Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Cuba, Economía, Burocracia

Del burócrata bueno y el burócrata malo

No es que en Cuba existan muchos burócratas, sino que el país carece de funcionarios con la capacidad, el deseo y el poder para desempeñar sus tareas de manera imparcial

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La famosa lucha contra el burocratismo es un fantasma —o un cuento— que recorre Cuba desde hace décadas. Llegó a merecer una película en 1966. Un recurso muy conveniente, que siempre estableció una dualidad deforme a la hora de abordar el asunto: mientras que para alcanzar cualquier cargo público —incluido el de cuidador del farol de la esquina— se exigía una serie de requisitos políticos, a la hora de juzgar al funcionario en desgracia, este aparecía como un sujeto extraño, ajeno al aparato político.

La figura del servidor público, lo que es en realidad un burócrata, no existía en la Isla —y parece que aún no se ha llegado a la comprensión de este concepto— y todo se limitaba a mencionar al “compañero” cuando estaba en buenas y al “burócrata” cuando le tocaba la mala.

Este tratamiento resultó esencial en Fidel Castro, por su afán de gobernar desde el caos, luego su hermano logró revertir este problema en parte, y estableció una mayor disciplina administrativa, pero el ideal de establecer un sistema eficiente de control está lejos de lograrse, aunque la reforma financiera en marcha es un importante paso de avance.

Uno de los errores del gobierno cubano es no admitir —de forma amplia y pública— la renuncia al ideal político, a la hora de administrar el país. Devolver al concepto de burocracia la acepción que le daba Max Weber al considerar que en los Estados modernos existen dos tipos de funcionarios: los administrativos y los políticos. El funcionario burocrático debe desempeñar sus tareas de manera imparcial, mientras que el dirigente político debe tomar partido y mostrarse apasionado.

Una “rutinización” de la política convierte a las resoluciones de Gobierno —en lo que se refiere a la mayor parte de los asuntos de administración nacional— en decisiones de práctica administrativa, que se llevan a cabo según patrones establecidos, los cuales cumple un funcionario de forma burocrática, y que fundamentalmente son ajenos a las demandas de la acción política.

De esta forma, un político se reduce a un administrador que gobierna con honradez un país, un Estado o una ciudad, y que se limita a cumplir con eficiencia un horario normal de trabajo y luego se retira a la tranquilidad del hogar como un ciudadano cualquiera.

Bajo estas premisas, en la vida diaria el protagonismo político pierde grandeza, se transforma en actividad cotidiana.

Lo contrario es cuando la acción política adquiere un carácter despótico —ilustrado o vulgar, ya que en la función de control puede haber diferencias, pero en la esencia grandes similitudes— o en el “mejor” de los casos, para la conservación de la vida de los ciudadanos, se trastoca en simple farsa de feria con fines de enriquecimiento, como suele ocurrir en gobiernos bajo un amplio espectro ideológico —derecha, izquierda, centro—, pero que no por ello deja de implicar una acción desafortunada.

Nada más lejos de ese ideal del político y el burócrata en función administrativa, que la actual situación cubana y la forma en que se gobierna la nación. El caudillismo mesiánico de Fidel Castro ha sido sustituido por el compadraje.

Si Hannah Arendt se refería a la banalización del mal, en el sentido de que quienes enviaron a morir a millones de judíos no fueron entes diabólicos de existencia única sino simples funcionarios —burócratas, al fin y al cabo—, también podemos hablar de una banalidad del poder burocrático, que se da a menudo en quien tiene un cargo y lo desempeña de forma autoritaria e inescrupulosa, sometiendo a quienes le rodean a un pequeño reino del terror.

La burocracia y los cambios

El Gobierno cubano continúa encarando un problema fundamental en su plan de reforma monetaria: la enorme burocracia. Pero qué se entiende realmente por “burócrata”. Es realmente esa “burocracia mala” la causante de buena parte de los males económicos de Cuba, o, por el contrario: el problema radica precisamente en la ausencia de una verdadera “burocracia buena”, y cuál sería esta.

Ante todo, es necesario volver a señalar lo que representa, a los fines del estancamiento productivo que afecta a la nación cubana, esa clase burocrática enquistada en el poder, así como las denuncias al respecto, que en muchos casos emanan no solo de las instancias superiores de la clase gobernante, sino de quienes quieren preservar el llamado “sistema socialista”. Ver las limitaciones de estas críticas y tratar de alcanzar una verdadera formulación del problema, como un avance indispensable pero no suficiente en la búsqueda de su solución.

Hasta ahora en Cuba no se ha logrado dar un paso esencial para la puesta en práctica en un sentido amplio de las reformas económicas: desmantelar —al menos parcialmente— el aparato burocrático que por naturaleza se opone a cualquier medida que limite o elimine sus privilegios.

La burocracia china no opuso resistencia cuando el presidente chino Deng Xiaoping comenzó el proceso de reformas tras la muerte de Mao, y ocurrió una suerte de “purga no violenta” entre los cuadros tradicionales del Estado y del Partido Comunista, como se explica en un artículo publicado en este portal.

“Eso ha sido muy importante. Si se quiere implementar una serie de reformas, hay que garantizar que la burocracia estatal va a sumarse a este proceso y no va a poner obstáculos”, señaló Ariel Armony, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami.

Es intrínseco a su naturaleza que el tipo de burócrata alimentado y creado por el Gobierno cubano anteponga la prudencia al cambio. Es aquí donde radica un talón de Aquiles fundamental, dentro de la estrategia del propio Gobierno.

En esta disminución del aparato burocrático —incluso anticipada en cierta forma por el propio Fidel Castro— radica una contradicción fundamental a la que todavía hoy día se enfrenta Cuba y por la que pasaron la desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del Este antes de que se esfumara el socialismo.

Al igual que el sector privado crece de forma “espontánea”, y más allá de lo previsto cuando se posibilita la menor reforma, la burocracia —que es también un resultado espontáneo y natural de la economía socialista— aumenta o mantiene su poder, a pesar de los esfuerzos, sinceros o no, por reducirla.

Si bien el fenómeno de la burocracia no es único del socialismo, al igual existe en el capitalismo, esa “burocracia” negativa, que el propio régimen cubano ha sancionado en múltiples ocasiones —de la cual se consideraba a Ernesto “Che” Guevara como uno de sus críticos más acérrimos— es consecuencia de un centralismo excesivo, la acumulación de un poder económico ilimitado por parte del Estado y la valoración no solo de la fidelidad política sino del entreguismo y la complacencia por encima de las capacidades administrativas. De ahí la gran importancia de la ampliación del sistema productivo cubano emprendida en los últimos tiempos, y también la gran frustración ante el contrapié persistente, las demoras y la renuencia frente a la necesidad de avanzar a un ritmo adecuado.

El barniz autoritario, que busca sustituir el totalitarismo y permite ciertos espacios de mayor libertad económica, no puede desprenderse de la irracionalidad que impide gobernar de forma imparcial.

No es que en Cuba existan muchos burócratas —como lo dijeron en sus momentos respectivos Fidel y Raúl Castro—, sino que el país carece de ellos. No se trata de una cuestión retórica ni de un aspecto sociológico. Es una prueba más de la incapacidad de quienes todavía gobiernan en la isla, hasta en los pequeños detalles, y de lo lejos que aún se encuentra la mentalidad del pueblo cubano de alcanzar una definición mejor.


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