermis.
Fidel Castro, en noviembre de 2005, había situado las causas de una potencial caída del régimen en la extendida corrupción del país. Raúl ha continuado con esta cruzada, como demostraron sus palabras en el Congreso de la CTC, bajo el mismo prisma de situar responsabilidades principalmente en los trabajadores, quienes —sin comida suficiente, vestimenta adecuada, transporte o vivienda— siguen desarrollando modalidades ilegales de sobrevivencia bajo el socialismo cubano. El nuevo código laboral, cuya implementación ha sido pospuesta hasta abril por el rechazo que concita, sigue esta política.
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