Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Reformas

Cuba: presente-futuro

En Cuba no se están llevando a cabo reformas, lo que viene ocurriendo es un proceso de una normalización negativa

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El futuro comienza ahora. Es este una especie de adagio con el cual se quiere significar que separar el futuro del presente puede constituir un ejercicio algo engañoso, cuyo propósito sería el de diferir la tarea. Me parece bastante claro en consecuencia que, visto en términos sociales y políticos, el futuro está intrínsecamente conectado a las tendencias del presente. Irremediablemente.

El tipo de pensamiento que distingue presente y futuro parte del concepto de ruptura, según el cual es posible quebrar, mediante la acción política, la continuidad social. No es raro que el fracaso mediato de las revoluciones provenga de ese concepto.

Apunto esto porque si soy optimista en el largo —en ese que, según Maynard Keynes, todos estaremos muertos—, tiendo al escepticismo en el corto y mediano plazos. Debo explicarme mejor. No soy escéptico con las opciones de futuro que se vislumbran en la sociedad cubana. Lo soy con la percepción extendida de que el futuro ha sido bien captado por las infra-reformas presentes, emprendidas por el gobierno de Raúl Castro. Según esta visión, la semilla del cambio ha sido sembrada; solo falta la maduración que proporciona el tiempo para que sobrevenga la buena cosecha. De aquella visión nace el mantra mediático que incesantemente nos habla de reformas en Cuba.

No comparto esa idea. Cuba no está en reformas. Lo que viene ocurriendo es un proceso de normalización negativa a base de tres elementos: adaptación remisa a la realidad —el gobierno no ha hecho otra cosa que legalizar la economía informal—; castigo de la autonomía social —la política impositiva confiscatoria es su mejor traducción—; y marginalización del conocimiento socialmente acumulado —lo que puede verse en su negativa a promover actividades económicas de alto valor agregado que aprovechen los altos niveles de instrucción de la sociedad cubana—. Un programador vendiendo pizzas.

Con esto no hay ni presente ni futuro posibles, tal y como puede verse cuatro años después de la sustitución política en el gobierno. A mi modo de ver, solo hay continuidad del régimen a través de un tipo muy específico de gatopardismo. Tres estructuras persisten: la visión rentista del Estado, la economía mercantilista de fronteras y el sentido discrecional de los derechos de propiedad, que se les niega a los sujetos nacionales. El dominio casi absoluto sobre la tierra es el mejor ejemplo.

El pensamiento desiderativo en torno a lo que pasa en Cuba, bastante arrogante por cierto, tiende a proyectarse a partir de un hecho real: Fidel Castro Ruz ha sido sustituido en la política visible. Y esta sustitución tiene desde luego un impacto significativo. Para empezar ha terminado la superdeterminación total del gobierno carismático. Si Fidel Castro Ruz pudo gobernar inventando la realidad, Raúl Castro Ruz no tiene más remedio que confrontarse con ella. Esto, que considero clave para entender lo que está sucediendo, no es, sin embargo, tomado en cuenta en un sentido básico.

A diferencia de Fidel Castro, Raúl Castro no tiene capacidad política para elegir entre el inmovilismo y la movida. De hecho, la diferencia entre uno y otro no es ni estratégica ni de mentalidad, tal y como ambos se encargan de puntualizar y de demostrar, sino de posibilidades para manejar el statu quo. Si Fidel Castro podía utilizar las movidas desde fuera para reajustar su inmovilismo, Raúl Castro está obligado a incorporarlas para garantizar la continuidad política fijada por aquel inmovilismo.

No obstante, la mayoría de los análisis sobre Cuba hacen ver a Raúl Castro como reformista porque le suponen la misma capacidad para optar por el inmovilismo. Si alguien que puede decidir no hacer nada hace algo, debe ser, en lo que toca a la política, un tipo pragmático. Pero a diferencia de Fidel Castro, si Raúl Castro no se mueve estará obligado a utilizar los cañones que un mal día del siglo pasado vislumbró en el horizonte. No estamos frente a un ideólogo, a un estratega visionario o a un Crisóstomo. Los cañones son el techo referencial de unas “reformas” que tienen como suelo el statu quo. Semejante marco no abre posibilidades para el presente-futuro, ni para el futuro-presente.

Entre los cañones y el statu quo se mueve Raúl Castro para sugerir unas reformas sin carácter. Lo que, a pesar de su despropósito político, tiene otro impacto fundamental: la exposición del terrible inventario de la realidad. Exposición en dos sentidos: incapacidad para el enmascaramiento ideológico, por un lado, y necesidad de contabilizar el desastre más o menos públicamente, por otro. Ello desde luego no debe ser desestimado. Ambos tipos de exposición dejan claro que el tiempo real del castrismo ha terminado, y de que estamos, ahora mismo, frente al modo en que el régimen maneja su tiempo inercial.

Y ahí justamente radica el problema. Mientras el gobierno intenta vender la idea de que administra su tiempo inercial para recuperar su tiempo real pasado, impide que nos incorporemos consistentemente a la realidad del tiempo presente. De esa manera hace tres cosas que nos comprometen el futuro desde el presente: desvaloriza el savoir-faire acumulado de la sociedad, lo que rompe la continuidad del conocimiento en la era del conocimiento; nos desconecta de la idea de un proyecto-país, disociando la relación necesaria entre bienestar posible y una propuesta coherente de nación que proporcione seguridad y confianza; y vende finalmente el país a los extranjeros, para disolver el vínculo entre nación, proyecto y sentido de vida, exponiéndonos desnudos, y como nunca antes, a las condiciones exponencialmente volubles del mundo actual.

Para actuar así hay que emplear todos los recursos tradicionales del poder: manipulación de la realidad, manejo de expectativas diversas, suspensión de principios, redefinición de compromisos, utilización de la realpolitik, conexión con intereses asentados y poderosos, posposición indefinida de las ideologías y cooptación de viejos y nuevos intereses. Pero se necesita algo más: carencia de imaginación y sentido estratégicos, además de pérdida del sentido raigal de nación.

Y nuestro futuro depende de estas dos dimensiones ausentes. La incapacidad del régimen para manejar incluso antiguos dilemas culturales, resumidos en el tema de la cada vez más visible diversidad plural de nuestra comunidad, se explica por estas dos ausencias.

Me gustaría insistir por eso en las reformas estructurales. Hay unas reformas estructurales que son necesarias incluso en sociedades en crisis de crecimiento; las reformas de los 90 del siglo pasado en los países nórdicos son de ese tipo. Pero las de Cuba son más necesarias aún. Porque en nuestro país confluyen en un mismo punto tres tipos de crisis: la crisis de una comunidad y una sociedad en crecimiento, la crisis de un régimen social y la crisis de un modelo de Estado. Pocas veces ha sido tan necesario tomar gravemente el sarcasmo de Rahm Emanuel, ex jefe de gabinete del presidente Obama, cuando dijo: “Nunca dejen que una buena crisis se desperdicie”. Por eso, siempre que escucho que Raúl Castro está en un proceso de “reformas”, que en realidad desperdicia las crisis, pienso que mucha gente en el mundo ha decidido no tomarnos definitivamente en serio.

El gobierno cubano está por debajo de su comunidad y de su sociedad en todas las dimensiones posibles: cultural, intelectual, moral, psicológica, estética y comunicativa. Y lo peor de todo es que lo sabe. Como siempre, esta inferioridad la refleja con arrogancia. Nos dice entonces, y por ejemplo, que someterá a estudio si no tenemos que pedir permiso para entrar y salir de nuestro país. Asunto que revela en sí mismo la naturaleza primaria de la gestión de Raúl Castro: su misión, pobre en términos de Estado y en la dirección de lo que se debate en países sensatos, es la de normalizar gradual, limitada y negativamente el estatus de Cuba. Cuando el problema para todas las naciones, en un mundo plano y de alta velocidad, empieza después que todos sus ciudadanos pueden viajar libremente.

El peor enemigo del movimiento no es el inmovilismo sino el seudomovimiento. Y una seudoreforma puede complicar, como toda persona informada y honesta sabe, las reformas mismas. El remedio puede corromperse con la enfermedad.

No hay fines, solo medios. No hay futuros, solo presentes. Y el presente está necesitando un hard landing estructural que sirva de base a los modelos hegemónicos que rigen ya en el imaginario —a ratos también en la vida real—, la convivencia de la mayoría de los cubanos.

¿Cuáles son estos modelos?

El más obvio es el de la economía de mercado. El lado negativo de toda corrupción es evidente. Pero la corrupción en Cuba es la envoltura indecente de una sólida cultura de mercado fuertemente enraizada y estructurada, que cuenta incluso con sus bolsas de valores.

Libre comunicación. Los cubanos estamos inmersos en un comercio comunicacional impresionante, que refleja una capacidad bien incorporada para asimilar información desde una matriz diversa de fuentes.

Comunidad plural. Le eclosión de identidades de todo tipo nos ha devuelto a los orígenes plurales de nuestra comunidad como cubanos, poniendo en ridículo cualquier pretensión de hegemonía cultural, tal y como lo están experimentando en Cuba los católicos y comunistas fanáticos.

Tolerancia. La aceptación de la diferencia, sin que esta necesite más justificación que su sola presencia, está dejando pasmado al poder. Los recientes acontecimientos públicos en la calles de La Habana, Guantánamo, Santiago de Cuba y Palma Soriano, situado en la última de las provincias mencionadas, son la mejor prueba.

Autonomía social. Muy pocos cubanos aceptan que otros tomen decisiones por ellos; muchos están demandando la posibilidad de construir a la carta sus proyectos de vida.

Individualismo. La autoexpresión y la creación de valores centrados en la propia persona son las monedas corrientes de nuestra convivencia cotidiana.

Sociedad abierta. Parece evidente que la explosión pública de la comunidad LGBT constituye la mejor prueba al límite de lo que constituye una sociedad abierta. Donde esto sucede se nos está diciendo que todos los bienes y todas las ideas pueden ser, aunque el poder se niegue a reconocerlo, objeto de transferencia, visibilidad y publicidad.

Idea de derechos. La mayoría de los cubanos “incumple su deber” con el Estado. Esa misma mayoría actúa solo como si tuviera derechos frente al Estado. Otra vez la corrupción extendida es la prueba. Pero también el hecho de que la relación de esa mayoría con el resto de la sociedad y con el mismo Estado es compensatoria: doy si me das. A veces, tomo sin dar.

Estos son parte de los modelos que canalizan la convivencia presente de los cubanos, y que nada tienen que ver con el hegemonismo vacío del modelo político. Ellos ya son nuestro futuro. No lo parece, porque no aparecen mostrados públicamente a través del modelo político apropiado.

Si algún desafío tenemos por tanto es este: construir, desde los modelos de comunidad y de sociedad presentes, un modelo de Estado que los potencie, que canalice coherente y ecológicamente sus dinámicas, y corrija sus excesos o capacidad autodestructiva.

En este sentido, las opciones presentes no están abiertas con el actual gobierno cubano. El régimen decidió recurrir a un modelo pre-republicano es decir, al pasado, para garantizar su continuidad. El esquema monárquico-militar adoptado coloca el debate entonces entre el pasado y el futuro, poniendo un hiato sobre el presente. Y el enmascaramiento partidista esconde mal el núcleo parental del poder en Cuba, divorciándolo cada vez más de los nuevos sentidos de convivencia que animan la vida nacional.

Es curioso y sintomático que, por ejemplo, el partido comunista cubano ande a la búsqueda de un nuevo papel en la sociedad. Esto tiene una lectura política conclusiva: su pérdida absoluta de legitimidad, y el curso acelerado en su pérdida de legitimación. Ello conforma una situación a mi modo de ver inédita en términos políticos: la de un poder, desde el poder, buscando una nueva legitimación; y sin definir para ello su nueva legitimidad.

El vacío político está, así, bastante claro; y se hace acompañar por el vacío del proyecto de país —no debe extrañar por eso la hiperactividad de las instituciones de represión y castigo, que no de derecho, de las que se sujeta el poder—.

Si las movidas fijas y circulares del gobierno de Raúl Castro demuestran que a la actual elite no le interesa el desarrollo de Cuba —vender el país a perpetuidad a los extranjeros es el cenit cínico del poder—, la sociedad cubana parece estar lista para construir un modelo político en sintonía con su lógica presente de futuro.

Hasta ahora los cubanos completan desde abajo el vacío político que el poder abrió desde arriba. No quieren seguir siendo súbditos, pero no llegan todavía a la conclusión natural de su autonomía exigida: la de ciudadanos. Por la sencilla razón de que no cuentan con, o no conocen aún, los instrumentos necesarios para activarse.

A los demócratas corresponde ofrecer esos instrumentos. Nuestra manera de evitar que una buena crisis se desperdicie pasa por contribuir en la reinvención del ciudadano, la redefinición política de la convivencia social y la refundación del proyecto de nación. Un modo de destrabar el futuro desde el futuro.


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