Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Diferendo y democratización

El fracaso de la política de EE UU y la imposibilidad de los gobernantes cubanos de conservar el poder sin hacer cambios, condicionan una nueva realidad.

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La aspiración a la democracia constituye un elemento esencial en cada episodio de la historia de Cuba. La revolución de 1959, considerada por sus protagonistas como el colofón de esa aspiración, ha demostrado en la realidad que tal objetivo es inalcanzable sin la incorporación de los derechos y libertades para la participación ciudadana. El irresuelto tema, vivo en la esperanza de los cubanos a pesar de casi medio siglo de gobierno totalitario, ha irrumpido nuevamente con fuerza a partir de la sucesión del poder, ya más permanente que provisional.

La posibilidad de que el añorado anhelo pise definitivamente tierra cubana depende de la voluntad de los actores, de cómo se proceda en el intento y, sobre todo, por dónde se inicie. Al tratarse de problemas estructurales que lo tocan y afectan todo, se hace necesario establecer un orden que combine intereses y prioridades.

¿Por qué tener en cuenta el diferendo? Al menos por tres razones: la capacidad simbólica que poseen para el inmovilismo la intervención militar en la Guerra de Independencia, la Enmienda Platt y las intromisiones en los asuntos internos de Cuba durante la República, han sido aprovechadas con gran habilidad por el régimen; él mismo ha brindado y continúa brindando a La Habana el principal argumento para que un país armado en la década del cuarenta con la constitución más progresista de la región y con un avance destacado en el ámbito de la democracia, haya involucionado en materia de derechos y libertades básicas hasta uno de los últimos lugares en el mundo; y la evolución del contencioso ha convertido las relaciones entre ambas partes en política doméstica.

Esa estrecha relación entre inmovilismo y diferendo obliga a incluir el tema en la agenda para la transición a la democracia, bien como punto de partida, bien acompañando otros pasos.

A ello se añade que el gobierno cubano, poseedor de la economía, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y el control casi absoluto de la sociedad, tiene intereses que defender y, por tanto, sólo emprenderá un proceso de democratización si existe un mínimo de garantías para que la democratización también lo incluya. Es decir, la seguridad de que la democracia que se proyecte también sea para ellos. Sin tener en cuenta esa realidad es impensable proceder a la democratización, por la única vía posible en Cuba, la pacífica, pues el intento de emplear la violencia podría ser, además de sangriento, el último episodio de la inconclusa nación cubana.

Con todos y para todos

No queda, pues, sino mirar al diálogo, la negociación, la reconciliación, para intentar la nación con todos y para todos. En un "todos" que no puede excluir a nadie, mucho menos a los que tienen el poder, pues el esquema de vencedores y vencidos pertenece al pasado, aunque se continúe enarbolando. Y como siempre, después de tantos daños materiales y espirituales, pérdidas humanas, dolor y sufrimientos, se presenta como único camino realista y posible el abandono de trincheras, esquemas inoperantes, lenguajes y actos agresivos como paso previo hacia el inicio de las negociaciones, única forma que responde a la naturaleza y la dignidad humanas.

Como todo proceso de diálogo-negociación requiere voluntad, flexibilidad e imaginación, es necesario precisar los principios básicos sobre los cuales establecerlo. Se trata, por supuesto, de las relaciones cubanoamericanas y no de la relación gobierno-oposición; que sería un proceso posterior o paralelo.


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