Derecho a la vida
No hay nada más irracional que intentar hacer justicia partiendo de una injusticia irreparable
No ha sido fácil poder entender muchos de los mensajes crípticos que dejó el Papa Francisco a su paso por Cuba. No obstante casi al final de su discurso en el Congreso Norteamericano habló muy claro en su defensa del derecho a la vida y vale la pena profundizar en ese tema tocado por el Pontífice: “Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito” (Discurso del Papa Francisco ante el Congreso de Estados Unidos).
Hacía tiempo que deseaba abordar este tema. Comprendo que por la complejidad y diversidad de opiniones que genera no resulta nada fácil. No voy a referirme a los derechos humanos en general que abarcan los amplios aspectos del derecho de las personas que habitamos este mundo. Quiero concretarme en el derecho fundamental que poseemos y de donde emanan todos los demás derechos, nuestro derecho a la vida, que es el principio moral que define la libertad de acción de un hombre en el contexto social.
Si desde que comenzamos a tener raciocinio comprendimos que la vida es un proceso de acción auto-sustentada que significa la libertad de tomar todas las medidas requeridas por la naturaleza de ser seres racionales para mantener, mejorar, realizar y disfrutar de nuestra propia vida entonces podemos comprender con más claridad el significado del derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la búsqueda de la felicidad.
Cuando estos derechos individuales son usurpados o abolidos no hay forma posible de determinar la justicia ni a que tenemos derecho. Por lo tanto retrocedemos al concepto tribal de que nuestros deseos están limitados sólo por el poder de un grupo, secta, pandilla o partido y para poder sobrevivir en ese tipo de ámbito los hombres no tienen otra opción que temer, odiar y destruirse los unos a los otros. Es un sistema de engaños, de conspiraciones secretas, de pactos, favores y traiciones.
Esa es la esencia y la raíz de porque las sociedades que han sido dominadas por cualquier forma de colectivismo o autoritarismo llegan a autodestruirse. Basta la experiencia de todos los países que sufrieron el experimento comunista, o los que fueron dominados por el nazismo o el fascismo. Basta con las experiencias más recientes de grupos políticos populistas que utilizando mecanismos creados por sociedades democráticas llegaron al poder y han logrado destruir el frágil tejido de derechos que poseían para imponer su autoritarismo. La conculcación de esos derechos los ha llevado a la ruina y a un callejón sin salida como es el caso notable de Venezuela.
Profundizando en este concepto podemos resumir que un derecho no puede ser violado, excepto por la fuerza física. Un hombre no puede prohibirle a otro que busque su felicidad, ni esclavizarlo, ni privarlo de su vida. Cuando se obliga a un hombre a actuar sin su consentimiento libre, personal, individual y voluntario sencillamente se están violando sus derechos. Con esto podemos establecer una clarísima división entre los derechos de un hombre y los de otro. Es una división objetiva, no sujeta a diferencias de opinión, ni a la decisión de la mayoría, ni a un decreto arbitrario de la sociedad. Ningún hombre tiene el derecho de iniciar el uso de la fuerza física contra otro hombre.
Dentro de la vasta gama de derechos que envuelve al ser humano deseo centrar este articulo en el espinoso tema de porque considero que la humanidad civilizada debe rechazar la pena de muerte (entendida por ejecución, es decir, matar deliberadamente a un ser humano). Para mí esa modalidad de aplicar justicia representa la máxima y definitiva expresión de una de las peores creaciones humana: la Ley del Talión, ojo por ojo, vida por vida. De ahí que coincido plenamente con Gandhi cuando manifestara aquello de que: “Ojo por ojo, el mundo se quedará ciego”.
La filosofía de la Ley del Talión basada en que si se comete una injusticia irreversible (desde arrancar un ojo hasta arrancar una vida), la única forma de “arreglar” el daño es un intercambio equivalente. No veo nada más irracional que intentar hacer justicia partiendo de una injusticia irreparable.
Pienso que la justicia es una herramienta para mejorar la vida de los seres humanos en sociedad. Por ello no creo en el castigo por el castigo ni en la justicia por la justicia como fines en sí mismos. Cualquier acción negativa como herir, golpear, robar, torturar o matar nunca pueden ser fines orientados a proteger los valores positivos. Si se admite que realmente brindan un valor, para satisfacción personal y emocional, entonces eso no lleva otro nombre que venganza o sadismo pero no justicia; lo cual es irracional y dañino para el espíritu humano. Aquello que se entiende como justicia retributiva, es decir una aceptación de placeres y alivios partiendo de que todo crimen debe responderse con un castigo proporcional es una reacción patológica. Por esa principal razón sólo creo en la justicia protectora y reparativa.
Hay partidarios de la pena capital que se esfuerzan por separarla de la venganza. Creo que es un autoengaño. Extraer una satisfacción emocional positiva proporcionando daños físicos que no dan lugar a ningún valor es sólo una venganza más impersonal o incluso una venganza institucionalizada. La necesidad emocional del sufrimiento ajeno es en sí nociva y mezquina, aunque a menudo se practique de forma inconsciente, y aunque haya una diferencia entre el sufrimiento de un inocente y un culpable. Creo que sólo por eso, más por nuestro bien que por el de cualquier monstruo, tenemos razones de sobra para no sesgar vidas si pudiéramos evitarlo.
La verdadera justicia no consiste en castigar sino en corregir. No se trata de eximir a los criminales de la responsabilidad de lo que hacen, pues entonces tampoco habría arrepentimiento posible. Se trata de hacer todo lo posible para ayudar al hombre a vivir como hombre.
La peor de todas las venganzas quitándole la vida a otro ser humano escudándose en la sustentación de una ley, es cuando se realiza como escarmiento o por miedo a que el supuesto delito cometido mine las bases del poder dominante. En este caso se está violando el derecho a la vida de los hombres bajo la presunción que la siembra del terror evitará los retos al poder arbitrario y absoluto.
Quienes llegan a estos extremos no se dan cuenta que con esa monstruosidad en lugar de fortalecer su poder lo debilitan. No bastaría el espacio de este periódico digital para exponer los ejemplos de esta práctica en la larga historia de injusticias del régimen castrista, desde los centenares de fusilamientos al inicio mismo de la revolución, pasando por la ejecución del mejor y más prestigioso de sus general hasta el alevoso crimen por escarmiento cometido por orden directa de Fidel Castro contra los jóvenes Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodan Sevilla y Jorge Martínez Isaac ejecutados el 11 de abril de 2003.
Cuando debato con viejos amigos sobre estos argumentos siempre emergen las pasiones y salen a relucir otras atrocidades del castrismo como el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, la masacre de Caminar y demás crímenes. Crímenes que algún día tendrán que juzgarse y sancionarse debidamente. Pero somos seres humanos y si deseamos una nación nueva, libre de luchas fratricidas, no debemos cometer los mismos errores del castrismo desde que asumieron el poder anteponiendo las pasiones a la justicia. Si Cuba quiere realmente insertarse en el concierto de naciones civilizadas debe abolir la pena de muerte sin importar cuántos países la mantengan vigente. Además, sentaría un gran ejemplo para nuestro vecino del norte.
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