Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Haití

Cuba/Haití: la mala política de los buenos amigos

En 2010, Cuba exportó solo 27 millones de dólares en mercancías a Haití. Los dominicanos cerca de mil millones, 490 de ellos de productos nacionales

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Sin lugar a dudas la presencia de los médicos y paramédicos cubanos en Haití tiene que considerarse como un hecho positivo.

Este país debe ser, por muchas razones, un objeto preferente de nuestra política exterior. Por un lado, es una de las naciones más cercanas a nuestra Isla. Por otro, es la nación más pobre del continente y una de las más pobres del mundo. Es también un espacio geográfico con el que tenemos fuertes vínculos históricos desde los lejanos tiempos en que tanto Hatuey como Diego Velásquez cruzaron el Paso de los Vientos desde lo que hoy es su territorio para simbolizar antagónicamente el trágico comienzo de la historia de Cuba.

Y es, finalmente, por la cercanía y por la historia, una sociedad con la que tendremos vínculos mayores en el futuro, incluyendo la reactivación de los flujos migratorios hacia el oriente cubano, donde hoy habitan decenas de miles de cubanos/haitianos.

No discuto aspectos específicos de esa asistencia médica que han sido tratados en otros lugares. Sabemos que es una asistencia que se apoya en la falta de derechos en Cuba y en la manera como es tratado su personal médico y paramédico. Como toda asistencia, persigue fines políticos. Y finalmente su alto volumen incide necesariamente en la degradación de los servicios en Cuba. Pero aun así es un dato meritorio y debe ser un motivo de orgullo la manera como los médicos y enfermeros cubanos afrontan sus deberes profesionales en condiciones difíciles.

Al menos, es lo que siento cuando, con frecuencia, recorro la frontera dominico/haitiana y escucho a sus habitantes hablar con respeto y admiración de mis compatriotas cubanos.

Y es previsible que esta asistencia se incremente al calor del recientemente anunciado “plan bolivariano” y que involucraría nuevos contingentes de personal médico cubano con fondos venezolanos, principalmente a lo largo de la frontera con República Dominicana.

Me interesa, sin embargo, discutir otro asunto: la incapacidad casi absoluta del Gobierno cubano para aprovechar los espacios del mercado haitiano, y que hoy resulta un filón altamente lucrativo para la economía dominicana.

Los dominicanos han sabido aprovechar todas las ventajas del mercado haitiano.

Albergan en su territorio a algo así como un millón de haitianos que constituyen la fuerza laboral básica de las construcciones, numerosos cultivos y algunos servicios. Es la fuerza de trabajo haitiana más capacitada y en una edad laboral optima, y aun cuando los grupos xenófobos han convertido esto en una desgracia nacional, en realidad sin esa fuerza de trabajo muchas actividades económicas sucumbirían y muchos dominicanos perderían sus empleos.

Las compañías dominicanas se han involucrado fuertemente en la reconstrucción haitiana con apoyo de la cooperación internacional. De hecho las mayores obras infraestructurales —como es el caso de la carretera de Cabo Haitiano a Dajabón— han sido hechas por estas compañías en lo que constituye una auténtica exportación de servicios. Ciertamente, en este involucramiento hay fuertes indicios de corrupción y de complicidad de las mafias políticas de ambos países, y que apuntan insistentemente al contubernio entre los presidentes Michel Martelly y Leonel Fernández. Pero si abstraemos este dato, no deja de ser llamativa la acometividad de los capitalistas dominicanos frente a un mercado demandante.

De igual manera, venden a Haití una infinidad de productos, regularmente materiales de construcción y alimentos ricos en grasas y carbohidratos que constituyen el principal sustento de las familias pobres. Lo que en Haití quiere decir el 90 % de la población. Muchos de esos productos no pudieran ser exportados a ningún otro lugar, e incluso algunos ni siquiera pudieran ser realizados dentro del mercado dominicano. Pues Haití se ha convertido no solamente en una extensión del mercado dominicano, sino también en su versión degradada.

Por esta razón los dominicanos vendieron a Haití entre 2005 y el 2010 casi tres mil millones de dólares de bienes. Una parte de ellos fueron productos de zonas francas, pero cerca de la mitad fueron productos nacionales, tales como frijoles, desechos de arroz, huevos, azúcar, cajas, harina de trigo, varillas de acero (cabillas), cemento, blocks, productos agrícolas diversos, pastas y, entre otros, hielo.

En cambio, Cuba solo vendió en igual período 119 millones de dólares. En 2010 exportó 27 millones de dólares. Los dominicanos cerca de mil millones, 490 de ellos de productos nacionales.

No resulta indecoroso en lo absoluto que si un país tiene una fuerte presencia asistencial en otro, aproveche esa presencia para venderle. Ni siquiera es necesario intentar usar la cooperación para obligarle a comprar, ni involucrarse en componendas dolosas: basta con tratar de conocer el mercado, negociar y realizar transacciones de mutua conveniencia.

Es cierto que los dominicanos poseen la ventaja de la frontera, pero en última instancia solo nos separan de Haití 70 kilómetros que pueden ser recorridos por barcos pequeños. Del lado haitiano, Cuba tiene muy cerca extensas regiones a los que las mercancías dominicanas llegan con muchas dificultades debido al deplorable estado de las carreteras haitianas. Ciudades como Port de Paix, Jeremie, Les Cayes, Gonaives y el propio Cabo Haitiano son conglomerados demográficos interesantes para los exportadores cubanos.

Y el oriente cubano atraviesa por una crisis de gran escala que se vería paliada si se abrieran las puertas de este mercado ávido y poco exigente. Sería una manera inteligente de contener la sangría migratoria que sufre la región y de reactivar la economía campesina en retroceso. Y obviamente de colocarnos más consistentemente en esta región del Caribe que es nuestro entorno regional inmediato.

Y dado que respecto a Haití no hay bloqueo, ni embargo, ni ley Helms Burton, ni cinco héroes prisioneros, ni alevosía imperialista, habría que reconocer que lo que Cuba no hace, y sí hacen los dominicanos, es debido a las proverbiales ineficacia e ineficiencia de su sistema económico.


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